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Perspectiva

La clase obrera responde al huracán Harvey

Las preparaciones y la respuesta oficiales al huracán Harvey han estado caracterizadas por un nivel impresionante de incompetencia e indiferencia, incluyendo la falta de un plan de evacuación y de alojamientos de emergencia, además del carácter improvisado de las operaciones de rescate. Mientras Houston y otras partes de Texas siguen sumergidas y el número de víctimas mortales aumenta, los funcionarios gubernamentales, de la Casa Blanca hacia abajo, han pasado gran parte de los últimos días dándose palmadas en la espalda. “Han hecho un trabajo fantástico”, les dijo el presidente Trump al gobernador de Texas, el jefe de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias y otros funcionares presentes el martes, esperando que nadie se diese cuenta de lo que estaba aconteciendo a su alrededor.

Al contrario, la inundación ha provocado una abrumadora respuesta de parte de la clase obrera en Texas y alrededor de la región, ofreciéndose inmediatamente de voluntarios para las operaciones de rescate y utilizando sus propios medios y equipos sin recibir nada a cambio.

El diario New York Times, que usualmente menciona a la clase trabajadora para denigrarla, escribió el miércoles que “la respuesta a uno de los peores desastres en décadas ha sido, en gran medida, improvisado”. Continúa: “Vehículos recreativos —botes inflables, motos acuáticas, botes de pesca motorizados— se trasladaron rápidamente a ayudar a las personas atrapadas en sus hogares, siendo conducidos por soldadores, techadores, mecánicos y pescadores vestidos con shorts, faros en la cabeza y ponchos. La clase obrera, en gran parte, está siendo salvada por la clase obrera”.

Es posible que hayan participado miles en estos esfuerzos de rescate, frecuentemente viajando desde muy largo para hacerlo. Muchos de estos rescates fueron coordinados por medio del mapa en línea de houstonharveyrescue.com, creado temprano en la semana por un desarrollador de software local. Los individuos y las familias que necesiten ser rescatados pueden registrarse en el sitio. Miles lo hicieron en los primeros días, y el sitio reportaba el miércoles que alrededor de 5000 ya fueron marcados “a salvo”.

Un reporte en Quartz indica: “El ejército de rescatistas, quienes también se pueden registrar en el sitio, puede entonces asignar cuáles son los casos más urgentes. Un equipo de cien telefonistas se mantiene al tanto de aquellos que necesitan ser rescatados y pueden enviar mensajes de texto en masa con información importante. Un algoritmo elimina los repetidos”.

La respuesta de los trabajadores plantea cuestiones mayores. Al igual que el huracán Katrina y muchos otros desastres, el huracán Harvey ha expuesto la realidad de clase que la prensa y la élite política busca encubrir. Siempre son la clase obrera y los pobres, de todas las razas y antecedentes étnicos, los más afectados. Son ellos los que, o no tienen seguro o tienen que enfrentarse a aseguradoras que se rehúsan a cubrir los daños. Son ellos los que verán irse a la prensa y los políticos en el momento en que las aguas se alejen y las principales industrias vuelvan a ser puestas en marcha.

Una gran parte de la reacción de la prensa y los políticos ha estado motivada por el miedo a que se produzcan erupciones sociales, que a su vez detonen una gran conflagración sobre las inmensas contradicciones de la sociedad estadounidense.

Al mismo tiempo, la respuesta de la clase obrera al huracán ha reflejado una conciencia y solidaridad de clase incipientes que la clase gobernante está luchando por socavar. A diferencia de los cuentos de una sociedad dividida por odio racial, reproducidos principalmente por el Partido Demócrata, estuvieron involucrados trabajadores blancos, negros e hispanos en ambos lados de las operaciones de emergencia, en los botes y en las casas inundadas.

Esta respuesta plantea un fuerte caso a favor del desarrollo de organizaciones obreras independientes y el control en manos de los trabajadores de las industrias, los medios de producción, los recursos y servicios esenciales. Los trabajadores tienen un entendimiento mucho mayor de qué se necesita hacer en la actualidad que aquellos al mando de las políticas estatales—la aristocracia corporativa y financiera junto con el 5 o 10 por ciento más pudiente de la población—.

Si los trabajadores hubiesen formado parte de las decisiones sobre cómo mejor distribuir los recursos, el nivel de preparación para el huracán hubiese sido mucho más avanzado. No se hubiesen gastado billones de dólares en rescatar a Wall Street ni en financiar la máquina de guerra estadounidense, sino en infraestructura social. Después de todo, no es que la inundación fuese impredecible; simplemente que no se planificó para ella.

La destrucción de la cuarta mayor ciudad de Estados Unidos es una expresión de un fenómeno generalizado. En millones de diferentes formas, los requisitos fundamentales de una sociedad moderna—preparación para desastres, la distribución de comida, el desarrollo de los sistemas de salud y educación, y ni hablar de un ingreso digno para toda la humanidad—entran en conflicto con la subordinación de toda la sociedad a los dictados de las ganancias económicas. El dominio que ejercen los mercados financieros asegura de que todo sea sacrificado por las cifras trimestrales de las corporaciones.

La lucha por el socialismo y —unido a esto— por la planificación económica no está hecha de sueños utópicos, sino de demandas concretas de desarrollo social.

La clase obrera tiene que tomar en sus manos y hacerse cargo de todos los aspectos de la vida social, mediante la organización de comités obreros en sus fábricas, lugares de trabajo y barrios, y así poder controlar la producción y la distribución de recursos. Estas organizaciones deben comenzar siempre con las necesidades de la clase obrera y ser controladas democráticamente por la clase obrera. Tienen que asumir la responsabilidad de unificar a los trabajadores y organizar sus luchas comunes contra la clase capitalista y sus representantes políticos.

El establecimiento de un control auténticamente democrático sobre la producción y la organización de la economía es el cimiento principal del desarrollo de un plan racional para eliminar la anarquía del mercado y asegurar que todas las decisiones se basen en las necesidades sociales.

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