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Perspectiva

La lógica de la agresión imperialista:

¿Conllevarán las amenazas de EUA contra Corea del Norte a una catástrofe global?

Las interminables amenazas incendiarias e imprudentes de Donald Trump y sus principales asesores contra Corea del Norte han puesto al mundo entero a temer que se encuentra al borde de una guerra nuclear y una pérdida catastrófica de vidas humanas.

El presidente estadounidense ha prometido desatar “fuego y furia en una magnitud que el mundo nunca ha presenciado”. Le siguió su asesor de Seguridad Nacional, el general H. R. McMaster, quien advirtió que Washington está preparado para una “guerra preventiva” —una doctrina proscrita por los juicios en Nuremberg por los crímenes de guerra nazis— a fin de prevenir que Corea del Norte “amenace a Estados Unidos con un arma nuclear”. El domingo el secretario de Defensa de Trump, el general James “Perro Rabioso” Mattis, declaró que el Pentágono tiene “muchas opciones” para la “aniquilación total de un país, concretamente Corea del Norte”, y que Trump había sido “informado de cada una de ellas”.

Más recientemente, la embajadora estadounidense ante la ONU, Nikki Haley, declaró el lunes ante el Consejo de Seguridad que el líder norcoreano, Kim Jong-un, ha estado “rogando por una guerra”. Se había combinado esto con un regaño dirigido al gobierno surcoreano por buscar un “apaciguamiento” con Pyongyang y con declaraciones insistentes de que el tiempo para charlar se ha acabado.

Con cada subida de estas amenazas para desatar una conflagración nuclear contra Corea del Norte, toman más fuerza la siguientes interrogantes: ¿Se irá Washington a la guerra para hacer valer su retórica militarista? ¿Se han convertido estas amenazas por sí mismas, junto con el querer probar que no son meros engaños, en factores determinantes que conlleven a una guerra nuclear?

Para el Gobierno de Trump, los altos mandos de las fuerzas armadas estadounidenses y poderosas secciones de la cúpula estatal y de la oligarquía gobernante, es un artículo de fe que el imperialismo estadounidense sufrió una “pérdida de credibilidad” en la palestra global bajo el mandato de Obama. Esto lo encapsula el hecho de que el exmandatario no hizo valer su “línea roja” para comenzar una guerra estadounidense directa contra Siria. Para revertir esta “pérdida”, Washington podría elegir una opción militar totalmente lunática en la península coreana.

El hecho de que este es un riesgo verdadero y presente en las mentes de los jerarcas estadounidenses lo demuestran inequívocamente la caída en los precios de las acciones cuando Wall Street reanudó la cotización en la bolsa el martes y la alza en el precio del oro a su punto más alto en un año.

La amenaza de guerra no es sólo una función de los tuits belicistas del multimillonario demagogo de tendencia fascista al mando de la Casa Blanca. No existe una oposición pública organizada contra la actual marcha hacia la guerra. ¿Cuál figura importante del Partido Demócrata se ha declarado en contra? ¿En dónde se han organizado audiencias públicas para discutir las consecuencias de una guerra total en la península coreana?

La prensa corporativa, un fiable instrumento de propaganda militar, está tratando el conflicto como si no fuese parte de un contexto histórico y geopolítico más amplio y como si no tuviese que ver con nada ocurrido antes del último ensayo nuclear o de misiles.

Con base en esto, pareciera inimaginable que todavía hay personas vivas hoy en Corea del Norte que recuerdan la guerra estadounidense que hace 65 años tomó la vida de 3 millones de coreanos, la gran mayoría en el norte, y en la que bombas y proyectiles estadounidenses dejaron a ciudades enteras en escombros humeantes. Para ellos, “fuego y furia” no son sólo palabras excesivas. Desde entonces, Estados Unidos ha mantenido una presencia militar masiva en las fronteras de Corea del Norte y la ha amenazado regularmente con armas nucleares cargadas en aviones de guerra, submarinos y buques de guerra

Como en todas las guerras de agresión estadounidenses del último cuarto de siglo, se está preparando una confrontación militar con Corea del Norte detrás de la afirmación de que el líder norcoreano, Kim Jong-un, está “loco” —al igual que Noriega, Milosevic, Sadam Huseín y Gadafi—. En las guerras previas, sea en Irak, Afganistán, Libia u otras partes, ha sido inventado un pretexto tras otro, como el de una amenaza horrible para EUA por supuestas “armas de destrucción masiva” o el terrorismo, o de una inminente violación desastrosa a los “derechos humanos”, que sólo puede ser combatido con el poderío militar estadounidense. La cuestión nuclear norcoreana no es diferente.

Nunca se explica por qué es que la posesión de armas nucleares por parte de Corea del Norte constituye una amenaza mortal para EUA, mientras que se les ha permitido a otros países como Israel, Pakistán e India obtener dichas armas, en algunos casos con ayuda estadounidense. La amenaza de un conflicto nuclear entre India y Pakistán, ambos supuestos aliados estadounidenses, es presumiblemente mayor a cualquier amenaza en la península coreana.

La cada vez más profunda crisis de guerra lleva la marca de “Hecho en EUA”. Las guerras de agresión que ha librado Washington están afectando directamente el comportamiento de la dirección norcoreana. No hay nada “loco” en su determinación a mantener y desarrollar sus capacidades nucleares después de ver el destino de Huseín en Irak y Gadafi en Libia, quienes abandonaron sus programas de armamentos para complacer a Washington y, a cambio, vieron cómo sus países eran invadidos y destruidos antes de terminar siendo asesinados. A pesar de no estar “loca”, la cúpula norcoreana no ha calculado bien la locura del imperialismo estadounidense, el cual está preparado para descartar las restricciones previas de una guerra nuclear para avanzar sus objetivos.

Estos objetivos no tienen en la mira las políticas que persiga el gobierno de la empobrecida y aislada Corea del Norte, sino a sus vecinos de China y Rusia, ambos países nucleares considerados por Washington como sus obstáculos principales en su campaña por la hegemonía en el continente eurasiático y todo el planeta. Incluso mientras amenaza a Corea del Norte con una guerra, Washington está frecuentando más provocaciones contra China con operaciones de “libre navegación” en el mar de China Meridional y realizando una instigadora acumulación militar en el Báltico contra Rusia.

Todo pronóstico apunta a que una guerra en la península coreana absorbería a China, como sucedió hace 65 años, y a Rusia, peligrando con detonar una Tercera Guerra Mundial nuclear.

Incluso el “mejor escenario” de una guerra convencional contra Corea del Norte cobraría decenas de miles sino cientos de miles de vidas, mientras que un intercambio nuclear mataría a decenas de millones sino cientos de millones de personas y pondría toda la vida del planeta al borde de una potencial exterminación.

Lejos de restaurar la “credibilidad” del imperialismo estadounidense, tal “guerra preventiva” contra Corea del Norte tornaría a EUA en la más ínfima paria internacional, denostada por crímenes sin precedentes desde la Alemania de Hitler. Los líderes políticos implicados no podrían salir del país por las órdenes de arresto alrededor del mundo.

Las secuelas políticas, económicas y, efectivamente, morales de dicha guerra desatarían una crisis interna de dimensiones nunca antes vistas, poniendo en cuestión la existencia misma de Estados Unidos.

En última instancia, el peligro actual de una guerra es producto del fracaso del sistema político estadounidense en su entereza. Puede que la enfermiza cultura política de EUA encuentre su encarnación en la repugnante figura de Donald Trump, pero es a su vez producto de la profundamente arraigada crisis del capitalismo estadounidense y global, impregnando ambos partidos políticos del país, la prensa y toda institución del Estado capitalista y la burguesía.

En el cuarto de siglo desde la disolución de la Unión Soviética, el imperialismo estadounidense ha buscado detener el declive de su posición global por medio de interminables —y fallidas— guerras de agresión que han matado, mutilado y desplazado a millones de personas.

Las guerras en el exterior han ido de la mano con una brecha social cada vez más honda y ataques implacables contra las condiciones de vida y derechos básicos de los trabajadores en Estados Unidos. La imprudente y criminal política exterior que está conduciendo a una catastrófica guerra en Asia tiene como espejo la incapacidad y negligencia de la clase gobernante estadounidense a responder, ni hablar de prepararse, para catástrofes como el huracán Harvey, al mismo tiempo en que cantidades enormes de riqueza social son transferidas para engordar los bolsillos de una estrecha capa de oligarcas financieros.

La misma crisis del capitalismo que está impulsando esta marcha hacia una guerra nuclear también está creando las bases objetivas para luchas revolucionarias de la clase obrera. Sin embargo, es necesario cerrar la distancia entre el estado avanzado de la unidad hacia una guerra mundial y la conciencia sobre esta amenaza entre las capas más amplias de trabajadores. Sólo una intervención políticamente consciente e independiente en lucha por el socialismo por parte de la clase obrera en EUA e internacionalmente puede prevenir esta catástrofe global.

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