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Perspectiva

La CIA veta una invitación de Harvard para Chelsea Manning

La decisión de Harvard de revocar la oferta a la informante Chelsea Manning de ser profesora invitada en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy bajo la presión de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) es un desdeñable acto de cobardía política.

Hace tan sólo cuatro meses, Manning fue liberada de la prisión militar en Fort Leavenworth después de cumplir siete años por el “crimen” de revelar el encubrimiento estatal de crímenes de guerra estadounidenses, incluyendo el asesinato y la tortura de civiles iraquíes.

Por haber dado a conocer hechos que el mundo nunca habría conocido, el Gobierno de Obama enjuició a Manning bajo la Ley de Espionaje y la sometió a lo que la Organización de las Naciones Unidas calificó “un tratamiento cruel e inusual” en violación del derecho internacional y la Constitución de Estados Unidos. Desde salir en libertad, Manning ha dado varias entrevistas a la prensa y hablado en foros públicos, arrojando luz sobre sus años en cautiverio, sus motivaciones políticas detrás de haber filtrado información sobre los crímenes del imperialismo estadounidense y su lucha por derechos igualitarios para las personas transexuales.

El miércoles, Harvard anunció varias adiciones a su lista de profesores invitados para el año escolar 2017-2018, incluyendo a Manning, Robert Mook, quien fue jefe de la campaña de Clinton, y Sean Spicer, exsecretario de prensa de Trump.

En menos de 48 horas, la CIA vetó la invitación a Manning y Harvard la retiró.

El jueves por la mañana, un día después del anuncio inicial de la universidad, el exdirector de la CIA, Mike Morell, renunció a su invitación de la Escuela Kennedy como una protesta, escribiéndole al decano Douglas Elmendorf, “No puedo formar parte de una organización… que honra a una criminal convicta”. Luego, añadió: “Tengo una obligación con mi consciencia”.

A las seis de la tarde el mismo día, el actual director de la CIA, Michael Pompeo, se rehusó a presentarse a una charla que tenía programada en la Escuela Kennedy. Después, publicó una carta a Elmendorf que indicaba: “Después de deliberarlo mucho ante el anuncio de Harvard de tener a la traidora estadounidense Chelsea Manning como profesora visitante, mi conciencia y deber hacia los hombres y mujeres de la Agencia Central de Inteligencia no me permiten traicionar su confianza al aparentar apoyar la decisión de Harvard al presentarme al evento esta noche”.

Ambos se refirieron a sus conciencias heridas, pero no tienen de dónde sacar rubor.

Morell es un defensor diligente de las tácticas de tortura de la CIA y atacó el reporte del Senado del 2014 que detalla los métodos empleados por la agencia como un documento “profundamente erróneo” en su libro autobiográfico. Llegó a declinar responder si la práctica de “rehidratación rectal” utilizada por la CIA constituye tortura. Al mismo tiempo, aboga a favor de escalar el uso de bombardeos con drones de la CIA.

Por su parte, Pompeo, un excongresista, fue denominado el “congresista de los Koch” por su servidumbre a los hermanos multimillonarios Koch en su distrito de Wichita, Kansas, donde tienen sus sedes las industrias Koch. Pompeo exigió que “se le debería dar una pena de muerte” al informante Edward Snowden y declaró que los líderes religiosos musulmanes son todos “cómplices” de los actos terroristas, utilizando como ejemplo el atentado del maratón de Boston en el 2013.

¿Bajo cuál autoridad legal o política están interviniendo los jerarcas de la CIA? ¿Por qué debería importarle a Harvard lo que opinan Morell y Pompeo sobre lo que sucede en el campus? Cualquier decano honesto les respondería que no les incumbe interferir en los asuntos de la universidad.

Sin embargo, horas después de la carta de Pompeo, Elmendorf canceló la invitación a Manning. Sin referirse a los comentarios de Morell y Pompeo ni reconocer que hubo alguna presión externa, Elmendorf publicó una declaración poco después de la media noche explicando que la conducta de Manning no “cumple con los valores de servicio público que aspiramos tener”.

Habría que escribir un tomo de varios volúmenes para hacer una lista de todos los asesinatos, homicidios, escuadrones de la muerte, tráficos de drogas y otros crímenes cometidos por la CIA, también conocida como Asesinatos Inc., en sus 69 años de existencia. La agencia cuenta con tal influencia que sus directores pueden dictar la política de las universidades más prestigiosas de EUA y hacer que a sus decanos les tiemble la mano. El poder que ejercen las agencias militares y de inteligencia se refleja plenamente en el tono rastrero y nervioso de la carta de Elmendorf.

“No queríamos honrarla [a Manning] de ninguna manera ni avalar ninguna de sus palabras ni acciones… Veo más claramente ahora que muchas personas ven el título de profesora visitante como un honorario… Pero, en retrospectiva, creo que mi estimación… a favor de Chelsea Manning era incorrecta”.

El grado de dependencia de las universidades del financiamiento y apoyo institucional del aparato militar y de inteligencia es uno de los efectos más sórdidos de la “guerra contra el terrorismo”. Preocupados por llegar a perder parte de su dotación financiera de $36 000 millones, los administradores de Harvard sin duda quedaron espantados ante las amenazas de donantes de la élite militar, financiera y política que perciben cualquier reconocimiento a Manning como un gesto inaceptable y peligroso.

Hace tiempo, las relaciones entre la CIA y otras instituciones estadounidenses no eran tan desvergonzadas. El 14 de febrero de 1967, fue un escándalo nacional cuando el periodista Neil Sheehan del New York Times develó que la CIA estaba financiando clandestinamente a la National Student Association, una organización estudiantil liberal con varias ramas en campus alrededor del país.

El diario Guardian reporta que Manning le colgó el teléfono a Elmendorf cuando intentaba justificar su decisión. Según una fuente que se encontraba con Manning en el momento, Elmendorf “se escuchaba nervioso”. Cuando el equipo de Manning le pidió explicar por qué es que la universidad le daría el honor a Spicer y al exjefe de campaña de Trump, Corey Lewandowski (otro profesor invitado para el 2017-2018), Elmendorf respondió que, a diferencia de Manning, Spicer y Lewandowski “traen algo de valor a la mesa”.

Manning denunció públicamente la decisión de Harvard tuiteando: “Así es como se ve un Estado militar/policial/de inteligencia, la CIA define lo que se enseña y no se enseña en Harvard”.

Esta no es meramente una forma de expresarse. La Escuela Kennedy, en particular, es una plataforma para el entrenamiento y desarrollo de altos funcionarios para el ejército y las agencias de inteligencia.

Por ejemplo, el sitio web de Harvard describe uno de sus programas, “Contribuidores en Seguridad Nacional”, como un entrenamiento para “oficiales militares estadounidenses calificados para una educación superior de desarrollo y el equivalente para oficiales civiles de la más amplia Comunidad de Inteligencia”.

Es el ejército el que determina quién es elegible, no la universidad: “La selección para el programa se maneja internamente por parte de los servicios militares y agencias federales respectivas”.

El proyecto “Inteligencia y Defensa”, como lo explican en línea, “enlaza a las agencias de defensa e inteligencia con investigadores, profesores y estudiantes de Belfer [una división] de la Escuela Kennedy para facilitar una mejor elaboración de políticas en el campo y enriquecer la educación de contribuidores y estudiantes sobre defensa e inteligencia”. Las clases para estos programas y otros como estos son enseñadas por una amplia gama de generales, espías, fiscales y diplomáticos activos y retirados. Algunas de las descripciones de cursos incluyen la advertencia: “Este seminario es impartido extraoficialmente y nada dicho puede ser publicado ni grabado sin el consentimiento del conferencista”.

Harvard recibe alrededor de $53 millones por año de fondos del Departamento de Defensa. En el 2015, VICE News la calificó la “más militarizada” de las universidades élites llamadas “Ivy League”. Actualmente, está presentando una exhibición de arte e historia titulada “Para servir a vuestro país mejor: cuatro siglos de Harvard y el ejército”.

La transformación de la universidad en un centro de pensamiento para el imperialismo estadounidense está teniendo lugar de cara a una oposición por parte del grueso del estudiantado, que sentirá repugnancia hacia la aquiescencia de Harvard ante el matonismo de la CIA. El sentir antibélico está tan firmemente arraigado en el cuerpo estudiantil que la administración sólo pudo reintroducir una oficina de reclutamiento militar ROTC en el 2012, cuarenta años después de que los estudiantes echaran al ejército del campus durante la Guerra de Vietnam.

Después de un cuarto de siglo de guerras, prácticamente no hay decisión alguna en las instituciones oficiales de poder burgués —los partidos políticos, la prensa corporativa, los sindicatos, las corporaciones como Google y Amazon, las universidades— en la que las agencias militares y de inteligencia no tengan la última palabra.

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