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Colapso de represa apeligra con dejar miles de muertos en Puerto Rico

Finalmente salió el sol, aunque intermitentemente, el viernes en San Juan, Puerto Rico, después de una noche de lluvias intensas, con más de noventa cm de lluvia en las veinticuatro horas previas. Hay advertencias de cabezas de agua alrededor del territorio, pidiéndole a la población ir a zonas altas. Las tiendas que siguen abiertas se están quedando sin botellas de agua, las cuales están siendo racionadas. A dos días del huracán, virtualmente todos los artículos de primera necesidad escasean.

La pronta falta de comida, combustible y otros bienes esenciales, a pesar de que el racionamiento comenzó antes de que María tocara tierra, es un hecho condenatorio contra la Administración de Ricardo Rosselló, la Junta de Supervisión y Administración Financiera de Puerto Rico, y el Gobierno estadounidense que ha mantenido a la isla bajo su yugo colonial por más de un siglo. Los tres son culpables por la indiferencia y falta de preparación criminales.

A través de la isla, las calles están bloqueadas por postes eléctricos caídos, dejando a todo Puerto Rico sin energía eléctrica. Cientos de árboles fueron arrancados por los vientos sostenidos de 240 km por hora.

Los torrenciales provocaron el fallo parcial de la represa Guajataca en la costa norte, alrededor de 110 km de la ciudad capitalina de San Juan. Las roturas han dejado correr caídas de agua hacia las ciudades debajo de Isabela (pobl. 45 000) y Quebradillas (pobl. 26 000), llevando a llamados de evacuación de emergencia de unas 70 000 personas.

Abner Gómez, director ejecutivo de la agencia de gestión de emergencias AEMEAD, advirtió que “miles de personas podrían morir” de colapsar totalmente la represa.

En la costa sur de la isla, la histórica ciudad de Ponce y segunda más grande de Puerto Rico está incomunicada con el Gobierno central. Su alcaldesa, María Meléndez, declaró que la ciudad “está devastada”. Mientras que no han sido reportadas víctimas mortales, 1295 personas permanecen en refugios. Están sin electricidad y muchas partes del área metropolitana de Ponce tampoco tienen agua. Playa Ponce y otras zonas turísticas fueron severamente dañadas, al igual que Puerto Ponce. Los líderes del Gobierno local han solicitado comida, camas para los refugios y combustible para los hospitales.

Bernardo Márquez, el alcalde de Toa Baja, un suburbio al este de San Juan, reportó que ocho personas se ahogaron ahí. Cuatro mil personas han sido rescatadas de las partes inundadas del pueblo. El miércoles, tres hermanas ancianas fallecieron, cuando buscaban refugio en un hogar desocupado en Utuado y les sobrevino un alud.

Hacia el oeste, hay reportes de que la ciudad de Aguadilla (pobl. 61 000) sufrió daños masivos, incluyendo la destrucción de hogares, semáforos desprendidos y muros divisores caídos. El alcalde describió el horror: “Las casas se han ido volando. Se han ido los techos, en la número dos no se puede transitar, esto es un desastre… Aguadilla está destruido”.

El número de muertos de las devastadoras olas e inundaciones del huracán María en Puerto Rico y otras islas más pequeñas en el Caribe es de 32, con 15 en Puerto Rico. También fueron fatalmente golpeadas Saint Croix, parte de las islas Vírgenes estadounidenses, Dominica, Guadalupe y Martinica.

Los profesionales de la salud ahora predicen que, como ha sucedido en Houston y Florida después de los huracanes Harvey e Irma, la población de mosquitos aumentará explosivamente en las próximas semanas, un brote potencialmente arrasador de enfermedades infecciosas como el Zika, el dengue, el virus del Nilo y la malaria.

La inundación de los anticuados sistemas de desagües en San Juan, Ponce, Arecibo y muchas otras ciudades costeras aumenta el peligro del cólera y otras enfermedades.

Más allá de estos desastres naturales, la colonia semiautónoma de EUA vive un desastre económico y financiero después de haberse declarado en bancarrota hace un poco más de un año y en incumplimiento de una deuda de $74 000 millones. Puerto Rico no tiene acceso al Fondo Monetario Internacional ni al Banco Mundial

La debacle financiera no se materializó de la nada; es el producto de décadas de declive económico, en conjunto con quince años de desindustrialización, huida de capitales y de su fuerza laboral, con una oleada de emigración de jóvenes y profesionales en busca de trabajo y mejores oportunidades.

En la estela de esta pareja de desastres, el natural y el económico, Puerto Rico está contra la pared, tambaleando mientras es empujado a las condiciones de vida del siglo XIX. En resumen, las condiciones de la gran mayoría de puertorriqueños se aproximan más y más a aquellas de Haití, Honduras y otras naciones empobrecidas del istmo y las islas centroamericanas.

Las actividades económicas que permanezcan efectivas no serán suficientes para una recuperación rápida. Lo que se necesita son inversiones masivas en viviendas, educación, salud, caminos, puentes, represas, acueductos y alcantarillados y mecanismos de reducción de mosquitos.

Un artículo del periódico de Miami Nuevo Herald se maravilló al ver cómo los ciudadanos de San Juan tomaron las calles espontáneamente el jueves para ayudar en lo que pudiera, removiendo escombros, árboles y postes de luz de las calles, dirigiendo el tráfico y utilizando sus vehículos para llevar a víctimas a las clínicas.

Sea en México, Florida, Houston o Puerto Rico, estas muestras de solidaridad popular contrastan marcadamente con la indiferencia y falta de esfuerzos y preparación por parte de la clase gobernante y sus lacayos políticos, como el gobernador Ricardo Rosselló y, en el caso de Puerto Rico, la Junta de Supervisión y Administración Financiera. Más allá de sus palabrerías sobre la resiliencia y el espíritu del pueblo puertorriqueño, los capitalistas de la isla y sus amos ya están saboreando la “oportunidad” para una reintensificada extracción de enormes ganancias a costas de la población isleña.

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