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Perspectiva

Trump a un Puerto Rico devastado: ¡Hay que pagarle a Wall Street!

El territorio colonial estadounidense de Puerto Rico fue devastado por un desastre que dejó a su población de 3,5 millones encarando una catástrofe humanitaria total.

Gran parte de la isla quedo arrasada como por una bomba atómica. La frágil red eléctrica fue en gran parte destruida, dejando a millones a oscuras y sin electricidad para tener aire acondicionado o ventiladores con temperaturas de más de 32 grados y una humedad bochornosa.

A pesar de que la cifra oficial de muertos es de 16, no cabe duda de que muchos no han sido contados y que un gran número, particularmente entre ancianos y enfermos que puedan estar atrapados lejos de cualquier asistencia en apartamentos altos o zonas rurales, todavía puede perder su vida.

La alcaldesa de San Juan, Yulín Cruz, le dijo a la prensa: “Lo que hay allá afuera es devastación total. Aniquilación total. Personas literalmente jadeando por aire” en el despiadado calor. Relató que han tenido que sacar a personas de sus hogares en “condiciones cercanas a la muerte”, incluyendo pacientes con diálisis que no han podido recibir sus tratamientos y otros con tanques de oxígeno vacíos.

Al menos el sesenta por ciento de la población está sin agua potable, mientras que la comida escasea. Los hospitales reportan que les quedan pocos días de medicinas y suministros esenciales, además de combustible para los generadores de energía. No se está recolectando la basura y hay calles aun sumergidas. Toman raíz las condiciones idóneas para la propagación de enfermedades letales como el cólera.

Al menos quince mil personas se encuentran albergadas en los refugios, mientras que decenas de miles, sino cientos de miles, están acampando en hogares destruidos y dejados sin techo por los vientos de 250 km por hora del huracán María. Al mismo tiempo, las vidas de alrededor de setenta mil puertorriqueños corren en riesgo por el posible colapso de la represa Guajataca, que podría arrasar con varios pueblos.

Tres cuartas partes de la población se han quedado sin servicio para sus teléfonos móviles. Más allá, la producción agrícola del país ha sido devastada, con el ochenta por ciento de las plantaciones destruidas.

La descripción de la situación en Puerto Rico como “apocalíptica” no es ninguna hipérbole.

Como sucede en tales “desastres naturales”, el huracán María ha expuesto las profundamente arraigadas condiciones de opresión social, pobreza y desigualdad antes de que la tormenta tocara tierra en la isla, con una tasa de pobreza de casi el cincuenta por ciento y un desempleo de doce por ciento.

“No hemos visto ninguna ayuda. Nadie ha estado preguntando qué necesitamos o ese tipo de cosas”, le comentó a Reuters María González, una residente de 74 años del distrito de Santurce en San Juan. Hablando sobre Condado, el área turística con hoteles y restaurantes de la capital, añadió: “Allá sí hay bastante electricidad, pero no hay nada en las áreas pobres”.

Casi una semana después de que impactara el huracán María con la fuerza completa de una tormenta casi de categoría 5, el presidente estadounidense, Donald Trump, se refirió por primera vez al desastre el lunes por la noche con un tuit. “A Texas y Florida les está yendo genial pero Puerto Rico, que ya estaba sufriendo de una infraestructura quebrada y una deuda masiva, está en un gran lío”, escribió Trump, y añadió: “Gran parte de la Isla fue destruida, con miles de millones de dólares… adeudados a Wall Street y los bancos de los que, lamentablemente, tiene que hacerse cargo”.

La ignorancia y arrogancia entremezcladas en este comentario no es sólo el producto de la visión social enfermiza y de tinte fascista de Donald Trump, sino además un reflejo de la negligencia criminal, parasitismo y carácter predatorio de un sistema social entero. La aparente intención de Trump era diferenciar a Texas y Florida —que supuestamente les está yendo “genial”— con Puerto Rico, ostensiblemente culpándolo por la catástrofe por tener el estatus de un deudor moroso ante los bancos en Wall Street.

La realidad es que a una enorme sección de las poblaciones de clase trabajadora y pobres en Houston y Florida no les está yendo para nada “genial”. Perdieron sus hogares, carros y, algunos casos, sus trabajos, y han sido dejados a valerse por sí mismos en busca de medios para vivir.

En cuanto a la deuda de $73 000 millones de Puerto Rico —frente a los $72 000 millones en daños estimados por el huracán María—, consiste del legado de más de un siglo de colonialismo, remontándose hasta la Guerra Hispano-estadounidense de 1898.

El llamado “Estado libre Asociado” de Puerto Rico (establecido en 1952 después de la brutal represión de una revuelta nacionalista) se supone que le daba a los puertorriqueños autogobierno y una ciudadanía estadounidense. No fue más que una ciudadanía de segunda clase, sin siquiera representación en el Congreso ni el derecho a votar en las elecciones presidenciales.

Mientras que en ese entonces Washington promovió el desarrollo del sector manufacturero en su “perfumada colonia”, particularmente de productos farmacéuticos, textiles, petroquímicos y electrónicos por medio de recortes fiscales y mano de obra barata, esta acometida fue detenida al volverse accesibles para el capital estadounidense las plataformas de mano de obra más barata en Asia y otras partes.

Cualquier autonomía local ha sido efectivamente abolida con la creación de EUA de una Junta de Control Fiscal (JCF) que ha asumido el poder del presupuesto de todo el territorio y que está encargada de imponer medidas de austeridad para pagarle a los acreedores y fondos de inversión de Wall Street que fueron activamente en busca de la desesperada deuda puertorriqueña.

A Trump, esto es lo que más le preocupa, que se escurra hasta la última gota de sangre de la ya pálida isla cuyas condiciones económicas y sociales fueron devueltas un siglo.

El repugnante fracaso del Gobierno estadounidense de proveer una asistencia adecuada al pueblo puertorriqueño está siendo impulsado por consideraciones sobre el lucro y los intereses de los multimillonarios banqueros y administradores de fondos de inversión. Ya están poniéndole números a cómo aprovechar la devastación ocasionada por el huracán María para la venta rápida y privatización de infraestructura pública y obtener mayores superganancias de la colonia caribeña de EUA.

El mandatario Trump buscó excusar la falta de ayuda adecuada para Puerto Rico afirmado estúpida y falsamente que la isla “está en el medio de un… gran, gran océano”.

Nadie puede decir seriamente que si Puerto Rico fuese el blanco de una invasión—como la de Irak en el 2003—el Pentágono no habría ya habilitado operativamente sus atracaderos y aeropuertos. Sin embargo, los artículos de ayuda recolectados por los trabajadores puertorriqueños y estadounidenses en EUA siguen almacenados en depósitos y muelles en Miami y otras partes porque el incentivo de ayudar a la población isleña no está ni cerca del que impulsa las guerras de agresión estadounidenses alrededor del mundo.

Lo único que ha podido hacer Washington eficientemente es enviar tropas y policías a la isla a fin de suprimir cualquier revuelta social.

El desastre en Puerto Rico, como el de Houston y Florida que le precedieron, han dejado abundantemente claro que es imposible tener una recuperación ni, mucho menos, una protección ante desastres como los traídos por los huracanes Harvey, Irma y María si no es a través de una ofensiva frontal contra el dominio ejercido por la oligarquía financiera sobre toda la riqueza social y las fuerzas productivas de la sociedad.

Es la clase obrera de Puerto Rico, en conjunto con los trabajadores de EUA e internacionalmente, que tiene que cumplir esta tarea, a partir de una lucha revolucionaria para reorganizar la sociedad sobre los cimientos del control socialista de los medios de producción y los recursos del mundo.

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