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Cómo el internet nos mantiene a salvo de personas como Thomas Friedman

Hay pocas figuras públicas más denunciadas justificablemente por personas sensatas que Thomas Friedman. Como columnista en el New York Times, Friedman ha servido como propagandista de todas las guerras que Estados Unidos ha librado durante las últimas dos décadas, desde el bombardeo en Serbia a las invasiones de Irak y Afganistán, a las operaciones de “cambio de régimen” en Libia y Siria.

Fue Friedman el que enalteció, de infausta memoria, la campaña estadounidense de bombardeos sobre Yugoslavia, declarando, “La mano escondida del mercado nunca funcionará sin el puño escondido —McDonald’s no puede florecer sin McDonnell Douglas, el arquitecto del F-15” —.

Su malicia es sólo superada por su estupidez. El antiguo periodista del Times, Chris Hedges, resumió el carácter público de Friedman en una entrevista reciente con el WSWS, comentando que bien podría escribir para la publicación satírica, The Onion.

Las columnas de Friedman consisten en diatribas pretensiosas y pseudointelectuales propias del personaje de Shakespeare, Polonio. En sus apariciones, da la impresión de ser un comisario de la policía de un pequeño pueblo que ha perdido sus sentidos y se ha autoproclamado un intelectual de clase mundial, del que todos se burlan como parte de una broma de mal gusto.

Tan proverbial iluso, Friedman expulsa sus argumentos reaccionarios más directamente que sus copensadores más pensantes, quienes cuentan con mayor cautela.

Tal es el caso de su última columna, titulada “Desde Rusia con veneno”, donde alienta a los legisladores, Mark Warner y Adam Schiff, quienes han dedicado los últimos meses, como si fueran grandes inquisidores, aguijando a Facebook y Twitter para que confiesen ser los inconscientes cómplices de los intentos de Rusia para subvertir las elecciones estadounidenses del 2016.

En el proceso, Friedman detalla una legitimación a voleo de la censura estatal, dejando ver a través de los impulsos profundamente autoritarios detrás de la histeria azuzada por los demócratas y los diarios Washington Post y New York Times contra las “noticias falsas” rusas, tomada en función de censurar puntos de vista de oposición por parte de dichas plataformas de redes sociales y Google.

“Existe un sueño permanente en el mundo tecnológico de que, cuando todas las personas y los datos del mundo estén conectados, éste será un lugar mejor”, escribe Friedman. “Sin embargo, el camino se vuelto una pesadilla —un mundo en el que miles de millones de personas están conectadas pero sin suficientes estructuras legales, normas de seguridad ni músculos morales de entre las compañías y los usuarios para manejar todas estas conexiones sin abuso—”.

Friedman explica que las últimas elecciones demostraron que Facebook y Twitter “conectaron a más personas de las que podían manejar y que han sido inocentes respecto a la cantidad de gente mala abusando sus plataformas”.

La falta de “moral” de estas empresas fue su falta de entusiasmo al aceptar la absurda mentira de Warner de que fueron invertidos $44,.00 en anuncios “rusos” para balancear el resultado de las elecciones estadounidenses del año pasado, además de su renuencia a publicar una lista negra de cuentas supuestamente controladas por “agentes rusos”.

Friedman denota presumidamente, “En noviembre pasado, el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, desechó como una ‘idea bastante loca’ la evidencia que personas utilizaron Facebook para generar noticias falsas e inclinar las elecciones estadounidenses”. No fue hasta después de que recibió una visita personal de Warner, sin duda cargada de amenazas, que Zuckerberg admitió, “Haber llamado eso loco fue displicente y lo lamento”.

Friedman atribuye estas presuntas transgresiones morales a la creencia equivocada de las compañías de Internet de que su negocio es facilitar una mayor comunicación, en vez de bloquearla.

“Una razón por la cual Facebook tardó en responder es que su modelo de negocio era absorber a todos los lectores de los periódicos y las revistas dominantes y absorber todos sus anunciantes —pero el menor número posible de sus editores—”.

No cabe duda que Friedman se requiere aquí a editores como los del Times, uno de los cuales, Bill Keller, declaró de forma infame que la Libertad de Prensa incluye la “libertad de no publicar”.

En el internet, los lectores pueden elegir entre contenido “editado” por trafagadores como Keller y material publicado por WikiLeaks y comentado por escritos críticos como Seymour Hersh, Chris Hedges y Robert Parry, sin mencionar al World Socialist Web Site, el cual denuncia a “editores” como Keller y el actual director de la página editorial del Times bien conectado con la CIA, James Bennet, como propiciadores y cómplices de crímenes de guerra.

La propia admisión de Friedman de que las fuentes de noticias “alternativas” se están llevando “todos los lectores de los periódicos convencionales” deja claro cuáles son las fuentes que prefieren los lectores.

Si bien Friedman es reconocido como un visionario en la sala de redacción del Times y en las entrevistas por televisión, en línea, donde existe una libertad de la prensa auténtica, es ridiculizado como un bruto y un criminal. En cuantiosos artículos, muchos de los cuales han aparecido en el World Socialist Web Site, se ha hecho el caso de que, si el derecho internacional se hiciera vigente como lo fue durante los juicios de Nuremberg, donde fueron procesaron los propagandistas probélicos bajo el mismo grado de culpabilidad de los líderes políticos que libraron las guerras criminales, Friedman tendría que ser enjuiciado.

El propósito básico de Friedman es prevenir que tales críticas encuentren una audiencia. El siguiente pasaje expresa más claramente su autoritarismo: “La democracia estadounidense fue construida con base en dos principios: la verdad y la confianza”, añadiendo luego, “Debemos confiar en que nuestras elecciones sean justas, lo que permite nuestros traspasos de poder pacíficos”.

En realidad, todo lo contrario es cierto. Bernard Bailyn, en su magistral obra Los orígenes ideológicos de la Revolución norteamericana, deja claro que la democracia estadounidense no se fundó de ningún modo en la confianza, sino en una profunda desconfianza de toda autoridad. Procede, desde luego, la suposición de que los gobernantes están mintiendo.

“Un mejor mundo jamás conocido”, señala Bailyn, “se podía construir donde se desconfiara de la autoridad y se mantuviese bajo constante escrutinio… donde se guardara celosamente y se restringiera severamente el empleo del poder sobre las vidas de los hombres. Sólo donde se diera este desafío, este rechazo a someterse, esta desconfianza de toda autoridad, política y social, que las instituciones pudieron expresar aspiraciones humanas, en vez de aplastarlas”.

El crecimiento explosivo del Internet se nutre de este mismo impulso. Les permite a las personas de todo el mundo acceder información crítica de mentirosos corruptos como Friedman y les da los ingredientes necesarios para desacreditarlos ante la corte de la opinión pública.

Es por esta razón que Friedman apoya la censura del Internet.

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