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Perspectiva

Trump, Irán y la búsqueda estadounidense por la hegemonía mundial

Concluyendo su belicista y deshonesto discurso del viernes pasado, el presidente estadounidense, Donald Trump, prometió acabar con el acuerdo nuclear con Irán del 2015, al menos que sea reescrito incorporando las demandas de EUA.

Su intervención recalcó la arrogancia y criminalidad de la burguesía estadounidense, denunciando a Irán por expandir “el conflicto, el terrorismo y el desorden en toda la región de Oriente Medio y más allá”. Esto proviene del líder de un país que ha sujeto a la población de Oriente Medio a horrores indescriptibles, librando una guerra de agresión tras otra que han destruido sociedades enteras y dejado a millones de fallecidos y a millones más desplazados en Afganistán, Irak, Libia, Siria.

Trump denunció la revolución de Irán de 1979, pintando al Gobierno burgués-clerical de Irán como un régimen discorde al derecho internacional y, en cambio, a EUA como el protector de los derechos democráticos de los iraníes.

Como si las masas iraníes hubiesen olvidado que la CIA organizó un golpe de Estado en 1953 para derrocar al presidente electo, Mohamed Mossadeq, e instalar la brutal dictadura del Shah, que Washington mantuvo en el poder por el cuarto de siglo que siguió. Tampoco han olvidado que por las últimas cuatro décadas, EUA ha realizado una campaña implacable contra Irán, amenazando al país repetidamente con ser atacado, apoyando a Bagdad durante los ocho años de la guerra entre Irán e Irak (1980-88) e imponiendo sanciones económicas punitivas que culminaron, bajo Obama, en una guerra económica completa.

Trump dejó claro que sus demandas de “corregir” las “muchas fallas” del acuerdo nuclear no es negociable. Este fue un ultimátum de que Teherán tendrá que desarmarse unilateralmente mientras EUA mantiene su armada en el Golfo Pérsico y arma hasta los dientes a sus aliados regionales en Arabia Saudita e Israel. Requeriría que Irán acepte incursiones permanentes a su soberanía y su reducción de facto al estatus de un Estado vasallo.

Dichas demandas incluyen: hacer permanentes las restricciones estrictas al programa nuclear civil de Irán, que se supone que caduquen en el onceavo año según el acuerdo; permitir inspecciones indiscriminadas de sitios militares iraníes por el Organismo Internacional de Energía Atómica; y desmantelar el programa de misiles balísticos iraní.

Los líderes europeos respondieron molestos, denunciando a Washington por actuar como si bajo sus propias leyes, incitar una carrera global armamentística nuclear y recrudecer el peligro de una guerra en Oriente Medio y la península coreana. El ministro de Relaciones Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, advirtió que, si EUA insiste en seguir este camino, “nos empujará a los europeos a una posición común con Rusia y China contra Estados Unidos”.

Lo que pasaría no está claro. Gran parte de la cúpula política, militar y de seguridad de EUA, incluyendo a los principales asesores del mismo Trump —el secretario de Defensa, James Mattis, el secretario de Estado, Rex Tillerson, y el asesor de Seguridad Nacional, H.R. McMaster— le han sugerido a Trump que no concluya el acuerdo con Irán. Ambos, Mattis y el comandante del Estado Mayor Conjunto, el general Joseph Dunford, testificaron frente al Congreso la semana pasada reconociendo que Irán está cumpliendo con las provisiones del acuerdo nuclear y que mantener el acuerdo vigente está dentro de los intereses de Estados Unidos.

Esta postura no se debe a que los generales de Trump tengan una menor determinación para subordinar a Irán y asegurar la hegemonía de EUA en Oriente Medio, la mayor región exportadora de petróleo del mundo y un pivote estratégico entre Asia, África y Europa.

El Partido Demócrata y los críticos de la prensa no son nada diferentes. Los diarios New York Times y Washington Post han exigido con urgencia una ofensiva militar y diplomática más agresiva de EUA contra Irán, comenzando en Siria, donde Teherán protagonizó la derrota de las fuerzas islamistas respaldadas por EUA. En un editorial el sábado, titulado “Trump ha establecido un curso peligroso con Irán”, el Washington Post acusa al mandatario de “insensatez geopolítica” y lo regaña por “no tener un plan claro para abordar el atrincheramiento militar iraní en Siria, el cual está arriesgando detonar un nuevo conflicto con Israel”.

Si bien los desacuerdos son marcados, son meramente tácticos y conciernen cuál es el blanco pertinaz y el tiempo más apropiado para la siguiente guerra estadounidense, frente a un temor generalizado de que un enfrentamiento con Irán socave las ofensivas estratégico militares contra China y Rusia y empeore las relaciones de EUA con sus aliados europeos tradicionales, los cuales han continuado desempeñando un importante papel mediante la OTAN en proyectar el poder global estadounidense, particularmente contra Rusia.

La oposición del plan de Trump de echar a la basura el acuerdo con Irán es un factor más en la guerra política sin precedentes en Washington, la cual ha alcanzado el punto de que se discute públicamente la Vigesimoquinta Enmienda de la Constitución del país para destituir a Trump.

Con el plan de Trump de utilizar el dominio de Wall Street el sistema bancario mundial y el acceso al mercado estadounidense para obligar a los europeos a imponer nuevas sanciones económicas contra Teherán, dicha problemática amenaza con ahondar la ya enconada riña comercial entre EUA y Europa, especialmente Alemania. Las potencias europeas ya están discutiendo acciones de represalia.

Los imperialistas europeos no son menos predatorios que Washington. Fueron partícipes claves en la guerra económica contra Irán. Sin embargo, la reforzada ofensiva estadounidense contra Teherán apeligra sus planes para invertir miles de millones y explotar económicamente a Irán, el cual cuenta con las cuartas mayores reservas de crudo del mundo y las mayores reservas de gas natural. Más allá, debido a la proximidad a Oriente Medio y su dependencia de sus fuentes energéticas, temen que otra guerra estadounidense —una que podría absorber rápidamente a potencias nucleares como Rusia y China— desencadene una crisis desestabilizante.

Mientras que Trump es un catalizador, la fuente principal de las divisiones dentro de la burguesía estadounidense en cuanto a la política hacia Irán y aspectos estratégicos imperialistas más generales yace en el fracaso de la campaña que Washington inició en la estela de la disolución de la Unión Soviética para detener la erosión de su poder económico por medio de guerras de agresión.

Procurando la hegemonía global, EUA ha asolado Oriente Medio. Irán ha sido uno de los principales blancos de la agresión estadounidense, con tropas americanas invadiendo dos de sus vecinos. Pese a esto, Irán ha sido capaz de expandir su influencia, mientras que tanto Rusia como China son ahora importantes fuerzas económicas y geopolíticas en Oriente Medio, lo que se ha combinado para frustrar los planes de Washington de emplear indirectamente milicias para derrocar al Gobierno sirio, como lo hizo con éxito en Libia.

La respuesta del imperialismo norteamericano a estos reveses ha sido acelerar sus planes de guerra, dirigiéndose directamente contra sus principales rivales, comenzando con China y Rusia. Por su parte, Europa y Japón, se están rearmando agresivamente para reafirmar sus propios intereses imperialistas en oposición a los de EUA.

La humanidad se enfrenta a un peligro real y presente de ser arrastrada por las potencias imperialistas a una Tercera Guerra Mundial, esta vez con armas nucleares.

No existe una facción que favorezca la paz dentro de las élites gobernantes de ninguna de las mayores potencias. La fuerza social que puede detener este descenso hacia un holocausto nuclear es la clase obrera internacional, movilizada con base en un programa socialista e internacionalistas para derrocar el capitalismo, la fuente de las guerras, la desigualdad social y la dictadura. El Comité Internacional de la Cuarta Internacional está luchando por construir un movimiento internacional de masas contra la guerra sobre esta base revolucionaria.

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