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Perspectiva

La crisis del Partido Republicano y las fracturas del sistema bipartidista de Estados Unidos

El estallido de una guerra entre la cúpula del Partido Republicano y el Gobierno del presidente Donald Trump marca una nueva etapa en la crisis política dentro de Estados Unidos.

Dicho conflicto alcanzó un punto crítico el martes con el discurso de Jeff Flake ante el Senado, donde anunció que no buscaría una reelección y denunció las acciones de Trump como “peligrosas para la democracia” y como una amenaza para “la eficacia del liderazgo de EUA alrededor del globo”. Su discurso se dio después de una serie de declaraciones atacando a Trump de parte de dirigentes republicanos, incluyendo a los senadores John McCain (presidente de la Comisión de Servicios Armados) y Bob Corker (presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores) y el expresidente George W. Bush.

Los líderes demócratas dieron un espaldarazo a Flake, un agresivo derechista en materia fiscal y arduo promotor de las medidas de austeridad. El líder de la minoría del Senado, Charles Schumer, lo llamó “uno de los mejores seres humanos que he conocido en la política”, añadiendo luego que “será extrañado”.

El desencadenamiento de este enfrentamiento político dentro del Partido Republicano es tan sólo el último episodio de un conflicto dentro del Estado norteamericano que ha continuado desde la campaña electoral de Trump y que se ha intensificado durante los últimos diez meses de su Administración. En el medio de esta lucha, lo que hay son diferencias en política exterior, con los oponentes republicanos de Trump denunciando la dirección de su ultranacionalismo de “Estados Unidos ante todo”. Califican esta política de destructiva para el dominio global de EUA, particularmente respecto a las relaciones de Washington con sus aliados tradicionales y la ofensiva política y militar contra Rusia y China.

Desde el principio de la carrera electoral, la estrategia de Trump fue explotar el descontento social y económico y el disgusto generalizado hacia el Partido Demócrata para alimentar el desarrollo de un movimiento extraparlamentario, ultraderechista y de tendencia fascista. Su nombramiento de Steven Bannon, el editor de Breitbart News, como su estratega en jefe dio la señal de que continuaría esta orientación en la Casa Blanca. Como escribió el World Socialist Web Site en ese momento, que “alguien con vínculos directos con varias organizaciones fascistas, racistas y del movimiento de supremacía de la raza blanca vaya a convertirse en la mano derecha del próximo presidente son hechos de suma importancia política”.

En ese momento, la orientación política fascista de Trump y Bannon contaba con un apoyo substancial de la élite empresarial y financiera, y lo sigue teniendo. La agenda de contrarrevolución social del Gobierno de Trump, sus recortes a los impuestos de los ricos y aumentos al gasto militar cuentan con un amplio apoyo en Wall Street y el Pentágono.

Al mismo tiempo, secciones importantes de la burguesía también tienen inquietudes acerca de las implicaciones que la llegada al poder de Trump pueda tener para los intereses estratégicos en el extranjero del imperialismo estadounidense y para la estabilidad política dentro del país.

Después de que Trump se solidarizara con los grupos fascistas que se amotinaron en Charlottesville, Virginia, en agosto, Bannon, quien ya había comenzado una riña con el jefe de personal de la Casa Blanca y exgeneral marine, John Kelly, fue expulsado de su puesto como estratega en jefe y volvió a su vieja posición en Breitbart .

El carácter de la partida de Bannon se asimiló más a una liberación de las limitaciones de la Casa Blanca que una democión. Desde que dejó el Gobierno, Bannon ha seguido una estrategia política de atacar a los titulares republicanos, incluyendo a Flake, que no se alineen con la agenda de nacionalismo extremista y racismo antiinmigrante de la Administración Trump.

Los conflictos políticos dentro de Estados Unidos reflejan procesos globales. En país tras país, los movimientos ultraderechistas han podido explotar el vacío político creado por la marcha derechista de los partidos socialdemócratas y laboristas, los cuales abandonaron desde hace mucho tiempo cualquier preocupación por los problemas de la clase obrera.

El martes, el partido de tinte fascista Alternativa para Alemania hizo su debut en el Parlamento alemán después de ganar 94 escaños en las elecciones de setiembre, viéndose beneficiado del colapso electoral del Partido Socialdemócrata.

En Austria, se espera que el ultraderechista Partido de la Libertad forme parte del Gobierno después de que aumentara su voto en siete puntos porcentuales el mes pasado, llegando al segundo lugar por encima de los socialdemócratas. El partido de un populista derechista y multimillonario ganó las elecciones la semana pasada en la República Checa, donde los socialdemócratas también sufrieron un colapso.

El antiinmigrante Partido de la Independencia de Reino Unido, surgió como una fuerza política líder después del referéndum de la salida británica de la Unión Europea o brexit el año pasado. En Francia, la dirigente del Frente Nacional, Marine Le Pen, obtuvo el 34 por ciento en las elecciones presidenciales este año, llegando así a la segunda ronda que ganó Emmanuel Macron. En Japón, el militarista de derecha, Shinzo Abe, fue reelecto primer ministro con un margen substancial.

En Estados Unidos, Trump, en alianza con Bannon, procura seguir una estrategia similar a fin de tomar control del Partido Republicano o instigar una división que ponga fin al sistema bipartidista.

En paralelo con los desarrollos internacionales, Trump explotó el carácter reaccionario y militarista del Gobierno de Obama, del Partido Demócrata y de la campaña de Clinton. Clinton se presentó como la candidata de Wall Street y del aparato militar y de inteligencia, en una alianza con secciones privilegiadas de la clase media alta basada en la política de identidad. Despreció abiertamente la crítica situación que viven los trabajadores por despidos masivos y la destrucción de los salarios y las pensiones, promoviendo la injuriosa afirmación que Trump le debió su éxito electoral al racismo dentro de la “clase obrera blanca”.

En la estela de la elección de Trump, los demócratas se han trasladado incluso más hacia la derecha, incluyendo su decisión la semana pasada de echar a los simpatizantes de Bernie Sandres del Comité Nacional Demócrata. Han encubierto el alcance del significado de la elección de Trump y de su nombramiento de figuras como Bannon.

El enfoque de los Demócratas desde las elecciones en noviembre ha sido librar una campaña frenética sobre una presunta intervención rusa durante la carrera electoral. Esta ha sido utilizada como un apalancamiento en las disputas dentro de la clase gobernante sobre política exterior y, de manera más explícita que nunca, legitimar la censura del Internet y el aplastamiento de la libertad de expresión.

La orientación central de los demócratas es obtener el respaldo de las fuerzas armadas y de las agencias de inteligencia, las cuales están surgiendo como los arbitrantes de la política estadounidense. La orientación del Partido Demócrata fue precisada por el columnista del New York Times, Thomas Friedman, publicada ayer, donde Friedman llama de nuevo a una intervención de los militares contra Trump.

Dirigiéndose al secretario de Defensa, James Mattis, conocido por comandar las fuerzas estadounidenses en la destrucción de Faluya en el 2004, Friedman le pidió pasar a la “acción”. “No estoy hablando de un golpe de Estado… Trump necesita saber que es ahora tu manera o largarse —no la de él—”. En otras palabras, el ejército tiene que tomar control, sea a través de un golpe u otra forma.

Este agrietamiento del sistema político es una expresión de la crisis intratable del capitalismo estadounidense. No hay un lado progresista ni democrático en los conflictos dentro de la burguesía. Los críticos republicanos del mandatario incluyen a un criminal de guerra y defensor del uso de la tortura (George W. Bush), un militarista fanático (McCain), un aliado cercano de Wall Street y el ejército (Corker) y un promotor derechista de los recortes sociales (Flake).

No puede surgir nada progresista de una resolución de la crisis desde arriba por medio de algún tipo de golpe palaciego. Tal arreglo sólo empujará todo el sistema político todavía más a la derecha y será acompañado de una escalada en los ataques contra la clase obrera y en la marcha hacia una guerra mundial.

La crisis política en la que Washington se encuentra sumido es factor distintivo de una situación prerrevolucionaria. Se asoman explosiones sociales. La tarea crítica de la clase obrera es avanzar una solución propia e independiente a esta crisis y no permitir ser arrastrada por ninguna facción de la élite gobernante. La lucha de los trabajadores contra Trump y toda la burguesía plantea la urgencia de construir un movimiento político de masas en oposición tanto a los demócratas como los republicanos y dirigido a derrocar al capitalismo.

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