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Perspectiva

Un general deja escapar información sobre una escalada estadounidense en Siria

Cuando los reporteros en el Pentágono le preguntaron en una rueda de prensa televisada el martes acerca del número de tropas estadounidenses actualmente en Siria, el general mayor del Ejército, James Jarrard, quien comanda las Fuerzas de Operaciones Especiales de Tareas Conjuntas en Irak y Siria, respondió que el número era “un poco mayor a 4000”.

Esta figura sorprendió a los miembros de la prensa, ya que recientemente se había reportado que la cifra de efectivos en territorio sirio, participando en la intervención ilegal de EUA, superaba los 1000, ya el doble del techo oficial que había establecido el Gobierno de Obama y que ostensiblemente estaba siendo obedecido por el presidente Donald Trump.

Sin embargo, el Gobierno de Trump anunció en abril que le estaría dando a la cúpula militar la autoridad de mantener los límites de tropas que considerase apropiados, permitiéndoles expandir rápidamente las intervenciones estadounidenses en Oriente Medio sin anunciarlo. Los generales han recibido una autoridad similar respecto a la guerra de dieciséis años en Afganistán.

Cuando un reportero repitió la figura de 4000 tropas estadounidenses en Siria y se refirió a los reportes previos que rondaban los 1000 soldados, el general se trabó momentáneamente y, aparentemente recibiendo instrucciones por su auricular dijo, “Lo siento, me equivoqué ahí; hay aproximadamente 500 tropas en Siria”.

Lo que no está claro es si el general verdaderamente “sólo cometió un error”, como indicó luego el Pentágono, o si accidentalmente reveló que el número de soldados y marines estadounidenses interviniendo en Siria se ha cuadruplicado en los últimos meses. Anteriormente, varios estimados creíbles de analistas militares señalaban un aumento a 2000 soldados.

Las tropas adicionales que sobrepasan el techo oficial de 503 han sido difíciles de esconder. Las unidades de artillería del Cuerpo de Marines estadounidense habían sido desplegadas a Siria para asistir con la destrucción de Raqqa y otros centros urbanos. Han sido fotografiados Rangers del Ejército cruzando el norte del país en vehículos de combate Stryker, mientras que los helicópteros de ataque y su personal han participado en los combates.

Este año, el Pentágono reveló que el número real de tropas estadounidenses en Afganistán excedía los 11 000, en vez de los 8400 que había reportado previamente. Este subregistro deliberado era mantenido con la duplicidad de la prensa estadounidense. La revelación se dio cuando el Gobierno de Trump les dio a los militares un control completo para intensificar la guerra más larga de Washington. Mientras que están siendo enviadas otras 4000 tropas estadounidenses, Trump y su secretario de Defensa, el exgeneral marine James Mattis, han insistido en que el número exacto se mantenga secreto para no “soplarle” al enemigo.

El secretismo en torno a la intervención en Afganistán se opacó aún más esta semana, con el ejército estadounidense censurando los reportes trimestrales que ha publicado el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR, por sus siglas en inglés) durante los últimos nueve años. Estos informes monitorean la eficacia de los cientos de miles de millones de dólares gastados para subyugar a la nación sudasiática. Esto ha coincidido con el anuncio de que la CIA recibió por primera vez la autorización para realizar ataques con drones y organizar milicias para “cazar y matar”, un cambio de funciones militares a la agencia de inteligencia estadounidense.

La CIA lleva a cabo operaciones como estas frecuentemente, utilizando tanto sus propias fuerzas encubiertas como personal militar. El único motivo por el cual colocar estas actividades bajo el control de la CIA es para encubrir con un manto de confidencialidad algunas de las acciones más sanguinarias contra el pueblo afgano.

Luego, está Níger, donde las muertes de cuatro Boinas Verdes en combate el mes pasado puso en enfoque lo que había sido una guerra secreta. Alrededor de mil tropas estadounidenses se encuentran movilizadas en el país, localizado en el centro de África Occidental y en sus fronteras. Incluso los líderes del Senado estadounidense indicaron no saber nada al respecto. Independientemente de la sinceridad de estas afirmaciones, los políticos entendían claramente que la guerra en Níger y el hecho de que los tentáculos de AFRICOM, el comando continental de las fuerzas estadounidenses, se estiran cada vez más con alrededor de 6000 tropas en 24 naciones africanas eran secretos bien guardados del pueblo estadounidense.

El Pentágono ha dejado bien claro que la intervención militar en la región africana del Sahel tan sólo se intensificará. Esto fue subrayado por el primer ministro de Níger, Brigi Rafini, quien señaló que su Gobierno está preparado para permitirle a EUA realizar ataques con drones dentro de su territorio.

Detrás de las mentiras y el secretismo sobre los despliegues militares en toda el área de África Occidental a Oriente Medio y el sur de Asia, hay una mentira incluso mayor en cuanto al propósito de estas intervenciones, siendo llevadas a cabo bajo el pretexto de la interminable “guerra contra el terrorismo”.

La intervención siria expone la completa duplicidad de este argumento. El hecho de que Washington ha sido el principal patrocinador del terrorismo contra el pueblo sirio, canalizando más de mil millones de dólares en armas y efectivo para las milicias islamistas asociadas con Al Qaeda en una guerra sangrienta cuyo propósito ha sido cambiar el régimen sirio. Sus aliados regionales más importantes, Arabia Saudita, Qatar y Turquía, han derramado miles de millones más para alimentar el conflicto, el cual ha cobrado cientos de miles de vida y dejado a millones de refugiados.

La expansión del despliegue estadounidense en Siria no va dirigida contra Estado Islámico, una entidad plenamente colapsada, sino a tomar control de territorios, particularmente de las zonas petroleras del este de la provincia de Deir ez-Zor, a fin de socavar al Gobierno de Bashar al Asad y combatir la influencia regional de los principales Estados aliados de Asad, Irán y Rusia.

La intervención estadounidense en Afganistán también se debe a consideraciones similares, donde el imperialismo estadounidense busca mantener su dominio militar de la región estratégica y rica en petróleo alrededor de la cuenca del Caspio. Sucede algo parecido en Níger, donde EUA está intentando utilizar su poderío militar para contrarrestar el auge de China como principal socio comercial del continente.

Todos estos conflictos regionales tienen el potencial de convertirse en guerras mundiales de escala total, enfrentando al imperialismo estadounidense con potencias nucleares como Rusia y China.

Más allá del asombro que fingieron los senadores estadounidenses ante la revelación de las operaciones estadounidenses en Níger, el Congreso no tiene el apetito para reafirmar su mandato constitucional de declarar guerras, habiéndolo cedido desde hace mucho tiempo a la Casa Blanca y al Pentágono.

En una audiencia ante la comisión sobre asuntos exteriores del Senado el lunes, el secretario de Defensa, el general “Perro Rabioso” Mattis, y el secretario de Estado, Rex Tillerson, manifestaron que, mientras que si quiere el Congreso puede aprobar una nueva Autorización para el Uso de la Fuerza Militar (AUMF, por sus siglas en inglés) como una hoja de parra para las guerras e intervenciones globales de Washington, no les molesta seguir la charada de utilizar el AUMF del 2001, promulgado después de los atentados terroristas del 11 de setiembre, para legitimar todas estas acciones y cualquier acto de agresión en el futuro.

Al mismo tiempo en que se recrudece el peligro de guerra y en que la facultad de ordenar una escalada militar recae firmemente en una camarilla derechista de generales retirados y activos, el Partido Demócrata no ha montado ninguna oposición a la Administración Trump con respecto a la guerra. Al contrario, ha trabajado con el Pentágono y la CIA para librar una campaña de histeria antirrusa para sentar las bases de una conflagración nueva e incluso más terrible.

No existe ninguna base de apoyo entre los grupos de poder estadounidenses para frenar al ejército estadounidense ni para defender los derechos democráticos fundamentales. La lucha contra la guerra y la amenaza de una dictadura requieren la construcción de un nuevo movimiento de oposición a las guerras, uno basado en un programa socialista para movilizar a la clase obrera internacionalmente contra el sistema capitalista.

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