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Perspectiva

Las imputaciones en torno a la campaña de Trump y la crisis política en Estados Unidos

Las imputaciones contra los asesores de campaña de Donald Trump el lunes por parte del fiscal especial y exdirector del FBI, Robert Mueller, marcan una escalada significativa de la crisis política en Estados Unidos.

El exjefe de campaña de Trump, Paul Manafort, y el asistente desde hace mucho tiempo de Manafort, Richard Gates, quien también formó parte del equipo de campaña del mandatario, fueron señalados como responsables de 12 cargos por lavado de dinero, conspiración, dar informes falsos y no registrarse como agentes de un Gobierno extranjero. Esta última acusación concierne su trabajo como cabilderos en servició del expresidente ucraniano, Victor Yanukovych y su partido político prorruso.

Para Trump, puede que la confesión del exasesor de política exterior de su campaña, George Papadopoulos, represente una mayor amenaza. Desde que fue arrestado en julio, ha estado cooperando con la investigación de Mueller. El 5 de octubre, alcanzó un acuerdo de culpabilidad, admitiendo haberles mentido a agentes del FBI; sin embargo, Mueller mantuvo los cargos en su contra y el acuerdo en secreto hasta el lunes.

Papadopoulos declaró ante los fiscales bajo Mueller que él se había reunido con varios rusos en el 2016, quienes indicaron tener conexiones con el Kremlin y le ofrecieron a la campaña de Trump “trapos sucios” sobre la candidata presidencial demócrata, Hillary Clinton. Los documentos de la corte citan discusiones sobre buscar contactos rusos entre Papadopoulos y otros altos oficiales de la campaña de Trump, uno de los cuales fue identificado por la prensa como Manafort.

Los demócratas han calificado esto como evidencia de una colusión entre la campaña de Trump y el Gobierno ruso del presidente Vladimir Putin con el objetivo de cambiar el resultado en las elecciones del 2016 a favor de Trump.

Es prácticamente una certeza que habrá más imputaciones como parte de una investigación centrada en el mismo Trump. Mueller fue nombrado como fiscal especial después de que Trump despidiera al entonces director del FBI, James Comey, en mayo. Fue concedido el poder para investigar una supuesta trama rusa en las elecciones del año pasado y cualquier obstáculo a la justicia que Trump o su personal hayan puesto.

En una serie de tuits, Trump puso de lado las imputaciones contra Manafort y Gates señalando que no tienen ninguna conexión con su trabajo en las elecciones y llamó a Papadopoulos un mentiroso que no tuvo ningún papel importante en su campaña. Sus aliados derechistas, incluyendo al editor de Breitbart News, Stephen Bannon, y la página editorial del Wall Street Journal, propiedad de Rupert Murdoch, están urgiendo a los republicanos a que exijan la renuncia de Mueller, hagan algo para estrangular su investigación, dejen de realizar investigaciones legislativas sobre la interferencia rusa en las elecciones y se enfoquen en cambio en investigar las acusaciones de una colusión de los demócratas con Moscú.

Las imputaciones marcan una nueva etapa en el feroz conflicto dentro de la clase gobernante estadounidense, el cual no ha dado tregua desde la campaña electoral y, más bien, se ha intensificado desde la inauguración de Trump como presidente. En esta disputa, ningún lado avanza algo democrático ni progresista.

El Gobierno de Trump es controlado por generales y multimillonarios y constituye el Gobierno más reaccionario en la historia de EUA y un enemigo despiadado de la clase trabajadora. Mientras amenaza a Corea del Norte con un ataque nuclear, realiza provocación tras provocación contra Irán y China, destruye el acceso a la salud en EUA, elimina regulaciones para las grandes empresas, promueve la violencia policial, hostiga a los inmigrantes y prepara un multibillonario recorte fiscal para los ricos, puede contar con el apoyo de amplias capas de la oligarquía financiera y secciones de la cúpula militar.

En colaboración con Bannon, Trump está cultivando deliberadamente el desarrollo de un movimiento ferozmente nacionalista, pseudopopulista, extraparlamentario y, de ser necesario, independiente del Partido Republicano.

No obstante, ¿en qué se basa la oposición de los demócratas a Trump? En ninguno de los comentarios en el New York Times, Washington Post ni los otros medios alineados con el Partido Demócrata, se puede encontrar alguna referencia a las reaccionarias políticas de Trump a nivel nacional o internacional. En cambio, los demócratas han atacado a Trump por ser demasiado “suave” con Rusia y han dirigido sus apelaciones al ejército y a las agencias de inteligencia.

Mueller, quien encabezó por muchos años el FBI, es la personificación del Estado profundo—la burocracia policial, militar y del aparato de espionaje que no fue elegida ni tiene que rendir cuentas, pero que es la que tiene la verdadera última palabra en la política exterior y nacional de EUA—. El Partido Demócrata está conectado a este reaccionario aparato de represión y violencia desde la médula.

Su oposición a Trump no va dirigida ni a su glorificación del ejército ni a sus amenazas belicistas alrededor del mundo. Recientemente, aprobaron con una mayoría abrumadora el mayor presupuesto del Pentágono en la historia del país, superando incluso el monto solicitado por Trump. Más allá, están buscando aprobar en el Congreso una nueva autorización para el uso de la fuerza militar que sirva como un cheque en blanco para intervenciones militares.

Han incluso abandonado su fachada de oponerse a los ataques de Trump contra inmigrantes y refugiados, mientras están activamente pescando por nuevos recortes en salud y una enorme rebaja en las tasas de impuestos para las empresas.

Bajo condiciones en las que los índices de aprobación de Trump han caído a niveles sin precedentes y el Partido Republicano encara una ruptura abierta entre facciones pro-Trump y anti-Trump, lo último que quieren los demócratas es incitar una movilización popular en oposición a las políticas estatales. Ante todo, los demócratas están de acuerdo con el programa de guerra, austeridad y represión de la Administración actual. En segundo lugar, temen mil veces más la amenaza de un resurgimiento de la oposición de la clase obrera que las represalias de sus oponentes dentro de la burguesía.

Las acusaciones sobre una trama rusa, basadas en las indicaciones de las agencias de inteligencia, no en los hechos, han tomado el carácter de una caza de brujas neomccarthista en la que toda oposición social y política a las políticas de la burguesía es atribuida a una intervención perniciosa del Kremlin

La reaccionaria y absurda narrativa de una subversión rusa ha virado cada vez más hacia la supresión de la oposición política izquierdista y antibélica. Con los demócratas y sus medios de comunicación aliados como el New York Times y el Washington Post liderando esta campaña, la supuesta amenaza de “noticias falsas” inspiradas por Rusia ha sido utilizada para reprimir las redes sociales y el Internet en general, a través de listas negras de páginas web izquierdistas y progresistas, siendo el World Socialist Web Site un blanco especial, que los gigantes tecnológicos, Google, Facebook y Twitter han hecho valer. Dicha campaña se ha convertido tan explícitamente como nunca en un ataque a la libertad de expresión y diálogo políticos.

El carácter derechista de la oposición de los demócratas a Trump quedó resumido en una columna publicada el martes en el New York Times. Bajo el título “La trama contra Estados Unidos, Michelle Goldberg, quien ha escrito para la revista Nation y el sitio Salon y forma ahora parte del personal de la revista asociada con los demócratas American Prospect, denuncia la “campaña contra nuestra democracia” de Trump y Rusia y declara que “pese a toda su fanfarronería nacionalista, su campaña fue un vehículo para una subversión rusa”.

Al mismo tiempo, el columnista sobre política exterior del New York Times, Thomas Friedman, ha publicado un artículo de opinión tras otro llamando a los generales del gabinete de Trump a derrocarlo y tomar directamente las riendas del Estado.

Como escribió el World Socialist Web Site el 13 de junio, 2017 (en el inglés original), “Un golpe palaciego o la lucha de clases: La crisis política en Washington y la estrategia de la clase obrera”:

Para la clase obrera, Trump y su Gobierno representan un enemigo sanguinario dedicado a la destrucción de sus derechos democráticos y sus niveles de vida. Es un Gobierno cuya agenda internacional se basa en el chauvinismo de “EE. UU. ante todo”. La clase obrera debe oponerse a este Gobierno y buscar su eliminación. Pero esta tarea no se le puede encomendar a facciones opositoras dentro de la misma burguesía. La clase obrera no puede seguir siendo una espectadora más ante la disputa entre Trump y los demócratas. Al contrario, debe desarrollar su lucha contra Trump bajo su propia bandera y con su propio programa.

Esto significa el desarrollo de una lucha política independiente de la clase obrera basada en el programa por el poder obrero, la lucha internacional de la clase trabajadora y el socialismo, y en oposición a los dos partidos políticos en el poder y todas las facciones de la clase capitalista.

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