Español

La Hora Final y la persistente glorificación de las fuerzas de inteligencia y militares peruanas

Durante los años ochenta y a comienzos de los años noventa, Perú quedó sumido en una sangrienta guerra de contrainsurgencia mientras que el ejército entrenado por EE.UU. buscaba derrotar al movimiento guerrillero maoísta-nacionalista Sendero Luminoso, el cual había declarado una “guerra popular” contra el Estado peruano al comienzo de la década.

La Hora Final, dirigida por Eduardo Mendoza (nacido en Lima en 1975) es una nueva película que dramatiza los esfuerzos de las fuerzas de inteligencia para destruir al movimiento guerrillero.

La Hora Final

Decenas de miles de peruanos perdieron sus vidas a las manos de la represión estatal desatada en respuesta a las tácticas empleadas por Sendero Luminoso. Este movimiento, en vez de movilizar a la clase trabajadora en una lucha revolucionaria, buscó organizar una insurrección maoísta basada en el campesinado en el paisaje andino que supuestamente rodearía paso a paso a la capital.

Todo esto tomó lugar en medio de la ola de intervenciones de contrainsurgencia apoyadas por Washington por América Latina, incluyendo la guerra de los Contras en Nicaragua de la CIA y las horribles campañas de terror estatal en El Salvador y Guatemala.

A comienzos de los años noventa, Sendero Luminoso intensificó su campaña y logró alcanzar la capital de Lima. Sin embargo, la repentina captura de su líder Abimael Guzmán (“Presidente Gonzalo”) en septiembre de 1992 y sus llamados a la paz manipulados por el Estado un año después, poco a poco desestabilizaron y desarmaron al movimiento guerrillero. Hoy en día, los últimos remanentes de Sendero Luminoso mantienen su actividad en un profundo valle de la selva en dónde se dedican al narcotráfico, según se informa.

La guerra del Estado contra Sendero Luminoso es uno de los principales eventos que han definido la vida política y social en Perú durante las últimas tres décadas. La clase gobernante tomó la oportunidad de vilificar a todas las formas de oposición social considerables como parte de o una evolución del movimiento guerrillero.

Más aún, los partidos izquierdistas y socialdemócratas fueros descreditados ampliamente al mantener varios puestos en el Estado y en las alcaldías durante la crisis económica interrelacionada con la contrainsurgencia. Cuando comenzó la década de los noventa, la clase trabajadora se encontró totalmente indefensa cuando el presidente Alberto Fujimori cerró el congreso en 1992 en un “autogolpe” para así establecer un gobierno autoritario con poderes ilimitados.

Durante las últimas dos décadas o más, varios académicos y sociólogos han intentado explicar el auge de Sendero Luminoso. Muchos de ellos justifican la represión estatal con el pretexto de que el movimiento maoísta también cometió atrocidades. Estos apologistas del Estado y el ejército —a quienes se les da rienda suelta para ventilar sus ideas en los medios corporativos— minimizan las incontables violaciones de derechos humanos del Estado peruano, elogiando particularmente el golpe de Fujimori como la única respuesta a un congreso obstruccionista que no permitía que las autoridades “se quitaran los guantes” en la lucha contra Sendero Luminoso.

Mientras tanto, otra tendencia, que emergió principalmente del estrato burgués liberal, argumenta que una fuerza de inteligencia débil y descuidada fue la verdadera causa del surgimiento de Sendero Luminoso. Si tan sólo hubiera existido un servicio de inteligencia competente que pudiera haber capturado a Guzmán antes de que el movimiento reclutara a miles de militantes, se hubiera podido evitar un gran derramamiento de sangre.

Y es así como tenemos a La Hora Final, una película que dramatiza el exitoso trabajo del GEIN (Grupo Especial de Inteligencia Nacional), una pequeña unidad de inteligencia de la policía peruana con la tarea de capturar al comité central de Sendero Luminoso.

La Hora Final

El 12 de septiembre de 1992, luego de meses de seguir a decenas de personas y vigilar sus hogares, miembros del GEIN entraron en una casa del distrito de clase alta Surquillo en Lima y arrestaron a Guzmán y varios altos miembros de Sendero Luminoso que se habían escondido ahí por varias semanas. A pesar de que luego tomó todo el crédito por la captura, Fujimori no tuvo rol alguno en la operación. Guzmán luego sería presentado al mundo por televisión en uniforme de prisión de barras en blanco y negro dentro de una jaula.

Desafortunadamente, La Hora Final es una obra superficial y llena de clichés. Sin embargo, la falla más grave es la falta de seriedad por parte del cineasta con respecto a las fuerzas históricas y sociales que hicieron surgir a Sendero Luminoso. Esto vuelve a la película en una típica película detectivesca sobre algunos policiales tratando de capturar a una mente maestra terrorista.

La película se centra en Carlos (Pietro Sibille) y Gabriela (Nidia Bermejo), dos agentes del GEIN que pretenden ser una pareja mientras que espían a personas que pueden estar escondiendo a Guzmán y a sus compinches. En la sede del GEIN (ubicada en un viejo edificio en el centro de Lima), Carlos vocifera su frustración a sus superiores y colegas sobre los meses de vigilancia e investigación que no han dado nada. “Guzmán podría estar muerto o podría haber dejado el país hace años”, declara. “Estamos persiguiendo fantasmas. Nos han apodado ‘Los Cazafantasmas’”.

Afuera de su trabajo policíaco, Carlos confronta la determinación de su ex esposa para acelerar los papeles de divorcio para que se vaya del país con su hijo tan pronto como posible. “Estoy trabajando en algo importante”, él insiste, pero ella no ve ningún punto en quedarse en un país a punto de colapsar.

Mientras tanto, durante el seguimiento de ciertos sospechosos, Gabriela reconoce a alguien que proviene de su pequeño pueblo en la Sierra (el área en el que hubo las masacres más terribles y el combate más duro). El hombre resulta ser su propio hermano, a quién dejó como un niño cuando se fue de casa y ahora es un seguidor de Sendero Luminoso. Gabriela esconde esto de sus colegas.

Eventualmente, los agentes ingresan en una casa y encuentran material de propaganda de Sendero Luminoso. Carlos descubre una cinta de VHS mostrando a Guzmán vivo y felizmente reunido con sus seguidores. La moral incrementa dentro de la unidad y redoblan sus esfuerzos.

Gabriela confronta a su hermano y le intenta convencer de lo equivocado que está Sendero Luminoso con sus actividades terroristas, pero él la rechaza, insistiendo que esto es necesario para cambiar el mundo.

Carlos se entera del hermano de Gabriela y la confronta. Ella admite que ha estado manteniendo este secreto, pero ellos desarrollan lazos e inician una relación sexual. Días después Carlos golpea a un hombre que estaba intentando entrar al apartamento de Gabriela. Carlos le interroga y deduce que proviene de otro servicio de inteligencia que les está espiando y termina matándolo accidentalmente.

Gabriela le ayuda en tirar el cuerpo al mar, pero la pareja es capturada por miembros del SIN, la fuerza de inteligencia del Estado. Ambos son torturados en una base militar pero escapan. De vuelta al GEIN, los detectives logran descubrir la verdadera ubicación de Guzmán y preparan su asalto mientras que Gabriela intenta en el último minuto encontrar a su hermano antes de que lleve a cabo un ataque.

Ninguno de los hilos narrativos de La Hora Final está seriamente desarrollado. Sibille retrata a Carlos como alguien endurecido por una década de combatir a Sendero Luminoso. El subplot sobre su esposa, su divorcio y los intentos de pasar el tiempo con su hijo son un intento de “humanizar” a su personaje, pero nunca suben por encima de lo banal, lo predecible y lo flojo.

Más problemático —y revelador— es el tratamiento del hermano de Gabriela. El cineasta Eduardo Mendoza pretende presentar a un hombre joven, de una región pobre e históricamente olvidada del país, que se ha aliado con Sendero Luminoso porque le ha prometido crear un país más justo de las cenizas de uno que le ha abandonado.

Miles de hombres y mujeres se unieron al movimiento, no por su retórica, por más radical que fuera, sino porque los partidos establecidos de la “izquierda” —los estalinistas del Partido Comunista, el APRA nacionalista-burgués, los sindicatos— estaban en el proceso de integrarse, o ya estaban integrados, en el sistema político, abandonando cualquier pretensión de desafiar seriamente el status quo. Ellos dejaron el camino abierto para que Guzmán planteara su perspectiva retrógrada de guerra campesina y violencia terrorista.

Sin embargo, en las manos de Mendoza, la explicación que da el hermano de Gabriela en tomar este camino es reducido a un pequeño discurso de denuncia a las “injusticias del sistema”. Es algo tan forzado y vacío que es casi vergonzoso de ver. Para el cineasta y los productores de la película, este minúsculo segmento tiene como intención ser la prueba de que la película da voz a “ambos lados” del conflicto.

Las escenas que muestran a los personajes torturados en las manos del servicio de inteligencia del SIN tienen como objetivo reconocer los crímenes cometidos por este brazo del Estado. Pero este esfuerzo está socavado por la exaltación del trabajo del GEIN. Parece ser que el tema es la necesidad de tener una agencia de inteligencia eficiente que pueda hacer un trabajo “mejor” y relativamente “menos sangriento”.

La Hora Final es tan sólo uno de los varios ejemplos de la continua glorificación de las fuerzas militares y de inteligencia que son promovidos por la derecha, los medios corporativos y la Iglesia Católica, sin mucha o ninguna oposición por parte de la “izquierda” peruana.

En abril, el Congreso abrumadoramente votó a favor de otorgar el título “Héroes de la democracia” al escuadrón del ejército “Chavín de Huantar”. Éste rescató exitosamente a los 72 rehenes que habían sido mantenidos durante la ocupación armada de la residencia del embajador japonés en Lima en 1997 por el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), una guerrilla burguesa nacionalista que operó en paralelo con Sendero Luminoso. El escuadrón fue acusado de ejecutar de manera extrajudicial a los militantes del MRTA después de que se rindieron.

El honor fue propuesto por la congresista del APRA Luciana León. APRA fue un partido socialdemócrata que tuvo un seguimiento en la clase trabajadora más grande que el Partido Comunista durante las primeras décadas del siglo pasado. A través del siglo veinte fue víctima de una represión militar y una vez, un golpe militar fue llevado a cabo para prevenir que su líder, Víctor Raúl Haya de la Torre, ascendiera al poder luego de ser elegido democráticamente.

La única oposición a este reconocimiento del Estado vino de Marco Arana, un líder de la coalición de pseudo-izquierda Frente Amplio (FA). Su cuestionamiento del reconocimiento fue ampliamente criticado por los medios corporativos y por sus compañeros de “izquierda” de Nuevo Perú, el partido “izquierdista” rival de FA.

Entonces, en septiembre, el mismo honor fue otorgado a los miembros del propio GEIN. El hombre que lo dirigió durante la captura de Abimael Guzmán, Beneficto Jiménez, no pudo atender porque está en prisión por cargos de corrupción. Lo mismo es cierto para el Presidente Fujimori, quién ordenó la operación.

Detrás de estas reaccionarias ceremonias yace el descrédito de todas las instituciones peruanas burguesas. El escándalo de Lava Jato, que involucra masivos sobornos del gigante de construcción brasileño Odebrecht, ha ayudado a arruinar la ya frágil reputación de los principales partidos y políticos del establecimiento. La clase gobernante espera mantener su autoridad al depender cada vez más en el ejército, la principal institución que ha reprimido la democracia en el país a través de su historia.

Loading