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El neomacartismo de los demócratas recuerda a los ataques al movimiento por los derechos civiles de los años 1950

Un macartismo del siglo XXI ha surgido en los últimos meses, en la forma de una campaña frenética encabezada por el Partido Demócrata, que alega que la “intromisión rusa” es responsable no solo de la derrota de Hillary Clinton en la elección de 2016, sino también de instigar o profundizar las divisiones sociales, raciales y políticas en EE.UU.

El lenguaje de los líderes demócratas de hoy tiene más que un parecido pasajero al de Joseph McCarthy, el senador republicano de Wisconsin, hace más de 60 años. Entonces eran “los rojos debajo de la cama” los que representaban una amenaza inminente para el “estilo de vida americano”. Hoy nos dicen que los troles de Internet de Putin son responsables del enojo de la clase obrera por la desigualdad, la corrupción política y la violencia policial. En los años cincuenta, McCarthy exigió que los medios erradicaran a los subversivos. Hoy, destacados demócratas en el Congreso están exigiendo que Facebook, Google y YouTube entreguen información sobre los usuarios y censuren el contenido.

Joseph McCarthy

Según los demócratas, Moscú está subvirtiendo la democracia estadounidense, incluso interfiriendo en elecciones que supuestamente son modelos de soberanía popular—unos siete años después de que la decisión Ciudadanos Unidos del Tribunal Supremo de EE.UU. explicitara lo que ya se sabía: que la democracia burguesa estadounidense es un cascarón vacío, donde las elecciones se reducen a una elección entre los candidatos de dos partidos de derecha oficialmente atrincherados, que están igualmente controlados por una oligarquía financiera.

Otro ingrediente en la campaña antirrusa es la reciente acusación de que individuos vinculados a Rusia y páginas web se hicieron pasar por partidarios del movimiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) y de las protestas contra la violencia policial. El Baltimore Sun y otros medios informativos citaron un informe sobre una página de Facebook llamada Blacktivist, que promovió una manifestación el año pasado para conmemorar el primer aniversario de la muerte de Freddie Gray a manos de la policía. Supuestamente, esto fue un intento del Kremlin de “aumentar las tensiones raciales durante la campaña presidencial de 2016”—como si las numerosas protestas en todo el país fueran simplemente el producto del adversario nefasto en Moscú.

La demonización de Rusia es parte del ataque del Partido Demócrata a Trump desde la derecha. En lugar de exponer su retórica fascista, xenofobia y ataques a la clase obrera, los demócratas han tratado de probar su buena fe patriótica, asegurar una línea dura contra Rusia y construir una atmósfera de nacionalismo en medio de la profundización de las tensiones geopolíticas mundiales. Más y más, esta campaña está dirigida contra sitios web y organizaciones de izquierda, con el objetivo de criminalizar la disidencia.

Millones de trabajadores y jóvenes, en EE.UU. y en todo el mundo, saben relativamente poco sobre el Temor Rojo de EE.UU. y la caza de brujas asociada de forma prominente con el nombre de McCarthy. Los defensores de hoy de la segunda Gilded Age (Edad chapada en oro) y la guerra imperialista a menudo denuncian piadosamente el macartismo, mientras llevan a cabo sus propias campañas neomacartistas.

El macartismo fue utilizado a mediados del siglo XX para avivar el nacionalismo y superpatriotismo de derecha. La acusación de subversión soviética o comunista, infiltración y desinformación se convirtió en el pretexto para la caza de brujas en Hollywood, las universidades y el movimiento laboral. La caza de brujas condujo a trabajos perdidos y vidas arruinadas, a la vez que sembró divisiones y debilitó a la clase obrera. Lo que empezó en 1947 con la insistencia del presidente Truman sobre juramentos de lealtad para empleados federales condujo en pocos años al apogeo del demagogo de Wisconsin, cuyo Subcomité Permanente de Investigaciones del Senado se convirtió en el promotor más ruidoso de la caza de brujas.

El anticomunismo no comenzó con la carrera política de McCarthy ni terminó con su caída política en 1954, luego de que el sistema político y económico determinó que había sobrevivido a su utilidad y fue censurado por el Senado. El primer Temor Rojo se produjo inmediatamente después de la Revolución Rusa hace un siglo, y el anticomunismo ha sido una característica constante de la vida política de EE.UU. desde entonces, a veces en un nivel inferior y otras veces, como en el período del macartismo, alcanzando un punto culminante.

Una marcha de derechos civiles

Un libro reciente, Black Freedom, White Resistance and Red Menace, de Yasuhiro Katagiri, lo explica: “Incluso después de la desaparición del senador de Wisconsin de la escena política nacional, las herencias desagradables del macartismo—el uso interesado y el abuso de rumores e insinuaciones, la indiferencia deliberada a la evidencia dura y los gritos estridentes de ‘conspiración comunista’ usados para impugnar la legitimidad de los adversarios—sobrevivieron a su inventor original y perduraron como parte de la escena política nacional. En el sur, el macartismo tomó con más frecuencia una forma racista…”.

La acusación de subversión extranjera fue dirigida contra cada lucha de la clase obrera, en huelgas y organización sindical y en la pelea contra la segregación del sistema Jim Crow. Aunque menos conocido como objetivo de anticomunismo, el movimiento de derechos civiles es una parte importante de esta historia.

Un papel importante fue jugado por el ala sureña del Partido Demócrata, no cuestionado por el gobierno de Franklin Roosevelt en los años treinta. Un buen ejemplo de las actividades de los demócratas sureños se encuentra en los comienzos del Comité Especial de Actividades Antiestadounidenses.

Este comité, fundado en 1938 supuestamente para examinar las actividades nazis y fascistas, rápidamente se volcó casi exclusivamente a cazar socialistas y comunistas. Se cambió su nombre a Comité de Actividades Antiestadounidenses (HUAC) en 1945 y continuó sus operaciones durante los siguientes 30 años.

En su fundación, el comité fue presidido por Martin Dies, un congresista demócrata de Texas, y rápidamente se hizo conocido como el comité de Dies. El libro de Dies, The Trojan Horse in America (1940), declaró, “Moscú ha considerado a los negros de los Estados Unidos durante mucho tiempo como excelentes reclutas políticos para el Partido Comunista, [y] ha previsto una oportunidad inusual para crear odio racial entre los ciudadanos blancos y negros de Estados Unidos”.

Compare estas palabras con las afirmaciones actuales, hechas en su mayoría por demócratas en Washington como Adam Schiff, de California, el demócrata de mayor rango en el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, de que Rusia está usando Internet para promover “discordia en EE.UU. al inflamar las pasiones en una serie de cuestiones divisivas”, incluyendo tratar de “movilizar a los verdaderos estadounidenses para firmar peticiones en línea y unirse a mítines y protestas”.

1954 fue el año de la decisión de la Suprema Corte que prohibió la segregación en las escuelas públicas de la nación. Los primeros avances del movimiento masivo de derechos civiles del sur también estaban emergiendo. El boicot de los autobuses de Montgomery, Alabama se lanzó más tarde en ese año para luchar contra la segregación y la discriminación en el transporte público.

Los representantes políticos de Jim Crow llevaron a cabo una política de lo que se denominó “resistencia masiva” a la integración racial. Esto incluyó—además de los arrestos en masa y golpes a los manifestantes, así como los asesinatos de activistas de derechos civiles como Medgar Evers, Viola Liuzzo y muchos otros—una cruzada ideológica y política contra la supuesta “infiltración comunista y subversiva”.

De forma paradójica, el eclipse de McCarthy en el Senado insufló nueva vida a HUAC en la Cámara de Representantes. El foco de sus esfuerzos pasó a ser los organizadores de derechos civiles y sus partidarios liberales en el sur, que fueron descritos como “idiotas útiles” que se dejaban usar por la conspiración comunista dirigida por Moscú.

Los cargos de subversión, atribuidos a agitadores externos, fueron un elemento esencial de la campaña en defensa de Jim Crow. Tras bastidores, gran parte de la caza de brujas fue obra de partidarios norteños de la segregación, como J.B. Matthews, cuya odisea política lo llevó del pacifismo religioso, a través de una breve asociación con el Partido Comunista de EE.UU. a principios de los años treinta, a una carrera como destacado derechista y anticomunista. Mathews fue el director de investigación y consejero del Comité de Dies durante más de seis años, desde fines de los años treinta a mediados de los cuarenta. Su carrera posterior abarcó el período de la caza de brujas de McCarthy y la campaña segregacionista a lo largo de los años cincuenta y parte de los sesenta.

Matthews no fue una figura insignificante durante este período. Tras la crisis de la segregación escolar de Little Rock, Arkansas en septiembre de 1957, por ejemplo, él preparó un informe titulado “Comunistas, Negros e Integración” para Hearst Corporation, el imperio mediático de derecha. Según Matthews, el problema era que los comunistas estaban “trabajando, con su dedicación fanática habitual, para causar problemas en el campo de la integración de la escuela pública”.

En cada punto de la década entre el boicot de autobuses de Montgomery y la aprobación de la Ley de Derecho al Voto de 1965 unos diez años después, la lucha por los derechos civiles fue atacada como el trabajo de agentes extranjeros de un poder hostil. De Little Rock en 1957 a las sentadas en los comedores iniciadas en 1960, a los Freedom Rides (Viajes de la Libertad) desafiando la segregación de autobuses interestatales en 1961, la Marcha sobre Washington en 1963 y la campaña de registro de votantes del Verano de la Libertad de Mississippi de 1964, Matthews y otros estuvieron listos con comunicados de prensa, listas negras y nombres de presuntos conspiradores e “ilusos” comunistas.

Gran parte de la campaña anticomunista fue realizada por lo que se conoció como los “pequeños HUAC”, comités “anti-estadounidenses” legislativos estatales del sur en Louisiana, Mississippi, Alabama, Georgia, Florida y Tennessee, que usaron las técnicas de la caza de brujas para defender la segregación.

En Louisiana, por ejemplo, el Comité Legislativo Conjunto celebró audiencias en marzo de 1957, presentando a un ex miembro negro del Partido Comunista como una “autoridad nacional sobre las influencias que provocan un aumento repentino de disturbios entre las razas”.

Para sus propios fines, los anticomunistas racistas apuntaron a la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NACCP), que reflejaba la opinión de los elementos más conservadores y anticomunistas y que había realizado su propia purga de elementos de izquierda. En Georgia, el Fiscal General Eugene Cook hizo un discurso en 1955 que declaró que la NAACP se “dejó convertir en parte de la conspiración comunista…fomentando riñas y discordia entre las razas blanca y negra en el sur”.

Esta campaña continuó sin interrupción en los años sesenta. En el verano de 1961, en la época de los Viajes de la Libertad, varios funcionarios de Mississippi, incluyendo el congresista John Bell Williams, hicieron emisiones de radio declarando, en palabras del fiscal general del estado, que “no hay dudas en el mundo” de que los Viajes de la Libertad fueron obra de los comunistas.

En este período de la Guerra Fría, muchos políticos republicanos y demócratas en el norte criticaron la segregación de Jim Crow en el sur, aunque no hicieron absolutamente nada hasta que el desarrollo del movimiento de masas de principios de los años sesenta comenzó a forzar su mano. Durante todo este tiempo, empero, J. Edgar Hoover siguió a cargo del FBI, y el papel de Hoover fue en cierto modo aún más siniestro que el de McCarthy. Hoover cultivó relaciones con quien ocupara la Casa Blanca durante estas décadas, mientras alentaba a los elementos más abiertamente racistas en el sur. El racismo patológico y anticomunismo virulento de Hoover, quien dirigió el sistema de inteligencia doméstica durante 48 años hasta su muerte en 1972, es bien conocido. Hoover compartió la convicción de los dixiecrats de que el movimiento por los derechos civiles fue de “inspiración comunista”.

J.Edgar Hoover con el presidente Lyndon Johnson

La caza de brujas macartista original no fue simplemente el producto del demagogo de Wisconsin. No habría tenido lugar si no hubiera correspondido a las necesidades del capitalismo estadounidense durante la Guerra Fría contra la Unión Soviética. Fue usada para intimidar a toda la oposición y expulsar a los socialistas del movimiento obrero industrial que se había formado en las luchas de masas de menos de una década y media antes. Esta campaña fue usada para poner a la nación en pie de guerra contra la URSS. Cuando la Guerra Fría se volvió menos intensa a mediados de los años cincuenta, el macartismo disminuyó un poco, mientras se mantenía en reserva.

Los sectores dominantes de la burguesía de EE.UU. concluyeron en este período que la segregación en el sur era incompatible con los intereses de la clase gobernante como un todo. A los ojos de los elementos liberales, esto socavó la lucha ideológica y política contra la Unión Soviética y China en el llamado Tercer Mundo. Con considerable éxito, los regímenes estalinistas en Moscú y Pekín señalaron al sistema similar al apartheid en el sur como evidencia de la brutalidad y represión del capitalismo estadounidense, así como la hipocresía de las denuncias de Washington del “totalitarismo” comunista.

También hubieron factores económicos que trabajaron en contra de la continuación del oficialmente sancionado Jim Crow. Las grandes empresas estadounidenses vieron oportunidades de inversión en esta región, pero la segregación en los lugares públicos y el sistema educativo interferían con tales planes.

Estos procesos—juntos, sobre todo, con el movimiento de masas por los derechos civiles en el sur—finalmente llevaron al desmantelamiento de Jim Crow en los años sesenta, casi un siglo después del final de la esclavitud. Los esfuerzos de caza de brujas de los “pequeños HUAC” durante este período fueron de una naturaleza de retaguardia. Este resultado, empero, de ninguna manera niega el significado histórico de la campaña anticomunista contra la lucha por los derechos civiles. Todo este episodio demuestra cómo la técnica sigue siendo parte del repertorio de la reacción.

La situación política mundial, por supuesto, ha cambiado considerablemente en el último medio siglo. La prolongada degeneración de la Unión Soviética bajo el estalinismo llevó a su disolución hace más de un cuarto de siglo. ¿Por qué, entonces, reapareció la campaña contra Rusia, con todos los ecos distintivos del anticomunismo de mediados del siglo XX?

Un capitalismo oligárquico ha tomado forma en la antigua URSS, pero aún se percibe como un obstáculo para los objetivos e intereses geopolíticos de un imperialismo estadounidense en crisis y decadencia. Esto es parte de la razón para el renovado macartismo, con su demonización de Moscú como la causa de prácticamente todas las tensiones y crisis en Estados Unidos. Por primera vez en por lo menos tres décadas, los medios y el sistema político de EE.UU. están cargados de una campaña contra un “adversario extranjero”, exigiendo lealtad total en casa contra esta “amenaza extranjera”.

Detrás de la campaña contra Putin está sobre todo el miedo dentro de la clase dominante estadounidense al creciente enojo de la clase trabajadora, un enojo que amenaza con hacer estallar el monopolio político bipartidista a través del cual la aristocracia corporativa y financiera ha gobernado por generaciones. Que los demócratas sean hoy quienes encabezan el nuevo macartismo es una muestra de cuán lejos y cuán bruscamente a la derecha se ha movido el espectro político burgués en las últimas dos generaciones.

Este movimiento hacia la derecha también caracteriza a los políticos afroamericanos y a una capa de esos “activistas” negros que han sido escogidos por los medios y sectores del Partido Demócrata como voceros de la lucha contra la violencia policial y otros ataques contra trabajadores y jóvenes afroamericanos.

Los líderes del Grupo de Congresistas Negros se han unido a los representantes de Black Lives Matter para hacerse eco de la sucia retórica de los políticos blancos supremacistas de los años cincuenta y sesenta. En lugar de rechazar con desprecio el intento de convertir las protestas contra la violencia policial en otra justificación para los objetivos de la política exterior del imperialismo estadounidense, los aceptaron.

DeRay McKesson, por ejemplo, una figura de Black Lives Matter y aspirante demócrata a la alcaldía de Baltimore en la elección del año pasado, fue citado en el Baltimore Sun advirtiendo contra aquellos que “realmente han desdeñado la influencia rusa en los últimos dos meses. Este es un recordatorio de que esto va más allá de lo que algunas personas quieren creer”.

Y Terrell Jermaine Starr, escribiendo en The Root, coincidió plenamente con la campaña para demonizar a Rusia. “Los soviéticos no nos amaron entonces, y la Rusia de Putin ciertamente demuestra que no nos ama ahora”, escribió, indicando claramente que la campaña contra el racismo y la violencia policial debe estar subordinada en cambio a la América corporativa y los políticos de Wall Street del Partido Demócrata. Como demuestra este desvergonzado apoyo a las agencias de inteligencia de EE.UU., McKesson, Starr y figuras similares reflejan los intereses de una capa de clase media alta de la población, no de los trabajadores y jóvenes afroamericanos.

La criminalización de la disidencia es un esfuerzo bipartidista. A pesar de las más amargas diferencias tácticas, la élite gobernante de EE.UU. está unida en la necesidad de enfrentarse a la clase trabajadora. Esto incluye el dirigir hacia afuera las tensiones sociales candentes en condiciones de desigualdad social récord.

Trump y los demócratas están compitiendo para liderar la nueva caza de brujas. Mientras Trump alienta a los elementos fascistas y habla sin adornos de dictadura y guerra, los demócratas juegan la carta anti-Rusia, pregonando sus conexiones con el aparato militar y de inteligencia, y liderando la censura contra la oposición de izquierda.

El nuevo macartismo es un ataque directo a los derechos democráticos y está dirigido sobre todo a la clase trabajadora. La lucha contra él plantea la necesidad de la comprensión de sus antecedentes históricos, educar y armar políticamente a la clase obrera para la lucha contra el sistema capitalista decadente.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 15 de noviembre de 2017)

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