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Thomas Friedman del New York Times: un adulador en la Casa de Saúd

En Thomas Friedman, el principal comentarista sobre asuntos exteriores del New York Times, siempre se podrá fiar para producir periodismo de propaganda estatal, hipócrita e irritante, al mejor postor, como parte de medios corporativos estadounidenses que se especializan en este campo.

En el último cuarto de siglo de interminables guerras de Washington, Friedman se ha ofrecido a sí mismo como el infatigable promotor de cada acto de agresión imperialista estadounidense.

Más infamemente, en vísperas de la invasión estadounidense de Irak, Friedman justificó la inminente guerra en nombre de todo, desde el terrorismo y las armas de destrucción masiva hasta el control del petróleo para Estados Unidos. El columnista del Times reconoció que sería una “guerra de elección” o, en términos legales, una guerra criminal de agresión. Insistió, sin embargo, en que “vale la pena eliminar a Sadam Huseín y ayudarle a Irak a reemplazar su régimen con un Gobierno decente y responsable que pueda servir como modelo en Oriente Medio”.

Casi una década y media después, se han perdido más de un millón de vidas iraquíes, y una gran parte de Oriente Medio se ha visto sumida en un derramamiento de sangre y destrucción cuyo origen se remonta a la invasión del 2003. Friedman, quien utilizó su posición como el columnista principal del periódico más influyente en EUA para promover la guerra, tiene un alto grado de responsabilidad moral por esta carnicería.

Nada de esto lo detiene, sin embargo, de continuar en la misma línea, promoviendo sin falta las políticas del imperialismo estadounidense desde el punto de vista de la delgada capa de multimillonarios y multimillonarios que se benefician de ellas.

Ahora ha descubierto una nueva fuente de democracia en Oriente Medio, una incluso más insólita, y un “modelo” para la región, la dictadura monárquica de Arabia Saudita.

La última columna de Friedman en el Times, titulada “La Primavera Árabe de Arabia Saudita”, se basa en una vistosa y exclusiva gira de la Casa de Saúd, donde, como cuenta con suficiencia, fue un invitado en el “adornado castillo con paredes de adobe” del príncipe heredero Mohamed bin Salman, siendo complacido allí por “altos ministros” y “diferentes platos de cordero”.

“Nunca pensé que viviría lo suficiente como para escribir esta frase: el proceso de reforma más significativo que se está llevando a cabo hoy en Oriente Medio es en Arabia Saudita”, comienza Friedman. Esto, como casi todo lo demás en la columna, es una mentira. A este punto, no hay virtualmente nada nuevo en las columnas de Friedman, simplemente un reciclaje de los tópicos de ayer.

“A diferencia de las otras Primaveras Árabes —todas los cuales surgieron de abajo hacia arriba y fracasaron miserablemente, excepto en Túnez— esta fue llevada a cabo de arriba hacia abajo por el príncipe heredero de 32 años del país, Mohamed bin Salman”, escribe.

Asimilar a las heroicas revueltas de masas en el 2011 en Egipto y Túnez a las dictaduras respaldadas por Estados Unidos y la reorganización del palacio en Riad es obsceno.

Friedman deja en claro que prefiere una “Primavera” orquestada por un príncipe heredero que una derivada de una revuelta popular de masas. El hecho que el régimen saudí respondiera a los acontecimientos del 2011 con una represión salvaje, realizando arrestos masivos, imponiendo una censura estricta, prohibiendo todas las manifestaciones y reuniones públicas y ejecutando a sus oponentes, no es mencionado por Friedman, ni tampoco la invasión saudí de su vecina Bahréin para suprimir militarmente una revuelta de masas de la mayoría chiita contra la monarquía sunita.

Refiriéndose al príncipe heredero Mohammed bin Salman con afecto como M.B.S., quien se espera que pronto se convierta en rey, Friedman da una explicación perfumada y acrítica de la autodescripción de bin Salman como un reformista altruista.

“Comenzamos con la pregunta obvia: ‘¿Qué está pasando en el Ritz?’”, escribe Friedman, refiriéndose al lujoso hotel en Riad que se ha convertido en una prisión improvisada para los rivales de Bin Salman dentro de la camarilla gobernante vengativa de Riad. El columnista reproduce acríticamente el desconocimiento de Bin Salman de cualquier sugerencia de que él está utilizando la corrupción, que es la característica primordial de toda la Casa de Saúd, como pretexto para consolidar su poder, calificando tal ocurrencia como “ridícula”. Friedman no se preocupa del todo por corroborar informes de que los prisioneros del príncipe están siendo torturados, incluso por contratistas estadounidenses vinculados a la compañía sucesora de Blackwater.

Reconociendo que hay temores en Washington de que la purga podría convertir a la Casa de Saúd en un castillo de naipes, Friedman escribe: “Pero una cosa sí es clara: ni un sólo saudita con el que hablé aquí durante tres días expresó algo diferente que un apoyo efusivo hacia la ofensiva anticorrupción”.

¡Qué revelación! Cabría notar que en interés de esta encuesta informal que los que expresan algo que no sea “apoyo efusivo” hacia el príncipe heredero pueden ser detenidos indefinidamente y, como los del Ritz, ser colgados boca abajo y golpeados con mangueras.

La brutal guerra que Bin Salman ha presidido contra el pueblo yemení recibe, de manera similar, poca atención. Cita los alardeos del príncipe de que los sauditas y su régimen títere “controlan ahora el 85 por ciento” del país empobrecido. Friedman luego se refiere al lanzamiento a principios de este mes de un misil que fue derribado cerca del aeropuerto de Riad, declarando, “cualquier cosa menor al 100 por ciento sigue siendo problemática”, un apoyo tácito a la escalada saudita.

El hecho que este misil solitario, disparado en respuesta a una implacable campaña de ataques aéreos saudíes, respaldados por EUA, que le han cobrado la vida a al menos 10 000 yemeníes en los últimos dos años y medio, esté siendo aprovechado como una justificación para un bloqueo total del país no figura en la hagiografía de Friedman del príncipe heredero. Tampoco menciona que la Organización de las Naciones Unidas y los grupos de ayuda humanitaria han advertido que las acciones de castigo colectivo de Riad amenazan con reclamar la vida de millones a través del hambre y la enfermedad.

Aún más que en relación con la llamada “campaña anticorrupción”, Friedman alaba a Bin Salman como un valiente reformador religioso, citando acríticamente su pretensión de ser un defensor de un “islam moderado y equilibrado que esté abierto al mundo y a todas las religiones”. Esto lo dice del líder de facto de una monarquía suní que está librando una cruzada virulentamente sectaria contra los musulmanes chiítas en todo Oriente Medio. En la misma entrevista, Bin Salman se refiere al líder supremo de Irán, al ayatolá Ali Jamenei, como el “nuevo Hitler de Oriente Medio”, sin objeciones de su entrevistador.

Friedman declara descaradamente: “Alguien tenía que hacer este trabajo —de empujar a Arabia Saudita al siglo XXI— y M.B.S. asumió la tarea. Por mi parte, estoy alentando a que tenga éxito en sus esfuerzos reformadores”. ¡Qué absurdo! Así es como Amnistía Internacional resumió las condiciones en Arabia Saudita 2016-2017, cuando Bin Salman comenzó a consolidar su control sobre la monarquía:

“Las autoridades restringieron severamente los derechos a la libertad de expresión, asociación y reunión, deteniendo y encarcelando a críticos, defensores de los derechos humanos y activistas de los derechos de las minorías con cargos injustos. La tortura y otros malos tratos infligidos a los detenidos seguían siendo habituales, especialmente durante los interrogatorios, y los tribunales siguieron aceptando ‘confesiones’ teñidas por tortura para condenar a los acusados en juicios incriminatorios. Las mujeres enfrentan discriminación tanto en la ley como en la práctica y están inadecuadamente protegidas contra la violencia sexual y de otras índoles. Las autoridades continuaron arrestando, deteniendo y deportando a migrantes irregulares. Los tribunales impusieron muchas condenas a muerte, incluso por delitos no violentos y contra delincuentes juveniles; decenas de ejecuciones se llevaron a cabo. Las fuerzas de la coalición encabezadas por Arabia Saudita cometieron graves violaciones del derecho internacional, incluidos los crímenes de guerra, en Yemen”.

En la víspera de la peregrinación de Friedman a Riad, el régimen saudita impuso una nueva ley antiterrorista que prevé penas de 5 a 10 años de prisión por representar al rey o al príncipe heredero “de una manera que deshonre la religión o la justicia” e incluye bajo la rúbrica de “terrorismo” cualquier acto que “altere el orden público”, “afecte la seguridad de la comunidad y la estabilidad del Estado” o “exponga su unidad nacional al peligro”.

Las “reformas” de Bin Salman apuntan a consolidar el apoyo entre las capas más privilegiadas de la sociedad saudita mientras el régimen gobernante se prepara para enfrentar el creciente descontento social en condiciones en las que una quinta parte de la población vive en condiciones de pobreza severa y aproximadamente un tercio de los jóvenes y personas, entre las edades de 20 y 24 años, están desempleadas.

El trato adulador de Friedman a la realeza saudí no es nada nuevo. De hecho, hace apenas dos años, escribió en una columna similar elogiando a Bin Salman: “Pasé una tarde con Mohamed Bin Salman en su oficina, y me detalló con explosiones entrecortadas de energía sus planes”.

En su última columna escribe: “Ha pasado mucho, mucho tiempo, sin embargo, que cualquier líder árabe me agotara con una ráfaga de nuevas ideas sobre la transformación de su país”. Aparentemente, no desde hace tanto tiempo, a menos que la ráfaga de ideas fuera más exigente que las explosiones de energía.

No es solo Friedman. En su cuenta de Twitter, el profesor de historia de Georgetown Abdullah Al-Arian respondió a la última columna de Friedman reproduciendo recortes del New York Times en las últimas siete décadas alabando a casi todos los monarcas, desde Saúd a Faisal, Fahd y Abdullah, como “reformadores”, “modernizadores” y “progresistas”.

Si el columnista del New York Times está reviviendo esta larga e innoble tradición de embellecer al feo régimen de Riad, es porque la Administración Trump y las capas dominantes dentro del aparato militar y de inteligencia de los Estados Unidos han convertido a la monarquía saudí en un eje de sus preparativos para el enfrentamiento con Irán, amenazando una guerra en toda la región que eclipsaría la devastación causada por la invasión que Friedman promovió hace 15 años.

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