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Perspectiva

Ante temores por inestabilidad financiera

Presidenta saliente de la Reserva Federal busca reasegurar a mercados pero advierte sobre deuda y desigualdad social

En medio de auges en los mercados bursátiles y advertencias sobre una nueva burbuja financiera, la presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, hizo su última aparición ante el Congreso el miércoles.

En su testimonio, la titular de la “Fed” buscó apaciguar los temores de una enorme sobrevaluación de los mercados, indicando que, pese a que los precios de las acciones eran “altos de acuerdo a estándares históricos”, los riesgos “permanecen contenidos”.

Sin embargo, luego advirtió acerca de los niveles de la deuda federal y la desigualdad social, notando que la productividad, el crecimiento económico y los salarios permanecen estancados. Respondiendo a una pregunta sobre el impacto de los recortes fiscales que planea el Gobierno de Trump, Yellen declaró, “Nada más diría que estoy muy preocupada por la sustentabilidad de la trayectoria de la deuda estadounidense”, añadiendo que “debería ser una preocupación muy significativa”.

Los tres principales índices bursátiles en Estados Unidos han registrado más de 50 récords este año, mientras que solo el Promedio Industrial Dow Jones se ha multiplicado 3,5 veces desde su punto más bajo durante la crisis, en marzo del 2009. La profusa inyección de dinero al sistema financiero ha alimentado la especulación de activos financieros poco confiables, incluyendo las criptomonedas como bitcoin, cuyo valor se multiplicó 11 veces este año hasta $11 000.

La Reserva Federal, presidida por Yellen por los últimos cuatro años, ha protagonizado el crecimiento disparado del mercado bursátil y de la desigualdad social de las pasadas tres décadas.

En un punto crítico en octubre de 1987, bajo la dirección de Alan Greenspan, la Fed respondió a la mayor caída del mercado bursátil en un día, el 19 de octubre, abriendo las válvulas del tesoro para provisionar de dinero barato a los bancos y al mercado financiero.

Así fue como se estrenó esta nueva política, enraizada en el cada vez más grande entramado de contradicciones del capitalismo estadounidense. A partir de este momento, la Fed respondería al estallido de una burbuja financiera inflando con dinero ultrabarato la próxima.

El crac de 1987 fue seguido por un alza en los mercados hasta mediados de los noventa. En 1996, Greenspan comentó que Wall Street se encontraba dominado por una “exuberancia irracional”. La orgía financiera no dio tregua, llevando a la crisis financiera asiática de 1997-98, la devaluación del rublo ruso y el colapso de la firma de inversión estadounidense Long Term Capital Management en 1998. La Reserva Federal de Nueva York se vio obligada a rescatar a la LTCM para prevenir que se trajera abajo todo el sistema financiero.

Nuevamente, la respuesta fue abrir los grifos, conduciendo a la burbuja de las puntocom en el 2000-01. Tras estallar, la especulación encontró un nuevo vehículo, el mercado de las hipotecas de alto riesgo, y tomó nuevas formas en una amplia gama de instrumentos financieros, como los derivados complejos o las obligaciones de deuda garantizadas.

La implosión de este castillo de naipes financiero en el 2008-09 no resultó en medidas dirigidas a las contradicciones que condujeron a ella, sino en más combustible para la especulación. Este fue el contenido esencial del programa de flexibilización cuantitativa iniciado por el expresidente de la Fed, Ben Bernanke, y continuado por Yellen, bajo el cual la Fed redujo las tasas de interés a mínimos históricos e inyectó billones de dólares en los mercados financieros estadounidenses y globales.

Las consecuencias han sido una explosión en los precios de las acciones, la destrucción de las condiciones sociales de la clase obrera y el aumento de la desigualdad social a niveles sin precedentes. Tres multimillonarios en EUA controlan tanta riqueza como la mitad más pobre de la población del país.

Existe una relación causal entre ambos factores. Mientras que la especulación financiera pareciera generar dinero del dinero, en última instancia, representa un reclamo a riqueza real extraída en la forma de plusvalor de la clase obrera. Consecuentemente, el capital financiero procura saciar sus insaciables demandas exigiendo que se recorten más los salarios y gastos sociales dirigidos a la población trabajadora, los cuales constituyen una deducción de la riqueza que puede apropiar.

Este proceso está siendo fuertemente acelerado bajo el Gobierno de Trump por medio de sus rebajas en los impuestos para los ricos a expensas de la mayoría de la población.

Yellen está siendo reemplazada por el actual gobernador de la Fed, Jerome Powell, quien combina el apoyo de Yellen a la provisión de dinero barato con el impulso para desmantelar las modestas restricciones sobre las apuestas de Wall Street que se instituyeron después del colapso de setiembre del 2008.

La nueva ronda de recortes fiscales pone de manifiesto la inexorable y objetiva lógica del parasitismo financiero, que se ha vuelto cada vez más dominante tanto en EUA como en el resto de la economía capitalista mundial. Los principales proponentes de la medida, en vez de mostrarse preocupados por sus implicaciones para la deuda pública estadounidense, le dan la bienvenida ya que espera que cualquier crisis presupuestaria impulse nuevos recortes sociales.

Yellen representa a las facciones de la burguesía más conscientes sobre el peligro de dicha orgía de enriquecimiento en relación con la intensificación de la lucha de clases.

En sus comentarios ante el Congreso, se refirió indirectamente a este peligro, señalando a las tendencias “inquietantes” en la desigualdad social. Sin embargo, ni Yellen ni otros representantes de la clase gobernante proponen algo que pueda prevenirlo porque la acumulación de tales riquezas en un polo y el recrudecimiento de la pobreza, la miseria y la degradación en el otro no es un proceso enraizado en políticas que pudiesen revertirlo. En cambio, es una excrecencia maligna de un orden socioeconómico en crisis terminal.

La única salida a esta crisis no concierne intentos para reformar el sistema de lucro. La clase obrera tiene que luchar para derrocarlo.

Los trabajadores enfrentan la tarea de tomar el poder político para controlar la cabina de mando de la economía, las principales corporaciones y el sistema financiero, transformándolos en propiedad pública y administrándolos democráticamente para utilizar la enorme riqueza creada por la misma clase obrera para atender sus necesidades sociales.

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