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Perspectiva

Los Estados Unidos de la desigualdad

La semana pasada, mientras el Congreso aceleraba la aprobación del proyecto de ley fiscal que le transferirá billones de dólares a la oligarquía financiera, dos equipos de expertos publicaron reportes condenatorios documentando el crecimiento de la desigualdad social en Estados Unidos.

El jueves, un grupo de investigadores sobre la desigualdad, incluyendo a Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, publicaron su Reporte Mundial de la Desigualdad 2018, el cual devela que EUA es mucho más desigual que las economías avanzadas de Europa Occidental y gran parte del resto del mundo.

La participación en el ingreso nacional del 10 por ciento más rico de cada región

Los investigadores reportaron que la tajada del ingreso nacional total que va a manos del uno por ciento con mayores ingresos de EUA aumentó del 10 por ciento en 1980 al 20 por ciento en el 2016. En el mismo periodo, la participación del 50 por ciento más pobre cayó del 20 al 13 por ciento. Hoy día, el 90 por ciento inferior controla apenas un 27 por ciento de la riqueza nacional, comparado con el 40 por ciento hace tres décadas.

La participación del ingreso nacional del uno por ciento más rico contra el 50 por ciento más pobre en Estados Unidos

En otra muestra gráfica del estado de la sociedad estadounidense, el reportero especial de Naciones Unidas sobre la pobreza extrema y los derechos humanos, Philip Alston, publicó el viernes un informe donde asevera que la prevalencia de la pobreza extrema en medio de una opulencia inimaginable en EUA es una violación a derechos humanos básicos.

El hecho de que EUA ha invadido, bombardeado y desestabilizado países alrededor del mundo bajo el pretexto de defender los “derechos humanos” es sin duda una de las razones por las cuales la prensa corporativa ha optado por enterrar estos dos reportes.

Alston evidenció “patios llenos de aguas negras en estados donde los gobiernos no consideran que la provisión de facilidades de saneamiento sea su responsabilidad”, “personas que han perdido todos sus dientes porque el cuidado dental para adultos no es cubierto por la vasta mayoría de los programas disponibles para los muy pobres”, “tasas de mortalidad que se están disparando, y la destrucción de familias y comunidades por las adicciones a fármacos recetados y otras drogas”.

La concentración extrema de la riqueza ha corroído los cimientos de la democracia estadounidense, apunta Alston. “No hay ningún otro país desarrollado en el que tantos votantes sean privados de una representación… y en el que los votantes ordinarios tengan un impacto tan pequeño en los resultados políticos”.

En su tirada del domingo, el New York Times publicó un editorial titulado “El proyecto de ley fiscal que creó la desigualdad”. El diario critica la legislación que ya está siendo estampada en el Congreso por “darle recortes de lujo a las corporaciones y a los ricos mientras le quita beneficios a los pobres y a la clase media”. El editor añade, “Lo que muchos no comprenden es que, en primer lugar, el aumento en la desigualdad ayudó en la creación del proyecto de ley”. Continúa, un “grupo cada vez más pequeño de personas” se ha vuelto, “efectivamente, en hacedores de reyes”, buscando “influir en la política estadounidense para favorecer sus intereses… familias ricas han apoyado a candidatos que comparten su hostilidad a las tributaciones progresivas, los programas de bienestar y cualquier tipo de regulaciones gubernamentales”.

Los editores culpan a los republicanos, pese a reconocer que “las donaciones de Wall Street y de las corporaciones estadounidenses han… empujado a varios demócratas al centro o incluso a la derecha en cuestiones como la regulación financiera, el comercio internacional, las políticas antimonopólicas y las reformas de asistencia social”.

Existe una brecha profunda entre el retrato del Times de la sociedad estadounidense y su prescripción para ella, la cual, al fin y al cabo, es apoyar al Partido Demócrata. El editorial concluye aplaudiendo la elección del derechista demócrata, Doug Jones, como senador de Alabama, proclamándola como evidencia de que “la desigualdad en EUA no tiene que autoperpetuarse”.

El Times no ve apto mencionar que, en las elecciones del 2016, apoyó completamente a la candidata demócrata, Hillary Clinton, cuyo compromiso era únicamente con “Wall Street y las corporaciones estadounidenses”. Tampoco indica que este mismo noviembre publicó un editorial declarando su apoyo completo a los recortes fiscales a las corporaciones, que conforman el núcleo del plan fiscal republicano. “Si los republicanos trabajaran con los demócratas, podrían llegar a algún acuerdo para bajar la tasa impositiva más alta sobre las corporaciones”, declaró el periódico.

El Times no hace cuenta del por qué ni cómo llegó EUA a este punto, ni de las implicaciones de los exorbitantes niveles de desigualdad social para el futuro de la sociedad estadounidense. La razón detrás de esto es que abordar tales interrogantes pondría en cuestión al sistema capitalista en sí, al cual el diario apoya con fervor.

La situación actual no se configuró de la nada, ni tampoco es el producto de un complot nefasto de un solo partido. La aparición de formas oligárquicas de gobierno, o de los “hacedores de reyes”, es producto de una evolución histórica larga

Las bases ideológicas del capitalismo estadounidense del siglo XX —el “sueño americano”, la idea de que el capitalismo en el país beneficia a todos y que cada nueva generación vivirá bajo mejores condiciones que la previa— son si acaso memorias lejanas.

Durante la primera parte del siglo pasado, la clase gobernante estadounidense respondió al estallido de los conflictos de clases y la amenaza de una revolución socialista, representada ante todo por la Revolución Rusa, por medio de reformas sociales: el Nuevo Trato de Roosevelt (que incluyó el seguro social), varios aumentos en las tasas de impuestos sobre los ricos, y las políticas de la Gran Sociedad de los años sesenta (que incluyeron los programas de salud Medicare y Medicaid).

Sin embargo, estas medidas fueron implementadas dentro del marco de preservar un sistema social y económico basado en la propiedad privada de los bancos y las corporaciones. Más allá, se arraigaban en la fuerza del capitalismo estadounidense y en su posición dominante en la economía mundial.

El giro en la estrategia de la burguesía correspondió a un giro en la posición del capitalismo estadounidense. Durante el último medio siglo, la clase gobernante ha procurado contrarrestar el declive de su posición económica por medio de agresiones militares a nivel internacional y, a nivel interno, a través de la redistribución de los recursos sociales de la gran masa de la población a manos de la oligarquía financiera. Los resultados de este proceso se ven evidenciados en el gráfico sobre la desigualdad social, que muestra al uno por ciento en la cima acaparando una tajada cada vez más grande de la riqueza y los ingresos a nivel nacional.

Esta trayectoria ha mantenido su curso bajo Gobiernos demócratas y republicanos, por igual. El editorial del Times se refiere al enorme aumento de la desigualdad durante las últimas tres décadas. No obstante, durante dicho periodo, los demócratas ocuparon la Presidencia por 16 años (dos términos de Clinton y dos términos de Obama) y los republicanos 12 años (un término de Bush padre y dos de Bush hijo). Independientemente del partido político al mando de la Casa Blanca o el Capitolio, los procesos de desregulación, financiarización y evisceración de programas sociales han continuado sin trabas.

Todas las instituciones de la sociedad estadounidense han tenido su parte en esta contrarrevolución social. Los sindicatos se han transformado en simples extremidades de la patronal, renunciando a cualquier indicación de ser “organizaciones obreras”. Durante los años ochenta, aislaron y suprimieron cada huelga y lucha contra la ofensiva de los ricos. Hoy día, funcionan como contratistas de mano de obra barata y fuerzas policiales industriales al servicio de la burguesía, al mismo tiempo que proveen suntuosas prebendas y privilegios para los funcionarios de la clase media-alta en su cúpula.

El Gobierno de Trump y su proyecto de ley fiscal, lejos de ser una aberración, constituye una continuación de esta política de clase.

El estado en el que se encuentra la sociedad estadounidense —al que las clases gobernantes alrededor del mundo ven como un modelo a seguir— representa una reivindicación del marxismo. El capitalismo se caracteriza por el conflicto irreconciliable entre la clase obrera —la gran mayoría de la humanidad— y la élite gobernante. El Estado no es ninguno árbitro neutral, sino un instrumento de dominio de clase. La clase obrera tiene que organizarse independientemente para restructurar la vida social y económica.

Los demócratas temen este panorama igual que los republicanos y, por ende, el sinfín de intentos para desorientar, como la histeria antirrusa y la actual campaña sobre acoso sexual promovida por el New York Times y otros.

Cuando el Workers League (Liga de los Trabajadores) en EUA decidió formar el Partido Socialista por la Igualdad hace 22 años, señaló que el factor predominante de la vida política era “el ensanchamiento de la brecha entre un porcentaje pequeño de la población que disfruta de una riqueza sin precedentes y la amplia masa de la clase trabajadora que vive bajo diversos grados de inseguridad y aflicción económicas”.

Este análisis ha sido confirmado por las dos décadas subsecuentes. Así como el fulgurante ascenso de la desigualdad social es un resultado inexorable del capitalismo, la transformación socialista de la sociedad es la única forma de librar a EUA y al mundo del flagelo de la desigualdad social y del dominio de la oligarquía financiera, cuyo control de la vida social y económica se ha convertido en el principal obstáculo al progreso humano.

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