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Perspectiva

El Gobierno estadounidense y las elecciones rusas

Durante el último año, el Partido Demócrata y los principales medios de comunicación estadounidenses se han dedicado de manera monomaniática a perseguir acusaciones infundadas de que las elecciones estadounidenses del 2016 se vieron comprometidas por Rusia.

Cabe considerar este contexto al evaluar la respuesta que ha tenido la decisión de las autoridades rusas a prohibirle a Alexei Navalny participar en las elecciones presidenciales. La prensa estadounidense e internacional ha emitido declaraciones santurronas. Los periódicos han elogiado a Navalny como un “cruzado contra la corrupción” y como la cara “democrática” de la “oposición popular” al presidente ruso, Vladimir Putin.

El Washington Post condenó en un editorial la decisión de expulsar a Navalny de la carrera electoral e indicó que sus “verdaderas ofensas eran ayudar a liderar la oposición” al Gobierno “autoritario” de Putin y “movilizar a decenas de miles de seguidores en ciudades alrededor de Rusia este año para denunciar al régimen”.

El grado de hipocresía y cinismo causa asombro. Mientras que la acusación de “injerencia” rusa en las elecciones estadounidense concierne unos pocos miles de dólares en anuncios en Facebook, Navalny es casi un producto del Departamento de Estado de Estados Unidos.

Un graduado del programa de becas globales de la Universidad de Yale, el sitio web de Yale lo destaca como el cofundador del Movimiento Democrático Alternativo, una organización que un cable diplomático filtrado muestra como benefactora de la Fundación Nacional para la Democracia (NED; National Endowment for Democracy) asociada con el Gobierno estadounidense, un hecho que su organización ocultaba por “temor a parecer estar comprometida por una conexión con Estados Unidos”.

El World Socialist Web Site no apoya la supresión de la oposición política a manos del Gobierno de Putin; sin embargo, las pretensiones de la prensa estadounidense de posar como defensora de los “derechos humanos” y la “democracia” son un disparate. A EUA, el país desarrollado más desigual y antidemocrático y el principal propulsor de guerras y dictaduras alrededor del mundo, no le corresponde dar lecciones a nadie sobre “democracia”.

Ningún otro país interviene en los asuntos políticos de otros Estados de forma tan directa, regular y descarada como Estados Unidos. La política exterior estadounidense consiste en una sola y enorme intervención en la política de los otros países, gestionando toda una operación de propaganda, desestabilización, financiamiento a partidos de oposición, fraudes electorales, golpes electorales, bombardeos y ocupaciones. En su conjunto, estas actividades han matado a más personas que cualquier otro Gobierno desde la Alemania nazi.

El profesor Dov Levin, de la Universidad Carnegie Mellon ha recopilado una base de datos con al menos 81 injerencias de Washington, entre 1946 y el 2000 en las elecciones de otros países. Este número no incluye los golpes militares ni las operaciones de cambio de régimen después de la elección de candidatos que no eran de la preferencia de EUA, como en Irán, Congo, Guatemala, Chile y muchas otras naciones.

La intervención del Gobierno estadounidense y del presidente Bill Clinton personalmente para asegurar la reelección de Boris Yeltsin en la elección rusa de 1996 fue tan osada que la revista Time colocó en su portada del 15 de julio de 1996 una caricatura de Yeltsin con una bandera estadounidense, con el encabezado: “Yanquis al rescate”.

Por su parte, el sistema electoral estadounidense, ante la enorme influencia del enjambre de multimillonarios y corporaciones y el laberinto de leyes antidemocráticas que obstaculizan a los candidatos de terceros partidos, previenen que la gran mayoría de la población estadounidense tenga voz y voto.

El relator especial de las Naciones Unidas en temas de pobreza extrema y derechos humanos declaró en su visita a distintas partes de Estados Unidos este mes, “No hay ningún otro país desarrollado en el que tantos votantes estén tan privados de cualquier representación… y donde los votantes ordinarios tengan, a fin de cuentas, un impacto tan mínimo en los acontecimientos políticos”.

A pesar de la evidencia substancial de que la campaña de Navalny constituye un esfuerzo de las agencias de inteligencia estadounidenses de intervenir en la política rusa, la prensa estadounidense ha encontrado la manera de asociar la decisión de Putin contra Navalny con las acusaciones de que el Kremlin ha estado socavando la democracia estadounidense.

“Aun mientras proscribe a la oposición política en Rusia, el Sr. Putin continúa presidiendo conatos para perjudicar e inclinar la balanza de las elecciones en Occidente”, escribió el Washington Post en su editorial. “Para él, los comicios electorales son una vulnerabilidad que ha de ser evitada internamente y explotada en el exterior. En este sentido, los Gobiernos occidentales y los demócratas de Rusia tiene una causa en común en oponerse al Sr. Putin”.

De acuerdo con las agencias de inteligencia por las que habla el Post, el Gobierno ruso intentó intervenir en las elecciones estadounidenses para promoverá a candidatos de terceros partidos. La semana pasada, la comisión de inteligencia del Senado anunció que estará investigando a Jill Stein, la candidata presidencial del Partido Verde en el 2016, con base en que RT, una cadena televisiva cuya sede es en Rusia, le otorgó una cobertura a su campaña. La única interpretación es que buscan intimidar a terceros partidos y sus simpatizantes.

Del mismo sombrero, el Post emite denuncias por la supresión del candidato de un tercer partido en Rusia mientras legitiman los esfuerzos para marcar a los simpatizantes del Partido Verde en Estados Unidos como traidores.

Existe otro problema con la presentación oficial de Navalny como el representante de la oposición popular a la oligarquía rusa: Navalny es de extrema derecha y cuenta con si acaso un apoyo marginal en el electorado ruso.

Al mismo tiempo que busca encubrir su política derechista detrás del cajón de sastre de oposición a la corrupción, Navalny carga con un largo registro de ultranacionalismo, conexiones a grupos neonazis, y la promoción de concepciones racistas. En un video en YouTube, compara a las minorías dentro de Rusia con “cucarachas”, pero añadiendo que las cucarachas por lo menos se pueden matar con una pantufla, para los humanos recomienda una pistola. Durante la guerra entre Rusia y Georgia en el 2008, Navalny llamó reiteradamente a los georgianos como “roedores” y demandó la expulsión de todos los georgianos de Rusia.

Escribiendo para el sitio Salon, Danielle Ryan menciona que, mientras la prensa alineada con EUA alaba a Navalny como si fuese un héroe, “Lo que se reporta menos sobre Navalny son sus inclinaciones nacionalistas, lazos con grupos neonazis, comentaros xenofóbicos y opiniones extremadamente antiinmigrantes. Las referencias al nacionalismo de Navalny en Occidente son enterradas o descartadas, mientras que los titulares le cantan alabanzas”.

El financiamiento del Departamento de Estado es sin duda apoyado por el apoyo abrumador y acrítico de la prensa estadounidense e internacional. El New York Times ha publicado 387 artículos referenciando a Navalny, el Washington Post ha publicado 344 artículos y el Financial Times ha tirado 299.

Pese a la tremenda cobertura internacional que ha recibido su campaña y la amplia hostilidad popular a la desigualdad social, cuyos niveles son casi tan altos en Rusia como en Estados Unidos, Navalny cuenta con el apoyo de solo un dos por ciento del electorado, según una reciente encuesta independiente.

En última instancia, el conflicto político entre Putin y Navalny representa la disputa dentro de la cleptocracia rusa, en el cual está interviniendo forzadamente Washington. Es la tarea de la clase obrera de Rusia barrer con Putin y la oligarquía que él representa, no del Departamento de Estado y la Inteligencia estadounidenses.

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