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Perspectiva

La campaña sobre la “incapacidad” de Donald Trump

La publicación del nuevo libro de Michael Wolff, Fire and Fury (Fuego y furia), una exposición desde adentro sobre los primeros meses del Gobierno de Donald Trump, ha desencadenado una tormenta mediática alrededor de las acusaciones de que el presidente es mentalmente incapaz de ejercer su cargo. Los comentaristas de la prensa y los políticos demócratas han utilizado el retrato de Trump presentado por el libro para argumentar a favor de que lo declaren inhabilitado, lo que resultaría, en el improbable caso de que suceda, en un presidente Mike Pence.

Como es de costumbre, Trump respondió echando más leña al fuego. Primero, amenazó fuertemente al autor y a la editorial para que se deshicieran del libro, y atacó a su exjefe de campaña y asesor en la Casa Blanca, Stephen Bannon, quien fue la principal fuente para Wolff. Bannon ahora está al mando del medio de tendencia fascista Breitbart News. Luego, Trump publicó varios tuits estólidos dando bombo a su propio intelecto y describiéndose como un “genio estable”.

El libro de Wolff es un surtido de chismes típico de este antiguo cronista de las manías y las fábulas de los círculos pudientes de Manhattan. Nada de lo que presenta sobre la Casa Blanca de Trump es sorprendente. Qué el estafador inmobiliario y estrella de programas de telerrealidad sea un ególatra arrogante con una capacidad de concentración baja y una aversión a la lectura no es ni sorprendente ni digno de tal desconcierto. Nada de esto lo diferencia de los otros miles de CEOs estadounidenses.

El furor que ha generado Fire and Fury es una continuación y expansión de los esfuerzos del Partido Demócrata, con el respaldo de la mayoría de la prensa, para inducir la destitución de Trump por medio de intriga y escándalos, propios de Washington. Las acusaciones de “incapacidad” mental se suman ahora a la investigación encabezada por el fiscal especial, Robert Mueller, sobre la presunta colusión entre la campaña de Trump y Rusia en las elecciones del 2016.

Debido a la configuración política en la Cámara de Representantes y el Senado, los opositores demócratas de Trump no ven probable un juicio político; en cambio, han perseguido la aplicación de la Vigesimoquinta Enmienda de la Constitución, la cual permite que el vicepresidente y una mayoría del gabinete ejecutivo expulsen al mandatario en caso de considerarlo incapaz de cumplir sus funciones por razones de salud, incluyendo su salud mental.

El domingo, en el programa “Meet the Press” de NBC News, Wolff dejó en claro el propósito político de su libro cuando señaló que las discusiones sobre la Vigesimoquinta Enmienda eran pan de cada día en la Casa Blanca bajo Trump. Indicó que los principales asesores del mandatario comentaban sobre si esta declaración o aquel acto de Trump ya lo entraban en “territorio de la Vigesimoquinta Enmienda”.

La campaña para destituir a Trump con base en su supuesta incapacidad mental es ajena a cualquier contenido progresista o democrático. Es simplemente el último intento de los oponentes de Trump en la clase gobernante para cooptar el crecimiento de la oposición popular a las políticas derechistas de su Administración y canalizarlo por vías seguras.

Los demócratas evitan plantear cuestiones que puedan resonar o fomentar el aumento de la oposición a la guerra, la represión interna y la desigualdad social. Al contrario, prefieren derribar a Trump por medio de métodos de golpe palaciego para evitar la intervención de los trabajadores estadounidenses.

Existe una diferencia fundamental de clase entre la oposición a Trump desde la clase obrera y la oposición a Trump de los políticos demócratas, los sectores de la prensa corporativa y el aparato militar y de inteligencia.

La oposición burguesa se centra en cuestiones de política exterior, particularmente en objeciones a cualquier repliegue de la feroz postura antirrusa adoptada bajo Clinton y Obama. Detrás de esto, hay una inquietud de que la conducta errática e incitadora del presidente vaya a socavar la posición global del imperialismo estadounidense y dificultar la movilización de apoyo público en caso de una guerra o una crisis social mayor en el país.

A esto se deben las críticas demócratas dirigidas contra Trump respecto a la campaña antirrusa, las acusaciones de acoso sexual y el frenesí actual sobre la supuesta incapacidad mental de Trump. Todas estas gestiones tienen como fin erosionar el apoyo de Trump en el Estado, los grupos de poder y Wall Street. Ninguna busca ganarse a la clase obrera.

Los demócratas han hecho preparativos para convocar manifestaciones en todo el país en caso de que Trump despida a Mueller, pero no han siquiera insinuado tal movilización contra el ampliamente impopular recorte fiscal de Trump para las corporaciones y los ricos. Tampoco han apelado a la oposición popular contra sus vetos a viajantes contra los musulmanes y refugiados, ni contra su persecución de inmigrantes, acercamientos a la derecha alternativa (Alt-right) fascista o amenazas de iniciar una guerra nuclear en Corea.

Mientras que Trump es presentado como un intruso malvado, sus políticas militaristas, sus recortes fiscales para los ricos y medidas de austeridad contra los trabajadores solo continúan, si bien intensifican el programa de la aristocracia financiera estadounidense que han avanzado tanto los presidentes demócratas como los republicanos durante las últimas cuatro décadas.

El recrudecimiento de la profunda crisis política en Estados Unidos —que ya eclipsa a Watergate, el asunto Irán-Contra y el juicio político contra Bill Clinton— tiene un carácter social objetivo. Este fenómeno no se deriva ni de la ineptitud de Trump ni del resentimiento de los demócratas por salir derrotados en los comicios presidenciales, sino de las contradicciones sociales del capitalismo estadounidense.

La desigualdad económica ha llegado a un punto en el que tres multimillonarios estadounidenses controlan tanta riqueza como el 60 por ciento más pobre de la población estadounidense. Los niveles de vida de la gran mayoría de los trabajadores han decaído o se han mantenido estancados durante los últimos 40 años. La juventud del país ha crecido en un contexto de guerras imperialistas interminables en el extranjero y del deterioro de las condiciones sociales en casa. El disentimiento hacia ambos partidos políticos, ninguno de los cuales ofrece ni la más mínima posibilidad de un cambio progresista, es generalizado.

El carácter histérico del conflicto dentro de la élite gobernante es una de las muchas señales de la inminente explosión social y política en Estados Unidos. Sin embargo, la expulsión de Trump por medio de la promoción de escándalos o conspiraciones no contribuiría nada a la educación política ni movilización de la clase obrera. Al contrario, los esfuerzos de los demócratas y sus partidarios en la prensa procuran bloquear precisamente tal movilización desde abajo que no solo amenaza al Gobierno de Trump, sino a toda la estructura bipartidista controlada por las corporaciones y al sistema capitalista en general.

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[17 de junio del 2017]

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