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Los comentarios racistas de Trump desencadenan una condena internacional

El ya tambaleado prestigio internacional del gobierno estadounidense recibió un golpe más con la revelación de que el presidente Trump etiquetó a algunas de las naciones más oprimidas y empobrecidas como “países de mierda”. Disgusto e ira por los comentarios abiertamente racistas que hizo el presidente en una reunión con los líderes del Congreso el jueves solo se ha intensificado por los intentos tardíos y obviamente deshonestos de Trump de negar que haya dicho lo que han informado fuentes múltiples, incluidos algunos de los asistentes a la reunión.

Los comentarios se hicieron en una conferencia de la Casa Blanca con legisladores demócratas y republicanos sobre política de inmigración. En respuesta a una discusión sobre el “estado de protección temporal”, que permite a personas de países devastados por desastres naturales o guerras, como Haití y El Salvador, vivir y trabajar en los EUA, Trump dijo: “¿Para qué queremos haitianos aquí? ¿Por qué queremos aquí a toda esta gente de África? ¿Por qué queremos a todas estas personas de países de mierda? Deberíamos tener más personas de lugares como Noruega”.

La diatriba de Trump se filtró al Washington Post y se hizo pública. Las denuncias internacionales pronto siguieron.

El vocero de los derechos humanos de las Naciones Unidas, Rupert Colville, dijo en una conferencia de prensa: “No hay otra palabra que se pueda usar sino racista. No se puede despreciar a países y continentes enteros como ‘países de mierda’, cuya población no es enteramente blanco, y por lo tanto no es bienvenida”.

El gobierno de Haití, desde donde cientos de miles de personas han emigrado a los Estados Unidos para escapar de la pobreza y la represión política, emitió un comunicado declarando que “condena en los términos más enérgicos estos comentarios aborrecibles y desagradables”. El embajador del país en los EUA ha exigido una disculpa pública.

Otros líderes políticos también se sintieron obligados a emitir declaraciones. El presidente de El Salvador tuiteó que Trump había “golpeado la dignidad de los salvadoreños”. El lunes pasado, la administración Trump despojó de su estatus protegido a más de 250.000 personas de El Salvador que llevan décadas viviendo en los Estados Unidos, dándoles 18 meses para empacar e irse o ser deportados.

Vicente Fox, el expresidente de México, tuiteó a Trump: “Tu boca es la mierda más horrible del mundo”. Durante las elecciones de 2016, Trump calumnió a millones de inmigrantes mexicanos en los EUA afirmando: “Están trayendo drogas. Están trayendo crimen. Son violadores”.

El gobierno del Congreso Nacional Africano en Sudáfrica calificó el comentario como “extremadamente ofensivo”. Los medios del país estaban llenos de denuncias y ridiculizaciones de Trump. Un medio de comunicación, el Daily Maverick, escribió que un acontecimiento en la Casa Blanca “pronto incluirá capuchas [del Ku Klux Klan] y antorchas tiki a este ritmo”.

El gobierno de Botswana calificó los comentarios de “reprobables y racistas” y, según se informó, convocó al embajador de los EUA para que aclarara si el país era considerado un “de mierda” por Washington. Trump fue condenado en toda África y se declaró que las potencias imperialistas, incluido Estados Unidos, eran responsables del legado de pobreza y atraso del continente.

No es sorprendente que no haya habido fuertes declaraciones de condena por parte de los gobiernos europeos o de Japón o Australia. Las políticas de todas las potencias imperialistas son discriminatorias contra las personas de las regiones más pobres del mundo.

La Unión Europea busca sellar sus fronteras para bloquear a los refugiados de África y Medio Oriente, lo que lleva a miles de personas a perder la vida tratando de cruzar el Mediterráneo. La inmigración a Japón es efectivamente imposible desde la mayoría de los países. Australia mantiene una lista negra de docenas de Estados a cuyos ciudadanos se les niega rutinariamente incluso las visas de turistas. Aunque no hayan sido etiquetados oficialmente como “países de mierda”, así es como se trata a sus poblaciones.

Sin embargo, en gran parte del mundo, los funcionarios de la administración Trump han tenido que intentar desesperadamente contener las consecuencias diplomáticas. El Departamento de Estado y las embajadas han emitido mensajes tranquilizadores de que Estados Unidos valora sus relaciones con los países de África, América Central y América del Sur.

Sin embargo, el daño se extiende internacionalmente, como lo indica el anuncio de la Casa Blanca de ayer de que Trump cancelará una visita al Reino Unido en febrero. No hay duda de que habría sido recibido por manifestaciones aún más grandes de lo esperado debido a la repulsión popular en Gran Bretaña por sus comentarios. De hecho, en cualquier parte del mundo en que Trump viaje, la clase dominante estadounidense enfrenta la perspectiva de que su jefe de Estado sea recibido por una oposición masiva a su presencia.

Después de menos de un año en el cargo, Trump es indiscutiblemente más vilipendiado que el autor de las mentiras respecto a las “armas de destrucción masiva” y criminal de guerra George W. Bush. El presidente estadounidense es visto por miles de millones de personas como un belicista inestable, racista y mentiroso. En la clase trabajadora estadounidense, una de las más diversas étnica y culturalmente del planeta, la creciente oposición a las políticas racistas de inmigración y al enfoque fascista de Trump se cruza con la creciente ira por la caída de los niveles de vida, la infraestructura fallida y la represión de Estado policial.

La reacción del establishment político y de medios de comunicación estadounidense ante los comentarios de Trump ha tenido un aire de desesperación. Existe un grado de reconocimiento en la clase capitalista y sus representantes de que, con la administración Trump, los EUA están perdiendo su autoridad y credibilidad, tanto en el escenario mundial como en el hogar, ha alcanzado un punto de quiebra.

Resumiendo el sentimiento de la élite gobernante, el republicano de Idaho, Mike Simpson, dijo a the Associated Press: “Esto es un gran problema. La influencia y el poder de Estados Unidos en el mundo realmente se han centrado en nuestra capacidad de persuadir a causa de nuestro liderazgo, y él simplemente está destruyendo eso”.

Al mismo tiempo, las condenas de Trump están llenas de hipocresía, especialmente por parte del Partido Demócrata y sus partidarios. En última instancia, Trump simplemente dio una cruda expresión de cómo la administración Obama veía y trataba a los migrantes de las naciones que habían sido etiquetados como “países de mierda”.

Bajo Obama, al menos 2,5 millones de personas fueron deportadas, al menos 1.000 por día, particularmente de México, América Central y el Caribe. Si Hillary Clinton hubiera sido elegida en 2016, la brutal persecución de los llamados inmigrantes “ilegales” no hubiera disminuido.

El objetivo de las recriminaciones contra Trump en el establishment estadounidense es tratar de presentar al actual presidente como una mera aberración, una mancha en un cuerpo político democrático y saludable. Se están haciendo todos los esfuerzos para promover la concepción de que si se instala una nueva figura en la Casa Blanca, las cosas volverán a ser “normales”.

Nada más lejos de la verdad. Trump es el producto de un proceso de décadas, caracterizado por un fuerte declive en la posición económica global del capitalismo estadounidense y el inmenso crecimiento de los antagonismos de clase y la desigualdad social dentro de los Estados Unidos.

Las mentiras y la propaganda de la Guerra Fría según la cual el imperialismo de los Estados Unidos representaba la “libertad”, la “democracia” y los “derechos humanos” han quedado completamente expuestas en los últimos 25 años. Washington se involucra en intrigas o invasiones directas de países e inflige muerte y destrucción para que los bancos y corporaciones estadounidenses puedan saquear recursos y dominar mercados. Dentro de los Estados Unidos, los niveles de vida de la clase trabajadora han sido devastados para proteger y aumentar la riqueza de una pequeña proporción de la población: la clase capitalista y su periferia de clase media alta.

Es dentro del entorno político degenerado producido por estos procesos que Trump pudo ganar la presidencia, a través de apelaciones demagógicas a la inmensa alienación de sectores de la población y al vacío político dejado por las políticas derechistas y antiobreras de los demócratas. Su administración ha procedido a defender los intereses de la oligarquía capitalista a través de recortes masivos de impuestos corporativos en el país e intensas intromisiones militaristas a nivel internacional.

Trump es la expresión nociva del declive y la decadencia del capitalismo estadounidense y su clase dominante. La presencia en el pináculo del poder estatal de un racista absoluto, que da una expresión abierta y cruda al contenido reaccionario de la política exterior e interior de los EUA, socava la capacidad del imperialismo estadounidense para encubrir su agresión y saquear todo el mundo bajo el manto de la “democracia” y los “derechos humanos”.

La xenofobia, el racismo y el nacionalismo antiinmigrantes son el corolario inevitable del militarismo y de los ataques cada vez más profundos contra la clase trabajadora. En todos los países, así es como la clase capitalista busca dividir y desorientar a las masas y defender su propiedad y control sobre la riqueza y la capacidad productiva de la sociedad.

La respuesta de la clase trabajadora al racismo y al chovinismo debe desarrollarse en oposición total al sistema capitalista y a todos sus partidos políticos y sus defensores. En los Estados Unidos y en todo el mundo, hay que responder con la lucha por la unidad internacional de la clase trabajadora en la lucha común por el socialismo mundial.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 13 de enero de 2018)

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