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El Partido Socialista de Francia ataca a Catherine Deneuve por oponerse a la caza de brujas de #MeToo

La columna políticamente valiente publicada por 100 mujeres en Le Monde que critica la campaña #MeToo (#YoTambién) provocó una respuesta venenosa de la élite gobernante francesa. La columna—firmada conjuntamente por personalidades que incluyen a las actrices Catherine Deneuve e Ingrid Caven, y las escritoras Catherine Millet y Catherine Robbe-Grillet—no anduvo con rodeos. Dejó en claro que el frenesí de #MeToo, surgido el año pasado de la campaña mediática de EE.UU. que acusa al productor Harvey Weinstein de abuso sexual de mujeres, es una campaña política de derecha.

Negándose a confundir el “coqueteo insistente o torpe” con la violación, se opuso a “la incursión de fiscales autoproclamados en la vida privada” y a las peticiones de que la vida intelectual y artística se ajuste a los dictados de #MeToo. Advirtió sin rodeos que al exigir la censura de obras de arte explícitas y confesiones públicas humillantes de hombres acusados de delitos sexuales, #MeToo estaba creando “un clima de sociedad totalitaria”.

Esta exposición de #MeToo ha provocado indignación en fuerzas que se especializaron hace mucho tiempo en empaquetar formas derechistas de política de identidad como de “izquierda”. El Partido Socialista (PS), el principal partido socialdemócrata de gobierno en Francia desde la huelga general de mayo-junio de 1968 y proveedor clave de la política de género, lideró la carga. Figuras destacadas del PS, que se tambalean por la desintegración del partido en las elecciones de 2017 en medio del enojo masivo por sus políticas de austeridad y guerras, recogieron sus plumas para denunciar de manera histérica a Deneuve y otras firmantes como apologistas de la violación.

De hecho, un análisis de sus argumentos—una mezcla de acusaciones sin fundamento, amenazas y calumnias groseras contra las firmantes de la columna, principalmente Deneuve—reivindica la evaluación de la columna sobre el carácter antidemocrático y derechista del movimiento #MeToo.

Ségolène Royal, la derrotada y libremercadista candidata presidencial del PS en 2007, lideró el ataque a Deneuve en Twitter. Insinuando que Deneuve es indiferente a la dignidad de las mujeres, escribió: “Una pena que nuestra gran Catherine Deneuve firmara este texto horrible. Todos nuestros pensamientos, nosotros los hombres y mujeres que nos preocupamos por la dignidad de las mujeres, están con las víctimas de violencia sexual, que están aplastadas por el miedo a hablar”.

Una ola de comentarios virulentos denunciando a Deneuve apareció en torno al tuit de Royal. Un usuario de Twitter (@JessRtr) se burló del título de la columna de Le Monde: “Defendemos la libertad de importunar a las personas, que es indispensable para la libertad sexual”. Instó a los simpatizantes de #MeToo a acosar sexualmente a Deneuve: “No olvides tu libertad para importunar poniendo una gran mano en las nalgas de Catherine Deneuve cuando la veas”.

La pieza central de la respuesta del PS, empero, fue un comentario grosero y difamatorio firmado por 30 feministas militantes, redactado por la integrante prominente del PS Caroline De Hass. Publicado en la página web de la estatal France Télévisions, constituye la respuesta oficial, aprobada por el estado, a la columna de Le Monde: acusa falsamente a las mujeres que firmaron la columna de Le Monde de ser apologistas de la violación.

La página web que contiene la declaración cita a De Haas diciendo: “Las firmantes de la columna en Le Monde son en su mayoría reincidentes en términos de defensa de la pedofilia o apología de la violación. Nuevamente están usando su prominencia en los medios para trivializar la violencia sexual. De hecho, muestran su desprecio por millones de mujeres que están sufriendo o han sufrido esa violencia”.

Esta es una vil tergiversación de la columna de Le Monde, que no hace apología de la violación. De hecho, la columna comienza estableciendo una distinción firme entre la violación y las proposiciones sexuales no violentas, aunque no deseadas, al declarar: “La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”.

Esta distinción entre violación y proposiciones sexuales no deseadas indigna a De Haas. Hacia el comienzo de su declaración, escribe: “Las firmantes de la columna mezclan deliberadamente una relación seductora basada en el placer con la violencia. Mezclar todo es muy conveniente. Les permite poner todo en la misma bolsa”.

No son Deneuve y las otras firmantes de Le Monde quienes quieren “poner todo en la misma bolsa”, sino—como explicó la columna de Le Monde —De Haas y el movimiento #MeToo. El argumento de De Haas borra la distinción entre cualquier tipo de proposición sexual no deseada y la violación, que son todas agrupadas como “violencia”.

A partir de esto, De Haas llega a una conclusión tóxica y reaccionaria: todas las mujeres deben vivir en constante terror a una violencia sexual horrible. “Los actos de violencia pesan sobre las mujeres”, dice. “Cada una de nosotras. Pesan sobre nuestros espíritus, nuestros cuerpos, nuestros placeres y nuestra sexualidad. (…) Tenemos un derecho fundamental a vivir nuestras vidas en seguridad. Pero en Francia, en Estados Unidos, en Senegal, en Tailandia o en Brasil: ese no es el caso hoy. No en cualquier lugar”.

Esta visión infernal es a la que se opusieron correctamente las firmantes de Le Monde cuando criticaron la visión de que las mujeres son “víctimas eternas, pobres cositas en las garras de demonios falócratas”.

La declaración de De Haas desprecia totalmente la cuestión fundamental de los derechos democráticos planteada por las firmantes de Le Monde al criticar a #MeToo. Advirtieron sobre la violación de los derechos básicos del debido proceso en el despido repentino de hombres de sus puestos antes de que se presentaran cargos criminales, y mucho menos antes de ir a juicio. Protestaron por la censura de desnudos de Egon Schiele y un cuadro de Balthus, los pedidos de prohibición de una retrospectiva de Roman Polanski y las instrucciones ordenadas a escritores para reescribir sus trabajos a efectos de cumplir con las exigencias de #MeToo.

De Haas descarta estos problemas, que ni siquiera se molesta en mencionar, y responde con caricaturas toscas. Burlándose de afirmaciones de que “Ya no podemos decir nada” después de #MeToo, escribe: “¡Como si el hecho de que nuestra sociedad es (de algún modo) menos tolerante a los comentarios sexistas, como a los comentarios racistas y homofóbicos, fuera un problema! ‘Vamos, ¿no era realmente mejor cuando podíamos llamar zorras a las mujeres sin tener problemas?’ No. No lo era”.

Sólo se puede entender semejantes comentarios en el contexto de la hostilidad a los derechos democráticos y la clase obrera de parte de la socialdemocracia europea y su periferia de clase media.

Mientras estaba en el gobierno con el presidente François Hollande, el PS impuso un estado de emergencia de dos años que suspendió derechos democráticos básicos de 2015 a 2017. Justificado sobre la base de fomentar el miedo de los musulmanes después de los ataques terroristas islamistas de noviembre de 2015 en París, se usó para reprimir violentamente las protestas masivas contra la ley laboral profundamente impopular y antiobrera del PS. Desde entonces se convirtió en ley a sus disposiciones principales de forma permanente, como permitir al Estado prohibir las protestas e imponer arrestos domiciliarios indefinidos sin cargos.

Desde dentro del PS y su red de aliados pequeño burgueses y promotores de la política de identidad, como el Nuevo Partido Anticapitalista, no hubo oposición al estado de emergencia. Ahora las corporaciones están usando la ley laboral reaccionaria del PS para imponer niveles salariales submínimos en la industria petrolera y recortes masivos de empleos en la industria automotriz.

De Haas concluye su declaración, empero, tratando de adoptar una postura de “izquierda”, que critica a Deneuve y otras firmantes de Le Monde afirmando—sin ninguna evidencia—que están predispuestas contra los trabajadores. Escribe: “Muchas de ellas son rápidas para denunciar el sexismo cuando proviene de hombres en barrios de clase obrera. Pero cuando la mano en el trasero [es decir violencia sexual] viene de un hombre de su condición social, piensan que es parte del derecho a importunar a las personas. Tal ambivalencia muestra cuán serio es su autoproclamado apego al feminismo”.

Este ataque a Deneuve y las otras firmantes de Le Monde es repugnante. ¿Quién está defendiendo los derechos democráticos de las mujeres en este debate sobre #MeToo?

¿Son los partidarios de #MeToo? ¿Son los lacayos políticos en el PS—un partido formado hace casi 50 años como una alianza de los bancos, la burocracia del estado y secciones del movimiento estudiantil post 1968, que se derrumbó el año pasado para convertirse en un pequeño grupo odiado por los franceses por sus políticas de derecha? ¿Es De Haas, que calumnia a Deneuve y otras destacadas actrices y artistas como apologistas de la violación con el respaldo de la televisión estatal francesa y el presidente Emmanuel Macron?

¿O es Deneuve, indudablemente una de las actrices francesas más grandes y queridas del último medio siglo, que ha apoyado causas de la izquierda desde hace mucho tiempo, incluyendo la lucha de 1973 por la legalización del aborto y la lucha de 2009 contra la ley que persigue el intercambio de archivos, y cuya extensa carrera incluye dos premios César a la mejor actriz—como una mujer valiente que esconde a su marido judío en la París ocupada de El último metro (1981), y como heredera de una condenada plantación colonial de caucho en el agudo retrato de imperialismo francés de Indochina (1992)?

Los lectores pueden sacar sus propias conclusiones.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 11 de enero de 2018)

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