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“Cualquiera podría estar aquí mañana”

Entrevistas con gente sin techo en Anaheim, California

En diciembre, un informe del Departamento de Viviendas y Urbanismo, estadounidense, demostró que, por primera vez en siete años, había aumentado el número de gente desamparada, sin techo. Ha crecido de manera explosiva el número de desamparados en Estados Unidos —especialmente en el estado de California, donde hay 114 mil personas sin techo— oficialmente, sin embargo, no se hace nada para aliviar las condiciones de los miles de abandonados.

Campamento de los sin techo en el condado Orange

Todo lo contrario, sólo se discute esa cuestión cuando afecta a los ricos, y en consideración a los que a ellos le interesa. Ese es el caso con el campamento de los sin techo de Anaheim, California, que yace en las márgenes del Río Santa Ana, cerca del Estado de Béisbol del equipo Anaheim, propiedad de la empresa Disney, un estadio que genera en impuestos más de un millón de dólares anuales. Disney recibe exenciones fiscales de las autoridades de Anaheim, para renovar sus hoteles de turismo.

En vez de darle las mismas caridades a los que viven a lo largo del río, la ciudad ahora comienza la “lenta y metódica” campaña de acabar con el campamento; la ciudad pide que los sin techo lo abandonen en forma “voluntaria”; pero amenaza hacer uso de la fuerza.

Periodistas del WSWS entrevistaron a moradores sobre las condiciones que existen en el campamento y sobre su mudanza. Estas entrevistas pintan un cuadro de gente de clase obrera, víctimas de choques financieros —frecuentemente combinados con problemas de salud— que, sin poder resolverlos, los obligan a vivir en la calle. En combinación con el alto costo de vida y alquileres fuera de sus alcances, se agrava el desamparo.

El caso de Cher Stuckman es típico. Por un tiempo trabajó de asistente de administración en un hospital, luego de niñera. Después de sufrir de un síncope y convulsiones crónicas, y de lidiar con la enfermedad de su propia hija, no le dio abasto para costear su morada.

“Tratan a los sin techo como si fuéramos mierda. Somos como ciudadanos de segunda clase; no les valemos nada”, dijo Stuckman. “Todos estamos capacitados para hacer algo, pero, por alguna razón u otra, no podemos hacerlo. Muy pocas personas aquí son vagabundos. Existe una opinión equivocada, que todos los que viven aquí son drogadictos. Eso no es verdad. Digo, la gente comete errores. Existen algunos que son adictos; pero no es algo extremo”.

“En el condado de Orange las viviendas son muy caras. Yo nací y me crié aquí. Mirén como me tratan. Pago impuestos. Trabajo desde los trece años. Este año cumpliré sesenta ¿De cuántos años estamos hablando?”.

“¿Cómo les gustaría a los que nos están expulsando estar sin techo? No es nada agradable. Se puede hacer, pero no es agradable. A nadie le gusta. Uno se adapta”.

En el campamento Stuckman conoció a su compañero, quien solía ser camionero, y que cuida de la salud de ella.

Denise, una mujer adulta en silla de ruedas, dice que le es imposible trabajar por razón de su incapacidad. Señala los departamentos que rodean el campamento y dice: “Los que viven allí, mañana podrían estar aquí. Cualquiera podría estar aquí”.

Muchos de los moradores del campamento trabajan. Jeremy, un joven obrero, dijo: “Yo solía trabajar en Nueva Orleans en lanchas de remolque. Cuando me mudé a California trabajé en el puerto. Perdí mi empleo. Ahora limpio ventanas en una estación de servicio, gratis, por propinas”.

Victor en un tiempo fue dueño de un negocio de pintura. Nos habló de lo difícil es salir del desamparo. “No todos están aquí por drogas o por el alcohol. ¡Se vuelven alcohólicos después de llegar a este lugar! Muchos de los sin techo no deberían serlo. Llegan a este lugar porque se les acaban las opciones”.

“Muchos moradores tienen empleos, aunque es difícil conseguirlos. Uno solicita empleo; se presenta sin ducharse, sucio; se siente avergonzado; compite con tres o cuatro tipos limpios, afeitados, que vienen de sus casas; por lo tanto, no le dan el empleo”.

Mientras que algunos de los moradores del campamento aceptan las actividades de la policía, otros sospechan. Un señor nos contó como la policía tiraba a la basura las pertenencias de gente que no estaba allí para reclamarlas, con el pretexto que hay que limpiar la basura.

Otro nos contó una anécdota de un amigo que recibió varias multas por cosas menores, como no tener una señal luminosa para su bicicleta. El policía le dijo “tú eres del campamento del río, ¿no?; vete a ese lugar y corre la voz”. Para él el exceso de multas es una manera de acoso moral.

Donovan Farrow, un veterano del ejército y contratista independiente, quien trabaja de electricista, y de obrero de construcción, contó de recibir mensajes contradictorios de la policía. “Por lo general los agentes del Sheriff son amables. Algunos hasta nos compran hamburguesas. En otras ocasiones la policía de Anaheim me ha desarmado la carpa”.

“Ya me han sacado algunas pertenencias, aún después de obedecer sus órdenes al pie de la letra —separar la basura de las pertenencias de uso personal— echaron mis harmónicas a la basura ¡mi colección personal! Poco después los sheriffs me dicen ‘te portaste bien’. Es bueno oír eso. En menos de media hora aparece la policía de Anaheim, acosándome”.

Las condiciones que encaran y la amenaza de expulsión frustran a los moradores. Algunos de ellos hablaron de la enorme desigualdad que existe en Estados Unidos.

Donovan dijo lisa y llanamente: “El problema es el capitalismo de Estados Unidos. Ellos controlan el petróleo, la comida, los medicamentos. Controlan todo”.

Jessi, un cincelador jubilado, dijo: “Ya no existe la clase media. Se es pobre o rico. No hay mucho lugar para los que están en medio. No se supone que este país sea así. Se supone que todos seamos iguales. Si no cuidamos a los que en verdad ayudan a construir el país, nos apartamos de los ideales en que se basó este país. Los que están siendo ahorcados son los que trabajan en las fábricas, no los políticos”. Victor hizo referencia a la guerra: “Al diablo con el presidente. Nos mete en situaciones donde no tendríamos que estar. Si nos llevara a la guerra, yo no desplegaría la bandera, por Trump no”.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 29 de enero de 2018)

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