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Regresa “la hora de los sinvergüenzas”: el neopuritanismo de #MeToo y de sus antecesores

La caza de brujas contra pecados sexuales continua en Estados Unidos con consecuencias de largo alcance para los derechos democráticos y la libertad de expresión.

Parece un mal sueño el atrevimiento de los editores de la revista Vanity Fair de borrar digitalmente la foto de James Franco de la tapa de su edición anual sobre Hollywood. Originalmente, además de Franco, estaban las fotos de Oprah Winfrey, Nicole Kidman, Reese Witherspoon, Tom Hanks, Jessica Chastain, Clair Foy, Michael Shannon y algunos más.

Primera plana de Vanity Fair , sin James Franco

Explica el periódico Hollywood Reporter que Franco posó para la portada [de Vanity Fair] y fue entrevistado. Iba a aparecer en el arte de la fotógrafa Annie Leibowits en la revista. Se lo borró digitalmente, como consecuencia de alegaciones de pecados sexuales que aparecieron poco después de que le dieran el premio Golden Globe por su film The Disaster Artist .

A Franco se lo extirpó de la revista poco después de que se vuelve a filmar y editar la película All the Money in the World dirigida por Ridley Scott, para hacer desaparecer del film a Kevin Spacey.

Hace poco Franco le dijo Stephen Colbert, locutor de televisión: “Las cosas que me han dicho que aparecieron en Twitter no son correctas. No obstante, yo apoyo que gente aparezca y hable; durante mucho tiempo no tuvieron voz”.

Un portavoz de Vanity Fair confirmó la versión del Hollywood Reporter. “Decidimos no incluir a James Franco en la portada de la edición Hollywood cuando nos enteramos de las alegaciones de mala conducta contra él”.

Asombra que la revista se postre al movimiento #MeToo y castigue así nomás acusaciones no comprobadas que circulan los medios de difusión estadounidenses, corruptos y sensacionalistas. Presumimos que los editores de la revista ni siquiera se molestaron preguntarle a Franco sobre estas acusaciones.

La prensa estadounidense para nada reacciona a algo asociado con el estalinismo de la URRS: Borrar a un personaje importante de una foto ¿Se convertirá esto en una rutina los grupos de poder consideren a alguien inaceptable?

No cabe duda que este acontecimiento pasará a la historia de la industria cinemática y de los medios de difusión, como la Segunda Caza de Brujas de Hollywood, o “El retorno del tiempo de los sinvergüenzas”. Recordaremos con vergüenza este sucio affaire, de enorme hipocresía y cobardía.

Hay más. La Galería Nacional de Arte en la ciudad de Washington DC, que se jacta de ser el “museo nacional” de Estados Unidos, ha decidido posponer por tiempo indefinido dos exhibiciones siguiendo de cerca alegatos de pecados sexuales contra ambos artistas, el pintor Chuck Close y el fotógrafo Thomas Roma. El diario Washington Post señala que eso nunca antes había ocurrido.

El pintor Chuck Close (foto: Sotolux)

Anabeth Guthrie, portavoz de la Galería Nacional, le dijo a la cadena pública de radio NPR: “Respetamos muchísimo sus obras. Dada la atención reciente a sus vidas personales, hablamos con cada uno de los artistas sobre posponer sus exhibiciones”.

En cuanto a Close, las acusaciones contra él son abominables. Este artista tiene 77 años de edad, existe en una silla de ruedas como consecuencia del el colapso catastrófico de una arteria espinal en 1988 que lo dejó paralizado. Close aprendió a pintar nuevamente con un pincel atado a su muñeca.

Dice NPR que “las alegaciones dan pormenores de cómo repentinamente les pedía a varias mujeres que modelaran desnudas; en algunos casos les indagó sobre su aseo personal y comentar sobre la vagina de una de ellas”. Close le dijo al periódico New York Times, “nunca he hecho llorar a nadie; nadie nunca salió corriendo. Siento mucho si avergoncé o incomodé a alguien; no fue mi intención. Acepto que soy boca sucia; pero todos somos adultos”. Parece que no.

Hace poco decidió la Universidad de Seattle remover un auto retrato de Close del zaguán en el segundo piso de la biblioteca Lemieux de esa institución: “Nos preocupó la posible reacción de algún estudiante, profesor o empleado, al ver el auto retrato y decidimos que era prudente adelantarse a esa posibilidad y reemplazar ese auto retrato con otra obra”, dijo un representante de la universidad por email. Muchos individuos e instituciones se “adelantan” a demostrar su entusiasmo por el movimiento de censura; en muchos casos, ni hay que exigirles nada.

En lo que toca a Roma, bien conocido durante muchas décadas por sus fotos que exploran los barrios de Brooklyn, Arnet News nos hace saber que “no hace mucho el fotógrafo se jubiló de ser profesor en la Universidad de Columbia, en Nueva York después que cinco estudiantes lo denunciaron al New York Times este mes por mal comportamiento sexual. Se lo acusa de tratar buscar relaciones sexuales con estudiantes. Roma niega las acusaciones. Su abogado declaró por escrito que lo que dicen estas mujeres ‘están llenos de errores y falsedades’”.

Podríamos añadir ejemplos, como la persecución de Garrison Keillor y Aziz Ansari, la conspiración para impedirle a Woody Allen hacer más cintas. La absurda campaña para enlodar a Mark Twain, Robert Burns y otros escritores, etcétera.

#MeToo es un movimiento de la egoísta clase media alta. Es muy distante a la vida de la clase trabajadora, femenina y masculina. Nada tiene que ver con la “seguridad en los lugares de trabajo”. ¿Qué de los cinco mil obreros que mueren cada año mientras trabajan? Tampoco se molesta esta gente con la tremenda cantidad de víctimas —hombres, mujeres, y niños— del imperialismo yanqui en Irak, Siria, y Yemen. Entusiasmados, liberales y feministas de Hollywood apoyaron a Barack Obama, el presidente autor de la “listas de muerte”, de personas a asesinar y de los 540 ataques ilegales con aviones drones.

El vínculo entre los moralismos pequeño burgueses del Partido Demócrata y la maquinaria de las altas esferas del estado es Ronan Farrow. Fue él quien denunció a Harvey Weinstein en la revista New Yorker. Farrow, hijo de Mia Farrow y Woody Allen, comienza su carrera en su adolescencia en “un cargo no específico” (según la revista Político), trabajando para Richard Holbrooke, diplomático estadounidense y miembro del Partido Demócrata. En un momento se convierte en el escribir los discursos de Holbrooke. En una nota fúnebre el WSWS describió a este último como un “hombre empantanado el cometer y encubrir sangrientos crímenes”, en Vietnam, los Balcanes, Afganistán, Pakistán, y más allá.

Ronan Farrow en Kiev, Ucrania, 2012

Farrow se une al gobierno de Obama en el 2009, como consejero de relaciones con grupos no gubernamentales en la Oficina del Representante Especial sobre Afganistán y Pakistán; espionaje y propaganda para el imperialismo yanqui. En 2013, Farrow le declara al periódico inglés Guardian: “como empleado de alto rango del primer gobierno de Obama, me ocupé de asuntos que requerían la capacidad de guardar secretos. Conozco de cerca la importancia esencial de guardar secretos. Manejé relaciones diplomáticas amenazadas por las revelaciones de WikiLeaks; participé en el grupo de trabajo que evaluó los documentos para calcular los daños”.

Farrow luego transforma en el visir especial de Hillary Clinton para asuntos juveniles globales (según el New York Times). De participar y encubrir los crímenes del gobierno y las fuerzas militares yanquis a convertirse en una de las estrellas luminarias morales de la campaña contra los “atacantes sexuales” de Hollywood.

Como bien demuestra abierta y directamente la tragedia de Spacey, Franco y Close, la campaña ha tomado una trayectoria derechista hacia a la censura y la represión. ¿De dónde viene todo esto?

El capitalismo estadounidense está atrapado en una intensa crisis económica y política. Cuantiosos sectores de la población encaran condiciones miserables. La “verdadera economía” está hecha escombros. Unos pocos parásitos megamillonarios se apoderan de riquezas inimaginables. No ha habido en la historia moderna de EUA, alboroto más grande que el que ahora ocurre en Washington. Millones rechazan el gobierno de Trump. Sin embargo, el Partido Demócrata lo critica desde la derecha, con la campaña derechista antirrusa y la histeria sobre el descaro sexual. Ambas ocurren a la vez que las grandes empresas y el gobierno aceleran los intentos de censurar el Internet.

Todo indica que la lucha de clases está por explotar, en EUA y a través del mundo. El clarín de la acción afecta a todas las capas sociales. La clase media adinerada mira con resentimiento a los de arriba y teme a la clase obrera de abajo.

Este grupo social, que a través de la historia siempre fue incapaz de reorganizar la sociedad en una dirección progresista ansía una trasformación que “transformará sociedad actual en algo que le sea lo más cómodo y tolerable posible” (Marx).

Los movimientos #MeToo y Black Lives Matter están enraizados en esa capa social, empotrados en la clase media alta. Por cierto, muchos poderosos hombres perderán si triunfan esos movimientos. Sin embargo, ellos son “resultados accidentales” en la opinión de la élite de poder (léase: los líderes del Partido Demócrata, el New York Times, el Washington Post, etcétera) que bien reconoce la utilidad de la campaña contra el descaro sexual para fortalecer la política de identidades y desviar la atención social de la corrosiva desigualdad social, el peligro de dictadura y la campaña de guerras.

En ese entorno, la caza de brujas sexual es una respuesta confusa, reaccionaria y manipulada a la turbia situación actual; parte de un intento de bajar la barrera a la evolución de una solución proletaria, consciente y socialista a la inmensa crisis. En verdad repugna el moralismo de los adinerados expertos y profesores. Jessica Valenti defiende en el Guardian el asqueroso ataque contra Aziz Ansari: “Este movimiento no puede ser simplemente sobre lo que es o no legal… es sobre lo que es justo”. Es intolerable el egoísmo y el capricho individualista de individuos con ingresos multimillonarios, con total indiferencia a la explotación de la clase obrera, a las condiciones brutales que encara.

¿Cómo serían las películas creadas con el tema de borrar todos los pecados y pensamientos impuros? Nada es peor que un Hollywood encarrilado en el neo puritanismo de Ashley Judd, Farrow, Valenti, en el comité de redacción del New York Times y todos sus acólitos.

Ya trona el galope de la cruzada actual. El periódico Hollywood Reporter comenta en un artículo intitulado “Como el movimiento #MeToo matará el cine sexy de Hollywood”, que “uno de los primeros sacrificios, ausente del paisaje #MeToo, será el erotismo de la gran pantalla”. Como resultado del escándalo de Harvey Weinstein, los estudios cinematográficos evitan temas sexuales…”.

“Algunos piensan en las consecuencias artísticas del cambio de dirección del péndulo. ‘Quizás se preocupan que este clima de tolerancia cero empantanará la creatividad y las oportunidades artísticas cuando individuos se imaginan en situaciones que puedan ser malinterpretadas’ dice Marc Simon, abogado especialista de la industria de entretenimiento”.

Claro está que la manera con que se trata a la sexualidad en el mundo del cine comerciales en las últimas décadas ha sido de explotación y superficialismo. Sin embargo, la posibilidad que la industria del cine se pase de “algo caliente a algo más casto” es deplorable. ¡Adelante a los 1950!

Si en verdad “Tiempo de sinvergüenzas II” tiene un propósito específico, es acabar con la sexualidad del cine que nació de los 1960. Las sensibilidades europeas, con un realismo sexual y sicológico más abierto, contribuyeron a esa metamorfosis, que también estuvo ligada al repudio al macartismo. Esta nueva inquisición inevitablemente busca imponer nuevas formas de ese conformismo sofocante que siga las normas de la política de identidad, de feminismo derechista, donde gran parte de la variedad de actividad sexual es considerada criminal.

León Trotsky una vez comentó su larga experiencia política le había enseñado que “cuando algún profesor pequeñoburgués, o periodista habla de altos estándares morales, es hora de aferrarse a la billetera”.

La religiosidad no es nada nuevo en la historia estadounidense. La campaña de los grupos de poder de suprimir, impedir y descarrilar la inquina social muchas veces comienza y evoluciona detrás de máscaras moralistas, en parte por el origen puritano de los Estados Unidos.

Un ejemplo es la historia de la Sociedad Neoyorkina por la Supresión del Vicio, fundada en 1873 y dirigida por Anthony Comstock. Poco antes de la detonación de la lucha de clases que siguió a la Guerra Civil estadounidense (1861-1865), Comstock, un inspector de correos, decide hacerle guerra al pecado, a la corrupción moral, a las artes “pornográficas”, a toda mención de abortos o control de natalidad y a establecer normas morales para el país.

Anna Louise Bates, en su biografía de Comstock (Weeder in the Garden of the Lord, 1995), escribe del temor que ocasionó en personas de su calaña, el desarrollo de la clase obrera industrial. Cuenta que Comstock fue “entrenado, desde su niñez con las enseñanzas del protestantismo evangélico; y que estuvo a sueldo de los hombres más ricos de América” (como J.P. Morgan, Samuel Colgate, y el financista Morris Ketchum Jesup). Comstock y otros fanáticos religiosos opuestos a la “obscenidad” y al control de nacimientos, escribe Bates con autoridad, “trabajaban como testaferros y matones para aterrar a personas por actividades que la burguesía urbana consideraba indeseables".

El inspector postal y futuro supremo inquisidor odiaba a “amantes del amor libre, a socialistas y a anarquistas”, y a todos los enemigos del estatus quo moral. “Para Comstock, la familia cristiana constituía la esencia del capitalismo”, escribe Bates.

Señala más adelanta que este caballero de la moral estadounidense, “parará a la historia como una personalidad reprimida, testaferro de las clases más explotadoras. Más que nadie carga con la responsabilidad de reprimir el derecho a la expresión en Estados Unidos”.

Comstock nunca se habla de cuestiones políticas, incluyendo la evolución del movimiento laboral y el socialismo. Su obsesión con la ley y el orden, reflejada en su libro Morals Versus Art, publicado el mismo año de la ejecución de los mártires de Haymarket, deja en claro su orientación y su preocupación.

En una sección de su obra, Comstock apoya la decisión legal británica de 1726: “La paz incluye el buen orden y el gobierno; no es necesaria fuerza física para romperla… si fuera de una acción contra el gobierno civil o constitucional… si fuera contra la religión… si contra la moral”. La inmoralidad, continua, “destruye la paz del gobierno; ya que el gobierno no es más que el orden público, que es la moral”.

Al igual que censuradores actuales, como Chuck Close, a Comstock no le interesaban artistas con deseos y pensamientos pecaminosos o lujuriosos.

“La moral pura es de primordial importancia. La ley la protege; no protege al arte que no sea limpia”.

“Disfrazada de arte, enemiga de la pureza moral, taimada, fascinante y seductora, la obscenidad sale de la pluma del escritor, sea en prosa o en el lenguaje primaveral de la poesía; o, como en este case del toque dorado de un hombre de genio artístico…”

“El mundo se le abre al artista, quien puede representar objetos y sujetos en cualquier color que se le ocurra. Pero esos métodos deben encomendarse a la moral popular. El artista tiene la obligación de no violar la ley de la moral popular, y según algunos escritores, de no poner en peligro la paz pública”.

Claro está que el arte que someta a esas condiciones, por anticipado se condena a la insignificancia.

Al final de su ruin obra, Comstock calcula el “Gran Total hasta Ahora”: “1.232 detenciones, 738 culpables, sentencias de 263 años, siete meses y veinticinco días de prisión, un total de EUA$85.215,95, y EUA$71.700 en fianzas no devueltas, sumando EUA$156.915,95 para el fisco [lo que equivale a EUA$3,9 millones de 2017]…y más de 49 toneladas de materiales confiscados”.

Cuenta un observador que “en 1902, fue culpable del suicidio de una mujer —ni su primera ni su última víctima—. Antes de morir Comstock se enorgullecerá que sus labores habían causados quince suicidio y cuatro mil detenciones”.

Otra época de conflictos sociales también produce protectores de la moral. El crac de Wall Street en 1929 coincide con la invención de películas con sonido. Que ese medio fuera tan popular, bajo condiciones del desmoronamiento económico de millones de personas, causó gran temor.

La asociación Productores y Distribuidores de películas de Cine (Motion Pictures Producers and Distributors of America), intentaba resolver ese peligro desde su fundación en 1922. Su primer gerente, Will H. Hays, antiguo líder del Comité Nacional del Partido Republicano y jefe del correo. Inicialmente, Hays y las empresas de cine llegaron a un pacto informal sobre elementos prohibidos. Entre estos estaba poner en ridículo a oficiales del gobierno y ofender las creencias religiosas.

En 1929, Martin Quigley, católico irlandés devoto y editor de una revista semanal de cine, y el reverendo Daniel A. Lord, cura jesuita, escribieron la primera versión de lo que sería el infame Código de Producción de Cine, que dominó hasta la década de los 1960.

Thomas Doherty, autor de Hollywood’s Censor: Joseph I. Breen and the Production Code Administration, escribe “El código Quigly-Lord no sólo grabó en tablas de piedra lo que no se podía hacer; también daría voz a los mandamientos de la filosofía religiosa cinematográfica. Un verdadero código de cine ‘debe presentar a la moral en maneras atractivas; las películas deben tener una clara y firme obligación con el público’, en la opinión de Lord. ‘Es cuestión de principios y de su relación a guiones prácticos y situaciones cinematográficas”.

El Código de Cinematografía que los productores y distribuidores de películas adoptan en 1930, impuesto estrictamente el primero de julio de 1934, es realmente asombroso. Sólo leyendo todo ese documento se puede aprehender su espíritu represivo, su postración al conformismo a las costumbres de ese tiempo. Algunos párrafos nos dan una muestra.

Los estudios de cine, dice el Código, “aceptan su responsabilidad con el público porque… el entretenimiento y el arte son influencias importantes en la vida nacional”. Aun cuando reconocen que las películas por lo general son formas de entretenimiento, los productores de cine “bien saben que una película, como entretenimiento, puede ser directamente responsable de la evolución espiritual y moral, de formas superiores de vida social, y de gran parte de la manera correcta de pensar”.

“No se producirá ninguna película que disminuya la moral de los que la ven. Por lo tanto, no se permite que el público simpatice con el crimen, la mala educación, el mal, o el pecado…Se observarán estándares correctos de vida, exceptuando sólo los requisitos del guion o del entretenimiento… No se pondrá en ridículo la ley, natural o humana; tampoco se celebrará su violación”.

“Se evitarán escenas de pasión … a menos que sean esencial para el relato… No se mostrarán besos excesivos o lujuriosos, abrazos lujuriosos, posiciones y ademanes sugestivos… Por lo general las pasiones serán manejadas para que esas escenas no estimulen los sentimientos bajos y esenciales”.

Por supuesto, “El mestizaje (relaciones sexuales entre las razas blanca y negra) está prohibido”.

“Ninguna película, ningún episodio, pondrá en ridículo creencias religiosas… los dirigentes religiosos, en sus roles como tales, no serán representados como personajes cómicos o malvados”.

El Código de Producción, hace hincapié en que uno de los muchos peligros ligados a las películas de cines, es que este arte “atrae a la misma vez a todas las clases sociales, maduras, inmaduras, desarrolladas, subdesarrolladas, obedientes a la ley, criminales”. El cine, que combina “esas dos atracciones esenciales, ver una representación y escuchar un relato, a la misma vez alcanza a todas las clases sociales”. Lo que es más, dado el alcance tecnológico (“movilidad de películas, facilidad de distribución, y … la posibilidad de duplicación en grandes cantidades”) este arte “llega a lugares nunca antes penetrados por otras formas artísticas”.

Joseph Breen, quien había sido un testaferro del presidente de la Compañía de carbón Peabody Coal de Chicago, se puso al frente de la Administración del Código de Producción en 1934. Durante varias décadas supervisó la autocensura de la industria cinematográfica. Escribe Doherty: “Breen fue un anticomunista acérrimo, desde la Revolución Bolchevique. En la década de los 1920, como editor del boletín del National Catholic Welfare Council y como ensayista para la publicación America, había rechazado el comunismo y hecho una crónica de su anticatolicismo”.

Miles de guiones y proyectos de cine fueron estropeados y torcidos por Breen (“católico irlandés victoriano”), y sus agentes. “al principio”, escribe Doherty, Breen se ocupa de “más o menos mil guiones cada año”. Su oficina exige cambios en muchos; otros nunca son producidos. “Los archivos de la Oficina de Breen están llenos de guiones considerados políticamente controversiales o inconvenientes comercialmente. Condenados por el Hollywood de Breen están la versión de “Eso no puede pasar aquí” de Sinclair Lewis, o The Mad Dog of Europe, un guión anti Hitler de Herman Mankiewicz. “Además de acogotar a valiosos proyectos cinematográficos, a causa de su agarre sobre las producciones independientes y teatros asociados, el Código le corta el oxígeno creativo al cine”.

Al igual que en periodos anteriores, no se hace ninguna conexión explicita entre este código enormemente represivo y acontecimientos políticos. Sin embargo, las duras condiciones de la Gran Depresión causaban levantamientos en 1934; en ese año ocurrieron tres huelgas con el apoyo de masas obreras, dirigidas por Socialistas de izquierda, Trotskistas y miembros del Partido Comunista —la huelga de Toledo AutoLite, la de los camioneros de Minneapolis y la huelga de los estibadores de San Francisco. Las tres alumbraron el surgimiento de un movimiento potencialmente insurreccionarlo de la clase obrera.

Los camioneros teamsters luchan contra la policía de Minneapolis en 1934

Como hemos dicho antes, “la imposición del Código de Producción fue precisamente uno de los métodos que utilizaron la industria del cine y sus supervisores para que la realidad de la Gran Depresión no se reflejara en las pantallas de los cines” azuzando la oposición social.

La caza de brujas sexual y la actual campaña de censura deben ser criticadas dese ese contexto histórico. Es la manera que utilizan los grupos de poder estadounidenses para despuntar y descarrilar la oposición a la polarización social, sembrando cuanta confusión sea posible, reforzando el conformismo, calumniando a “heréticos” sexuales y de todo tipo, para alentar y consolidar una fuerza de combate reaccionaria pequeña burguesa que es cierto momento oportuno será lanzada contra la clase obrera, sus derechos y sus conquistas.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 31 de enero de 2018)

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