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Christine Lagarde, directora del FMI, otorga a #MeToo el sello de aprobación de los bancos

Un evento ocurrido durante la cumbre de Davos arroja una luz reveladora sobre el carácter antidemocrático de la campaña feminista #MeToo (#YoTambién). En el lujoso complejo turístico alpino, rodeadas de representantes políticos de grandes empresas y multimillonarios, protegidas de posibles protestas por un pequeño ejército de varios miles de soldados suizos, tres personas discutieron seriamente sobre una gran cuestión: la opresión que enfrentan como mujeres.

Ellas fueron Christine Lagarde, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), y Sylvie Kauffmann e Isabelle Chaperon, periodistas de Le Monde. La entrevista resultante en Le Monde, que combina absurdo con hipocresía, muestra sobre todo cómo #MeToo ayudó a desencadenar un movimiento reaccionario en las clases acomodadas que tiene poco o nada que ver con una defensa de las mujeres contra el abuso sexual.

Las víctimas de la caza de brujas de #MeToo, que se basa en acusaciones sexuales humillantes pero en gran parte infundadas, empezando con el productor de cine Harvey Weinstein, todavía no fueron juzgadas o tenían derecho al debido proceso. Pero detrás de las acusaciones contra Weinstein, fuerzas políticas sustanciales se pusieron en movimiento en ambos lados del Atlántico. La entrevista de Le Monde con Lagarde demuestra que las fuerzas que impulsan a #MeToo incluyeron de forma prominente a los bancos y los medios corporativos.

Al ser consultada si habla “mucho” sobre #MeToo, Lagarde respondió afirmativamente: “Veo que este momento #MeToo crea una gran vergüenza para los hombres. Cada vez que planteé estas cuestiones ante una audiencia con ambos géneros, vi que los hombres estaban muy avergonzados para hablar”. Saludando a #MeToo como un “movimiento colectivo” por los intereses de las mujeres que debe continuar, agregó: “Pero no debemos imaginar que ya está aquí, que esta vez ganamos”.

Lagarde continúa: “Este movimiento sólo puede seguir activo si se lo mantiene vivo midiendo el problema, estableciendo objetivos, acciones, vigilancia, y clasificando a las personas. Debemos seguir haciendo esto. Sobre todo, no debemos bajar la guardia”.

Esto es lo que un grupo de 100 mujeres, incluyendo la actriz Catherine Deneuve, criticó en una declaración publicada en Le Monde, al advertir que #MeToo estaba creando un clima “totalitario”. Se están configurando programas y burocracias para observar, medir y clasificar el comportamiento para crear un clima en el que cualquiera es sexualmente sospechoso. Esto sirve a objetivos políticos muy específicos. #MeToo proporcionó una distracción política y ayudó a avanzar un proyecto de ley para crear una nueva fuerza policial, supuestamente para defender a mujeres contra obreros inmigrantes en suburbios franceses, mientras en Washington se alimenta una peligrosa histeria de guerra nuclear.

Esta campaña militarista, de ley y orden, no tiene nada que ver con una defensa de las mujeres. Lagarde dijo que ella misma no había sufrido acoso sexual, “¡probablemente porque mido 1,80 mt. de altura!”. Sin embargo, la entrevista trató de justificar la necesidad de desarrollar al movimiento #MeToo basándose en las frustraciones personales de Lagarde como directora del FMI.

Preguntada por Le Monde si “cree que es víctima de discriminación”, Lagarde respondió: “Sí, incluso hoy. Veo la forma en que los hombres miran a las mujeres, y la forma en que prestan atención, y la forma en que se preocupan por lo que dicen las mujeres es un poco gracioso. En el mejor de los casos, puede tomar la forma de paternalismo, una forma de ser protector. Pero también puede ser una visión condescendiente, una mirada que dice, ‘Esa ahora nos va a aburrir durante otro cuarto de hora’”.

¿Qué se puede decir? Es ridículo que Christine Lagarde afirme que ella está oprimida. Cuando ella sufre el calvario de la mirada masculina ligeramente divertida, puede contar con recursos que la mayoría abrumadora de las mujeres (y hombres) no tienen, que acumuló durante una carrera como abogada corporativa y directora de la firma global de abogados Baker McKenzie, y luego como ministra en varios gobiernos franceses de derecha. Cuando se le declaró culpable por negligencia criminal por haber supervisado el pago inapropiado de 405 millones de euros con fondos de contribuyentes al empresario Bernard Tapie, ella no recibió ninguna condena.

Desde 2011 ella ha dirigido el FMI, el principal banco internacional y soberano fondo de rescate, controlando así cientos de miles de millones de dólares. Las políticas que ha aprobado han devastado a países enteros y ha ganado la ira y el odio de millones de trabajadores. Por lo tanto, es recompensada con una exención impositiva en su salario anual de 473,847 euros—lejos de la difícil situación de los trabajadores griegos, sobre quienes ella ayudó a imponer una austeridad masiva, grandes aumentos de impuestos y, en 2012, un recorte unilateral y autoritario del 20 por ciento en el salario mínimo.

Lagarde también cultivó una reputación como feminista, que manipula cínicamente. De manera célebre, ella no culpó a los bancos por la quiebra de Lehman Brothers y la crisis de Wall Street en 2008, sino a los hombres, declarando: “Lehman Sisters [Hermanas Lehman] hubiera causado menos problemas que Lehman Brothers [Hermanos Lehman]”. Tras la muerte del Rey Abdalá en 2015—para adular a la familia real saudí, cuya hostilidad hacia los derechos democráticos de las mujeres es bien conocida—ella llamó al difunto, ridículamente, un “gran defensor de las mujeres”.

Esta narrativa absurda en la que Lagarde lamentó la “discriminación” que ha sufrido es una lección del carácter reaccionario de #MeToo y sus concepciones políticas subyacentes. Al movilizar a un base feminista pequeño burguesa, indiferente a derechos democráticos e implícitamente favorable al capitalismo y la guerra, este movimiento creó un clima en el que una banquera derechista como Lagarde puede postularse como defensora de los oprimidos.

Esta atmósfera no sólo es una amenaza para los derechos democráticos de las víctimas, mayoritariamente hombres, de la caza de brujas sexual organizada por #MeToo. También es una amenaza a los derechos democráticos de las mujeres, como se hizo evidente con el torrente de denuncias desatado contra Deneuve por su firma de la declaración de 100 mujeres que criticaron a #MeToo y argumentaron en favor de la “libertad de incomodar” a otros, incluso haciendo avances sexuales.

Algunas de las mujeres que firmaron la declaración ya están enfrentando la censura de su trabajo: un colectivo a favor de #MeToo ha frustrado de forma unilateral la proyección y discusión del film L’Astragale, de Brigitte Sy, quien firmó la declaración contra #MeToo.

Lagarde ignoró todos estos asuntos fríamente y se limitó a denunciar la declaración de Deneuve, diciendo que era “terriblemente torpe”. Entonces, de forma hipócrita, trató de presentar su apoyo a #MeToo como una defensa de las mujeres africanas.

Para explicar la importancia de #MeToo, Lagarde dijo a Le Monde: “El movimiento fue iniciado por actrices, por mujeres hermosas, que tuvieron el coraje de hablar, y eso tuvo un eco mundial considerable debido a su visibilidad. Esto es muy importante cuando, como es bien sabido, 80 por ciento de los nuevos casos de SIDA en África son de chicas de entre 13 y 14 años, que se someten a relaciones sexuales a menudo forzadas”.

Tratar de pasar la lucha contra la propagación del SIDA en África como una preocupación clave del FMI, la derecha francesa y #MeToo es una parodia política. El FMI impone de forma regular medidas de austeridad a países africanos desgarrados por tensiones étnicas que el imperialismo francés u otras potencias imperialistas han alimentado deliberadamente desde que las mismas colonizaron la región. El FMI no es para nada inocente en la incitación de guerras civiles que han devastado al continente y han creado las condiciones en que muchas mujeres jóvenes contraen SIDA de manera trágica.

La lucha por la defensa de los derechos de las mujeres en todo el mundo requiere una oposición socialista al imperialismo, la guerra y los bancos, y no el dictado de los aristócratas financieros que respaldan a #MeToo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de febrero de 2018)

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