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Perspectiva

Ante guerra política en Washington, Trump redobla apelaciones de tinte fascista

El mitin de Donald Trump en Elkhart, Indiana el jueves por la noche fue la última de una serie de eventos de tipo electoral donde él ha estado poniendo a prueba sus apelaciones de tinte fascista. Sigue eventos similares en los últimos dos meses a través del medio oeste industrial de Estados Unidos: un mitin el 10 de marzo en el municipio de Moon, un suburbio de Pittsburgh, otro el 28 de abril en el municipio de Washington, Michigan, un suburbio de Detroit, en el condado de Macomb, y un evento benéfico en un suburbio de Cleveland el 5 de mayo.

Pese a que estos eventos se relacionen con los comicios de medio término para el Senado este 6 de noviembre —o en el caso de Pittsburgh, una elección legislativa especial para el suroeste de Pennsylvania— y que Trump esté respaldando a los candidatos republicanos para cargos estatales y federales, el propósito de estos mítines va más allá de los cálculos electorales.

Ante un feroz conflicto dentro de la élite gobernante estadounidense, involucrando intentos por parte de sus oponentes políticos en el aparato militar y de inteligencia y el Partido Demócrata para demoler su Administración con una serie de investigaciones penales y filtraciones en la prensa, Trump ha recurrido a movilizar a su base de apoyo en una dirección ultraderechista cada vez más explícita.

El impulso autoritario de la campaña de Trump se expresó de la forma más ominosa en Elkhart cuando sugirió de una forma aparentemente espontánea que podría recibir una “extensión para la Presidencia”, en otras palabras, permanecer en el poder más allá del límite de dos términos estipulado por la Vigésima segunda Enmienda de la Constitución de EUA.

El contenido de sus apelaciones a las audiencias de clase obrera y clase media-baja ha sido el mismo en todo este tipo de eventos: un chauvinismo estadounidense extremo, como sobre el respeto a la bandera, los juramentos a la bandera y más charlatanería patriótica, particularmente en torno al nacionalismo económico.

Declaró en Elkhart: “Queremos acuerdos comerciales que sean justos y recíprocos. Amamos a nuestros granjeros. Los estamos cuidando. Amamos a nuestros trabajadores de fábricas. Amamos a nuestros trabajadores. Por décadas, los presidentes estadounidenses han respondido a trampas comerciales desde el extranjero. Trampas. No hay otra palabra para ello. Trampas. Respondieron con silencio. No hicieron nada”.

Continuó: “Acumulamos billones de dólares en déficits comerciales, también conocidos como pérdidas, mientras que los otros países se robaron nuestras fábricas, nuestras plantas, nuestras riquezas y nuestros trabajos. Pero el largo silencio de Estados Unidos se acabó”.

Combinó la demonización de países extranjeros, presentándolos como ladrones económicos, con el vilipendio de los inmigrantes, reiterando su llamado a construir un muro fronterizo con México y advirtiéndoles a los trabajadores que “las fronteras abiertas” representan el mayor peligro a sus puestos de trabajo y niveles de vida. Durante el último fin de semana, su Gobierno ha escalado sus ataques contra los inmigrantes, incluida la separación forzada de padres e hijos detenidos al intentar cruzar la frontera ilegalmente.

El corolario al lema nacionalista del Gobierno, “Estados Unidos ante todo”, es la intensificación de las guerras, actualmente con Irán en la mira. La cancelación del acuerdo nuclear con Irán esta semana ha dado lugar a una campaña agresiva de bombardeos por parte de Israel, en coordinación con EUA, contra puestos iraníes en Siria. Una guerra de plena escala en Oriente Próximo, comenzando con un enfrentamiento entre Israel e Irán y arrastrando luego al resto de la región, es un peligro inminente.

Trump escupe sus mentiras y demagogia sabiendo bien que la supuesta oposición, el Partido Demócrata, es profundamente impopular y no tiene un programa capaz de atraer una base de apoyo más amplia. En comercio, los demócratas están apoyando entusiásticamente las medidas protecciones. En inmigración, los demócratas se quejan sobre el lenguaje intolerante de Trump, pero no han hecho nada para defender los derechos de los migrantes, cargando además con el legado del Gobierno de Trump, el cual deportó más que todos los Gobiernos previos combinados.

Un caso típico de los demócratas es ejemplificado por el senador Joe Donnelly de India, a quien Trump atacó en Elkhart para ayudarle al contrincante republicano en noviembre, Mike Braun. Donnelly publicó una serie de declaraciones enfatizando su acuerdo general con Trump, afirmando que había votado del mismo lado que Trump un 62 por ciento de las veces en el Senado. Donnelly “trabaja por los ‘hoosiers’ [habitantes de Indiana], no por ningún político o partido político”, indicó su campaña.

Los demócratas apoyan en esencia las políticas del Gobierno de Trump —guerra en el exterior y reacción social en casa—. Su oposición se centra en la investigación sobre Rusia, cuyo propósito inicial era alegar que la elección de Trump en el 2016 había sido el resultado de una operación rusa para manipular los resultados. Esta campaña se ha convertido en una plataforma para impulsar la intervención militar de EUA en Siria.

Además de avanzar las demandas de secciones poderosas del aparato de inteligencia y del ejército, los demócratas también promueven intransigentemente la cacería de brujas sexual #MeToo (#YoTambién) y la política de identidades, con las que buscan ganarse el apoyo de capas privilegiadas de la clase media-alta.

A los demócratas les aterra el crecimiento de la oposición de la clase trabajadora, la cual ha emergido en forma de huelgas estatales de maestros en West Virginia, Oklahoma y Arizona, y la marea ascendente de paros en general. En colaboración con los sindicatos, han buscado suprimir y desmovilizar toda oposición, mientras utilizan la campaña antirrusa para exigir medidas de gran alcance para censurar el Internet y bloquear su uso como un medio de organización para los trabajadores.

Durante la campaña electoral del 2016, Trump buscó apelar a secciones de la clase obrera “excluidas” de la supuesta recuperación durante la Administración de Obama. Pese a su total insinceridad y demagogia, obtuvo una respuesta suficiente para ganar el Colegio Electoral en Wisconsin, Michigan y Pennsylvania.

Los demócratas no están apelando a los millones de trabajadores que no se han visto nada beneficiados de la supuesta bonanza económica que Trump alega haber generado por medio de sus recortes de impuestos para los ricos y las empresas, su eliminación de regulaciones ambientales y de seguridad y sanidad para las compañías, y sus medidas comerciales proteccionistas. Esto se debe a que Wall Street, que controla tanto a los republicanos como a los demócratas, está bastante satisfecho con estas políticas, ya que están inyectando miles de millones de dólares a los cofres de los gigantescos bancos y corporaciones.

Los trabajadores en EUA enfrentan el mismo peligro que en Europa: el apoyo a la austeridad y a los ataques contra los empleos y los niveles de vida por parte de las organizaciones oficiales de la “izquierda”, los sindicatos y los partidos socialdemócratas, ha permitido que la derecha nacionalista y neofascista se beneficie del crecimiento del malestar social y lo desvíe en una dirección reaccionaria, utilizando a los inmigrantes y a las minorías como chivos expiatorios. Trump está siguiendo la misma estrategia y empleando las mismas apelaciones que el Frente Nacional en Francia, Alternativa para Alemania y formaciones similares en Reino Unido, Italia y Europa del este.

En este contexto político, el mayor peligro es que la clase obrera no está organizada como una fuerza política independiente. Como lo demuestran las huelgas docentes en West Virginia, Oklahoma y Arizona —estados ganados fácilmente por Trump en el 2016— la clase obrera está moviéndose hacia la izquierda, no la derecha.

La tarea política urgente ante el recrudecimiento de la crisis política es que la clase obrera intervenga por su propia cuenta y con su propio programa socialista revolucionario. Esto requiere que en cada sección de la clase obrera se establezca una dirección política, el Partido Socialista por la Igualdad, para unir a todos los trabajadores en una lucha común contra la guerra, la desigualdad, el chauvinismo, el autoritarismo y su fuente: el sistema de lucro capitalista.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 12 de mayo de 2018)

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