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Perspectiva

Estallan las tensiones entre EUA y Europa en la cumbre del G-7

La cumbre de este fin de semana del G-7 es la reunión más contenciosa de la agrupación en sus 43 años de historia. Ha develado el ensanchamiento de una profunda brecha entre EUA y sus aliados europeos.

Tras intercambios públicos acerbos entre el presidente Trump de EUA, el presidente Emmanuel Macron de Francia, otros oficiales europeos y el primer ministro Justin Trudeau de Canadá, varios reportes en la prensa indican que la cumbre podría concluir sin el comunicado conjunto tradicional.

Tan recientemente como el jueves, se informa que Trump estaba considerando boicotear la cumbre completamente, mientras que su Gobierno anunció subsecuentemente que el mandatario se iría temprano.

La nube que se cernía sobre la cumbre era la decisión tomada por Trump el 1 de junio de imponer aranceles de hasta 25 por ciento sobre las importaciones de acero y aluminio provenientes de la UE y otros países. Tanto Canadá como la UE han dejado en claro que planean tomar represalias, lo que aumenta la posibilidad de una guerra comercial de plena escala entre EUA y sus aliados nominales.

El carácter encarnizado de las divisiones entre EUA y sus aliados fue puesta de relieve por una serie de declaraciones de Macron, quien tuiteó el jueves: “Al presidente estadounidense podría no molestarle estar aislado, pero a nosotros tampoco nos molesta firmar un acuerdo entre seis países si llegara a ser necesario. Porque estos seis países representan valores, representan un mercado económico que tiene el peso de historia a su favor y que es ahora una fuerza internacional.

Macron subsecuentemente les dijo a reporteros que “los seis países del G-7 sin Estados Unidos son un mercado más grande juntos que el mercado estadounidense”. Añadió, “No habrá ninguna hegemonía mundial si sabemos cómo organizarnos. Y tampoco queremos que haya ninguna”.

Viniendo después de la “ofensiva carismática” de Macron el mes pasado, en la cual rindió sus reverencias a Trump con la esperanza de convencerlo para que cambiase la política de su Gobierno respecto a comercio y al acuerdo nuclear con Irán, tal declaración discordante de Macron constituyó un giro de 180 grados.

Trudeau hizo eco de estos sentimientos, declarando, “Vamos a defender nuestras industrias y a nuestros trabajadores” y, como una amenaza poco sutil, “le demostraremos al presidente estadounidense que sus acciones inaceptables les hacen daño a sus propios ciudadanos”.

La cumbre también está marcada por divisiones en torno al impulso de Trump hacia una nueva guerra de grandes proporciones en Oriente Próximo. Junto a la formación de un eje con Arabia Saudita e Israel, Trump se ha retirado del acuerdo nuclear con Irán del 2015 —en oposición a las potencias europeas— como preparativo para una confrontación económica, diplomática y militar con Irán.

Al mismo tiempo, Trump ha abierto la posibilidad de enfriar los otros dos importantes focos de conflicto de EUA: con Corea del Norte, reflejado por la reunión entre EUA y Corea del Norte en Singapur programada para después del G-7, y con Rusia, con Trump considerando la posibilidad de que Rusia se vuelva a sumar al G-7 tras su expulsión en el 2014.

Sin embargo, al igual que el fracturado escenario político de la década de 1930, los “acuerdos” ofrecidos por Trump son meramente el preludio de un conflicto militar. La guerra está en el horizonte, a pesar de que no esté claro entre quienes.

Mientras que la llegada de Trump al poder y su política económica nacionalista de “EUA primero” han recrudecido las tensiones entre EUA y Europa, el estado geopolítico global cada vez más cargado de enfrentamientos se debe a procesos mucho más profundos.

Con la disolución de la URSS en 1991, la burguesía estadounidense declaró que no toleraría ningún desafío a su hegemonía global. Empleando su poderío militar para compensar por su declive económico, Estados Unidos emprendió una serie de guerras en Oriente Próximo, el este de Europa y Asia central durante el último cuarto de siglo.

Ahora, estas guerras están evolucionando en un “conflicto entre grandes potencias”, como lo declaró el Pentágono a fines del año pasado, involucrando a Rusia, China e incluso a las potencias europeas. Como lo han dejado claro los oficiales del Gobierno de Trump varias veces, las políticas de guerra comercial de EUA son un componente integral de su estrategia para este conflicto entre grandes potencias.

En plena estampida del presidente estadounidense hacia una guerra comercial total, la respuesta del partido de oposición a Trump, los demócratas no ha sido denunciar el proteccionismo, sino exigir que su aplicación sea aún más agresiva contra Rusia y China. Después de que Trump anunciara su decisión de reducir las restricciones comerciales a la compañía tecnológica china, ZTE, la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, declaró: “China se está comiendo nuestro almuerzo y este presidente se lo está sirviendo”. Las guerras comerciales, previamente vistas como un error abominable y el preludio de una guerra que nunca debería repetirse, están siendo aceptadas como un hecho dado del capitalismo del siglo XXI.

Tras bastidores, se discuten nuevos realineamientos geopolíticos para desafiar a EUA. Escribiendo en la revista de estrategia National Interest, el exasesor del Gobierno de Reagan, Doug Bandow, afirmó: “Hasta ahora, los europeos no habían mostrado ninguna inclinación a hacer los sacrificios necesarios para desafiar seriamente a EUA”. Sin embargo, si los aliados de Washington “toman un paso grande hacia un nuevo futuro… esta Cumbre del G-7 podría ser el comienzo de un desafío serio entre aliados a la conducción de Washington”.

Tal realineamiento geopolítico traería consecuencias enormes para el orden internacional y para la vida política de cada país. No existe ningún camino pacífico hacia dicha reorientación de las relaciones geopolíticas y diplomáticas que han regido la política mundial por casi tres cuartos de siglo.

Como lo advirtió el World Socialist Web Site el año pasado: “Quien haya creído que una coalición entre estas potencias podría estabilizar el capitalismo mundial y prevenir guerras comerciales y militares de gran escala, habría estado apostando contra la historia”. Las demandas hechas por las potencias europeas de tener una política exterior “independiente” son acompañadas por llamados para un rearme nuclear, medidas de Estado policial y una mayor austeridad contra la clase trabajadora. Todos están buscando apuntalar su poderío militar expandido para avanzar sus propios intereses imperialistas, sea en alianza o posiblemente en contra de EUA.

Como sucedió en la década de 1930, con sus guerras comerciales, sus esporádicos acuerdos de paz, guerras y anexiones de pequeña escala, la geopolítica internacional está entrando en una fase cada vez más febril. Se han firmado tratados para luego romperlos, se están formando nuevas alianzas, se están colocando barreras fronterizas y, quizás lo más importante, todas las potencias se están armando hasta los dientes.

Ante esta situación tan inmensamente peligrosa, la clase obrera debe articular su propio programa y su propia perspectiva. Como lo indicó León Trotsky, el fundador de la Cuarta Internacional, la tarea no es seguir el mapa de la guerra, sino el mapa de la lucha de clases”.

El resurgimiento del movimiento global de la clase obrera, expresado por una ola internacional de huelgas de los trabajadores en cada continente y en cada industria, provee la base objetiva para un nuevo movimiento internacional contra la guerra y por el socialismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 9 de junio de 2018)

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