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La disolución de ETA: un balance político del nacionalismo vasco —Tercera parte

Esta es la parte final de una serie de tres partes sobre el grupo separatista vasco ETA (Euskadi Ta Askatasuna Patria Vasca y Libertad) anunciando su disolución. La primera parte se publicó en castellano el 15 de junio y la segunda parte el 19 de junio.

ETA: la aplicación práctica del llamado de Jean-Paul Sartre a la “acción”

A partir de sus influencias existencialistas y de otras ideologías, ETA (Euskadi Ta Askatasuna —Patria Vasca y Libertad) se formó como un grupo de “acción” clandestina en 1958. Definió sus objetivos como “Euskadi, un País Vasco libre, a través de un Estado vasco como otros Estados en el mundo, y Askatasuna (libertad), gente libre en el País Vasco”, que también incluía a Álava y Navarra en España y a tres provincias vascas francesas.

El recurso a las armas fue visto como la única forma de liberar al País Vasco de la “ocupación española”. El boletín de ETA, Zutik (Levantamiento), declaró en términos nihilistas: “La violencia es necesaria. Una violencia contagiosa, destructiva, que ayudaría a nuestra lucha, a la buena lucha, a la lucha que nos han enseñado los israelíes, los congoleños y los argelinos”.

Los ataques terroristas individuales fueron la esencia de la desmoralizada perspectiva de la “espiral de acción, reacción, acción” de ETA. Las “masas” amorfas serían engatusadas para la rebelión por “acción”. Las “Bases teóricas de la guerra revolucionaria” (1965) declaraban: 1. ETA, o las masas dirigidas por ETA, llevan a cabo una acción de provocación contra el sistema.

2. El aparato de represión estatal golpea a las masas.

3. Frente a la represión, las masas reaccionan de dos maneras opuestas y complementarias: con pánico y con rebelión. Es el momento adecuado para que ETA dé un contragolpe que disminuir á el primero y aumentará el segundo. Los primeros asesinatos confirmados de ETA ocurrieron en 1968, y apuntaban a miembros de alto rango del régimen de Franco. Ocurrieron justo cuando estallaba el levantamiento revolucionario de la clase obrera en 1968-1975.

Después de la caída de la dictadura franquista y la “transición a la democracia”, ETA continuó su campaña de terror, añadiendo a los políticos del Partido Popular (PP) y del Partido Socialista (PSOE) a su lista de objetivos.

A fines de la década de 1980, frustrada por la estabilización del imperialismo español posibilitada por el estalinismo y la socialdemocracia, ETA atacó a los civiles en lo que llamaron la “socialización del sufrimiento”. Su ataque más sangriento fue la atrocidad con bomba del centro comercial Hipercor en 1987, que mató a 21 personas y y dejó 45 heridos en un barrio de clase trabajadora en Barcelona.

Después del final de la dictadura fascista, los sucesivos gobiernos españoles continuaron utilizando la región vasca como un campo de pruebas para medidas antidemocráticas, destinadas a reprimir el malestar político interno. El PSOE, elegido por primera vez en 1982, creó el escuadrón de asesinatos antiterroristas de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), que asesinó a 23 personas, principalmente miembros de ETA, pero también a transeúntes inocentes. En 1992, la mayoría de los líderes de ETA habían sido arrestados y torturados.

Los bombardeos indiscriminados de ETA, las políticas regionales procapitalistas y la falta de un programa social genuinamente progresista llevaron a su aislamiento. Perdió muchísimo apoyo después del ataque del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y los atentados de Madrid en 2004. El gobierno del PP y su sucesor del PSOE impulsaron una legislación draconiana bajo la bandera de la “Guerra contra el Terrorismo”, como la Ley de Partidos Políticos, según la cual Batasuna [Unidad] —un partido nacionalista vasco— fue proscrito.

En 2011, ETA anunció un “cese definitivo de su actividad armada” y en los años siguientes intentó negociar, sin éxito, con el gobierno español sobre el futuro de sus miembros encarcelados.

La lucha armada de ETA fue justificada por varios grupos pseudoizquierdistas como una expresión legítima del “derecho de las naciones a la autodeterminación”. Invocaron a Lenin y Trotsky solo para justificar su propia hostilidad hacia la revolución socialista.

Lenin no defendió la defensa del derecho a la autodeterminación como un principio intemporal, sino con un objetivo histórico definido en mente: combatir las influencias nacionalistas sobre la clase trabajadora y las masas oprimidas y derribar las barreras étnicas y lingüísticas a la unidad del trabajo —característica de clase de los regímenes con un desarrollo capitalista tardío. En los “países capitalistas avanzados de Europa occidental y los Estados Unidos”, explicó Lenin, “los movimientos nacionales progresistas burgueses llegaron a su fin hace mucho tiempo”.

Lenin tampoco defendía el separatismo regional. En los Balcanes, insistía, “la autodeterminación” significaba unir a la población de la región en una república federada que derribaría los límites económicamente irracionales de los pequeños Estados manipulados por el imperialismo.

Al igual que Lenin, Trotsky se opuso a la retención por la fuerza de pueblos en una nación y a la supresión de sus derechos democráticos. Él defendía el derecho a la autodeterminación, incluso la formación de Estados separados, pero no era el papel de los marxistas el abogar por su creación. Más bien, Trotsky veía esta defensa negativa de la autodeterminación como un medio para defender la unidad voluntaria y democrática de la clase trabajadora y las mayores ventajas para la economía y la cultura.

En “La cuestión nacional en Cataluña” (1931), Trotsky criticó “el desmembramiento económico y político de España o, en otras palabras, la transformación de la Península Ibérica en una especie de península balcánica, con Estados independientes, divididos por barreras aduaneras, y con ejércitos independientes que conducen guerras hispanas independientes”.

Agregó: “¿Están interesados los trabajadores y los campesinos de los diversos partidos de España en el desmembramiento económico de España? En ningún caso. Por eso, identificar la lucha decisiva por el derecho a la autodeterminación con la propaganda por el separatismo, significa realizar un trabajo fatal. Nuestro programa es para la Federación Hispana con el mantenimiento indispensable de la unidad económica. No tenemos intención de imponer este programa a las nacionalidades oprimidas de la península con la ayuda de las armas de la burguesía. En este sentido, sinceramente estamos a favor del derecho a la autodeterminación. Si Cataluña se separa, la minoría comunista de Cataluña, así como la de España, tendrá que luchar por la Federación”.

Desde el tiempo de Trotsky, ha habido transformaciones de gran alcance en el mundo. Las masas de Asia y África han pasado por el ascenso de los movimientos nacionales burgueses y la experiencia de la descolonización. Este episodio histórico proporciona una prueba concluyente de que los pueblos oprimidos del mundo no pueden lograr la liberación a través del establecimiento de nuevos Estados nacionales bajo el liderazgo de la burguesía nacional, demostrando la exactitud de la teoría de la revolución permanente de Trotsky.

La disolución de la Unión Soviética también condujo a la proliferación de movimientos nacionalistas y separatistas que exigían la creación de nuevos Estados, alentados por las potencias imperialistas de los EUA y de Europa en perseguir de sus propios objetivos geoestratégicos, la mayoría trágicamente en Yugoslavia a principios de los años noventa.

Sin embargo, no fueron solo las consideraciones políticas las que subyacieron a la intensificación de la agitación comunalista. El desarrollo de la globalización, explicó el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), brindó “un impulso objetivo para un nuevo tipo de movimiento nacionalista, buscando el desmembramiento de los Estados existentes. El capital móvil global ha otorgado a los territorios más pequeños la capacidad de vincularse directamente con el mercado mundial. Hong Kong, Singapur y Taiwán se han convertido en los nuevos modelos de desarrollo. Un pequeño enclave costero, que posee enlaces de transporte adecuados, infraestructura y un suministro de mano de obra barata puede resultar una base más atractiva para el capital multinacional que un país más grande con un interior menos productivo”.

El CICI insistió en que era necesario, en interés de la unidad internacional de la clase trabajadora, oponerse a los llamados revividos por el separatismo, que buscan dividir a los Estados existentes para el beneficio de las capas empresariales locales en las regiones más ricas.

Para la pseudoizquierda, las lecciones del final de ETA significan todo lo contrario. Se han propuesto intensificar la promoción del nacionalismo vasco y catalán.

Izquierda Revolucionaria, filial española del Comité por una Internacional de los Trabajadores, afirma: “El fin de ETA debe servir para fortalecer y organizar la lucha de masas revolucionaria en Euskal Herria [País Vasco]. La Izquierda Radical Vasca ha demostrado que tiene detrás de sí la fuerza, el apoyo y la voluntad de cientos de miles de defender una alternativa de izquierda consistente”. Izquierda Revolucionaria siembra ilusiones en figuras como el político burgués vasco Arnaldo Otegi, alegando que esas personas tienen “una gran responsabilidad: promover el movimiento de masas, de una manera unitaria y con un claro programa anticapitalista”.

Esto es un fraude. La experiencia con Syriza en Grecia muestra que tales políticos no tienen la intención de llevar a cabo un programa anticapitalista. Por el contrario, los nacionalistas vascos están buscando un mejor trato con Madrid a expensas inmediatas de sus supuestos compatriotas en el movimiento separatista catalán, y señalando su voluntad de permanecer al margen mientras Madrid fortalece los poderes represivos del Estado para usarlos contra toda la clase trabajadora española.

El final de ETA y la integración de la pseudoizquierda vasca en el aparato estatal es una experiencia estratégica de la clase obrera internacional. Las organizaciones separatistas han demostrado la absoluta imposibilidad de que la clase trabajadora haga algún progreso si es estrangulada por el nacionalismo y acepta una perspectiva procapitalista. Sobre todo, la cuestión crucial es construir una sección española del CICI que explique a los trabajadores que las crecientes luchas sociales y políticas son parte de un proceso global en desarrollo, que representa para los trabajadores de todos los países la tarea de tomar el poder y construir una base obrera estableciendo un Estado obrero y políticas socialistas.

Concluido

(Publicado originalmente en inglés el 14 de junio de 2018)

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