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Perspectiva

La guerra comercial y la independencia política de la clase obrera

La decisión de Estados Unidos de proceder con aranceles sobre productos chinos valorados en $34 mil millones y las amenazas del presidente Trump para imponer aranceles sobre $500 mil millones de importaciones más marcan una nueva etapa en el colapso del orden capitalista establecido después de la Segunda Guerra Mundial.

El hecho de que se hayan justificado estas medidas contra China, junto con la imposición de aranceles sobre acero y aluminio proveniente de Canadá, la Unión Europea, China, Japón y México y la amenaza de aranceles sobre autos importados, con argumentos de “seguridad nacional” es sumamente significativo.

Constituye una señal inequívoca de que las medidas de guerra comercial tienen una dimensión militar de forma esencial y de que son un componente importante en las preparaciones de EUA para librar una guerra contra sus rivales, es decir una guerra mundial, si llegara a ser necesaria para mantener el dominio global de Washington.

En abril del 2009, tras el colapso financiero global—la crisis más importante del capitalismo global desde la Gran Depresión, los líderes de los principales países industrializados prometieron con la mano en el pecho de que nunca recurrirían a una guerra comercial ni medidas proteccionistas. Declararon universalmente que las lecciones de la desastrosa década de 1930 y el papel de dichas medidas en crear las condiciones para una guerra mundial habían sido aprendidas.

¿Cuál es la situación hoy día? Estados Unidos ha lanzado lo que el ministro de Comercio chino describió correctamente como “la mayor guerra económica en la historia económica”, o, como otros lo han señalado, las medidas más vastas desde el arancel Smoot-Hawley de 1930.

En 1938, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, León Trotsky escribió que la burguesía “se desliza con ojos cerrados hacia una catástrofe económica y militar”. Sus palabras reverberan fuertemente ocho décadas después.

Las otras potencias no tienen ninguna respuesta a las medidas del Gobierno de Trump aparte de la imposición de aranceles como medidas de represalia que acercan aún más al mundo a un conflicto económico de plena escala y, en última instancia, militar.

En cada país, las élites gobernantes están procediendo con la misma agenda nacionalista y militarista del Gobierno de Trump. La conclusión que están extrayendo los capitalistas europeos y asiáticos es que, con el colapso del orden de la posguerra, deben rearmarse y prepararse para un conflicto.

Conforme se arrima una repetición a mayor escala de los conflictos económicos de los treinta, igual lo hacen las horrendas medidas impuestas en esa desastrosa década. Están siendo establecidos campos de concentración en Europa y EUA para la encarcelación de cientos de miles de inmigrantes y refugiados, a medida que Gobiernos de todos los colores se trasladan cada vez más hacia la derecha.

En la década desde la erupción de la crisis financiera mundial, todas las mismas contradicciones del sistema de lucro que produjeron el colapso del mercado se están intensificando, reflejadas ante todo en el ensanchamiento de la brecha social —la acumulación de una riqueza increíble en manos de los milmillonarios y oligarcas a nivel global mientras los niveles de vida caen y la pobreza aumenta para el grueso de la población—.

Las clases gobernantes están buscando explotar la ira y hostilidad que generan sus propias políticas de guerra, austeridad y represión para virar cada vez más al nacionalismo económico. Las burocracias sindicales y los partidos socialdemócratas y laboristas, al igual que el Partido Demócrata en EUA —más notablemente su sección de “izquierda” (Bernie Sanders)— han asumido un papel crítico en esto.

En cara a un desastre económico y social ocasionado por la degeneración del orden capitalista, la clase obrera debe avanzar su propio programa independiente. Debe anteponer en primer lugar la lucha política contra todas las formas de nacionalismo económico y el rechazo de la mentira de que tales políticas pueden proteger los empleos y las condiciones de vida de los trabajadores.

El nacionalismo económico siempre y necesariamente conlleva medidas de austeridad dirigidas contra la posición social de la clase obrera, según el propósito de promover la “competitividad internacional” de este o aquel Estado nación capitalista, junto a la desviación de enormes recursos económicos para el gasto militar. Sea avanzado en forma de una ideología de tinte fascista como la de Trump o cubierta de trapos “izquierdistas”, el nacionalismo económico no representa un camino hacia adelante. Por el contrario, es el estertor de la muerte de un sistema social que languidece en crisis.

La perspectiva avanzada por los defensores del orden de la posguerra se encuentra igualmente en bancarrota. Afirman que el crecimiento de la insensatez económica podría curarse apelando a la “razón”, como si la crisis actual fuera meramente el producto de la mentalidad de Donald Trump, y que EUA está destruyendo el sistema que creó y que demostró ser tan beneficioso.

El colapso del orden de la posguerra no es el resultado de políticas incorrectas, sino la expresión de contradicciones fundamentales del modo de producción capitalista, sobre todo el conflicto entre el carácter global de la producción y la división del mundo en rivalidades entre Estados nación capitalistas.

Dicha contradicción emergió en la superficie por primera vez en la forma de la Primera Guerra Mundial. La denominada “guerra para terminar todas las guerras” solo fue la primera etapa en lo que serían tres décadas de conflicto entre grandes potencias imperialistas, acabando en 1945 con el establecimiento de la hegemonía económica y militar de Estados Unidos.

Los conflictos entre las principales potencias podían regularse y contenerse en la medida en que EUA disfrutara una supremacía económica. Sin embargo, el crecimiento económico mismo promovido por el orden liberal de la posguerra socavó el dominio de EUA en relación con sus viejos rivales y la aparición de nuevos, principalmente China. El imperialismo estadounidense procura revertir este declive empleando medios violentos económicos y, de ser necesario, militares.

La contradicción entre la economía global y el sistema de Estados nación, intensificada enormemente por la globalización de la producción durante las últimas tres décadas, ya no puede contenerse dentro del viejo marco y ha vuelto ha salir a la superficie. Ahora domina la vida política de cada país en forma de una marcha cada vez más acelerada hacia la guerra, la agitación nacionalista, la imposición de austeridad y el surgimiento de formas autoritarias y fascistas de gobierno que rememoran aquellas de los años treinta.

Un entendimiento de estos procesos socioeconómicos objetivos debe formar la base de una perspectiva y un programa independientes para la clase obrera, enraizado en el reconocimiento de la urgente necesidad de unir las luchas a través de las fronteras contra un enemigo común, el sistema capitalista.

Si las clases gobernantes en la actualidad se aferran al enorme poder económico creado por medio de la producción globalizada —el resultado del trabajo unificado de la clase obrera internacional— se convertirá en muerte y destrucción sin precedentes.

Este poder debe ser liberado de la jaula del Estado nación y el sistema de lucro privado y convertirse en el cimiento de un nuevo avance para la humanidad por medio de una economía planeada, socialista e internacional. Esa es la perspectiva por la que debe luchar la clase obrera en respuesta a la erupción de una guerra economía y todas sus implicaciones.

A fin de implementarla, la clase obrera debe superar el dominio político de la clase capitalista y todos sus partidos y representantes políticos. Debe perseguir conscientemente la lucha por el poder obrero y el socialismo a nivel global.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de julio de 2018)

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