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Perspectiva

Resistencia arrodillada: la fraudulenta oposición del Partido Demócrata a la nominación de Kavanaugh

La nominación del juez del Tribunal de Apelaciones, Brett Kavanaugh, a la Corte Suprema por parte del presidente Donald Trump, ha generado una serie de poses demagógicas y protestas simbólicas entre senadores demócratas, quienes prometen luchar contra la confirmación de un magistrado que resulte en una mayoría sólida de cinco jueces ultraderechistas por muchos años en el futuro.

Sin embargo, es tan solo la primera escena de una obra gastada cuyos actores solo realizan mociones habituales sin una pizca de energía ni sinceridad, sabiendo cual va a ser el resultado. En uno, dos o tres meses, Kavanaugh será juramentado como el nuevo magistrado suplente de la Corte Suprema, con la aprobación de Trump y las celebraciones de los copensadores de Kavanaugh en la Sociedad Federalista.

Los aliados mediáticos de los demócratas intentaron retratar esto como una batalla férrea contra la selección de Trump para la Corte Suprema. El Washington Post destacó el titular “Demócratas lanzan bombardeo total contra selección para máxima corte”, enfatizando la siguiente cita del líder de la minoría en el Senado, Chuck Schumer: “Me opondré a él con todo lo que tengo”.

El artículo lleva a la conclusión de que “todo lo que tengo” es muy poco, sin contar las órdenes que provienen de Wall Street, que apoya plenamente la nominación. Schumer declaró que los 49 senadores demócratas no serán suficientes para derrotar a Kavanaugh, expresando que espera que dos republicanas que apoyan el derecho a abortar, Lisa Murkowski de Alaska y Susan Collins de Maine, podrían oponerse a la nominación. Mientras tanto, el artículo explica que un total de seis demócratas podrían terminar apoyando la nominación, incluyendo tres que votaron a favor de confirmar al primer juez nominado por Trump, Neil Gorsuch.

El New York Times publicó un reporte intitulado “Los senadores demócratas lanzan golpes desde principio de batalla con remotas posibilidades para bloquear a Kavanugh”, logrando elogiar la supuesta tenacidad de los demócratas y dar una apología anticipando el probable fracaso de la valiente lucha “contra todas las probabilidades”. Tal presentación oculta que el Partido Demócrata obtuvo más votos que el Partido Republicano en las elecciones presidenciales y legislativas del 2016, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, y que las políticas promovidas por Trump, Kavanaugh y los republicanos son inmensamente detestadas.

La excusa incesante de los demócratas y sus lacayos de la prensa de que prácticamente no pueden hacer nada para detener la confirmación de Kavanaugh es una gran mentira. Dado que los republicanos tienen un margen en el Senado sumamente estrecho de 50 a 49, debido a la ausencia del senador John McCain por cáncer cerebral, hay un sinfín de procedimientos para retrasar la votación hasta después de las elecciones del 6 de noviembre.

Si la situación se revirtiera y fuera un presidente demócrata contra una minoría republicana de 49 bancas en el Senado, la prensa se saturaría de comentarios advirtiendo el carácter frágil de su nominación, la alta probabilidad de su derrota y los peligros de “imponer” una nominación a la máxima corte con base en una mayoría tan mínima.

El paralelo más reciente ocurrió en el 2016, cuando el presidente demócrata Barack Obama decidió conciliarse con los senadores republicanos, quienes tenían una estrecha mayoría, para nominar a Merrick Garland, la nominada más conservadora entre demócratas. La respuesta de los republicanos a esta señal de paz fue librar una guerra completa. El líder republicano en el Senado, Mitch McConnell, puso de lado toda tradición, norma y “civilidad” rehusándose a siquiera una audiencia para Garland, ni hablar de una votación, y explotando el puesto vacante para movilizar a los fundamentalistas religiosos para las elecciones presidenciales del 2016.

El Partido Demócrata es incapaz de realizar tal esfuerzo porque no tiene ningún interés en hacerlo y porque le tiene más miedo a la clase obrera que a cualquier cosa que pueda hacer la Corte Suprema con Kavanaugh. Su instalación y las probables consecuencias tendrán un impacto real mínimo en las capas acomodadas que representan el Partido Demócrata, el New York Times y el Washington Post.

Con respecto al derecho al aborto, por ejemplo, la confirmación de Kavanaugh podría significar una anulación directa del fallo de Roe vs. Wade, lo que dejaría que los estados decidan su legalidad. Incluso es posible que la Corte Suprema decida que el feto es una persona, efectivamente ilegalizando el aborto por completo. Sin embargo, las mujeres privilegiadas de Manhattan, Hollywood y Silicon Valley tendrán los recursos para satisfacer sus necesidades, independientemente de cualquier cambio en la estructura legal que rija para los derechos reproductivos. El impacto catastrófico lo sentirían las mujeres de clase trabajadora y minorías por todo el país.

Es significativo que los demócratas no han discutido el aspecto más provocativo de la nominación de Kavanaugh: su papel en la investigación de Kenneth Starr que resultó en el juicio político del presidente demócrata, Bill Clinton. Los demócratas mantienen el silencio sobre esta cuestión porque, como parte de la reaccionaria campaña #MeToo (#YoTambién), han acogido una narrativa política que asume que Clinton debió renunciar por su presunta conducta sexual inapropiada. Llegaron tan lejos como para forzar la renuncia del senador Al Franken, un demócrata liberal de Minnesota, con base en evidencia mucho más endeble.

Aquellos que asuman que existen divisiones profundas entre demócratas y republicanos sobre la composición de la Corte Suprema o cualquier otra cosa se están engañando a ellos mismos. Ambos partidos concuerdan en todo tema crítico —el fortalecimiento del Estado, la implementación de medidas proempresariales, el ataque contra los derechos sociales de la clase obrera—.

Durante la campaña electoral del 2018 y en al año y medio desde la inauguración de Trump, lo único en lo que los demócratas se han esforzado es en la campaña antirrusa. Esto es porque, en este caso, los demócratas cuentan con el respaldo de una sección del aparato militar y de inteligencia que exige una política más agresiva del imperialismo estadounidense en Siria, el resto de Oriente Próximo y Rusia.

El Partido Demócrata, un partido de Wall Street, el aparato militar y de inteligencia y capas privilegiadas de la clase media-alta, no puede defender nada. Ningún derecho democrático, incluyendo aquellos conquistados en las décadas de 1960 y 1970, puede confiársele a este partido y a las distintas organizaciones que lo orbitan.

La oposición a la ola de reacción en marcha, de la cual el Gobierno de Trump y su nominación a la Corte Suprema son solo una parte, debe estar enraizada en la clase obrera. No surgirá ningún movimiento auténtico contra el Gobierno de Trump desde la élite gobernante y el sistema político, sino de la amplia masa de la población, la clase obrera, que se encuentra completamente excluida de la vida política.

La defensa de los derechos democráticos más básicos debe estar conectada a la movilización de la clase obrera contra la guerra, la desigualdad social, la pobreza, las rebajas salariales, la destrucción de empleos y todas las consecuencias del sistema capitalista. Es decir, debe basarse en una perspectiva y un programa socialistas y revolucionarios.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 11 de julio de 2018)

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