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Perspectiva

La campaña antirrusa deja indiferente a la mayoría de estadounidenses

Tras la reunión de Donald Trump en Helsinki con Vladimir Putin, el Partido Demócrata y el grueso de la prensa estadounidense han atacado intransigentemente al presidente estadounidense, calificándolo de traidor o títere del Kremlin. De forma prácticamente unánime, la prensa ha condenado a Trump por “traicionar a EUA” cuando puso en tela de juicio las afirmaciones de las agencias de inteligencia estadounidenses de que Rusia intervino en las elecciones presidenciales del 2016 para asegurar la victoria de Trump.

A pesar de la histeria atizada en las esferas gobernantes de EUA y en las capas acomodadas de la clase media-alta alineadas con el Partido Demócrata, la campaña antirrusa de los demócratas no está encontrando respuesta alguna en las amplias masas de la población.

Mientras que las encuestas de opinión realizadas después de la cumbre en Helsinki reportan resultados divergentes, una de ellas, la encuesta del Wall Street Journal /NBC News registra el aumento de un uno por ciento en la tasa de aprobación del mandatario comparado con junio, alcanzando un 45 por ciento, el nivel más alto de su Presidencia.

Al mismo tiempo, la encuesta muestra una oposición popular amplia hacia las políticas derechistas del Gobierno de Trump. Cincuenta y uno porciento de los votantes no están de acuerdo con el manejo de la seguridad fronteriza por parte de Trump, según esta encuesta, y el 58 por ciento se opone a la separación de niños inmigrantes de sus padres y su confinamiento en centros de detención.

Otra encuesta realizada después de la reunión en Helsinki por el Washington Post y ABC News reportó que la mayoría de estadounidenses apoya el manejo de la reunión por parte del presidente.

Cabe advertir que se debe tener escepticismo hacia las encuestas de la prensa capitalista, ya que forman parte de la guerra interna en Washington. Otras encuestas muestran la tasa de aprobación de Trump cayendo, mientras que no cabe duda de que sigue siendo profundamente odiado.

Queda claro, sin embargo, que la campaña de los demócratas en torno a la “interferencia” rusa no está generando una respuesta popular. Si los demócratas convocaran manifestaciones utilizando sus consignas favoritas —“¡Hasta el final con la CIA!”, “¡Guerra con Rusia!”, o quizás “¡Que Dios salve al Estado profundo!”— atraería un puñado de participantes. El grueso de la población estadounidense no está a favor de la guerra. Más allá, sabe por qué votaron en la forma en que lo hicieron en el 2016, y no tiene nada que ver con Putin.

Ambos candidatos presidenciales en el 2016 fueron los menos populares en la historia electoral estadounidenses. Las masas de trabajadores sintieron que había sido traicionados por Obama y se alejaron de los demócratas disgustados por los ocho años de guerra, austeridad y regalías para los banqueros.

Vieron a la candidata demócrata, Hillary Clinton, por lo que era —una títere corrupta de Wall Street y del aparato militar y de inteligencia—. Cuando Bernie Sanders emprendió su capitulación premeditada y respaldó a Clinton, se le abrió la puerta a Trump para que apelara demagógicamente a la oposición popular a la élite política, incluyendo entre secciones de trabajadores devastados por cierres de plantas y despidos.

Los demócratas recurrieron al cuento ficticio de “injerencia” rusa y a la “colusión” de Trump en las elecciones del 2016 porque eran incapaces de ofrecer políticas para atender las inquietudes reales de la clase trabajadora. Clinton simplemente trató a los trabajadores con un desdeño nada sutil. Actualmente, su capacidad para apelar popularmente a las necesidades de los trabajadores y la juventud es aún menor. En cambio, están repitiendo lo mismo que provocó su debacle electoral en el 2016.

De hecho, los demócratas esperan que una de las consecuencias de la histeria mediática en torno a la reunión en Helsinki sea poder centralizar el tema en su campaña electoral del 2018. El Washington Post reportó la semana pasada, “Refiriéndose a las encuestas y a los grupos de presión que han colocado a Trump y a Rusia al fondo de su lista de prioridades, los estrategas demócratas les han aconsejado por meses a los candidatos y dirigentes discutir cuestiones ‘comunes’. Ahora… esos estrategas creen que el terreno pudo haber cambiado”.

Desde la elección de Trump, los demócratas se han dedicado a socavar y suprimir la oposición de masas que existe contra el multimillonario de tinte fascista en la Casa Blanca. Les aterraron tanto las protestas de masas contra la inauguración de Trump como la ola de huelgas docentes que ocurrieron más temprano este año. Se han enfocado en encauzar el descontento social y político detrás de un programa de confrontación militar con Rusia, de censura del Internet y defensa del “Estado profundo” compuesto por el aparato militar y de inteligencia.

Esto presenta peligros muy reales. La histeria militarista de los demócratas después de Helsinki solo ha alimentado las credenciales de Trump como opositor a la élite política, sirviendo para legitimar su tendencia nacionalista de derecha. El carácter plenamente derechista y proguerra de la oposición demócrata a Trump resalta la imposibilidad de que los intereses de la clase obrera puedan ser expresados dentro del marco del sistema bipartidista capitalista.

Los demócratas representan a las facciones predominantes del complejo de inteligencia estadounidenses y secciones del mando militar y la élite financiera que se oponen a cualquier repliegue de la política agresiva contra Rusia iniciada por el Gobierno de Obama. Están buscando manipular la opinión pública en forma de una resurrección de la histeria antirrusa que se remonta a los días de Joe McCarthy y la John Birch Society.

Por el otro lado, Trump representa a una facción de la clase gobernante que favorece la explotación de la posición prominente de Estados Unidos en la economía global y el orden geopolítico para revertir los déficits comerciales estadounidenses y que apoya un reacomodamiento temporario con Moscú a cambio de que Rusia acepte una guerra encabezada por EUA contra Irán.

La unanimidad de ambos partidos hacia la guerra y la reacción fue reflejada por el abrumador apoyo bipartidista hacia el presupuesto militar casi récord de $717 mil millones de dólares que está siendo aprobado rápidamente por el Congreso.

Sin embargo, existe otra oposición a Trump que es completamente diferente y de un carácter social opuesto. Está enraizada en la clase obrera, la única fuerza social capaz de movilizar tras ella a todas las secciones progresistas de la sociedad en una lucha contra la guerra, la desigualdad y el autoritarismo.

La rebelión de los maestros en EUA, como parte de un resurgimiento de la lucha de clases internacional, ha mostrado que la capacidad de los sindicatos para suprimir la oposición de la clase obrera se está deteriorando. Esta resistencia debe ser expandida y debe dotársele con una expresión organizacional y política por medio de la construcción de órganos de lucha de la clase obrera —comités de base en cada fábrica y vecindario— y un programa socialista, revolucionario e internacionalista dirigido contra todos los partidos y políticos de la clase gobernante y el sistema capitalista que defiende.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 25 abril de 2018)

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