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Informe de apertura al Quinto Congreso Nacional del Partido Socialista por la Igualdad de los EUA

Este informe fue pronunciado por David North, el presidente nacional del Partido Socialista por la Igualdad (EUA), para abrir el Quinto Congreso Nacional del PSI, celebrado entre el 22 y el 27 de julio de 2018.

Se está celebrando el Quinto Congreso del Partido Socialista por la Igualdad (PSI) en medio de la interacción explosiva de procesos políticos, económicos y sociales.

Las alianzas internacionales entre las potencias imperialistas, que venían sirviendo de cimiento de la geopolítica mundial desde que terminara la Segunda Guerra Mundial, se están viniendo abajo. Aliados de mucho tiempo se vuelven enemigos y están fortaleciendo su poderío militar. La contradicción entre el carácter interdependiente de la economía global y el sistema del Estado-nación capitalista está llevando inexorablemente a la guerra mundial. El protagonista de esta crisis es el imperialismo estadounidense, que despliega despiadadamente su poderío militar superior para compensar su declive económico de larga duración.

Los despotriques xenófobos del Estados Unidos Primero de Donald Trump son la expresión más cruda de la determinación de la clase gobernante estadounidense por mantener la hegemonía global de los Estados Unidos. A pesar del conflicto verdaderamente feroz entre las diferentes facciones que componen la oligarquía estadounidense, sería un grave error político creer que existen diferencias fundamentales en los objetivos estratégicos de Trump y sus rivales demócratas y sus aliados de las agencias de inteligencia. Ciertamente, no hay ninguna tendencia en estas facciones en conflicto que represente los intereses de la clase trabajadora. Decidir quién es “peor” —Trump o sus rivales del Partido Demócrata— es como que te pregunten si prefieres que te muerda una cobra o que te estrangule una boa constrictor.

En un momento dado se podría pensar que no podría haber nadie peor que Trump. Pero entonces, uno ve al Senador del Partido Demócrata Mark Warner amenazar con la guerra a Rusia y a los demócratas de la Cámara bramando “¡Estados Unidos, Estados Unidos!” y, en comparación, Trump casi que parece civilizado. La única respuesta apropiada, por lo tanto, es la que sugiere Shakespeare: “¡Una plaga en tus dos partidos!”.

Por más amargas que sean las diferencias sobre la táctica, todas las secciones de la oligarquía financiera y corporativa estadounidense están de acuerdo en el objetivo estratégico: la preservación de la hegemonía global de los Estados Unidos. Si tiene que ser con la OTAN, o contra esta; si mediante la guerra en alianza con Alemania contra Rusia, o en alianza con Rusia contra Alemania; o si mediante la aplicación de presión económica o de la fuerza militar contra China, los Estados Unidos emplearán cualesquiera métodos estimen necesarios contra cualquier país al que consideren como una amenaza a sus intereses. Como escribió Trotsky, con sorprendente presciencia, en 1928: “En época de crisis la hegemonía de los Estados Unidos operará más completa, más abierta, y más despiadadamente que en los tiempos del boom”. [1]

Todas las principales potencias están metidas en un fortalecimiento frenético de su capacidad militar. El crecimiento del militarismo y el estado avanzado de los preparativos para la guerra intensifican las cargas económicas sobre la clase trabajadora y requieren restricciones cada vez mayores a las protecciones constitucionales tradicionales. La crisis de las formas de gobierno democrático-burguesas es evidente en todo el mundo. La contrarrevolución egipcia de 2013 brindó un ejemplo brutal de cómo las élites gobernantes responderán a un levantamiento de las masas desde la izquierda. Aunque estén obligadas en un momento dado a ganar tiempo con concesiones, las clases gobernantes contraatacarán salvajemente en la primera ocasión que tengan. Pero, en cualquier caso, no tienen la intención de permitir que la clase trabajadora tome la iniciativa. Fuerzas políticas de derechas en cada rincón del mundo están creciendo en fortaleza, una tendencia que los tradicionales partidos capitalistas prevalecientes verán con buenos ojos y alentarán.

En Alemania, los neonazis de Alternative für Deutschland han surgido como una fuerza política significativa. En 1949, en el período, desesperado, posterior a la Segunda Guerra Mundial, el Reichstag se transformó en el Bundestag. La vieja finca fue reacondicionada recientemente con una cúpula modernista. Pero se asienta encima de un edificio cuyos diputados hablan un lenguaje político demasiado familiar que Hitler y Göring habrían entendido y aprobado. Y, en una burla trágica a las víctimas del nazismo, el gobierno ultraderechista de Israel, que mantiene vínculos estrechos con políticos y regímenes fascistas y antisemitas de todo el mundo, ha implementado el equivalente legal de una enmienda constitucional que concede un estatus legal especial y privilegiado exclusivamente a los judíos.

Estos son apenas dos ejemplos de una tendencia global. Los Estados capitalistas están adquiriendo un carácter autoritario y están fortaleciendo las capacidades represoras de las agencias de inteligencia y de las fuerzas policiales cada vez más militarizadas. Los esfuerzos para censurar la información en Internet, y bloquear el acceso a sitios web socialistas y que se oponen a la guerra, especialmente el WSWS, están siendo intensificados. En Londres, que en el apogeo de la democracia burguesa en el siglo XIX brindaba asilo a incontables refugiados que huían de la persecución, Julian Assange se queda un preso político, amenazado con ser arrestado instantáneamente si se aventura a salir de la embajada de Ecuador. A millones de personas en todo el mundo, que se han quedado sin hogar por los estragos de las guerras imperialistas y las consecuencias de la explotación económica extrema, se les están quitando sus derechos humanos más elementales y se los trata con brutalidad. En los Estados Unidos, se separa a los niños de sus padres y se los interna en centros de detención.

El impulso hacia la guerra y la dictadura se intensificó con el desplome de Wall Street en 2008. La crisis global actual es el resultado de las políticas perseguidas por las élites gobernantes en respuesta al desplome, las cuales, a pesar de la recuperación de las bolsas, no han resuelto ninguna de las contradicciones subyacentes que llevaron al colapso diez años atrás. Como va quedando cada vez más claro, los métodos empleados por la oligarquía financiera para contener la crisis, y enriquecerse en el proceso, solo han postergado la hora de la verdad.

El desplome de Wall Street de 1929 puso en movimiento una crisis mundial que llevó a la radicalización internacional de la clase trabajadora. Pero la degeneración política del régimen soviético, y las traiciones a la clase trabajadora en Europa por parte de los partidos socialdemócratas y estalinistas, sobre todo en Alemania, Francia y España, garantizaron la victoria del fascismo y llevaron, al cabo de diez años, al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

También los Estados Unidos fueron escenario de luchas sociales masivas. El Congreso de Organizaciones Industriales (CIO), que —como la pseudoizquierda prefiere olvidar— emergió en 1935 como una insurgencia contra la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL), se volvió el punto focal de un movimiento de millones de trabajadores. La clase dirigente estadounidense, mucho más rica que su homóloga europea, escogió —aunque no sin una oposición resentida en el seno de sus propias filas— responder al desafío de la clase trabajadora estadounidense con el programa de reforma del New Deal de Roosevelt, en vez de hacerlo con las variedades de fascismo al estilo estadounidense planteadas por Huey Long, Henry Ford, Boss Frank Hague, el padre Coughlin y Charles Lindbergh. Pero a cambio de la implementación de la opción reformista del New Deal, Franklin Delano Roosevelt exigió y recibió el respaldo incondicional del recientemente organizado movimiento sindical industrial para el “esfuerzo de guerra” del imperialismo estadounidense.

A diferencia del período posterior a 1929, la clase dirigente estadounidense, después del colapso de 2008, no planteó una opción reformista. La administración Obama no agitó el puño a “los malefactores de gran riqueza” ni amenazó, como lo había hecho Roosevelt, con “echar del templo a los cambistas de divisas”. En vez de eso, Obama invitó a los representantes de los cambistas a su gobierno e hizo a los malefactores de gran riqueza más ricos que nunca antes. El rescate de los bancos orquestado por el gobierno completó un proceso que se había estado desarrollando desde hacía varias décadas: la institucionalización de un sistema político-económico en el que las bolsas, con el pleno apoyo del Estado, sirven de medio para la transferencia de la riqueza, a una escala masiva sin precedentes, hacia la oligarquía corporativa y financiera. Este sistema de parasitismo extremo refleja, en última instancia, el declive global en la posición mundial y poder productivo del capitalismo estadounidense.

Tal como el Partido Socialista por la Igualdad advirtió en marzo de 2009, a apenas seis semanas de que Obama asumiera la presidencia:

Las políticas de la administración Obama vienen determinadas enteramente por los intereses de la aristocracia corporativa y financiera. En este sentido, los que comparan a Obama con Roosevelt están comprometidos o bien con el engaño público o bien con el autoengaño. A pesar de la gravedad de la crisis económica, los inmensos recursos económicos de los Estados Unidos en la década de 1930 todavía le permitían a Roosevelt experimentar con reformas sociales. Esa opción ya no existe hoy. Al capitalismo contemporáneo le faltan esos recursos. [2]

La administración de Obama rescató a los ricos. Pero en el proceso, desacreditó al sistema político a ojos de millones de trabajadores. La promesa de Obama del “cambio en el que puedes creer” demostró ser un fraude cínico. Allanó el camino al surgimiento de Trump, quien —como Le Pen en Francia, Gauland en Alemania y Salvini en Italia— utiliza una demagogia populista de derechas para explotar la ira generalizada por el deterioro de las condiciones de vida.

Estados Unidos está ahora en la agonía de su mayor crisis política desde que terminara la Guerra Civil en 1865. Es difícil pensar en alguna experiencia histórica pasada con la que se pueda comparar la presente situación. El “conflicto irreprimible” que surgió en 1861 se produjo, en última instancia, por el poderoso desarrollo capitalista de los Estados Unidos. Una facción dinámica, progresista e incluso revolucionaria de la burguesía estadounidense se enfrentó a la insurrección reaccionaria de los poseedores de esclavos. Casi 160 años después, la crisis actual es el producto del muy avanzado declive de la posición global del capitalismo estadounidense y es testimonio de la degeneración de todas las secciones de la clase dirigente estadounidense. Lo repito: No hay ninguna tendencia progresista en ninguna de las facciones que compiten de la oligarquía capitalista-imperialista gobernante.

Mientras este conflicto se intensifica, está siendo cuestionada la legitimidad política de todas las instituciones mediante las cuales la clase gobernante estadounidense ha ejercido el poder político dentro de los Estados Unidos y con las que ha afirmado su posición dominante por todo el mundo. El conflicto entre facciones hostiles en los más altos niveles del Estado está a punto de asumir un carácter abiertamente violento.

Una concentración de riqueza sin precedentes en el cinco por ciento más rico de la población, en los Estados Unidos y en todos los otros países capitalistas importantes, subyace a la ira social creciente. El reciente estallido de huelgas, especialmente en los Estados Unidos, es el indicador inicial de un resurgir de la lucha de clases. Bajo condiciones de una polarización social extrema, la clase trabajadora está siendo radicalizada y está empezando a expresar su interés en una alternativa socialista al capitalismo. Aunque todavía limitada en su comprensión política y objetivos, la dinámica de este desarrollo adquirirá una orientación de manera cada vez más explícita anticapitalista, revolucionaria y socialista.

Las organizaciones que antes decían plantear una agenda progresista han respondido a esta crisis desplazándose a la derecha, no a la izquierda. Dirigidos por ejecutivos que cobran unos sueldos anuales de cientos de miles de dólares, los sindicatos —habría que llamarlos sindicatos gestores de la fuerza de trabajo corporativa— intensifican sus esfuerzos por suprimir, dispersar y desmoralizar la resistencia obrera. Las organizaciones de la pseudoizquierda —y en particular las que remontan su linaje político al shachtmanismo y al pablismo— operan de manera cada vez más abierta como agentes de los partidos burgueses y partidarios del imperialismo. Fuerzas tales como Syriza en Grecia, Podemos en España y el liderazgo de Corbyn en el Partido Laborista en Gran Bretaña persiguen desviar y reprimir la creciente resistencia social que hay en las masas. Que adquieran influencia política lleva invariablemente a que se integren en el Estado y a que traicionen a la clase trabajadora.

El rápido crecimiento de Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA) es el producto primariamente del deseo de la juventud políticamente inexperta de una alternativa al Partido Demócrata. Pero DSA no ha sido nunca independiente del Partido Demócrata. Ha sido promocionado por el New York Times y sectores del Partido Demócrata para evitar el desarrollo de un movimiento de izquierdas por fuera de la órbita de la política burguesa. Actualmente, el DSA se está inflando como un globo, pero esta expansión —sostenida meramente por cháchara— llevará inevitablemente a crisis políticas y organizativas. Los elementos izquierdistas más serios de la juventud estudiantil que han sido atraídos hacia el DSA se enterarán de que esta organización es un apéndice del Partido Demócrata y que se opone a la lucha contra el capitalismo.

Las improvisaciones políticas eclécticas y las maniobras oportunistas raídas son un mal sustituto de un programa marxista fundamentado científicamente e históricamente informado. Los llamamientos humanitarios para que el capitalismo sea más amable y considerado no detendrán el rumbo inexorable hacia la dictadura y la guerra. El DSA, de manera previsible, está siendo celebrado en los medios. Pero su esperanza de encontrar una solución a la crisis sobre cimientos capitalistas, y con, no menos, la aprobación del Partido Demócrata, son un fracaso político e intelectual. Los “teóricos” del DSA —tales como los que publican Jacobin— se enorgullecen de su indiferencia hacia las experiencias y lecciones revolucionarias del siglo pasado. Pero esta combinación de ignorancia, petulancia y cinismo deja a los teóricos del DSA totalmente incapacitados para entender el mundo de nuestros días.

Las alternativas con las que se confronta la clase trabajadora no son “reforma o revolución”, sino más bien “revolución o contrarrevolución”. La advertencia de Trotsky en el Programa de Transición, el documento fundacional de la Cuarta Internacional, escrito en las mismísimas vísperas de la Segunda Guerra Mundial, resuena con una fuerza todavía mayor en el mundo de nuestros días: “Sin una revolución socialista, en la próxima época histórica, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe”. [3]

Ha pasado una década entera desde que se celebrara el Congreso Fundacional del Partido Socialista por la Igualdad en 2008. De hecho, se había decidido y anunciado la transformación de la Liga Obrera en el Partido Socialista por la Igualdad en junio de 1995. Se tomó esa decisión como respuesta a la disolución de la URSS en diciembre de 1991 y el colapso político de todas las viejas organizaciones tradicionales —partidos y sindicatos— de la clase trabajadora.

Había que dirigir los esfuerzos del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) hacia la creación de partidos que organizaran y educaran a la clase trabajadora, y que crearan los cimientos de la renovación de la lucha consciente por el socialismo.

En noviembre de 1991, apenas unas semanas antes de la disolución de la Unión Soviética, el Comité Internacional celebró una conferencia en Berlín en la cual identificó las implicaciones históricas esenciales de la desacreditación irrevocable del estalinismo y sus apologetas:

Esta conferencia de Berlin marca una nueva etapa en el desarrollo de la Cuarta Internacional. El Comité Internacional constituye hoy la única organización trotskista mundial bona fide en todo el mundo. El Comité Internacional no es meramente una tendencia específica dentro de la Cuarta Internacional, sino que es la Cuarta Internacional como tal. A partir de esta conferencia, el Comité Internacional asumirá las responsabilidades de la dirección del trabajo de la Cuarta Internacional como Partido Mundial de la Revolución Socialista. [4]

Por más que el proceso histórico objetivo fuera largo, el Comité Internacional tuvo que introducir los cambios necesarios en su trabajo político. Este imperativo objetivo subyace a la transformación de las ligas en partidos. La forma de “liga” de las secciones del Comité Internacional estaba arraigada en un período histórico prolongado durante el cual las principales iniciativas tácticas consistían en plantear “exigencias” al partido de masas y las organizaciones sindicales, dirigidas ya sea por los socialdemócratas, los estalinistas o incluso, como en Estados Unidos, partidarios del Partido Demócrata. Esta táctica no implicaba ningún tipo de adaptación a la conducción reaccionaria, mucho menos a la reconciliación con esta. Más bien, estaba determinada por el papel dominante de esas organizaciones de masas en las luchas activas de los trabajadores, y su influencia todavía muy sustancial sobre los sectores con más consciencia de clase y más militantes de la clase trabajadora. Plantear demandas socialistas se veía como algo necesario e inevitable para superar las ilusiones todavía considerables de masas de trabajadores en sus dirigentes y organizaciones. La demanda “Laboristas al poder basados en políticas socialistas” en Gran Bretaña, “Por un gobierno del CP-CGT [Partido Comunista-Confederación General del Trabajo]” en Francia, y, en los Estados Unidos, “Por un Partido Laborista basado en los sindicatos” pretendía despertar y contraponer las aspiraciones anticapitalistas de la clase trabajadora a la colaboración de clases de las burocracias.

Pero la cadena ininterrumpida de traiciones de las viejas organizaciones burocráticas en la década de 1980 y en la de 1990, y la disolución de los regímenes estalinistas en Europa del Este y en la Unión Soviética, cambiaron la relación de esas organizaciones con la clase trabajadora, tanto en sentido objetivo como en el subjetivo. No reconocer este cambio acarreaba consigo el peligro de que una táctica que había sido desarrollada para superar las ilusiones en las viejas organizaciones se transformara en un esfuerzo vano y contraproducente por sostener e incluso alentar tales ilusiones.

El PSI reconoció que esta orientación requeriría nuevas formas de trabajo. Esto llevó al lanzamiento, en la más estrecha colaboración con las secciones del Comité Internacional (que también transformaron sus ligas en partidos), del World Socialist Web Site en febrero de 1998.

Durante los diez años siguientes, el Partido Socialista por la Igualdad realizó progresos sustanciales, tanto en lo político como en lo organizativo. Después de tantos años de crecimiento muy limitado, el partido empezó a atraer y a reclutar nuevas fuerzas. Por supuesto, esto guardaba relación con la resistencia política causada por el robo de las elecciones de 2000, el lanzamiento de la Guerra contra el Terror tras el once de septiembre y la invasión de Irak en 2003. Pero el potencial dentro de la situación objetiva solo podía ser realizado en la medida en la que se lo reconociera y se actuara en consecuencia. Las iniciativas políticas y organizativas del PSI tuvieron una importancia crítica.

Hay que hacer hincapié también en la labor teórica que emprendió el partido tras la disolución de la URSS. Esta labor se concentró necesariamente en la clarificación de la historia. Tal como se explicó en el Duodécimo Pleno del Comité Internacional en marzo de 1992:

Nos esforzamos por desarrollar la consciencia política del proletariado en base a una asimilación de toda la historia de la Revolución rusa. Ahora mismo, reina una tremenda confusión en la clase trabajadora. Sus puntos de vista no se basan en una consciencia histórica correcta. Esta consciencia falsa hunde sus raíces en experiencias históricas anteriores a través de las cuales pasaron las masas —experiencias que esta es incapaz de asimilar sin la intervención del partido—.

Las grandes mentiras empleadas para desorientar a millones de personas son que el estalinismo es el marxismo y que el colapso de la URSS demuestra el fracaso del socialismo y del marxismo. Hay que rebatir esas mentiras y demostrar que el estalinismo fue la antítesis del marxismo, el producto de la contrarrevolución más terrible de la historia. [5]

Tras el Duodécimo Pleno, el Comité Internacional lanzó la “Ofensiva contra la Escuela Postsoviética de la Falsificación Histórica”, en la que nuestro malogrado camarada Vadim Zakharovich Rogovin jugó un papel tan importante e inspirador. Entre 1995 y 1998, el Comité Internacional patrocinó conferencias que pronunció el camarada Rogovin en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Australia. Un hito crítico en esta labor teórica, que precedió directamente el lanzamiento del World Socialist Web Site, fue la “escuela de verano” celebrada en Sydney bajo los auspicios de la sección australiana del CICI a principios de enero de 1998. Las conferencias pronunciadas en esa escuela fueron un resumen de los temas históricos, políticos, filosóficos y estéticos fundamentales sobre los cuales los cuadros del CICI habían estado trabajando a lo largo de la década de 1990.

La escuela incluyó conferencias que rebatían la afirmación de que no había una alternativa realista al estalinismo en la Unión Soviética, aplicó la teoría de la revolución permanente de Trotsky a una crítica del castrismo y otras formas relacionadas de nacionalismo burgués, examinó las contradicciones del capitalismo de las postrimerías del siglo veinte, analizó la relación de los sindicatos con la lucha revolucionaria por el socialismo, y explicó el lugar del arte en la crítica de la sociedad capitalista.

Cabe destacar también que Mehring Books publicó en 1998 Art as the Cognition of Life, un volumen de escritos del miembro de la Oposición de Izquierdas Alexander Voronsky, traducido por el camarada Fred Williams. La publicación y estudio de este volumen y, particularmente, su crítica de las ideas de Freud, contribuyeron inmensamente a la evaluación del partido del abismo que hay entre el marxismo y tanto la Escuela de Francfort como el postmodernismo. Esta clarificación demostraría ser de una importancia decisiva al combatir la influencia teórica perniciosa y la política reaccionaria de clase media de la pseudoizquierda, centrada en la elevación de la identidad étnica, racial, de género y sexual del individuo por encima de la clase social.

En agosto de 2005, el PSI, en colaboración con el CICI, patrocinó una serie de charlas online sobre el tema “El marxismo, la Revolución de Octubre y los cimientos históricos de la Cuarta Internacional”. Al cabo de menos de seis meses, a finales de enero de 2006, el PSI australiano patrocinó un encuentro de la Junta Editorial Internacional donde se presentaron 13 informes. Esos informes brindaban una reseña expansiva, desde un punto de vista marxista, de la situación política mundial.

En mayo de 2006 se publicó una crítica detallada del ataque del profesor Rockmore a Engels y el materialismo filosófico. Un mes más tarde, en junio de 2006, les mandé una larga carta a Steiner y Brenner, que llevaba por título “El marxismo, la historia y la consciencia socialista”. Su principal cometido no era convencerlos de los errores de sus maneras, sino clarificar aún más la conexión esencial que hay entre la defensa del marxismo contra todas las formas del irracionalismo idealista subjetivo y la construcción del partido revolucionario de y en la clase trabajadora.

En mayo de 2007, el World Socialist Web Site publicó su refutación pormenorizada de las biografías difamatorias antitrotskistas escritas por los académicos británicos Ian Thatcher y Geoffrey Swain. Toda esta labor recién mencionada fue llevada a cabo junto a la publicación diaria del World Socialist Web Site.

La intención al evocar este trabajo, llevada a cabo antes del congreso fundacional del Partido Socialista por la Igualdad, es hacer hincapié en la conexión crítica que hay entre el trabajo teórico, el político y el organizativo. Las experiencias del CICI y el PSI en el período entre 1995 y 2008 demostró la verdad esencial de que los principales avances políticos y organizativos requieren una preparación teórica sostenida. Tenía razón Lenin: “Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”.

Para 2008 ya había caramente el suficiente trabajo preparatorio para justificar la celebración de un congreso fundacional oficial. Para ser perfectamente franco, probablemente podría haberse celebrado varios años antes. Sin embargo, para 2008 había un consenso muy fuerte dentro de la conducción del partido de que celebrar un congreso fundacional —en el cual el programa político y las reglas organizativas se adoptarían formalmente— no podía postergarse más. La base del consenso fue nuestra evaluación de la crisis económica que se estaba desarrollando y sus implicaciones políticas. El 11 de enero de 2008, el WSWS publicó el texto del informe que yo había presentado una semana antes a una concurrencia nacional del PSI, que tuvo lugar en Ann Arbor. El informe empezaba:

2008 se caracterizará por una intensificación significativa de la crisis económica y política del sistema capitalista mundial. La turbulencia en los mercados financieros mundiales es la expresión no meramente de una recesión coyuntural, sino más bien una enfermedad sistémica profunda que ya está desestabilizando la política internacional.

El informe continuaba:

El estallido de la burbuja del mercado inmobiliario en los Estados Unidos, que venía siendo alimentado por inversiones especulativas descontroladas en hipotecas de alto riesgo, ha resultado en pérdidas globales de cientos de miles de millones de dólares para los bancos internacionales y otras instituciones financieras. La turbia sopa de letras de los instrumentos financieros —es decir, los SIV (vehículos estructurados de inversión), las CDO (obligaciones de deuda avaladas), etc.— había sido ideada para “transformar en bono” las hipotecas de alto riesgo, esconder su carácter sospechoso, y propagar el riesgo en un gran número de instituciones. El resultado es una crisis financiera internacional que, en palabras de un analista, ha venido a cuestionar la viabilidad y la legitimidad del sistema angloamericano de capitalismo.

Este análisis llevó a las siguientes conclusiones: Primera, que los Estados Unidos y el mundo estaban al borde de la mayor crisis económica desde la década de 1930. Segunda, que esta crisis llevaría a un aumento significativo de la lucha de clases. Tercera, que la intensificación de la lucha de clases radicalizaría a la clase trabajadora, reviviría el interés por el socialismo y el marxismo, y crearía oportunidades sin precedentes para ganarse a los sectores más avanzados de la clase trabajadora para el programa del Comité Internacional, para el trotskismo.

El Congreso Fundacional se abrió el 3 de agosto de 2008. Los delegados adoptaron estatutos para el partido, una declaración de principios y el principal documento del congreso, Los cimientos históricos e internacionales del Partido Socialista por la Igualdad. En su sección de apertura, este documento explicaba el lugar de la historia en la labor del PSI:

Solo puede desarrollarse una estrategia socialista revolucionaria sobre la base de las lecciones de las luchas pasadas. Sobre todas las cosas, hay que dirigir la educación de los socialistas hacia desarrollar un detallado conocimiento de la historia de la Cuarta Internacional. El desarrollo del marxismo como la punta de lanza teórica y política de la revolución socialista ha encontrado su expresión más avanzada en las luchas libradas por la Cuarta Internacional, desde su fundación en 1938, contra el estalinismo, el reformismo, las revisiones pablistas del trotskismo y todas las otras formas de oportunismo político.

No se puede llegar a un acuerdo político en el seno del partido sobre asuntos esenciales de programa y tareas sin una evaluación común de las experiencias históricas del siglo veinte y sus lecciones estratégicas centrales. Rosa Luxemburgo dijo una vez que la historia era la “Via Dolorosa” de la clase trabajadora. Solo en la medida en la que la clase trabajadora aprende de la historia —las lecciones no solo de sus victorias sino también las de sus derrotas— esta puede prepararse para las exigencias de un nuevo período de lucha revolucionaria. [6]

El Congreso Fundacional se clausuró el sábado 9 de agosto. Exactamente cinco semanas y dos días más tarde, el 15 de septiembre de 2008, Lehman Brothers se declaró en quiebra y el índice industrial Dow Jones cayó 504 puntos. Arduos esfuerzos por estabilizar los mercados pararon momentáneamente la caída abrupta de los precios de las acciones. Pero el 29 de septiembre, el fondo se cayó del mercado, preludiando la peor recesión desde los años treinta. En los meses que siguieron, el Congreso duplicó la deuda nacional y la Reserva Federal destinó cientos de miles de millones de dólares para rescatar a los inversores de Wall Street. El mercado empezó una recuperación espectacular después de alcanzar su bajo posterior al desplome en marzo de 2009. La carga de la crisis fue transferida enteramente a espaldas de la clase trabajadora, en la forma de ejecuciones hipotecarias, recortes salariales salvajes, la destrucción de millones de empleos, y el recorte del gasto en programas sociales.

¿En qué medida los acontecimientos de la pasada década han confirmado la prognosis que el PSI hizo a principios de 2008? La predicción que hizo el partido de una crisis económica masiva se cumplió, sin dudas, completamente. La intensificación de la lucha de clases, aunque se ha desarrollado más lentamente que en los años treinta, claramente se está produciendo. Hay que explicar el ritmo más lento de su desarrollo por varios factores históricamente condicionados, sobre todo, el impacto a largo plazo de las traiciones pasadas del estalinismo y de la socialdemocracia sobre la consciencia política de la clase trabajadora. Durante décadas el estalinismo falsificó la historia, llevó a cabo crímenes monstruosos, presentó al mundo una distorsión pervertida y corrupta del marxismo, y distanció a la clase trabajadora del socialismo. Por fin, la rápida disolución de los regímenes estalinistas en Europa del Este y la Unión Soviética entre 1989 y 1991 llevaron a un pesimismo profundamente arraigado sobre la propia posibilidad de una alternativa al capitalismo.

El declive en la consciencia de clase, particularmente después de 1991, reflejó una degeneración cultural e intelectual más amplia de la sociedad burguesa. En su guerra contra el marxismo, la clase dirigente se hizo con una victoria pírrica, porque quedó con un entorno intelectual estéril, desprovisto de ideas significativas y de perspectiva, incapaz de inspirar un trabajo teórico serio, y dependiente de los servicios de la cínica y cobarde pseudointelectualidad postmodernista de las universidades.

Todos los peores rasgos de este entorno social —un ensimismamiento interminable, una obsesión por el estatus y la riqueza personal, la elevación de las preocupaciones personales por encima de la responsabilidad social, la indiferencia hacia los derechos democráticos, y una muy arraigada hostilidad hacia la clase trabajadora— encuentran su expresión en la política identitaria. Este entorno reaccionario política e intelectualmente —en el cual se reprime la consciencia histórica, progresista, social y democrática— ha sido un factor significativo en demorar el desarrollo de la lucha de clases.

Los factores culturales e intelectuales son agravados por los sindicatos corporativos en la supresión física de cada esfuerzo de la clase trabajadora por defenderse y devolver los golpes contra la explotación capitalista. Los inmensos recursos controlados por la burocracia —aliada con las corporaciones y el Estado— han sido destinados despiadadamente a lo largo de los treinta últimos años para impedir huelgas, la forma más elemental de lucha obrera.

Pero la reciente oleada de huelgas llevadas a cabo por docentes de base sin autorización oficial marca el comienzo de una rebelión contra los sindicatos. Hay una marea creciente de lucha de clases y, como anticipara el PSI en 2008, esta viene acompañada por una renovación de la consciencia de clase y del interés por el socialismo. Es de los desafíos —teóricos, políticos y organizativos— que se desprenden de la intensificación de la lucha de clases y de la radicalización de la consciencia obrera que la resolución de perspectiva [del Congreso]— El resurgir de la lucha de clases y las tareas del Partido Socialista por la Igualdad — trata principalmente.

El Comité Internacional y el Partido Socialista por la Igualdad consideran la situación actual de manera realista y con optimismo. Estos dos elementos no se contradicen. Los dos son componentes esenciales de una perspectiva revolucionaria. Si, como el borrador de perspectiva declara, el pesimismo es “la forma de subjetivismo ahistórico más miope e inútil”, el optimismo se fundamenta en una comprensión de las leyes de la historia que encuentran expresión, por más que sea de una manera compleja y contradictoria, en el funcionamiento de la sociedad humana. El optimismo, hay que resaltarlo, no es una cuestión de esperar que suceda lo mejor y sentarse a esperar, como el Sr. Micawber [de la novela de Charles Dickens David Copperfield], que “pase algo”. Somos materialistas, y por lo tanto entendemos que desempeñamos un papel significativo en determinar el resultado de los acontecimientos. Como dice el borrador de perspectiva:

Dentro de esta situación histórica, el propio partido revolucionario es un inmenso factor que determina el desenlace de la crisis objetiva. Una evaluación de la situación objetiva y una valoración realista de las responsabilidades políticas que excluya el impacto del partido revolucionario es absolutamente ajena al marxismo. El partido marxista revolucionario no solamente comenta los acontecimientos, sino que participa en los acontecimientos que analiza y, mediante su dirigencia en la lucha por el poder obrero y el socialismo, se esfuerza por cambiar el mundo.

El párrafo que he citado introduce la sección del documento titulada “Ochenta años de la Cuarta Internacional”. Hay mucho en la resolución de perspectiva que es nuevo. Representa un desarrollo significativo en la comprensión del partido de la situación política y refleja la experiencia de la participación activa del partido, de la cual se nutre, dentro de los Estados Unidos y en otros países, en las principales luchas políticas y sociales. Es más, el documento clarifica la relación entre el desarrollo objetivo de la lucha de clases y la actividad del partido e identifica precisamente las iniciativas políticas y prácticas que el partido tiene que emprender después del cierre de este congreso.

Pero creo que partes del borrador que tratan de la historia de la Cuarta Internacional representan el meollo teórico y político del documento. Esta sección del borrador de la perspectiva resume de manera concisa la experiencia histórica, el programa y los principios sobre los cuales se basa el trabajo del Partido Socialista por la Igualdad.

La atención que presta nuestro partido a los aniversarios no es la expresión de un interés académico por la historia, un reconocimiento formal de un linaje político ni, mucho menos, un tipo de evocación sentimental de las cosas pasadas. Más bien, los aniversarios son una ocasión para reexaminar las experiencias críticas a través de las cuales la clase trabajadora y el movimiento revolucionario han pasado a la luz de las condiciones existentes. Superar las experiencias pasadas siempre ha sido, para los marxistas, una preparación esencial para las luchas futuras.

El capítulo más crítico en la obra de Trotsky Resultados y Perspectivas, que formó la base para la elaboración de la teoría de la revolución permanente, se titula “1789-1848-1905”. Esta reseña histórica de la evolución de la revolución burguesa a lo largo de un período que se extiende por casi 120 años llevó a Trotsky a un entendimiento profundo del nuevo papel de la clase trabajadora en la lucha contra la autocracia, con implicaciones de largo alcance para la estrategia revolucionaria marxista en el siglo veinte en Rusia y en todo el mundo. El Estado y la revolución de Lenin, escrito en el verano de 1917, consistía primariamente en un examen detallado de los escritos de Marx y Engels sobre la Comuna de París de 1871. Las conclusiones que sacó Lenin de esa revisión formaron los cimientos teóricos de la lucha que libró, en septiembre y en octubre de 1917, para obtener apoyos en el seno del Partido Bolchevique para la toma del poder.

El Comité Internacional y sus secciones introducen en las luchas de la clase obrera no solo consignas y un conjunto de demandas. Estas tienen una importancia considerable, pero no son suficientes para la educación de la clase trabajadora y para elevar su consciencia política al nivel necesario para llevar a cabo la revolución socialista. Para comprender la crisis y las tareas con las que se confronta, la clase trabajadora tiene que entender la naturaleza de la época histórica en la que vive y lucha.

Más aún, para el desarrollo de la estrategia revolucionaria y de las tácticas apropiadas, la clase trabajadora tiene que adquirir un nivel suficiente de conocimiento de los principales acontecimientos políticos y las luchas revolucionarias del siglo pasado. Por fin, para que la clase trabajadora evalúe las organizaciones y las tendencias que afirman representar sus intereses, tiene que conocer su historia, su linaje político, y el papel que desempeñaron en las luchas pasadas.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional encarna una vasta experiencia histórica. Su continuo estudio de la historia, la asimilación de sus lecciones, y el papel del conocimiento histórico en la formulación del programa y la dirección de la práctica, desmarcan al CICI de todas las otras organizaciones políticas y tendencias que dicen ser socialistas.

El borrador de perspectiva dice:

Este año marca el ochenta aniversario de la fundación de la Cuarta Internacional en septiembre de 1938. Durante sesenta y cinco de esos ochenta años de su existencia, la labor de la Cuarta Internacional ha sido desarrollada bajo la dirección del Comité Internacional. Desde la perspectiva ventajosa del año 2018, no hay duda de que el análisis histórico, los principios y el programa sobre los que se fundó la Cuarta Internacional en 1938, y que fueron mantenidos en la publicación de la Carta Abierta que estableció el Comité Internacional en 1953, han sido reivindicados por todo el rumbo del desarrollo histórico.

Los escritos de Trotsky guardan una relevancia extraordinaria porque los temas políticos con los que se confrontó siguen siendo, en un sentido objetivo, los del período histórico actual. Más aún, el programa y los principios por los que luchó han sido desarrollados continuamente en el trabajo del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. La historia del trotskismo tiene como su contenido esencial una relación continua e intensa con las luchas de su tiempo. La historia de la Cuarta Internacional registra la respuesta consciente del sector más avanzado de la clase trabajadora a los asuntos y conflictos políticos que surgen de la crisis del sistema capitalista mundial y su reflejo en la lucha de clases y la consciencia de la clase trabajadora.

El Comité Internacional puede dar una explicación detallada de su historia. No solo puede brindar registros de lo que pasó, sino que también puede dar una explicación de las causas sociales y políticas subyacentes de los principales conflictos políticos, el significado de las diferencias políticas que surgieron dentro de la Cuarta Internacional, y su relación con los procesos sociales objetivos que implican y afectan a millones de personas.

En el prefacio a la nueva edición de The Heritage We Defend [El legado que defendemos], llamo la atención sobre los intentos de los historiadores Daniel Gaido y Velia Luparello de glorificar las facciones de Morrow-Goldman como los líderes heroicos de una oposición dentro del SWP que fue cruelmente victimizada por James P. Cannon. Gaido y Luparello llegan incluso a declarar que la victoria de la facción de Cannon condenó a la Cuarta Internacional a la impotencia. En esta base, toda la historia del SWP posterior a Morrow-Goldman, y la del Comité Internacional, queda desestimada como más o menos carente de sentido. Ellos escriben:

Si este análisis es correcto, entonces la crisis de la Cuarta Internacional empezó, no como se dice a menudo, con la polémica desatada por la táctica del “entrismo profundo” de Michel Pablo en 1953, sino diez años antes, debido a la incapacidad de los dirigentes del SWP de adaptar sus tácticas a la nueva situación que se desarrolló en Europa como resultado de la caída de Mussolini, y la consecuente adopción de una política de contrarrevolución democrática por parte de las clases capitalistas de Europa Occidental y por el imperialismo estadounidense. [7]

Gaido y Luparello observan al pasar que Morrow y Goldman estuvieron a favor de la reunificación del SWP con el Workers Party formado por Max Shachtman después de la escisión de la minoría pequeñoburguesa del SWP en 1940. También se refieren de manera críptica, sin explayarse, al “final ignominioso” de la tendencia de Morrow-Goldman. Dejan sin explicar que el “final ignominioso” consistió en el paso de Morrow y Goldman, Organización Socialista Internacional (ISO, inglés) junto con su aliado Jean Van Heijenoort, al bando del anticomunismo proimperialista. Tampoco discuten la evolución política de Max Shachtman y su Workers Party. Esto no es solamente un asunto de interés para anticuarios y académicos, en la medida en la que el espíritu y la política de Shachtman vive en la política de la Organización Socialista Internacional (ISO), los Socialistas Democráticos de Estados Unidos y, hay que añadir, gran parte del movimiento neoconservador contemporáneo.

En 1953, Shachtman escribió un ensayo que fue publicado en Labor Action, el periódico del Workers Party. Empezaba así:

La política exterior de los Estados Unidos es un desastre. Lo era bajo el War Deal del malogrado Roosvelt, lo siguió siendo durante el Fair Deal de Truman, y empeoró durante los primeros cien días de la administración Eisenhower.

Shachtman continuaba:

A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, los estalinistas lograron conquistar y consolidar su poder totalitario en una docena de países de Europa y Asia. Cuesta recordar otro ejemplo en la historia del establecimiento de un imperio de dimensiones y significado comparables a tal velocidad, con tan poca resistencia, y a un coste tan bajo, donde apenas se disparó algún tiro. Todo esto cambió la faz de la Tierra, quizás de manera más radical que en cualquier época histórica comparable.

Y sin embargo: los dirigentes y estadistas de todas las potencias capitalistas, incluyendo a los poderosos Estados Unidos, se mantuvieron al margen, incapaces de impedir esas victorias estalinistas, incapaces de hacer más que mover un dedo para arrancarse el propio pelo. Esto no tiene parangón en nuestros tiempos.

Y sin embargo: la verdad es que los reaccionarios más o menos responsables no tienen alternativa para la política exterior de ayer. Esa política es hoy lo que fuera bajo Roosevelt y Truman —una política de imperialismo adaptada a la posición y necesidades particulares del imperialismo estadounidense.

Quienquiera que intente aplicar una política imperialista en el mundo hoy, donde la característica común sobresaliente es el odio al imperialismo y la determinación de desembarazarse de este, está condenado a cosechar el desastre y ninguna otra cosa. Y esto es verdad aunque la política esté dirigida contra el estalinismo, que es él mismo la potencia más déspota e imperialista del mundo.

Como no hay alternativa reaccionaria práctica a la actual política de Washington, no se concluye que la lucha contra el estalinismo no tiene esperanza. Hay una alternativa a la política de Eisenhower-Truman-Roosevelt.

Su nombre es: una política exterior democrática.

En realidad, Shachtman no estaba proponiendo otra cosa que ofrecerle al imperialismo estadounidense una nueva campaña publicitaria, en la que se les daría una nueva capa de pintura a las sedes del Departamento de Estado y de la CIA, y los viejos letreros que llevaban la insignia del imperialismo serían reemplazados por otros nuevos con la insignia de la democracia.

Shachtman todavía tenía otra propuesta. Para dar una imagen democrática al imperialismo estadounidense que fuera tomada en serio en el extranjero, esta campaña tenía que implicar y usar los recursos de los sindicatos estadounidenses, presentándose a sí mismos como los apóstoles de un movimiento obrero libre e independiente. Como proclamara Shachtman en la conclusión de su ensayo:

Hay muchas posibilidades —pero solo si el movimiento obrero estadounidense, empezando por sus elementos más progresistas, asumen la responsabilidad para ello en su propia voz —la voz del movimiento más poderoso hoy sobre la Tierra— y con esa voz prometen la dedicación infatigable de los trabajadores a la política exterior de la democracia.

La AFL, que pronto se fusionaría con el CIO, respondió al llamamiento de Shachtman y dedicó recursos masivos a la implementación de “la política exterior de la democracia”. Shachtman y pupilos suyos como Tom Kahn llegaron a ser consejeros influyentes de George Meany, el presidente reaccionario de la recientemente unificada AFL-CIO. El propio Shachtman dio ejemplos elocuentes de su compromiso con una “política exterior de la democracia” al apoyar la invasión de Bahía de Cochinos, que él celebró como la acción de sindicalistas cubanos militantes, y la invasión estadounidense de Vietnam. Otra causa que abanderó Shachtman con considerable celo, en nombre de la lucha por la autodeterminación democrática, fue la liberación de Ucrania del “imperialismo soviético”.

La política exterior de la ISO es la encarnación contemporánea de la “política exterior de la democracia” de Shachtman, y encuentra su aplicación más dañina en su campaña por la intervención del imperialismo estadounidense en Siria.

Como se explica en el prefacio a la nueva edición de The Heritage We Defend, solo el Comité Internacional es capaz de identificar “los procesos sociales y políticos objetivos —que surgen de las contradicciones del capitalismo mundial y del desarrollo global y nacional de la lucha de clases durante y tras la segunda guerra mundial imperialista— que subyacen a los conflictos dentro de la Cuarta Internacional”.

Dirigiendo hacia atrás la mirada a los últimos ochenta años, es posible entender el significado histórico objetivo de todos los episodios críticos de la historia de la Cuarta Internacional: La lucha contra la minoría pequeñoburguesa del Socialist Workers Party en 1940, el repudio del programa socialdemócrata derechista de Morrow-Goldman en 1946, la publicación de la Carta Abierta y la fundación del Comité Internacional en 1953, el repudio del Comité Internacional a la reunificación con los pablistas en 1963, la resistencia que se forjó dentro de la Liga Obrera entre 1982 y 1985 al oportunismo del Workers Revolutionary Party británico (WRP), que culminara con la suspensión del WRP por parte del Comité Internacional el 16 de diciembre de 1985 y la escisión final en febrero de 1986. En cada uno de esos episodios críticos estuvo en juego el destino del movimiento trotskista —es decir, la supervivencia de la lucha consciente por el socialismo mundial— estaba en juego.

El desarrollo de la crisis mundial y la evolución política de todas las tendencias que se opusieron y que buscaron revisar las concepciones estratégicas del trotskismo han justificado las luchas que libró la Cuarta Internacional, que ha estado dirigida por el Comité Internacional durante sesenta y cinco de los ochenta años de su existencia.

La afirmación de Shachtman de que la burocracia soviética representaba una nueva clase quedó decisivamente refutada por los acontecimientos de 1989-1991. Jamás antes en la historia una clase había disuelto voluntariamente su propio Estado y aceptado la destrucción de las formas de propiedad que formaban la base de su riqueza y de su identidad social. En cuanto al pablismo, su idea de atribuir un papel revolucionario a la burocracia estalinista —en la que el socialismo sería realizado en la forma de “Estados obreros deformados” que durarían siglos— fue también refutada por la autodisolución de los regímenes estalinistas.

Los acontecimientos históricos han justificado los principios y el programa de la Cuarta Internacional. Una vasta experiencia de lucha política, que abarca ochenta años, se concentra en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y en el Partido Socialista por la Igualdad. Los cuadros de este movimiento son llamados ahora a utilizar conscientemente esta experiencia en la lucha de clases en desarrollo y ganarse así a los trabajadores y a los jóvenes con más consciencia de clase y los más militantes para el programa de la revolución socialista mundial.

Notas:

[1] The Third International After Lenin (New York: Pathfinder, 2002), pág. 29

[2] David North, The Economic Crisis and the Return of History (Oak Park: Mehring, 2012) pág. 27

[3] Documents of the Fourth International: The Formative Years (1933-40) (New York: Pathfinder, 1973), pág. 181

[4] David North, “A Historic Victory for the Working Class and the Fourth International”, Informe a la Conferencia Mundial de los Trabajadores Contra la Guerra Imperialista y el Colonialismo, 16 de noviembre de 1991, en The Fourth International, Volumen 19, Nr. 1, pág. 13

[5] David North, “After the demise of the USSR: The Struggle for Marxism and the Tasks of the Fourth International”, Informe al Duodécimo Pleno del CICI, 11 de marzo de 1992, en The Fourth International, Volumen 19, Nr. 1, pág. 75

[6] The Historical & International Foundations of the Socialist Equality Party (Oak Park: Mehring, 2008), pág. 2

[7] Daniel Gaido y Velia Luparello, “Strategy and Tactics in a Revolutionary Period: U.S. Trotskyism and the European Revolution, 1943-1946”, en Science & Society, Vol. 78, Nr. 4, octubre de 2014

(Publicado originalmente en inglés el 4 de agosto de 2018)

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