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Perspectiva

Una semana de crisis y disfunción en la política estadounidense

Cada día de la última semana ha traído nuevas expresiones de la crisis sin precedentes dentro de la Casa Blanca del presidente Donald Trump y el aparato estatal estadounidense. El Gobierno de Trump se encuentra dividido internamente, en medio de conspiraciones de un golpe palaciego que involucran a la prensa corporativa, secciones del aparato militar y de inteligencia y el Partido Demócrata.

El martes, los reportes iniciales sobre el nuevo libro de Bob Woodward indican que los principales asesores de Trump ridiculizaron su inteligencia e incluso su cordura y que han estado descarrilando tras bastidores sus órdenes más inflamatorias, como la demanda de asesinar al presidente sirio, Bashar al Asad. Estos oficiales estaban llevando a cabo lo que Woodward describió como un “golpe de Estado administrativo”, es decir, el incumplimiento de los deseos del presidente y la realización de los propios.

El día siguiente, el New York Times hizo público un artículo de opinión para la edición impresa del jueves en el que un “oficial administrativo de alto nivel” se presentó como el vocero de una camarilla de altos oficiales trabajando para mantener a Trump bajo control. “Nos llamamos la resistencia real”, afirma el oficial, dejando en claro su apoyo a los principales elementos del programa derechista del Gobierno.

El viernes, Barack Obama intervino con un discurso propio de campaña —algo inusual para un expresidente en las primeras elecciones después de dejar el cargo— en el que describió al Gobierno de Trump como “radical” y “anormal”. Hizo un llamamiento a los republicanos, conservadores y fundamentalistas cristianos a votar por candidatos demócratas en las elecciones de medio término en noviembre, para “restaurar la cordura” en Washington y permitir de una Cámara de Representantes controlada por los demócratas provea un control institucional a Trump.

El presidente Trump respondió golpe por golpe. El lunes, atacó a su propio fiscal general, Jeff Sessions, por no poner fin a las investigaciones del Departamento de Justicia sobre cargos criminales contra dos legisladores republicanos por estafas y robos a través de la bolsa de valores. El martes, denunció el artículo de opinión en el New York Times como una traición. El jueves, exclamó a un mitin de campaña en Montana que tenían que votar por republicanos en noviembre para prevenir que lo sometan a un juicio político. El viernes, tuiteó ordenando a Sessions a investigar el artículo del New York Times para investigar a su escritor anónimo.

Se reportó que el jueves, altos oficiales de Trump como su jefe de personal, John Kelly, el asesor de seguridad nacional, John Bolton, la secretaria de prensa, Sarah Huckabee Sanders y su cuñado, Jared Kushner, re reunieron con el mandatario para convencerlo que ninguno de ellos había redactado el artículo y que todavía podía confiar en su círculo íntimo. Una docena de altos oficiales emitió declaraciones formales denegando ser el autor anónimo.

Simplemente no hay ningún precedente en la historia moderna de Estados Unidos de un conflicto político de tal magnitud y de una disfuncionalidad tan alta en las principales instituciones del Estado capitalista. ¿Cómo se puede explicar esto? ¿Y cuál dirección tomará la crisis?

Sería sumamente superficial basar una explicación en la personalidad de Donald Trump. Incluso Obama admitió en su discurso en Illinois que Trump no es la causa, sino el síntoma, de procesos más profundos. Por supuesto, Obama encubrió su propia responsabilidad, describiendo su Presidencia como ocho años de esfuerzos heroicos para reparar el daño causado por la crisis financiera de 2008. Al acabarse los ocho años, Wall Street y la oligarquía financiera estaban plenamente recuperados, disfrutando riquezas nunca vistas, mientras que el pueblo trabajador estaba más pobre que antes, lo que trajo consigo una mayor desigualdad social que hizo posible la elección de un estafador multimillonario y demagogo en noviembre de 2016.

Esta crisis social subraya las convulsiones políticas en Washington. Por supuesto, hay diferencias políticas entre ambas facciones de la élite gobernante. Están profundamente divididos en cuestiones de política exterior, particularmente cómo responder al fracaso de la intervención estadounidense en Siria y el resto de Oriente Próximo y sobre si enfrentarse a Rusia o China primero en la lucha por resguardar el dominio global del imperialismo estadounidense. La parte más significativa del discurso de Obama fue su crítica al Partido Republicano por alejarse de sus raíces anticomunistas de la Guerra Fría, tolerando la supuesta “indulgencia” de Trump hacia Putin.

Sin embargo, lo más fundamental es la preocupación creciente en todos los sectores de la élite gobernante sobre la posibilidad de que se reanude la crisis económica ante una mayor oposición social desde abajo, después de revueltas iniciales de la clase obrera estadounidense este año —la serie de huelgas estatales docentes, el aumento en la resistencia de trabajadores industriales a contratos entreguistas impuestos por los sindicatos y el mayor enojo hacia la superexplotación de empresas gigantes como Amazon y Walmart—.

Frente a un estallido inminente de la lucha de clases, las salas directas en las corporaciones, Wall Street, el Pentágono y la CIA tienen poca confianza en que el actual encargado del Ejecutivo estadounidense pueda soportar la prueba de grandes eventos.

Una de las instituciones más importantes de la burguesía, JP Morgan Chase, emitió un reporte interno en vísperas del décimo aniversario del derrumbe financiero de 2018, advirtiendo sobre la posibilidad de otra “gran crisis de liquidez” y de que otro rescate bancario como el efectuado por Bush y Obama conllevará un gran malestar social “a la luz del impacto potencial de las acciones del banco central en impulsar la desigualdad entre dueños de activos y los trabajadores”.

El reporte luego indicó que podrían ocurrir explosiones políticas de la misma magnitud de 1968, facilitadas por el papel del internet como un medio para diseminar opiniones políticas radicales y como medio de autoorganización política. “La próxima crisis también resultará en tensiones sociales similares a las que acontecieron hace 50 años, en 1968”, señala el reporte del banco. “Así como en 1968, el internet moderno (redes sociales, documentos filtrados, etc.) le dará a la generación milenial un acceso irrestricto a la información… Además de información, el internet ofrece una plataforma para que varios grupos sociales se vuelvan más conscientes, polarizados y organizados”.

La respuesta de la clase gobernante a este peligro es preparar la represión interna a una escala masiva. En este respecto, no hay ninguna diferencia entre Trump y sus oponentes, excepto el feroz desacuerdo sobre quién debería estar en control de las fuerzas de represión cuando se desaten contra el pueblo trabajador estadounidense. Por supuesto, Trump es una figura autoritaria de pies a la cabeza, presidiendo la organización de un asalto fascistizante contra los trabajadores inmigrantes y desarrollando las herramientas que serán utilizadas contra toda la clase obrera.

Sin embargo, sus oponentes, utilizando los métodos de un golpe palaciego —intrigas, filtraciones de información, ataques mediáticos, casos de fiscales especiales y otras provocaciones— no están más comprometidos a formas democráticas de gobierno que Trump. La esencia de esta campaña para censurar el internet, la cual es encabezada por el Partido Demócrata, es señalada claramente por el reporte de JP Morgan: es la plataforma por “grupos sociales”, ante todo, la clase obrera, “para volverse más conscientes”.

Como lo escribió el domingo una de las principales críticas de Trump en la prensa, la columnista del Washington Post y rábida anticomunista, Anne Applebaum, “Quizás también hemos subestimado lo insuficiente que es nuestra Constitución, diseñada en el siglo XVIII, para las demandas del XXI”.

Los adversarios políticos de Trump están buscando utilizar la campaña electoral demócrata para las elecciones de noviembre para acelerar los preparativos de represión y ocultarlos de la clase obrera. Este disfraz es posible gracias a un puñado de candidatos que se autodenominan izquierdistas e incluso “socialistas” para la Cámara de Representantes, muchos de ellos alineados con Bernie Sanders, como Alexandria Ocasio-Cortez y Ayanna Pressley.

El contenido, sin embargo, lo provee el mucho mayor número de candidatos demócratas recogidos directamente del aparato militar y de inteligencia, casi tres docenas en total, quienes serán los que controlen la balanza de poder si los demócratas ganan control de la Cámara de Representantes. La política de los demócratas si ganan esos comicios ya ha quedado demostrado en la campaña antirrusa y las demandas de censurar el internet que la acompañan.

Sea cual fuere el resultado de las elecciones, no resolverá la crisis en Washington ni alterará la trayectoria política general, la cual está enfrentando a la clase obrera en un conflicto explosivo contra la clase gobernante, el aparato estatal y el capitalismo en su conjunto.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 10 de setiembre de 2018)

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