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Perspectiva

Venezuela y la hipocresía del imperialismo estadounidense

El martes, 11 de setiembre, se conmemora el 45 aniversario de uno de los eventos más sangrientos y trágicos de la segunda mitad del siglo XX: el golpe de Estado militar y fascista respaldado por EUA que introdujo un cuarto de siglo de dictadura policial-estatal en el país sudamericano de Chile.

Decenas de miles de trabajadores, estudiantes e intelectuales de izquierda chilenos fueron arrestados, encarcelados, torturados y asesinados bajo órdenes de la camarilla militar encabezada por el general Augusto Pinochet. El régimen pinochetista llevó a cabo estos crímenes contando con la más estrecha colaboración de la Casa Blanca bajo el presidente Richard Nixon, la Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono.

La que fue una situación de inmenso potencial revolucionario, marcada por movilizaciones masivas de trabajadores, huelgas y ocupaciones de fábricas se convirtió en una derrota sangrienta y una pesadilla de asesinatos y represión. Esto fue gracias a las traiciones del Gobierno de Unidad Popular de Salvador Allende, respaldado por el Partido Comunista estalinista chileno, el cual buscó suprimir la ofensiva de los trabajadores chilenos e incorporó al general Pinochet al gabinete de Allende.

El hecho de que estos crímenes no son un simple legado lamentable de un pasado lejano fue subrayado por dos eventos en los últimos dos meses.

El primero fue el discurso fúnebre para el senador republicano, John McCain, pronunciado por Henry Kissinger, el máximo criminal de guerra vivo de EUA. Como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado bajo Nixon, Kissinger estuvo íntimamente involucrado en la planificación del golpe de Estado en Chile y el apoyo de Washington a las atrocidades de Pinochet. Fue Kissinger quien dijo famosamente, “No veo por qué tenemos que quedarnos al margen y ver a un país volverse comunista por la irresponsabilidad de su propia gente”.

El segundo acontecimiento fue la publicación el sábado de un reporte en el New York Times informando que varios oficiales estadounidenses se reunieron varias veces entre el otoño de 2017 y el comienzo de este año con un grupo de oficiales militares venezolanos que querían el apoyo de EUA para derrocar el Gobierno del presidente Nicolás Maduro.

Los “oficiales militares venezolanos rebeldes se comunicaron con Washington” después de que el presidente Donald Trump declarara públicamente en agosto del año pasado que estaba bajo consideración una “opción militar” estadounidense en Venezuela, según el Times .

En declaraciones junto al entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, un antiguo director de ExxonMobil, cuya compañía predecesora controló por mucho tiempo la producción de petróleo venezolana, Trump dijo: “Venezuela no está tan lejos y la gente está sufriendo. Se están muriendo. Tenemos muchas opciones para Venezuela incluyendo una posible opción militar, si llega a ser necesaria”.

Resultó que, lejos de ser una diatriba improvisada, la declaración pública de Trump reflejaba discusiones internas en las que presionaba a sus asesores a elaborar planes para una invasión estadounidense de Venezuela, una opción que también discutió en privado con ciertos mandatarios latinoamericanos durante la primera sesión de la Asamblea General de la Naciones Unidas hace un año.

Un discurso de Tillerson en febrero indicaba que esta seguía siendo la política de Washington. Aludió a la larga y sangrienta historia de golpes de Estado respaldados por EUA, incluidos los derrocamientos de Arbenz en Guatemala en 1954, de Goulart en Brasil una década después, el golpe de Pinochet en Chile, hasta el golpe fallido en Venezuela contra Hugo Chávez en 2002 y la deposición de Manuel Zelaya en Honduras apoyada por el Gobierno de Obama en 2009.

“En la historia de Venezuela y los países sudamericanos”, declaró Tillerson, “el ejército es frecuentemente el agente de cambio cuando las cosas están en tan mal estado y los líderes ya no sirven al pueblo”.

En Venezuela, al igual que en los otros países previamente, la inquietud en Washington no es que un Gobierno “sirva” o no al pueblo, sino que esté lo suficientemente subordinado a los intereses en política exterior de EUA y al afán de lucro a nivel internacional de los bancos y las empresas estadounidenses.

Si los oficiales estadounidenses decidieron no darles apoyo material a los oficiales venezolanos que se acercaron el año pasado es porque no creían que estos hombres fueran lo suficientemente competentes o que tuvieran el apoyo necesario en el ejército para realizar exitosamente el golpe.

Los profundamente corruptos mandos del ejército han constituido un pilar crucial del Gobierno nacionalista burgués que llegó al poder encabezado por el ya fallecido Hugo Chávez y que ahora lidera Maduro. Se han enriquecido mientras los niveles de vida de la clase trabajadora han sido diezmados. La estrategia de Washington es empujar la economía del país a un estado de colapso que inste al ejército a derrocar el Gobierno para defender sus propios intereses, reprimiendo violentamente a las masas empobrecidas y estableciendo un régimen completamente subordinado a los intereses de EUA.

El martes también serán 17 años desde los atentados terroristas del 11 de setiembre contra la Ciudad de Nueva York y Washington que cobraron casi 3.000 vidas. Las ceremonias que conmemoran este aniversario serán las más apagadas hasta la fecha, al coincidir con el anuncio de un giro en la estrategia de defensa nacional de EUA de la “guerra global contra el terrorismo” a confrontaciones de “grandes potencias”, es decir, una guerra con las potencias nucleares de Rusia y China. Además, el ejército estadounidense y la CIA están operando de facto en una alianza con Al Qaeda en Siria, Yemen y otros países.

La intervención estadounidense en Venezuela está siendo impulsada según su estrategia manifiesta de “competición estratégica interestatal”, en particular por el conflicto con Beijing sobre el aumento en la influencia china en América Latina, una región vista por Washington como su antiguo “patio trasero”.

La consolidación de lazos económicos del Gobierno de Maduro tanto con China como Rusia se considera un obstáculo para los esfuerzos de hegemonía imperialista estadounidense en América Latina y una amenaza a los intereses de los conglomerados energéticos estadounidenses en un país con las mayores reservas comprobadas de petróleo en todo el mundo.

Durante la última década, China le ha concedido más de $50 mil millones en préstamos a Venezuela a cambio de petróleo y, hace tan solo dos meses, anunció otros $250 millones para el Banco de Desarrollo de China para estimular la producción del crudo en el país. Por su parte, Rusia le ha desembolsado unos $6 mil millones a la empresa estatal Petróleos de Venezuela SA a cambio de ventas y activos petroleros.

A fin de asegurar sus intereses en Venezuela, al igual que en el resto del hemisferio, Washington está preparado —y es algo que discute abiertamente— para recurrir a métodos que incluyen matar de hambre a poblaciones y golpes de Estado militares, asesinatos selectivos e invasiones directas.

En el contexto de la política estadounidense en Venezuela y la historia entera de las relaciones de Washington con sus vecinos al sur, la hipocresía de la campaña siendo librada por algunas capas decisivas de la élite dominante en EUA, el Partido Demócrata, la prensa y el aparato militar y de inteligencia en torno a acusaciones de “injerencia rusa” queda plenamente expuesta. Las acusaciones infundadas de que Rusia se infiltró en las computadoras del Partido Demócrata, junto a la presunta actividad de cuentas automatizadas o bots en las redes sociales, son insignificantes en comparación con el largo y sangriento registro de Washington derrocando Gobiernos electos, instalando dictaduras asesinas y llevando a cabo intervenciones militares y a la luz de preparaciones en marcha para crímenes similares en el futuro.

El imperialismo estadounidense sigue siendo la principal fuerza “interventora”, con consecuencias horripilantes para las masas a nivel global. La clase obrera en EUA debe oponerse decididamente a sus intervenciones y a la despreciable hipocresía con la que maquilla sus políticas militaristas.

En cuanto a Venezuela, la tarea de rendir cuentas con Maduro y los elementos militares y capitalistas corruptos a quienes representa le pertenece a los trabajadores venezolanos, no a la CIA ni al Pentágono.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 11 de setiembre de 2018)

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