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Perspectiva

Diez años desde el colapso de Lehman Brothers

Diez años hasta este día, el sistema capitalista global entró en su crisis de mayor alcance y más devastadora desde la Gran Depresión de los ’30. Una década después, ninguna de las contradicciones que produjeron la crisis financiera se han atenuado, ni mucho menos resuelto. Por el contrario, las políticas llevadas a cabo para prevenir un derrumbe total del sistema financiera, involucrando el desembolso de billones de dólares por parte de la Reserva Federal estadounidense y otros de los principales bancos centrales, solo ha creado las condiciones para un desastre aun mayor.

La chispa que desató la crisis fue la decisión de las autoridades financieras estadounidenses de no rescatar o prevenir la bancarrota del banco de inversiones de 158 años de existencia, Lehman Brothers. Hay una cantidad considerable de evidencia que sugiere que esta fue una decisión premeditada de la Reserva Federal (Fed) para crear las condiciones necesarias para lo que sería un rescate masivo posterior, no solo de una serie de bancos sino del sistema financiero en su conjunto.

En marzo del año anterior, la Fed organizó un rescate de $30 mil millones de Bear Stearns cuando lo compró el banco JP Morgan. Pero, como lo dejan claro las minutas de la propia Fed, la crisis de Bearn Stearns era solo la punta de un enorme iceberg financiero. “Debido a las condiciones frágiles de los mercados financieros en ese momento” y un “contagio esperado” de su colapso, señalan las notas, era necesario organizar un rescate. El presidente de la Fed, Ben Bernanke, luego dio testimonio de que un derrumbe súbito habría provocado un “desenlace caótico” de la situación de los mercados financieros. El rescate de Bear Stearns no era una solución, sino una operación para comprar tiempo y preparar el siguiente paso.

Mientras que la caída de Lehman Brothers fue el detonante inmediato, el acontecimiento más importante fue la bancarrota inminente, develada tan solo dos días antes, de la aseguradora estadounidense AIG, la cual se encontraba en el núcleo de una compleja red de productos financieros valorados en los billones de dólares.

Debido a las interconexiones del sistema financiero global, la crisis se extendió rápidamente a los mercados financieros de todo el mundo, principalmente al otro lado del Atlántico. Los bancos europeos se encontraban entre los principales inversores en los crípticos instrumentos financieros desarrollados en torno al mercado de hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos, cuyo colapso desencadenó la crisis.

El aspecto valioso de las crisis, como se ha afirmado correctamente, es que deja plenamente al descubierto las relaciones socioeconómicas y políticas subyacentes camufladas en tiempos “normales”. El colapso del 2008 no fue ninguna excepción.

En las dos décadas que precedieron la crisis y particularmente después de la disolución de la Unión Soviética en 1991, la burguesía y sus ideólogos no solo proclamaron la superioridad del “libre mercado” capitalista como la única forma de organización socioeconómica posible. Basándose en la falsa identificación del régimen estalinista con el socialismo, insistieron en que su liquidación significaba que el marxismo yacía muerto y sepultado. En especial, se había comprobado la falsedad del análisis de Marx de las contradicciones fundamentales e insolubles del modo de producción capitalista. Según la piedra angular de este ostensible análisis teórico, la llamada “hipótesis de los mercados eficientes”, un colapso financiero era imposible porque el desarrollo de tecnologías avanzadas permitía tomar en cuenta toda la información necesaria para la toma de decisiones.

Rara vez han quedado expuestas tan gráficamente las panaceas de la burguesía y sus ideólogos.

Dos días después que estallara la crisis, el presidente George W. Bush declaró que “este maldito se hunde”. Luego, el sumo sacerdote del capitalismo y su “libre mercado”, el ahora confundido exdirector de la Reserva Federal, Alan Greenspan, rindió testimonio ante el Congreso de EUA, afirmando que había quedado estupefacto porque los mercados no se habían comportado según su “modelo” y sus premisas.

La crisis también expuso a plena vista otro de los mitos centrales del orden capitalista, que el Estado es una organización neutral o independiente comprometida a regular los asuntos sociales y económicos para el beneficio de toda la sociedad.

Además, confirmó otro de los fundamentos del marxismo, establecido hace más de 170 años, de que “el Ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité para administrar los asuntos comunes de la burguesía”.

Esto fue ejemplificado por lo explícita que fue su respuesta de clase al derrumbe financiero. Se pusieron en marcha los planes que fueron elaborados con antelación por la Fed y otras autoridades para indemnizar a la élite financiera, cuyas actividades especulativas y, en gran parte de los casos, criminales habían desatado la crisis.

En el periodo previo a las elecciones del 4 de noviembre, Wall Street colocó sus fichas detrás de Obama, quien estaba siendo promovido por la prensa como el candidato de la “esperanza” y el “cambio en el que puedes creer”, en vez de McCain. Los demócratas se habían comprometido a realizar el rescate, asegurando la aprobación en el Congreso del programa de compras de activos TARP de $700 mil millones. Este masivo aumento en la deuda nacional de EUA fue autorizado prácticamente sin debate alguno.

Por supuesto, tuvieron que ingeniar un nuevo cuento político inmediatamente. Era necesario rescatar a Wall Street primero, le contaron al público, para luego ayudarle a Main Street o a la calle principal. Esto fue desmentido poco después. Mientras que los banqueros y especuladores financieros continuaban recibiendo sus bonificaciones, millones de familias estadounidenses perdieron sus hogares y decenas de millones de trabajadores perdieron sus empleos.

El año siguiente, la operación de rescate de las empresas Chrysler y General Motors organizada por el Gobierno de Obama, con la colaboración activa y plena del sindicato automotor UAW, resultó en el desarrollo de nuevas formas de explotación, ante todo la introducción del sistema de dos escalas salariales, lo que sentó las bases para sistemas aún más brutales como los que fueron desarrollados por Amazon.

Este fue la otra cara del rescate de Wall Street: una reestructuración masiva de las relaciones de clases para obedecer con el edicto pronunciado por exjefe de personal de Obama, Rahm Emanuel, “nunca dejar que una crisis seria se desperdicie” porque es “una oportunidad para hacer cosas que no pensabas que podías hacer antes”.

La misma respuesta de clase fue utilizada en otras partes. Después de que pasaran los efectos iniciales de la crisis, la burguesía europea implementó una campaña de austeridad que aumentó el desempleo juvenil a niveles récord. Los trabajadores británicos han sufrido una caída continua en los salarios reales no vista en más de un siglo.

Grecia fue testigo de la expresión más atroz de esta lógica de clase con la imposición de niveles de pobreza no vividos desde la Gran Depresión en los años treinta. Los numerosos desembolsos nunca buscaban “rescatar” a la economía y población griegas, sino que tenían como objetivo saquear sus recursos para pagarles a los principales bancos e instituciones financieras.

La crisis develó la verdadera naturaleza de la democracia burguesa. La zona euro y la Unión Europea mostraron su verdadera cara como instrumentos de la dictadura del capital financiero europeo. Como lo manifestó uno de los principales aplicadores de sus dictados, el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, ante la oposición popular, “no se puede permitir que las elecciones cambien la política económica”.

Mientras la clase obrera en cada país se enfrenta a recortes o el estancamiento de salarios, la caída en sus niveles de vida, la desaparición de empleos seguros y ataques contra los servicios sociales —empeorando su salud y otras condiciones—, incontables reportes y datos registran el desarrollo de un sistema global en el que la riqueza es sustraída de los pobres y entregada a los ricos.

Según el más reciente reporte sobre los ultrarricos de Wealth X, un total de 255.810 individuos con patrimonios mayores a los $30 millones controlan colectivamente $31,5 billones, más que el 80 por ciento más pobre de la población mundial, un total de 5,6 mil millones de personas. La riqueza de esta capa de ultrarricos aumentó 16,3 por ciento mundialmente entre 2016 y 2017, 13,1 por ciento en América del Norte, 13,5 por ciento en Europa y 26,7 por ciento en Asia.

El significado completo de los rescates al sistema financiero y la subsecuente inyección en ellos de billones de dólares es inconfundible. Han traído consigo la institucionalización de un proceso desarrollado por décadas, a través del cual el sistema financiero, con el mercado de valores en su centro, funciona como un mecanismo para la transferencia de riqueza hacia la cúpula de la sociedad.

En su análisis de la crisis financiera, el World Socialist Web Site insistió desde un principio en que no era alguna coyuntura seguida por una “recuperación”, sino un resquebrajamiento del modo de producción capitalista en su conjunto.

Este análisis ha sido confirmado. A pesar de que se previno un derrumbe financiero total, las enfermedades manifiestas del sistema de lucro que ocasionaron la crisis no han sido superados. Han hecho metástasis y se han mutado en formas nuevas y aún más malignas.

Las acciones de la Reserva Federal de EUA y los otros bancos centrales grandes para encauzar billones de dólares en el sistema financiero, “rescatarlo” y permitir la continuación de las mismas formas de especulaciones de detonaron la crisis tan solo han creado las condiciones propicias para un nuevo desastre que a su vez absorberá directamente los bancos centrales.

Este hecho de la vida financiera y económica incluso se puede percibir en los comentarios de los analistas y expertos burgueses en ocasión del aniversario. A pesar de que insisten en que el sistema financiero se “fortaleció” después de 2008 —una afirmación completamente insignificante dado que se creía “fuerte” antes del colapso y todas las advertencias de riesgos eran descartadas y acusadas de “ludismo” por iluminados como el exsecretario del Tesoro de EUA, Lawrence Summers—, nadie se atreve a proclamar que los problemas subyacentes fueron resueltos.

En cambio, tomando en cuenta la advertencia del director de JP Morgan, Jamie Dimon, de que, pese a que el detonante no será el mismo, “habrá otra crisis”, buscan nerviosamente señales en el horizonte para saber dónde comenzará.

Algunos analistas apuntan al aumento en la deuda global, la cual ya alcanzó 217 por ciento del producto interno bruto, un aumento de 40 puntos porcentuales desde 2007. Esto va en contra de todas las expectativas de que se redujera el endeudamiento al haber sido una causa principal de la crisis de 2008.

Otros subrayan la acumulación de problemas en los llamados mercados emergentes que lidian con préstamos en dólares, una fuente de especulación cuando las tasas de interés se encontraban en mínimos históricos, pero que ahora representan severos problemas de refinanciamiento a medida que aumentan nuevamente las tasas de interés.

Esta aparente racha indetenible en los mercados bursátiles, impulsada por la provisión de créditos baratos de la Fed y otros bancos centrales, también es una fuente de inquietud. Este aumento en la inversión pasiva de fondos vinculados a índices globales por medio de sistemas de intercambio computarizados tiende a emporar las recaídas, como ha ocurrido con los “derrumbes espontáneos” recientes. En febrero, Wall Street sufrió una caída de hasta 1.600 puntos en un día.

La principal fuente de ansiedad, pese a ser mencionada poco públicamente, es el resurgimiento de la clase obrera y la presión alcista sobre los salarios. En la medida en que se discute públicamente, este temor, manifestado en caídas en el mercado bursátil tras noticias de aumentos salariales relativamente pequeños, es referido como “tensiones políticas” causadas por aumentos en la desigualdad social.

Otra expresión del colapso en marcha y cada vez más intenso del orden capitalista es la desintegración de todas las estructuras y relaciones geopolíticas que constituían el marco dentro del cual operaba la economía y las finanzas capitalistas en la posguerra.

Siguiendo el estallido de la crisis, los líderes del G-20 reunidos en abril de 2009, en medio de un colapso del comercio global a un ritmo no visto desde 1930, prometieron nunca retomar las políticas proteccionistas que tuvieron un papel desastroso en la Gran Depresión e influyeron en crear las condiciones que llevaron a la Segunda Guerra Mundial, tan solo 10 años después del derrumbe de Wall Street de octubre de 1929.

Dicho compromiso está hecho añicos después de que el Gobierno de Trump se embarcara en un conjunto cada vez más amplio de medidas de guerra económica con el objetivo de contrarrestar el declive económico de EUA develado tan gráficamente por el colapso de 2008.

El principal blanco en la mira, al menos por ahora, es China. Sin embargo, el Gobierno de Trump ha calificado la Unión Europea como un “enemigo” económico y ya ha implementado medidas de guerra económica en su contra y vienen más en camino.

El G-7, el conjunto de las mayores potencias capitalistas establecido después de la recesión de 1974-75 y el final del boom de la posguerra para regular el capitalismo global, existe solo en nombre después de que su reunión en junio acabara en conflicto por la decisión de EUA de imponer aranceles contra sus presuntos “aliados estratégicos”.

Aún no se ha desatado otra guerra mundial. Sin embargo, hay incontables puntos álgidos de tensiones —en Oriente Próximo, el este de Europa, el noreste asiático y el mar de China Meridional, para citar algunos ejemplos— en los que podría estallar un conflicto entre potencias nucleares. El ímpetu hacia una nueva conflagración global es la marcha del imperialismo estadounidense para contrarrestar su declive económico reivindicando su dominio sobre Eurasia a expensas de sus rivales y aliados por igual.

Es de enorme importancia que se esté librando una guerra civil dentro del aparato estatal estadounidense entre el aparato militar y de inteligencia, representado por el Partido Demócrata, y el Gobierno de Trump que gira en torno a cómo cumplir este objetivo; es decir, si esta campaña de EUA debería dirigirse primero contra Rusia o China. Al mismo tiempo, todas las principales potencias están expandiendo sus presupuestos militares en preparación para una escalada de conflictos militares.

Los sistemas políticos de cada país están sufriendo de profunda crisis. La propia velocidad en la que se recrudece la crisis está intensificando las contradicciones entre los peligros objetivos y el nivel de consciencia de clase. El principal obstáculo para alinear la consciencia de la clase obrera con la realidad objetiva de la crisis capitalista mundial sigue siendo el papel reaccionario desempeñado por las viejas organizaciones laboristas y sindicales burocratizadas, respaldadas por las tendencias pseudoizquierdistas, en suprimir la lucha de clases. Pero las condiciones se están desarrollando para romper estas ataduras.

En el programa fundacional de la Cuarta Internacional, León Trotsky escribió: “La orientación de las masas se determina, en primera instancia, por las condiciones objetivas del capitalismo en decadencia y, en segunda instancia, por las políticas traicioneras de las viejas organizaciones obreras. De estos factores, el primero es por supuesto el decisivo: las leyes de la historia son más potentes que el aparato burocrático”.

Esta perspectiva se está viendo confirmada en el resurgimiento de la lucha de clases a nivel internacional, ante todo en el centro del capitalismo mundial, Estados Unidos.

Conscientes de su profunda debilidad en cara a este movimiento y completamente conscientes de sus implicancias revolucionarias, las clases gobernantes en cada país han estado desarrollando formas de gobierno cada vez más autoritarias.

Su máximo temor es el desarrollo de la consciencia política, es decir, del entendimiento de secciones cada vez más amplias de la clase obrera y, ante todo, la juventud, de su situación real, de que su enemigo es todo el sistema capitalista. Temen ante todo el desarrollo de un movimiento socialista revolucionario basado en los principios y el programa de la Cuarta Internacional. A ello se debe que el World Socialist Web Site ha sido el blanco central de su censura en línea y que el Gobierno de coalición alemán ha profundizado sus ataques contra el Sozialistische Gleichheitspartei, la sección alemana del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI).

Pero los esfuerzos para suprimir el trabajo del Comité Internacional fracasarán. El resurgimiento de la lucha de clases ofrecerá nuevas fuerzas para el desarrollo del CICI por todo el mundo.

El colapso de 2008 demostró ante todo que la clase obrera se enfrenta a una crisis global. Por ende, la crisis solo se puede resolver a una escala global, por medio de la unificación de la clase obrera más allá de toda frontera nacional y barrera con base en un programa internacional socialista para la reconstrucción de la sociedad a fin de satisfacer las necesidades humanas y no la generación de lucro.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 15 de setiembre de 2018)

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