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El nombramiento de Kavanaugh:

#MeToo y la furia pequeño burguesa

Hace poco, el diario neoyorquino New York Times, publicó un comentario de la periodista Rebecca Traister intitulado “La furia es un arma política que las mujeres necesitan empuñar” (Fury Is a Political Weapon. And Women Need to Wield It). El artículo se fundamenta en los testimonios contrarios de Christine Blasey Ford y del Juez Brett Kavanaugh, nombrado por Donald Trump a la Corte Suprema estadounidense, el 27 de septiembre ante el Comité Judicial del Senado. Ford acusa a Kavanaugh de asalto sexual en su contra a principio de los 1980.

El de Traister es uno de varios libros y artículos sobre el mismo tema que se han publicado en recientes semanas y meses, incluyendo Rage Becomes Her: The Power of Women’s Anger (La conocemos a través de su enojo: el poder de la ira femenina) por Soraya Chemaly, Fed Up: Emotional Labor, Women and the Way Forward, (¡Estamos hartas!: la labor emocional; las mujeres y el camino hacia adelante) por Gemma Hartley y Good and Mad: The Revolutionary Power of Women’s Anger (¡Furiosa!: el potencial revolucionario de la furia femenina), escrito también por Traiser.

Entre los muchos artículos, algunos de los cuales se refieren específicamente a la controversia entre Kavanaugh y Blasey Ford, están Women, we must embrace our anger (Mujeres, ¡abracemos nuestro rencor!), por Clementine Ford, diario Sydney Morning Herald, 2 de octubre; Why women’s rage is healthy, rational and necessary for America (Por qué es tan saludable, racional y necesaria para Estados Unidos la furia de las mujeres), por Carlos Lozada, diario Washington Post, 27 de septiembre; Women’s Rage is the Most Powerful Engine of 2018 (La ira femenina es la locomotora más poderosa del 2018), por Stephanie Zacharek, revista Time, 24 de septiembre; Finally, angry women are the solution and not a problem —but we still have far to go (¡Por fin! Las mujeres rencorosas son la solución y no el problema, aunque tenemos mucho que recorrer), por Emilie Pine, diario Guardian, 24 de septiembre y All the Best New Books and Films Are About Female Anger (Los mejores libros y películas son sobre la furia femenina), por Brianna Kovan, revista Elle, 10 de septiembre.

Los Socialistas Democráticos de América (DSA), generalmente una de las más tibias y gentiles organizaciones liberales de izquierda, acaba de anunciar una “semana de acción” dedicada a la campaña anti Kavanaugh con la consigna “¡Desata Tu Furia!”.

El Sitio Socialista Mundial (wsws.org) repudia el nombramiento de Kavanaugh a la Suprema Corte porque se trata de un reaccionario empedernido y fiel representante de la oligarquía financiera, un conspirador contra los derechos democráticos, un enemigo del proletariado.

En contraste, la campaña del Partido Demócrata para “impedir el nombramiento de Kavanaugh” no tiene nada de progresista o de izquierdista. Para impedir que este reaccionario forme parte de la Corte Suprema, el Partido Demócrata recurre a tácticas ligadas a la ultraderecha: más que nada atacando el derecho a procesos legales y la presunción de inocencia. Hacen suyos los métodos de la cacería sexual de brujas asociados con el movimiento #MeToo (#YoTambién), que ya han socavado seriamente los derechos de los acusados de crímenes o de conductas “mal educadas” o “incorrectas”.

El caso Kavanaugh-Blasey Ford, se ha transformado en el mecanismo con que una gran cantidad de la ira pequeño burguesa irrumpe la respetabilidad. Es más, se alega abiertamente que la supuesta injusticia de la audiencia revindica y hace legítima esa furia.

En su artículo del New York Times, Traister declara que, como consecuencia del testimonio de Blasey Ford y del contraataque de los del Partido Republicano, “las mujeres ardían con furia, tristeza y horror”. ¿Cuáles mujeres? Donde quiera algún comentarista ligado a los grupos de poder haga referencias a las “mujeres” en general, o a los “hombres”, seguramente quiere decir gente como él o ella, es decir, otros pequeños burgueses.

Traister dice que las mujeres “demostraban un nuevo tipo de furia, una furia pública y sin arrepentimiento”.

Hay algo de verdad en eso; mujeres como Traister sí se enojan más y más. ¿Por qué?

Debemos señalar que el azuzar la “furia” está ligado a una evolución especial hacia la irracionalidad de la clase media adinerada y de los grupos de identidad. Sus partidarios nos dicen que necesitamos “creer” las acusaciones de las mujeres (y de algunos hombres). O sea que la fe reemplaza a la razón; un mundo mítico- religioso reemplaza al mundo científico; lo irracional reemplaza el requisito de basar la verdad objetiva en evidencias empíricas.

Ese punto de vista deja entrever muchas décadas de degeneración intelectual. Corrientes tales como el supuesto marxismo occidental y la Escuela de Frankfurt, representados por Herbert Marcuse y otros, hacen hincapié en los problemas ligados a la alienación y a la represión sexual; minimizan la importancia esencial de la explotación de clase bajo el capitalismo.

La posmodernidad (o posmodernismo), descaradamente fomenta el irracionalismo y el subjetivismo filosófico. Rechaza la posibilidad de conocer objetivamente el mundo y la historia. Su repudio de la “meta narrativa” de la lucha de clases y su insistencia en énfasis en las “diferencias” y en la “micro política” ayudó a engendrar la época de la política de identidades, que vive obsesionada con razas, nacionalidades, etnias, y diferencias de sexo y de orientación sexual.

Un aspecto de ese irracionalismo ha sido el renacimiento y la legitimación de los “mitos” en los círculos de izquierda, concordando con Nietzsche: “Sin mitos, sin embargo, todas las culturas pierden su saludable poder creativo natural: son sólo los horizontes bordeados con mitos que dan forma a la unidad de movimientos sociales”.

Por lo tanto, no importa en muchos casos, si una alegación de abuso sexual es verdad objetivamente si refleje una supuesta realidad más general. Una de las mejores descripciones de ese punto de vista fue la de la columnista Jessica Valenti en 2014. Respondiendo a un reportaje de la revista Rolling Stone sobre “Jackie”, una mujer joven que alegaba haber sido víctima de una violación en grupo en un club fraternal ligado a la Universidad de Virginia, Valenti ofrece estos títulos de cabecera: “¿Quién es Jackie? El relato de Rolling Stone es sobre una persona, a quién yo creo: No importa como acabará ese frenesí de recusaciones, hay suficiente razón para que la gente crea en esta mujer; en virtud de que hay muchas otras personas como ella”.

Explicaba Valenti: “yo escojo creer en esta joven mujer. No pierdo nada al hacerlo, aunque luego se demuestre mi error. Al menos podré dormir por las noches habiendo apoyado una joven mujer que ha sufrido un tremendo trauma”. Añade más adelante: “no importa como se resuelva esta historia en los medios de difusión, o qué es lo que luego saldrá a la luz; existen razones para haber creído y seguir creyéndola a Jackie; hay tanta gente, demasiada gente, que reporta ataques similares”.

Siguiendo la lógica de Valenti, que alguien acabe pudriéndose en una prisión durante años, o meramente, con una vida arruinada, por culpa de una acusación sin ningún mérito, sería un pequeño precio en defensa de este principio: En verdad, cosas así suceden.

Esta manera de pensamiento mitológico ahora se entraña en la vida política estadounidense. La develan las actividades y declaraciones tanto de los dos principales partidos políticos de la burguesía, como de los principales periódicos.

Se trata de algo verdaderamente irracional y antidemocrático. El movimiento socialista fundamenta su actividad política en la razón y en los análisis objetivos. No es para nada que el principal periódico socialista en Estados Unidos a fines del siglo XIX y principios del XX se llamaba Appeal to Reason (Apelamos a la Razón).

El izquierdista Daniel Guerin explica in su libro Fascism and Big Business (El fascismo y las grandes empresas) que “El socialismo no es una religión; es un concepto científico. Por lo tanto, recurre a la razón más que a los sentidos y la imaginación. El socialismo no implanta una creencia que todos deben aceptar sin discusión; plantea una crítica racional del sistema capitalista; requiere de todos, antes de unirse a él, un esfuerzo y una evaluación personales. Se liga al cerebro, más que a los ojos o a los nervios; su fin es convencer al lector u oyente, no seducirlo, encantarle, hipnotizarlo”.

Tampoco es este llamado a la emoción de recientes libros y artículos dedicados a la saña femenina lo mismo que un llamado al repudio revolucionario de todo el sistema existente. El mismo Marx aplaudía el “odio de clase, consiente y concentrado, que es la mejor garantía de sublevación social”.

Siguiendo la misma corriente, a principios de la Revolución de 1905, León Trotsky, urgió esforzarse en “concentrar la amargura, la ira, las protestas, la rabia, el odio de las masas; dándole a esas emociones un lenguaje común, un propósito común; para unir y hacer solidas todas las partículas de las masas, para que ellas sientan y entiendan que no están aisladas, que simultáneamente, con las misma exigencias y consignas un sinfín de partículas se levantan en todas partes. No bien se logre ese entendimiento, se cumple con la mitad de la revolución”.

Pero lo que nosotros encaramos en la actualidad no tiene nada en común con todo eso. El Partido Demócrata escoge adrede enfocarse en una supuesta violencia sexual, por concretos motivos políticos, para movilizar sus partidarios en contra de Kavanaugh, después de haber dicho que era imposible frenar el nombramiento. En ningún momento se le ocurre al Partido Demócrata movilizar la saña de la clase obrera, su furia, con una orientación progresista y de clase. Ni los del Partido Demócrata, ni sus partidarios sienten la más mínima atracción hacia esa furia.

Una crítica de ¡Furiosa! en el periódico Pacific Standard, señala correctamente que “Traiser sostiene que la furia sexual, corta a través de todas las diferencias raciales, socioeconómicas, geográficas y generacionales”. Es una furia pequeña burguesa exclusiva para uno de los sexos, la furia de las ambiciones derrotadas y disminuidas. Se trata de la furia de la reportera femenina, de la profesora, líder sindical femenina, ejecutiva o administradora de bajo nivel, cuyos ingresos anuales superan los cien mil dólares; el blanco de esa furia son los que ganan dinero “serio”, aquellos individuos, en su mayoría de piel blanca y masculina, miembros de los clubes mega millonarios.

Antes habíamos puesto el dedo en la herida; ni Trajiste, Soraya Chimalli, o Stephanie Sachare (quien nos dice que “si una es mujer, con toda probabilidad sienta tanta furia que no dan abasto para contenerla todas las horas del día”) y compañía, sienten un repudio a los crímenes del imperialismo yanqui en Irak, Afganistán, Libia, Siria y Yemen. En verdad, algunas de ellas los apoyan públicamente. Tráiler, quien se opuso a la invasión de Iraq, en estos últimos veinte años se ha reconciliado con Hillary Clinton, quien votó a favor de esa campaña carnicera como parte de un gobierno notorio por sus criminales bombardeos con aviones drones y la “listas de candidatos a la muerte”. En las elecciones del 2016, Trajiste apoyó a Clinton, con entusiasmo.

Ni la tragedia de las decenas de millones de refugiados, ni las condiciones de las gentes oprimidas en todo el mundo alimentan el enojo de este grupo tanto como que se las rechace profesionalmente. Con condescendencia Tráiler descarta las “obvias frustraciones” de los hombres de clase obrera de piel blanca afectados por la desindustrialización de Estados Unidos (“pérdida de trabajo y de estatus, la falta de cuidado médico a precios razonables, el azote de las drogas”) como más evidencia de “la saña de los hombres blancos”.

En su libro, Traiser detalla: “debemos pensar sobre estas cosas, la historia y el futuro, porque vivimos en un momento potencialmente revolucionario; que, sin remediar todos los entuertos o de arreglar todos los errores, alterará quien tiene el poder en este país”. No habla de que la clase obrera conquistará el poder, sino de una “alteración” que beneficia a individuos como ella, que se sienten medio excluidos de los escaños más poderosos de influencia política y económica.

El mismo crítico de Pacific Standard aprueba: “En verdad, el pronóstico político de Traiser puede resultar en el balotaje de 2018, de mitad de camino. Según el Center for American Women and Politics de la Universidad de Rutgers (Conferencia de mujeres americanas y política americana), veintitres mujeres son candidatas al senado federal; 239 mujeres son candidatas a la cámara de representantes; diez y seis son candidatas a gobernador, veintiséis a vicegobernador. Unas 3.386 mujeres se han postulado a legislaturas estatales. Se trata de cifras record en cada una de esas categorías”. Más políticas femeninas, más gerentes femeninos, más mujeres millonarias y megamillonarias; esa es el miserable objetivo de todos esos elementos sociales.

Seamos bien claros: la existencia de un minero masculino de Kentucky, de algún joven sin trabajo en Ohio, de algún hombre de edad media adicto a las drogas en Pensilvania o de cualquier trabajador o trabajadora, es cien veces más insoportable y oprimida que las condiciones de existencia de Tráiler, Chemaly todas sus colegas adineradas. No hay comparación.

Repetimos: que nosotros tengamos que mencionar esas discrepancias cuando nadie se sienta obligado a mencionarlas, ejemplifica el extraordinario movimiento hacia la derecha entre los intelectuales. En los años 1970 esa diferencia no hubiera pasado desapercibida dada la simpatía que los intelectuales y artistas sentían en ese entonces por los pobres y oprimidos. Ahora, la mayoría sólo siente simpatía egoísta, hacia so situación individual.

Apelar a la furia y el enojo, girar hacia el irracionalismo, acomodarse a las invasiones imperialistas supuestamente motivadas por los “derechos humanos”, a actitudes y métodos y autoritarios y antidemocráticos y a los niveles en extremo de lástima personal, develan una transformación derechista acelerante en la orientación política de las capas adineradas de la pequeña burguesía privilegiada. Esa metamorfosis contiene el tufo del fascismo.

(Publicado originalmente en inglés el 3 de octubre de 2018)

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