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Europa al borde de enormes batallas obreras

Este artículo apareció en nuestro sitio por primera vez en inglés el 8 de marzo, 2013

La contrarrevolución social en Europa atraviesa una dramática transformación. Según informes recientes, 26 millones de personas en la Unión Europea (UE) están paradas. De estos, 6 millones viven en España y otros y 5 millones en Francia. Oficialmente tanto en España como en Grecia el desempleo afecta al 27 por ciento de los obreros y al 60 por ciento de los jóvenes.

En Alemania, la tasa de desocupación es sólo del 7 por ciento; esa cifra no toma en cuenta el desempleo enmascarado de los que dependen de los salarios de hambre dictados por las leyes Hartz para el sector informal, tercerizado, sector que sigue en expansión. De los 42 millones que todavía tienen trabajo, sólo 29 millones cuentan con seguros sociales. El resto ha sido tercerizado; 4 millones ganan menos de 7 euros por hora.

Hoy en día existe en Europa una división más grave que la que existía durante la época del muro de Berlín y de la cortina de hierro. Se ensancha cada vez más la profunda zanja que separa a ricos y pobres. Crece a diario el número de personas que no puede pagar sus alquileres o los gastos de educación mientras que una obscena minoría rica impone su voluntad sobre la sociedad.

Una élite bancaria gobernante dispone y dicta las leyes. El público que paga impuestos ha puesto €1.300.000.000.000 en manos de la banca en crisis. Esta gran deuda fiscal están siendo financiada a costillas de la población mediante enormes recortes a programas sociales, a la educación y a las pensiones.

En el contexto de la mayor crisis económica desde la década de 1930, la Unión Europea se quita la máscara. Lejos de ser una realización de la "unidad de Europa", como afirman los propagandistas de los partidos políticos, la UE es una dictadura del capital financiero sobre Europa. Contradiciendo la promesa de su fundación, la UE no sirve para integrar y frenar el imperialismo alemán dentro de una confederación europea; funciona directamente y abiertamente como el instrumento de los bancos y las empresas más grandes y poderosas, muchas de las cuales tienen su sede en Alemania.

El gobierno alemán utiliza el euro y el Banco Central Europeo (BCE) para dirigir capitales hacia Alemania; capitales que se originan en el saqueo y su dominio de los países más débiles de Europa. Destruye gobiernos democráticos y los reemplaza con gobiernos de tecnócratas de su elección. Pone a un lado decisiones parlamentarias y le hace caso omiso a las leyes.

Los despachos provenientes de Bruselas y Alemania han destruido los sistemas de bienestar social; han privado a millones de jubilados del derecho de gozar se los frutos de sus labores, y arrojado a innumerables familias en la miseria. Hace setenta años la Wehrmacht nazi aterró a toda Europa. Hoy lo hace la troika europea (triunvirato compuesto por el Banco Central Europeo, la Comisión European y el Fondo Monetario Internacional) y el Deutsche Bank (banco central alemán).

Bajo estas condiciones se intensifican las tensiones sociales. Crecen el descontento y la indignación. Ante este sin fin de ataques sociales, capas enteras pierden confianza en la viabilidad económica y validez moral del capitalismo. Los medios de comunicación burgueses especulan cuanto tiempo ha de pasar antes de que Europa se consuma en llamas.

En Grecia, España y Portugal, la resistencia popular se ha sido amortiguada con manifestaciones y huelgas generales de un solo día; los sindicatos y las organizaciones seudoizquierdistas se encargan de apocar las protestas para que nunca hagan frente ni a sus gobiernos en el poder, ni a la Unión Europea.

A pesar de esas apariencias, se arma una enorme tormenta sociopolítica. Nada pueden esperar los trabajadores, la juventud, los desempleados y los pensionados de los órganos políticos establecidos del continente.

La reacción de los partidos políticos ha sido cerrar sus filas. No importa como se definan -conservadores, liberales, socialdemócratas, verdes o izquierdistas- todos los partidos políticos oficiales o respaldan la campaña de austeridad de la UE o tratan de desorientar la oposición popular hacia las derechas o los nacionalismos chauvinistas.

Los sindicatos más y más abiertamente se integran al Estado. Defienden el interés nacional de sus propias clases gobernantes y funcionan como contratistas comerciales de las empresas para imponer enormes despidos y la destrucción de los sueldos y beneficios.

En GM-Opel, la unión alemana IG Metall se encarga de organizar el cierre de la fábrica de Bochum y suprimir toda oposición obrera. La estrategia que allanó el camino al primer cierre de una fábrica automotriz desde la Segunda Guerra Mundial se discutió -se decidió- en la mismas oficinas de IG Metall. El sindicato se esforzó para que se aceptara el cierre y logró que los trabajadores de todas las otras fábricas -menos Bochum-aceptaran la clausura.

Para lograr eso, IG Metall sistemáticamente aisló a los trabajadores de Bochum. Los burócratas locales del sindicato se han convertido en agentes de policía de la empresa para suprimir cualquier movimiento proletario independiente.

Verdi, sindicato a alemán de los servicios públicos, funciona de la misma manera en Lufthansa. En toda Europa, la clase obrera ahora busca la manera de librarse de esa camisa de fuerza sindical.

La clase gobernante reacciona a crecientes tensiones sociales tal como lo hacía hace 80 años: atacando a los derechos democráticos, reforzando la maquinaria represiva interna por parte del Estado y utilizando la fuerza militar en otros países. En este contexto, los balotajes democráticos son una farsa sin significado.

La voluntad de los votantes no importa; son los mercados financieros los que determinan la política de los gobiernos. En febrero, muchísimos votantes italianos repudiaron la política de austeridad del gobierno de Monti; dos meses después, luego de trapicheos políticos entre telones y detrás de las espaldas del público, el gobierno de la gran coalición se compromete a tomar exactamente las mismas medidas de austeridad.

En Alemania, los intereses empresariales determinarán la política del próximo gobierno no importa quién gane las elecciones de noviembre.

Por toda Europa las maquinarias de Estado están adquiriendo más fuerza. Se intensifica la vigilancia del Estado. En Alemania, El Tribunal Constitucional Federal ha abolido gran parte de la separación entre las agencias policiales y de espionaje, haciendo legítimas acciones del ejército dentro del propio país. El modelo a seguir es el de los Estados Unidos, que, desde los ataques del 11 de septiembre, ha creado una poderosa maquinaria policial y de espionaje controlada por el Departamento de Seguridad Nacional.

Juegan un papel especialmente pernicioso, sosteniendo el orden burgués y la opresión política de los trabajadores, supuestas organizaciones "izquierdistas"-junto con sus testaferros seudoizquierdistas- tales como SYRIZA (Coalición de Izquierda Radical) en Grecia, el Partido de Izquierda Francés (Parti de Gauche), la Refundación Comunista en Italia y el Partido de la Izquierda alemán (Die Linke).

Todos defienden a la Unión Europea, el instrumento de contrarrevolución social más importante de Europa. Cuando estos partidos obtienen puestos en el gobierno, tijeretean programas sociales y robustecen la maquinaria represiva del Estado

Durante la década en que fue socio del partido Socialdemócrata de Alemania en el senado de Berlín, el Partido de la Izquierda apoyó tanto los enormes ataques contra los programas sociales, como el fortalecimiento del Acta Policial del Estado. En Brandenburg, donde el Partido de la Izquierda controla el puesto de ministro de finanzas desde hace tres años, ha jugado el papel principal en imponer la austeridad y reducir tajantemente 8,000 empleos públicos.

La política reaccionaria de estos partidos tiene hondas raíces materiales; son los representantes de sectores sociales adinerados que se benefician materialmente de los ataques contra el proletariado y de la intensificación de su explotación. No importa cuáles sean sus etiquetas ¨izquierdistas¨, son en realidad partidos burgueses derechistas hostiles a la clase trabajadora.

La adaptación a la trayectoria nacionalista antieuro del Partido Alternativa para Alemania por parte de los dirigentes del Partido Izquierdista, Oscar Lafontaine y Sarah Wagenknecht, deja bien claro la afinidad que existe entre estas dos organizaciones.

Puesto que esta crisis sociopolítica es extrema, urge establecer una nueva dirigencia revolucionaria en la clase obrera. Esta misión sólo es posible sobre las bases programáticas del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), que en su programa insiste en el punto principal la lucha por crear los Estados Unidos Socialistas de Europa.

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