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Las manifestaciones en Brasil y la crisis de dirección revolucionaria

Este artículo de perspectiva política apareció en inglés el 22 de junio 2013

La semana pasada hubo inmensas protestas en Brasil, las más grandes desde la caída del la dictadura en 1985. Este estallido de luchas de las masas ilumina, más que nada, la crisis de dirección revolucionaria del proletariado.

La chispa inicial de estas movilizaciones fue un aumento en tarifas de autobús. Ese aumento fue cancelado esta semana a manera de disipar el descontento social. No tuvieron el efecto esperado y el jueves 20 de junio, entre uno y dos millones marcharon por las calles de Río de Janeiro, São Paulo y docenas de ciudades, demandando más recursos para la educación y la salud, en una explosión de furia popular contra los miles de millones de dólares dedicados a los estadios de la Copa Mundial de Fútbol, a costillas del pueblo.

No es posible explicar movilizaciones populares tan enormes con simples referencias a las razones inmediatas que las motivaron -en este caso, el aumento de 20 centavos en boletos de transporte, en Brasil, o planes de construir sobre el Parque Gezil en Estambul. Las razones esenciales están ligadas a profundas contradicciones sociales. La crisis del capitalismo mundial las ha agravado.

Al igual que Turquía, Brasil es un supuesto ejemplo de éxito económico. En verdad, el "milagro brasileño" se encuentra empantanado.

Mientras han aparecido 50 kilomillonarios y 150,000 millonarios, la economía no ha sido capaz de resolver la herencia de opresión imperialista y el atraso económico que se entrevé en retrasadas infraestructuras sociales básicas. Programas de previsión social -por sí muy limitados- aclamados como reductores de la tasa de pobreza extrema y por crear una "nueva clase media," no han alterado por mucho la posición de Brasil en la lista de los países con mayor desigualdad social del mundo.

Hay soplos de crisis económica; la tasa anual de crecimiento de la economía fue del 0.9 por ciento en 2012 y del 0.6 por ciento en el primer trimestre de este año. La producción industrial ha caído 0.3 por ciento. Por lo tanto han ocurrido despidos y no se está contratando. Los consumidores, muchísimos llenos de deudas, cada vez gastan menos. La tasa oficial de inflación es del 6.5 por ciento pero la canasta básica ha aumentado mucho más.

La cantidad de jóvenes con títulos universitarios es ahora el doble que lo que era hace diez años. Sin embargo la mayoría de los que se gradúan de las universidades no encuentra empleos adecuados a sus estudios o que paguen sueldos decentes.

Esta masa de jóvenes universitarios, y de jóvenes que se acaban de recibir, fue una porción importante de los que protestaron en las ciudades de Brasil toda la semana. Era la primera vez en su vida que la mayoría de estos participaba en movilizaciones sociales.

Corrientes de la derecha extrema manipularon la inevitable confusión política de ese movimiento espontáneo de masas. Pandillas de matones atacaron a manifestantes de izquierda y a los reducidos grupos de sindicalistas. Les quitaron y quemaron sus carteles, los atacaron con aerosol de pimienta, granadas de aturdimiento y barras de metal, logrando expulsarlos de las marchas. Eso ocurrió en São Paulo, en Río de Janeiro y en más ciudades, evidencia de una campaña organizada y coordinada -sin duda- con la policía y quizás con el ejército.

La derecha quiso cambiar el norte político de las manifestaciones reemplazando la lucha por la igualdad social con estribillos de rechazo hacia todos los partidos políticos y de oposición a la corrupción política, a altos impuestos y al crimen.

A pesar de que la mayoría de los que protestaban no supieron de esos incidentes, tiene significado político el que matones fascistas pudieran actuar así y con impunidad.

La mayoría de los manifestantes ha vivido toda su vida adulta bajo gobiernos del Partido dos Trabalhadores, PT, dirigidos en el plano nacional por el ex dirigente sindical Luiz Inacio Lula da Silva y por su lugarteniente, la presidente actual, Dilma Rousseff. El Partido dos Trabalhadores ha ostentado las riendas del poder desde hace una década.

En 1980 -en la estela de las alborotadas huelgas populares que aturdieron a la dictadura- se formaron el PT y la CUT (Central Única dos Trabalhadores,) federación sindical asociada con el PT. Desde su origen el PT tuvo la función de descarrilar el movimiento militante del proletariado de Brasil y someterlo al Estado burgués.

A medida que el PT ganaba elecciones estatales y municipales, más derechista se hacía. Finalmente, Lula ganó la elección presidencial del 2002 en base a una promesa de continuar las medidas económicas de presidentes previos, ordenadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los capitalistas brasileños e internacionales se convencieron que el PT era la mejor herramienta para proteger sus intereses, amortiguándolos de rebeliones populares.

Algunos de los tropeles seudoizquierdistas fueron expulsados del PT y otros no, y sus miembros ascendieron a posiciones de liderazgo. Las dos cosas pasaron con el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional - la corriente pablista.

Parte de su sección brasileña sí fue expulsada y pasó a crear un partido nuevo similar al PT original, el PSOL (Partido Socialismo e Libertade). Uno de los que no fueron expulsados, Miguel Rossetto, se convirtió en ministro de reforma agraria y pelele de los grandes terratenientes.

Otros que se habían autoproclamado trotskistas son Antonio Palocci, que se convirtió en ministro de finanzas, y Luis Gushiken, que fue director de la oficina de comunicación social durante el gobierno de Lula. Esos dos han sido acusados en los tribunales de estar involucrados en los escándalos de compra de votos y corrupción del gobierno del PT.

La función política criminal de esos elementos seudoizquierdistas -nacionalista todos- fue crear una ilusión "socialista" en torno a un partido de derecha capitalista abocado a subordinar toda lucha social a los intereses de los grandes capitales y al Estado brasileño. Lo hicieron, parcialmente, vivificando a los sindicatos -organizaciones que el pueblo desde hacía tiempo no consideraba agencias de cambio social. En las actuales luchas de protesta, los sindicatos no han participado.

Esa perspectiva le está abriendo paso a las derechas brasileñas para promover la clase de reacción populista que se ha visto en manifestaciones recientes, tomando ventaja de la furia popular contra la máquina corrupta y pro capitalista del PT. Cosa que representa un peligro innegable en un país que por veinte años estuvo bajo dictadura militar, y donde los culpables de ejecuciones, torturas, encarcelamientos ilegales, y otros crímenes nunca han sido enjuiciados.

Igual que en Turquía y otros países, los límites al movimiento espontáneo de las masas pronto se harán sentir, no importa que tan grande sean las acciones. Lo que imponen estos acontecimientos y la crisis capitalista mundial es una orientación hacia la clase obrera, para construir en su seno una nueva dirección revolucionaria que se base en el programa del socialismo y del internacionalismo.

Esa misión requiere batallar, críticamente y sin cuarteles, al PT y a los grupos de la seudoizquierda que giran en su órbita. Es imprescindible rearmar al proletariado brasileño con una perspectiva política revolucionaria y hacer realidad su independencia política de todas las secciones de la burguesía.

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