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Cuarenta años desde el golpe fascista en Chile el 11 septiembre 1973

El pasado 11 de septiembre marca 40 años de uno de los más trágicos eventos de la segunda mitad del siglo 20: el golpe militar que instauró la dictadura fascista en Chile. Este evento representa una de las mayores derrotas de la clase trabajadora en América Latina e internacionalmente. El resultado fue destruir una situación de un potencial revolucionario enorme y convertirla en una pesadilla de asesinatos y represión.

El golpe en Chile fue instigado por el gobierno de Nixon en Washington y fue organizado con la más estrecha colaboración de la CIA y el Pentágono. La participación de la clase política estadounidense y el aparato militar y de inteligencia no se limitó a apoyar el golpe militar, sino que estuvieron íntimamente involucrados en apresar, torturar y asesinar a decenas de miles de trabajadores, estudiantes e intelectuales izquierdistas chilenos. Los funcionarios norteamericanos también supervisaron el asesinato de dos ciudadanos estadounidenses, Charles Horman y Frank Teruggi.

Uno de los principales arquitectos de las matanzas en Chile fue Henry Kissinger, ex consejero de seguridad nacional y ministro de estado de EE.UU. y uno de los más odiados viejos criminales de guerra. El fue alabado por el sucesor de Nixon, Gerald Ford, como un "tesoro nacional", y por Barak Obama como un "testarudo e implacable defensor de los intereses y seguridad estadounidense.

Fue Kissinger quien pronunció la frase célebre, "No sé por qué tenemos que quedarnos quietos y ver a un país convertirse en comunista debido a la irresponsabilidad de su pueblo". Personalmente supervisó un programa de agresión dirigido a destruir la economía chilena, fomentar terrorismo de derecha y finalmente orquestar el derrocamiento militar del gobierno elegido de Salvador Allende. Luego defendió las atrocidades llevadas a cabo por la junta del general Augusto Pinochet.

Hoy Kissinger es reconocido como el "gran Viejo" de la política exterior estadounidense, y la Casa Blanca aun le pide consejos. Nunca ha sido acusado y mucho menos juzgado por sus crímenes.

Hoy, cualquier persona tontamente inocente como para creer que Washington está especialmente equipado para defender los derechos humanos e "imponer normas internacionales" en el escenario mundial se le debe indicar, "Mira a Chile".

Como en todos los principales aniversarios del golpe de 1973, la media y la pseudo-izquierda enfocan su atención en el destino de Salvador Allende, quien murió en el palacio presidencial La Moneda mientras era acechado y bombardeado por los militares chilenos.

Los intentos de beatificar a Allende, sin embargo, esconde la cruda realidad que la catástrofe chilena no habría sido posible sin el papel desempeñado por el gobierno de Unidad Popular, una alianza entre el Partido Socialista de Allende, el estalinista Partido Comunista y un sector de la Democracia Cristiana.

Allende no era un socialista, mucho menos un revolucionario. Su rol político esencial fue el de aguantar la revolución socialista en Chile e imponer la "paz social" al suprimir la poderosa ofensiva de la clase trabajadora chilena. Esta tarea la llevó a cabo en estrecha colaboración con oficiales chilenos entrenados por los EE.UU. El alto comando, incluyendo al general Pinochet, quien fue designado jefe del comando conjunto por el propio Allende, fueron invitados a participar en el gabinete del, presidente "socialista" para coordinar mas efectivamente la supresión del masivo movimiento de los trabajadores.

La fabricas que fueron ocupadas por los trabajadores en lo que era conocido como el cordón-industrial, fueron devueltas a sus dueños de derecha, quienes luego victimizaron a los trabajadores más militantes. La ley de control de armas fue aprobada por el gobierno de Allende y fue usada por la policía para llevar a cabo redadas en la fabricas y barrios obreros-un ensayo para el golpe que se venía planeando-mientras que los militares armaban a grupos terroristas fascistas.

El más empeñoso en subordinar la lucha de los trabajadores a las necesidades del capital y la disciplina de los militares fue el Partido Comunista, el cual alabo al ejército llamándolo "el pueblo en uniforme".

También asistiendo en la traición había una pandilla de organizaciones revisionistas pablistas que habían roto con la perspectiva trotskista de luchar por la movilización independiente de la clase obrera, favoreciendo en su lugar a las tácticas nacionalistas pequeñoburguesas de la lucha de guerrillas de Fidel Castro y el Che Guevara.

Contando con el apoyo de estos elementos políticos, Castro hizo un viaje de tres semanas a Chile, respaldando la "vía chilena al socialismo" de Allende, e insistiendo que la revolución en Chile seria hecha por Allende o nadie más. El resultado fue un mayor desarme político en camino hacia el golpe de 1973.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional, el movimiento trotskista mundial, lanzó un serio aviso contra la amenaza de contrarrevolución en Chile, haciendo un llamado a los trabajadores chilenos para que no confíen en el gobierno de frente popular de la Social Democracia y los Estalinistas y que en su lugar lleven adelante su propia lucha revolucionaria independiente.

Muchos, particularmente los estalinistas no prestaron atención a este aviso, alabando en su lugar los casi 140 años de democracia parlamentaria en Chile e insistiendo que un golpe no podría ocurrir. Obviamente, podía y ocurrió.

Ahora que la clase trabajadora internacional entra en un nuevo periodo revolucionario, las amargas lecciones de Chile son más importantes que nunca. Este hecho está bien establecido dentro de los círculos de la clase política capitalista. En las postrimerías del golpe militar en Egipto en julio pasado, después de dos años de fermento revolucionario en esa región, el Wall Street Journal escribió en una editorial su ferviente deseo de que "los nuevos generales sean modelados de acuerdo al chileno Augusto Pinochet".

En los EE.UU., el gobierno de Obama viene sistemáticamente construyendo el marco para un estado policiaco. Se ha otorgado a sí mismo el poder de encarcelar por periodos indefinidos a ciudadanos estadounidenses y de asesinar a enemigos específicos mediante el uso de misiles teledirigidos. Esto encima de preceder sobre una vasta operación de espionaje por parte de la NSA, que incluye llamadas telefónicas, correos electrónicos y búsquedas por el Internet. El gobierno de los EE.UU. es el principal enemigo de los derechos democráticos en todo el mundo. Tal como en Chile, aquellos que creen que "no puede ocurrir aquí" se están engañando.

La tarea decisiva hoys la misma que era en Chile cuatro décadas atrás: resolver las crisis de liderazgo revolucionario en la clase trabajadora. La defensa de derechos democráticos, la lucha contra la desigualdad social y contra la guerra depende del surgimiento de una nueva dirección socialista en la clase trabajadora en todos los países. Esto significa la construcción del Partido Socialista por la Igualdad y el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

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