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Perspectiva

Detroit y Ferguson: el brutal rostro del capitalismo

Esta perspectiva política se publicó en inglés el 30 de agosto del 2014

Lo que acontece en la actualidad en Detroit, Michigan y en Ferguson, Missouri deja ver la naturaleza brutal del capitalismo de Estados Unidos.

El martes 26 de agosto, la ciudad de Detroit reinició la cancelación del suministro de agua potable a familias de bajos ingresos (algunas de ellas apenas deben ciento cincuenta dólares). Más de seiscientos hogares han quedado sin agua en estos últimos días. Gente de edad, deshabilitada, y familias con niños no tienen agua para beber, bañarse, funciones sanitarias, o cocinar.

El propósito de la medida es dejar de suministrar agua a partes de la ciudad que no producen ganancias, anticipando la privatización del departamento de agua. Es un aspecto de la restructuración de la ciudad bajo el mando del gerente de emergencia y del tribunal federal de bancarrota.

Esta semana ese tribunal aprobará medidas para destrozar pensiones y beneficios de salud para trabajadores municipales y entregará bienes públicos (incluso el Instituto de Arte de Detroit) a empresas privadas. Terratenientes millonarios se están apoderando de muchas parcelas, con subsidios públicos. Se priva a barrios obreros de servicios esenciales. En muchos casos éstos quedan despoblados y convertidos en granjas urbanas.

Detroit está en el centro de una contrarrevolución social que la clase en el poder (junto con sus dos partidos políticos) continúa llevando a cabo. Su intención es negar a los obreros la necesidades de vida y volver a las condiciones de hace cien años .

Los acontecimientos de Ferguson, suburbio de St. Louis, iluminan la forma política ligada a este proceso social. Son actualizados para aplastar protestas sociales todos los métodos de Estado policial (estructurados durante más de diez años dizque contra la guerra al terror).

El nueve de agosto, la policía de Ferguson mató a tiros a Michael Brown, de 18 años y desarmado. Fue un asesinato con todas las características de una ejecución.

Las autoridades estatales y municipales (apoyadas por el gobierno de Obama) reaccionaron al enojo del pueblo imponiendo una ley marcial sobre este pueblo de veintiún mil habitantes. Se abolieron derechos constitucionales. Se declaró un estado de emergencia. Se desplegó la Guardia Nacional. Una fuerza militarizada, con tanquetas y rifles de asalto (del tipo que se usan en Irak y Afganistán), lanzó gas lacrimógeno y detuvo a manifestantes no violentos.

El cierre del agua en Detroit y la enorme represión de Ferguson desenmascaran la verdadera naturaleza de la clase en el poder en Estados Unidos. Después de la rebeliones urbanas en los años 1960, la élite gobernante reaccionó con brutal represión, y también con reformas sociales limitadas. La frase “pistolas más mantequilla” describiría esas medidas, desde el principio insuficientes, de pagar por la guerra imperialista de Vietnam y a la misma vez pagar por programas antipobreza en Estados Unidos.

Entre los grupos políticos actuales en Estados Unidos, ninguno sugiere medidas para aliviar la crisis social. En narración oficial del asesinato policial brillan por su ausencia las condiciones sociales que rodean la tragedia: desempleo, pobreza, desigualdad. Los testaferros del las grandes empresas concuerdan todos en la campaña para sacarle a la clase obrera todas sus conquistas sociales.

El espectro de resistencia obrera paraliza a la oligarquía que maneja a Estados Unidos. Por lo tanto reacciona en forma represiva contra toda señal de oposición social, pues no tiene ninguna reforma que ofrecer.

Conocer esta dinámica requiera reconocer que el sistema capitalista está detrás de ella. En defensa de esa estructura (y de sus riquezas) la clase que ostenta el poder hace décadas que lanza guerras en el exterior y guerra de clases dentro de país. El prolongado declive del capitalismo estadounidense está vinculado a la evolución de una despiadada aristocracia financiera enraizada en el saqueo y el crimen.

Este es un fenómeno internacional. Se imponen brutales medidas de austeridad en Europa, América Latina, y por todo el mundo para rescatar a las instituciones financieras que quebraron la economía mundial en el 2008.

En Estados Unidos, el régimen de Obama sirve de punta de lanza en esta contra revolución social y administra traslado de riqueza más grande en la historia, de las masas de abajo a el la cúpula socioeconómica (el un por ciento más rico). En paralelo, Obama ha impulsado las intervenciones militares a través del mundo y acelerado los ataques contra los derechos democráticos (desde la expansión del espionaje por parte de la NSA a la militarización de la policía.).

No existe rincón en esta estructura política donde las grandes mayorías populares puedan hacer valer sus intereses. Se han desmoronado las antiguas instituciones intermediarias de relaciones de clase.

Los sindicatos, administrados por adinerados ejecutivos recompensados con una tajada de la riqueza que proviene de la explotación de los trabajadores, apenas se atreven a lanzar protestas formales a que miles de habitantes en Detroit sean privados de una de las necesidades más vitales. Todo lo contrario, están totalmente envueltos en la bancarrota, a cambio de una parte de los miles de millones saqueados de la pensiones y de los beneficios de salud de obreros municipales y de la venta de propiedad pública.

El presidente de la federación laboral estadounidense (AFL-CIO), Richard Trumka, hizo una somera declaración pidiendo a los manifestantes confianza en el Departamento de Justicia y en la FBI (las mismas fuerzas que espían al pueblo, y han montado procesos de acusaciones falsas de ser “terroristas” contra manifestantes antiguerra y contra Wall Street).

Luego de transformar a Ferguson en un campo de batalla, se presentaron supuestos personajes de oposición dentro de la estructura política, liderados por ese farsante político Al Sharpton, fomentando la política de identificación racial. Se trata de encubrir las cuestiones fundamentales políticas y de clase en Ferguson. Estos mismos grupos, que también están en línea en la quiebra de Detroit, ¡acusaron a los mismos manifestantes de provocar violencia!

Forman una alianza con gente como Sharpton y Jesse Jackson un tropel de organizaciones seudoizquierdistas y los auxiliares en la política de identidad. Orbitan al gobierno de Obama, y consideran que su función es impedir que el proletariado se libre de los cauces políticos aceptados.

La oposición popular debe, y necesita desbordar esos cauces. Los acontecimientos de Ferguson ya indican que la clase obrera está tomando otro camino. En sus entrevistas con el World Socialist Web Site, muchos manifestantes consideraban que eran parte de un problema más grande y del sistema mismo. Muchos se refirieron a que Estados Unidos se involucra en guerras por los derechos humanos y democráticos mientras ataca a éstos dentro del país. Muchos pusieron el dedo en la herida que es el gasto de miles de millones de dólares para la guerra y la militarización de la policía, mientras que no se gasta nada en empleos decentes, en viviendas, educación o salud.

Urge la construcción de una dirección revolucionaria, el Partido Socialista por la Igualdad, que sea el arma política conciente de la creciente resistencia del proletariado.

El PSI lucha por la unidad de todos los trabajadores, franqueando barreras raciales, nacionales y étnicas. Se opone al Partido Demócrata y al Partido Republicano y a todos sus testaferros políticos. Llamamos a los obreros de todo el país a formar organizaciones de lucha independientes para preparar enormes manifestaciones y acciones laborales contra el desastre que prepara la clase que manda.

Por encima de todo, para el PSI es fundamental que la lucha contra la desigualdad social, la guerra y la dictadura se base en una lucha internacional contra el capitalismo. ¿Quién organizará la sociedad?¿Serán las empresas y bancos en base al saqueo y las ganancias?, o ¿será la clase obrera en campaña por una sociedad socialista en base a la igualdad y al control democrático de los medios de producción? Esa es la lección más importante de las experiencias de Ferguson y Detroit.

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