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Obama y Castro “normalizan” las relaciones de Cuba y Estados Unidos

Los sendos discursos de los presidentes estadounidense Barack Obama y cubano Raúl Castro el miércoles 17 de diciembre sellaron una transformación histórica en la evolución del acercamiento entre el gobierno de Castro y el imperialismo de Estados Unidos.

Los dos presidentes dijeron que Washington y La Habana restaurarán relaciones diplomáticas e intercambiarán embajadores por primera vez desde 1961 (cuando el gobierno cubano nacionalizó la propiedad estadounidense en ese país y mientras se preparaba la invasión de la Bahía de los Cochinos).

Obama también anunció que se levantarán algunas de las vedas económicas hacia Cuba. Indicó que el Departamento de Estado revisará la designación oficial de Cuba como “patrocinadora del terrorismo”, una cruda inversión de la verdadera relación; Estados Unidos fomentó y le da amparo a exilados cubanos culpables de derribar un avión cubano de pasajeros, de poner bombas en hoteles y de otros ataques que han causado miles de muertes. Esa designación impuso estrictas prohibiciones y restricciones financieras.

El embargo económico codificado por el Congreso estadounidense seguirá en pié, pero el presidente Obama decretará facilitar ciertas cosas: Se levantarán algunas restricciones de viaje de ciudadanos estadounidenses; se subirá el monto de dinero que exilados cubanos pueden enviar a familiares (de quinientos dólares cada tres meses, a dos mil); otros ciudadanos de Estados Unidos también podrán enviar plata; se ampliarán los lazos bancarios; viajeros de Estados Unidos podrán por primera vez usa tarjetas de crédito ligadas a bancos estadounidenses.

Empresas yanquis podrán exportar equipo de telecomunicaciones y “crear los mecanismos y estructuras” que sean necesarias en Cuba para proveer servicios telefónicos y de Internet. Se permitirá que compañías exporten a la islas material de construcción, equipo agrícola, maquinaria y otros bienes para “capacitar el naciente sector privado” para que éste “sea más independiente del Estado”.

Estas medidas ocurren a medio siglo de que el gobierno de Estados Unidos rompiera relaciones diplomáticas con Cuba e impusiera un dañino bloqueo económico sobre la isla, elemento clave de un intento de sucesivos gobiernos de Estados Unidos, de la CIA y del Pentágono para derrocar el gobierno cubano y asesinar a sus líderes.

No ha mermado la saña de Estados Unidos contra medidas que la revolución cubana tomó afectando el lucro de las empresas estadounidenses. Se trata de un cambio de tácticas en beneficio de éstas.

Obama hizo hincapié en que su gobierno seguirá haciendo campaña a favor de la “democracia y los derechos humanos en Cuba” (léase: “imponer un gobierno títere y restaurar vínculos como los que había con el dictador Fulgencio Batista” hace 55 años).

Decorando la renovada relación, hubo un intercambio de prisioneros. Los cubanos dejaron en libertad al Alan Gros, un contratista de la Agencia de Desarrollo de Estados Unidos (USAID) que ha pasado 5 años en la cárcel por su participación en uno de los complots de esa agencia para deestabilizar el gobierno. También se dejó en libertad un grupo de 53 cubanos que estaban ligados (la mayoría de ellos) en movimientos disidentes pagados por Estados Unidos y un ciudadano cubano, no nombrado, un supuesto agente clave de la CIA, quien ha pasado unos veinte años en la cárcel.

De su lado Estados Unidos dejó en libertad a los tres últimos miembros de cinco oficiales cubanos que habían sido enviados a Miami para vigilar a grupos terroristas que habían bombardeado la isla. Habían estado encarcelados desde 1998.

Raúl Castro, en su discurso televisado hizo hincapié en la libertad de estos tres. Cuba ha conducido una campaña nacional e internacional durante quince años a favor de estos cinco oficiales. En el contexto de un prólogo en que aseguró apoyar la “independencia nacional y autodeterminación”, y “la construcción de un socialismo próspero y sostenible”, el presidente cubano declaró que el que Obama haya dejado en libertad a los cubanos presos “merece el respeto y el reconocimiento de nuestro pueblo”.

Tuvo que transcurrir la mitad de su discurso para que Castro mencionara la reapertura de vínculos diplomáticos. Cauteló que esto no significaba que se ha resuelto la médula del conflicto. Apeló a que acabara el bloqueo financiero y comercial, que causa enormes daños humanos y económicos a Cuba. Al mismo tiempo señaló que el presidente de Estados Unidos es capaz de modificar al bloqueo mediante decretos ejecutivos.

En verdad, Cuba es la que está cediendo a casi todas las demandas del imperialismo yanqui.

Los sendos anuncios fueron el resultado de más de dieciocho meses de negociaciones secretas mediadas por Canadá y por el Vaticano. El Papa Francisco declaró que ésta era una decisión histórica y mandó sus felicitaciones. En La Habana y otras ciudades repicaron las campanas de las iglesias católicas, sin duda expresando el deseo de esa iglesia de recobrar sus propiedades y su influencia en Cuba.

En un sentido más fundamental esta transformación está atada a las medidas del gobierno cubano que, durante cinco años, agresivamente buscaba acercarse a Washington. Durante ese periodo el gobierno cubano puso en práctica una serie de medidas para estimular la inversión foránea y la libre empresa, borrando reformas que habían sido el resultado de la Revolución Cubana.

Se destruyeron puestos de empleos públicos; ocurrieron cambios drásticos en la ley de inversión externa; se abrió un nuevo e importante puerto en Mariel que es parte de una “zona económica especial” (como las que hay en China). El régimen de La Habana está permitiendo que los inversores sean totales dueños de empresas, que no tengan que pagar impuestos, y que cuenten con una fuerza laboral disciplinada por el gobierno y mal pagada. El gobierno se convertirá en el contratista laboral.

Desde el punto de vista estadounidense, las sociedades anónimas han estado en agresiva campaña para acabar con medidas que rendían grandes lucros a su competencia en Europa y Asia. En mayo un grupo de ejecutivos de la Cámara de Comercio de Estados Unidos viajó a Cuba para observar de cerca las “reformas” del gobierno de Castro y las posibilidades de invertir en Cuba.

La renovación de vínculos es congruente con objetivos geoestratégicos de Estados Unidos. La política de Washington hacia Cuba había aislado a Estados Unidos. América Latina y casi todo el mundo se oponían al bloqueo. Estados Unidos también está interesado en bajarle la barrera a los vínculos entre La Habana, Rusia y China, países que son blancos de las amenazas militares estadounidenses.

Los anuncios de Barack Obama y Raúl Castro tienen un carácter histórico también porque desde hace muchos años la pequeña burguesía nacionalista en América Latina y la seudoizquierda europea, norteamericana, y mundial amamantan la ilusión que la Revolución Cubana y el gobierno de Castro eran un nueva vía socialista, que no requería la participación conciente de la clase obrera. Ese mito sugería que el socialismo podría ser impuesto por un régimen pequeño burgués establecido por guerrillas armadas.

El gobierno de Castro intentó encarar el rechazo y la agresión del imperialismo yanqui, relacionándose a la Unión Soviética. Pagó un precio muy alto. Cuando la burocracia de Moscú disuelve la Unión Soviética en 1991, ocurre en Cuba una gran crisis, un desastre político y económico. En años recientes, el gobierno de Cuba tuvo que depender de generosos subsidios de Venezuela, país cuya economía ahora tambalea a causa de la caída de los precios de petróleo.

La élite de poder cubano ahora apela al imperialismo estadounidense. Alberga la esperanza de crear una estructura capitalista, como la que se creó en China, para mantener y expandir sus riquezas a costillas del proletariado cubano.

Es inevitable que esa estrategia (mancornada a la intervención directa del imperialismo estadounidense) acelere el ya rápido crecimiento de la desigualdad social y de las tensiones sociales en Cuba, creando así nuevas condiciones para nuevas explosiones revolucionarias.

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