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Perspectiva

La misteriosa desaparición del movimiento antiguerra

Luego de catorce años de guerra y agresión interminables, supuestamente para combatir el terror, defender derechos humanos, y fomentar la democracia, nunca ha sido más grande el peligro que el militarismo estadounidense representa para la humanidad.

Desde Washington, el gobierno de Estados Unidos (y también los de sus aliados) responden con soeces advertencias, y con más armas, a la intervención rusa en Siria favor del gobierno de Bashar al-Assad y en contra de las milicias islámicas que favorece Estados Unidos. La posibilidad de que esta guerra se extienda a la región o que se convierta en una hecatombe mundial, en que se enfrentan las dos más grandes potencias nucleares, es algo que ahora se destaca con mayor fuerza a través del mundo. La semana pasada cauteló el presidente francés François Hollande que la guerra en Siria conlleva el peligro de una “guerra total, una guerra que dañará a nuestros territorios”, refiriéndose a Europa Occidental.

En Asia, Estados Unidos se embrolla en maniobras militares cada vez más agresivas, para frenar el ascenso de China, en las que buques de la armada estadounidense navegan en aguas territoriales que China reclama.

Todo esto ocurre en momentos en que las tropas norteamericanas siguen envueltas en dos guerras que, antes de ser elegido presidente de Estados Unidos, Barack Obama había prometido acabar. Fuerzas militares de Estados Unidos han vuelto a Irak. En Afganistán, se ha cancelado la salida de tropas en el entorno del desmoronamiento de su ejército títere ante la ofensiva talibán en Kunduz.

Este mes, fuerzas militares estadounidenses nuevamente llevaron a cabo crímenes de guerra cuando aviones AC-130 americanos atacaron al hospital de Kunduz de los médicos sin fronteras (MSF). En esa carnicería perecieron veintidós empleados médicos y pacientes.

La gran mayoría de los norteamericanos, al igual que de las gentes de todo el planeta, sienten repudio por la guerra. Sin embargo, en el actual andamiaje político no hay lugar para estos sentimientos tan profundamente arraigados. Las manifestaciones antiguerra que aparecieron como fuerza global en febrero del 2003, cuando la invasión americana de Irak estaba por ocurrir, nunca se repitieron. Ni siquiera ocurren las manifestaciones de menor envergadura de después de la invasión,.

¿Cómo explicar la desaparición del movimiento antiguerra?

Nada tiene que ver con la disminución la oposición por obrera a la guerra. Lo verdaderos autores de esa desaparición son los que otrora dirigían el movimiento de protesta, las corrientes de seudoizquierda que campanean una estrategia dizque radical, antiimperialista y anticapitalista, aunque no era nada de eso.

En Estados Unidos esas corrientes deliberadamente ataron el movimiento antiguerra al carro del Partido Demócrata, que representa a las casas financieras norteamericanas. Previo a cada ronda electoral, empequeñecían a las manifestaciones. Las cancelaron totalmente no bien conquistó Obama la Casa Blanca.

No es cuestión sólo de las posiciones políticas del presidente estadounidense. Se trata, antes que nada, de las posiciones políticas de las corrientes seudoizquierdistas.

Son grupos que salieron de las enormes protestas contra la guerra de Vietnam en los años 1960 y 1970. Ese fue un movimiento bajo el tutelaje de la clase media que disminuyó con rapidez con el fin del sistema de conscripción militar y la retirada de tropas de Estados Unidos.

Con perspectivas están enraizadas en los intereses de clase materiales de los sectores adinerados de la pequeña burguesía, su evolución derechista paralela la de la misma clase de poder. Creció la fortuna personal de estas capas sociales mano con mano del parasitismo financiero, que a su vez deriva del auge de las bolsas y de las hipotecas, creado por el crecimiento del parasitismo de las casas financieras y ligado a la detonación del militarismo yanqui.

Lo que generó este nuevo sector del proimperialismo yanqui fue el giro de una numerosa capa de la supuesta izquierda, ondeando la cínica bandera de los derechos humanos en los Balcanes durantes las guerras, coreografiadas en el occidente, que descuartizaron a Yugoslavia en los años 1990.

La International Socialist Organization (ISO) estadounidense, en el ámbito nacional pregona lo que se podría llamar un reformismo de izquierda, sincronizado con una fracción de Partido Demócrata, sectores liberales de clase media alta, universitarios y burocracia sindical.

Su política exterior, sin embargo, devela su carácter de clase. En ese entorno se encuentra entre los más rabiosos partidarios de la guerra, objetivamente aliados a las fracciones del estado burgués que más agresivamente empujan por la guerra.

En compañía de sus pares europeos, corrientes como el Nuevo Partido Anticapitalista francés (NPA) y la izquierda alemana (Links), apoya guerras imperialistas de cambio de régimen en Libia y Siria, so pretexto de los derechos humanos. Incluso pinta de “revoluciones” a las maniobras militares de las milicias islamistas (que apoyan Estados Unidos, Arabia Saudita, y Qatar, dos de los más reaccionarios gobiernos del Medio Oriente). Lo mismo hacen con el golpe que se coreógrafo desde Washington y llevado a cabo por gángsters fascistas en Ucrania.

Ese enfoque se deja ver especialmente entre los Links y el NPA. Gilbert Achcar, testaferro del NPA, pregoneó la justificación de la guerra de Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Libia. Sin ninguna evidencia concreta sostuvo que las fuerzas armadas libias estaban por iniciar una carnicería en la ciudad oriental de Benghazi, que sólo una guerra imperialista podría detener. “No es posible, en base al antiimperialismo, rechazar una empresa que impediría la matanza de civiles”, decía. La guerra de Estados Unidos y OTAN que ayudó a fomentar le costó la vida a unos treinta mil libios.

Achcar más adelante se reuniría con miembros del Consejo Nacional Sirio (CNS), un grupo de espías estadounidenses y franceses, para indicarles la mejor estrategia de intervención imperialista directa y suprimir la oposición popular.

Estas corrientes, junto con Juan Cole, canalla académico que, enraizado en su exagerada reputación de crítico de la guerra de Irak, apoyó a la guerra de Libia, jugaron un papel central en legitimizar las guerras de agresión de Estados Unidos.

En un entorno donde el gobierno de Obama está muy dividido sobre que medidas tomar en Siria, ahora que los rusos intervienen, la ISO se pone de una respuesta militar más agresiva. No es por nada que la perspectiva imperial de derechos humanos de Samantha Power, embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas y uno de los individuos más guerreristas de este gobierno, bien empalma con las inquietudes políticas de la seudoizquierda.

En su página de Internet, Socialist Worker, la ISO culpa a Obama de no ser suficientemente agresivo. Dice: “los rebeldes dicen que la prometida ayuda militar de los gobiernos estadounidense y europeos, nunca han incluido armas pesadas tipo mísiles antiaéreos, que los ayudarían encarar al ejército sirio y, ahora, a los aviones rusos”.

Alegando fraudulentamente que Rusia es una potencia imperialista, la ISO pretende legitimizar la agresión estadounidense. No obstante el proyecto reaccionario de Putin en Siria, en representación de intereses del sector de capitalistas y oligarcas, Rusia sigue siendo una economía dependiente, sitiada y dominada por el imperialismo occidental.

Para la ISO, el rótulo de potencia imperialista para Rusia, no nace de una seria investigación de la evolución histórica de ese país, o de la sociedad que nació de la disolución de la Unión Soviética. Es un naipe que usa para apostar a favor del imperialismo de Estados Unidos en su guerra contra Rusia. Es por eso que en el supuesto conflicto interimperialista entre Washington y Moscú, la ISO se ubica en el campo del primero.

En cuanto al golpe de estado en Ucrania, esta misma organización condena al “los de la izquierda en Estados Unidos y Europa” que insisten que el “‘enemigo principal’, el imperialismo, está ‘en casa’”, la consigna por más de cien años de genuinos marxistas en los países imperialista. Seguir con esa insistencia equivalía a “abandonar el enorme levantamiento” que coreografió Estados Unidos para cambiar el gobierno en la frontera rusa.

Al contrario de servir de estímulo al movimiento antiguerra, en la arena internacional organizaciones como la ISO forman un fracción clave a favor de la guerra. Bien financiada por fundaciones de los grupos de poder, bien ligadas a importantes individuos en el Partido Demócrata, con una actitud de repudio total toda maniobra de independencia política por los obreros, la ISO se ha transformado en una extremidad del estado capitalista, un cierto tipo de organización no gubernamental, encargada con darle a las agresiones imperialistas una fachada de izquierda.

Un genuino movimiento antiguerra sólo puede nacer de una lucha incesante para develar a esas organizaciones y acabar con su influencia. Esa es la esencia de la lucha por la movilización del proletariado internacional, independiente y en base a un programa socialista para acabar con el capitalismo, de donde todas las guerra se originan.

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