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Perspectiva

Las manos sangrientas de Obama: el ataque contra el hospital de Kunduz fue para “matar y destrozar”

“Pacientes internados fueron incinerados en sus camas, empleados de salud fueron decapitados o perdieron brazos y piernas. Otros que intentaban escapar del edificio en llamas fueron baleador por el avión AC-130 que hacía círculos en el aire”.

Comienza así el primer párrafo de la investigación inicial de Médecins Sans Frontières (MSF) que apareció el jueves 5 de noviembre, describiendo al horrible ataque aéreo estadounidense contra el hospital de esa agencia caritativa en Kunduz, Afganistán, que ocurrió el 3 de octubre.

A la vez que describe la matanza carnicera de hombres heridos, mujeres y niños (y también de doctores, enfermeras, y otros empleados de salud) de ese día, el informe añade aún más a la montaña de evidencia que el ataque ni fue accidental ni fue un caso de “daño colateral”. Se trata de un crimen de guerra llevado a cabo adrede por el Pentágono para hacer valer las metas de Estados Unidos en Afganistán.

Entre otras cosas este informe revela que aún después de darle la dirección exacta de este muy bien conocido hospital, en varias oportunidades, al Pentágono, al ejército norteamericano en Kabul, empleados de MSF en el hospital de Kunduz recibieron una llamada dos días antes del ataque de un oficial del gobierno en Washington. Éste pedía información sobre si “había muchos talibanes escondidos allí”. Se le contestó que el hospital estaba lleno y funcionando de manera normal, y que contaba con algunos talibanes heridos internados.

El documento dice que el hospital estaba bien iluminado y bien marcado; la insignia del MSF estaba pintada en el techo. Luego de entrevistar a sesenta empleados, investigadores determinaron que nadie en el lugar estaba armado. En verdad ni ocurrían batallas, ni se oían tiros o explosiones cerca del hospital la noche antes del bombardeo.

El ataque por el lento avión AC-130 de hélice duró entre una hora y una hora y cuarto. Durante ese intervalo el avión no dejó de describir círculos sobre el hospital, ametrallando y lanzando bombas de precisión y mísiles.

“Desde adentro del hospital a todos les pareció que el propósito del ataque era destrozar el hospital y matar a los que estaban adentro”, le dijo a la prensa Christopher Stokes, director general de MSF en una conferencia de prensa el 5 de noviembre. “Por ahora es difícil de comprender, o de creer, que haya sido un error”.

El reporte del MSF nos pinta un cuadro de la brutalidad de este crimen. Nos dice que la primera zona bombardeada fue la Unidad de Terapia Intensiva, donde había pacientes que no se podían mover, incluyendo dos niños, que o bien murieron instantáneamente o bien perecieron incinerados en sus camas.

Después se bombardeó a los quirófanos. Al menos dos pacientes murieron en la sala de operaciones. “Un enfermero de MSF apareció en el área administrativa, cubierto de sangre con un brazo colgando de unos pocos trozos de piel, luego de sufrir una traumática amputación por la explosión”, narra el informe.

Empleados del hospital describen gente siendo ametralladas cuando intentaban escapar el bombardeo. “Médicos de MSF y otros empleados de salud fueron acribillados cuando trataban de buscar refugio en otra parte del centro”, dice el informe.

Un empleado de MSF cuenta de un paciente en silla de ruedas huyendo del internado, “muerto por los materiales de la explosión, volando por el aire”. Otro empleado de MSF fue decapitado por el bombardeo.

El bombardeo estadounidense convirtió lo que había sido el centro médico más importante para más de un millón de personas del noreste de Afganistán, en un infierno. Además de matar a pacientes arbitrariamente, dejó a una gran cantidad de gente sin el cuidado médico que tanto necesita.

Existen dos teorías creíbles para explicar el ataque. La primera, en base al reportaje de la agencia de prensa AP, sostiene que se ordenó el ataque porque se sospechaba que un oficial de inteligencia de Pakistán que coordinaba con los talibanes estaba en el hospital. O sea, que se justifica la matanza de muchos civiles inocentes con tal de asesinar a un hombre.

La otra explicación es que las fuerzas armadas estadounidenses decidieron acabar con el hospital porque curaba a combatientes talibanes.

En ambos casos, bajo la ley internacional, el ataque es un crimen de guerra, como los crímenes de los nazis que fueron enjuiciados y condenados en Nuremberg.

No es así bajo los pretextos legales que usa el gobierno de Obama para justificar la agresión criminal. En nuestra serie de cuatro partes sobre el manual de guerra del Pentágono ( The Pentagon's Law of War Manual ), en el World Socialist Web Site, analizamos las doctrinas seudolegales del maquina de guerra de Estados Unidos que, a pesar de hacer referencias formales a la prohibición de atacar a civiles, en verdad dejan en claro que en la práctica, esos ataques son permitidos y alentados.

“Los civiles pueden ser muertos como consecuencia de operativos militares; sin embargo, el anticipado daño a los civiles no puede ser excesivo, comparado con la anticipada ventaja militar del ataque”, dice el manual de la ley de guerra. O sea que a las fuerzas armadas estadounidenses no sólo se les permite matar a civiles sino que un gran objetivo militar justifica una mayor carnicería de inocentes hombres, mujeres, niños (ni mencionar doctores, enfermeros, y pacientes).

Paralelamente, después de decir que hay que tomar “precauciones razonables” para evitar daño a los civiles, el manual declara que si los comandantes estadounidenses determinan que “tomar precauciones causaría o algún riesgo operativo (es decir, la posibilidad de que falle la maniobra), o un mayor riesgo a sus fuerzas, entonces la precaución no es razonable y no es un requisito”, cosa que equivale a un permiso a los comandantes a acabar con cuantos civiles crean necesarios para o “lograr su misión” o reducir sus bajas.

La responsabilidad del crimen de Kunduz va más allá de los pilotos y tripulación del avión de bombardeo, los comandantes en tierra, o el comando superior de las fuerzas armadas. Llega a la cúpula de la clase política de poder, incluyendo al presidente Barack Obama y sus testaferros, que han hecho tanto para que se convierta en rutina la violencia asesina por todo el mundo: guerras de agresión, asesinato con aviones drones, masacres a sangre fría.

Tanto la Casa Blanca como el Pentágono no le hacen caso a la exigencia de MSF por una investigación de la masacre del hospital en Kunduz. Joanne Liu, presidenta de MSF declaró esta semana que su organización se había puesto en contacto con 76 gobiernos, pidiendo que apoyen una investigación imparcial, sin recibir respuesta alguna. “Ese silencio avergüenza”, le dijo Liu a la agencia Reuters.

Escondida detrás la apariencia de indiferencia de los gobiernos capitalistas del mundo a los horrores del ataque militar estadounidense en Kunduz, todos saben que este ataque no fue excepcional, el producto de un “trágico error” o de algún “daño colateral”; es la regla, la expresión inevitable de la criminalidad del imperialismo yanqui.

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