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Perspectiva

El fallo de La Haya: Un paso agresivo hacia la guerra

A raíz de la sentencia abrumadora de la Corte Permanente de Arbitraje de las Naciones Unidas el 13 de julio en La Haya, negándole a China sus reclamos sobre el Mar de China Meridional, se ha generado una serie de condenas lideradas por los Estados Unidos por supuestas “actividades ilegales” chinas, demandándole a Beijing que acate el fallo judicial y que los Estados Unidos utilice medidas diplomáticas y militares para defender la decisión.

Un editorial del New York Times titulado “Probando el estado de derecho en el Mar de China Meridional” declaró que “las señales son preocupantes”. “Beijing ha rechazado de manera desafiante la jurisdicción de la corte de arbitraje internacional” y no acatará este “fallo pionero”. El editorial le dio apoyo absoluto a la administración Obama en su desarrollo de “lazos de seguridad más estrechos con las naciones asiáticas” y al aumento de patrullajes navales para contrarrestar la “asertividad de China”.

Por su parte, el editorial del Wall Street Journal declaró que el tribunal de la ONU acertó al sentenciar “una reprensión necesaria” a los reclamos de soberanía de China y a sus “agresivos intentos de hacerlos valer”, ya que “amenazaban al estado de derecho” en Asia. También, pidió un “aumento de alcance y frecuencia” en las provocativas intervenciones de la Marina de EE.UU. en nombre de “la libertad de navegación” en aguas que rodean los islotes controlados por China en el Mar de China Meridional.

La hipocresía de estos comentarios es tremenda. Estados Unidos no guarda más que desprecio por el derecho internacional y nunca ha sido llamado a rendir cuentas ante la ONU por sus guerras ilegales en Afganistán, Irak, Siria y Libia, las cuales han costado millones de vidas. Como parte de su “pivote hacia Asia” contra China, la administración Obama es la principal responsable en tornar disputas regionales menores en el Mar de China Meridional en conflictos mayores que podrían provocar una guerra aún más devastadora.

Washington ha rechazado ratificar la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho Marítimo (CNUDM), sobre la cual se basó el fallo de La Haya contra China. Por lo cual, Estados Unidos no mantiene un puesto en dicho tribunal y tuvo que ejercer su poder a través de la representación de Filipinas, su antigua colonia.

Era previsible de antemano el resultado, que acepta prácticamente en su totalidad los reclamos de Filipinas. El fallo extenso fue elaborado cuidadosamente para eludir el hecho de que el tribunal no tiene el poder para arbitrar disputas territoriales, es decir, definir quién es dueño de ciertas tierras y aguas en el Mar de China Meridional. Sin embargo, produjo una sentencia que efectivamente hace eso. El tribunal de La Haya no sólo descartó demandas históricas de China a sectores grandes del Mar de China Meridional, pero también rechazó sus reclamos a las aguas alrededor de arrecifes e islotes bajo su control y condenó varias de sus actividades como ilegales, incluyendo hacer reclamos territoriales.

Estas disputas territoriales y el llamado de “libertad de navegación” han sido primordialmente pretextos convenientes para Washington para justificar su descomunal presencia militar en el Mar de China Meridional y su fortalecimiento de alianzas estratégicas en el Sudeste Asiático. En los últimos cinco años, Estados Unidos ha introducido nuevos acuerdos sobre bases en el norte de Australia y en Filipinas, estacionado sus buques de combate litorales más nuevos en Singapur, aumentado sus lazos con Vietnam, Malasia e Indonesia e intensificado sus ejercicios militares conjuntos en toda la región.

La insistencia de Estados Unidos sobre la “libertad de navegación” no tiene nada que ver con proteger el comercio regional. Más bien, pretende garantizar el acceso de buques de guerra de Estados Unidos y aviones a aguas estratégicas, cercanas a China continental. La estrategia del Pentágono de guerra contra China – llamada AirSea Battle (Batalla por Aire y Mar) – prevé un masivo ataque aéreo y de misiles desde buques, submarinos y bases en el Pacífico Occidental, complementados por un bloqueo naval para paralizar la economía China. La mayor presencia militar en el Sudeste Asiático forma parte de una expansión más amplia para rodear a China. Para el 2020, el 60 por ciento de las naves y aviones militares estadounidenses serán desplegados en el Indo-Pacífico.

El gobierno estadounidense puede no desear una guerra contra China, pero está decidido a utilizar todos los medios disponibles para mantener su dominio global, y considera a China como su obstáculo principal. Sus confrontaciones cada vez más imprudentes con China y Rusia pretenden asegurar la subordinación de éstas a los intereses estadounidenses con el objetivo final de dividir a dichas naciones y reducirlas a protectorados coloniales.

La decisión de La Haya ha puesto de relieve la completa bancarrota política del régimen del Partido Comunista de China (PCCh) en Beijing, que representa los intereses de una pequeña élite capitalista ultra millonaria, no a la gran mayoría de los trabajadores. Al fomentar nacionalismo chino, expandir sus fuerzas armadas y amenazar con imponer una Zona de Identificación de Defensa Aérea sobre el Mar de China Meridional, el liderazgo del PCCh juega directamente a favor de la agenda imperialista estadounidense y siembra divisiones en la clase obrera internacional.

El fallo judicial marca un punto de inflexión sobre las relaciones ya delicadas entre los estados reclamantes en el Mar de China Meridional, inevitablemente aumentando el riesgo que el más mínimo incidente, deliberado o no, se salga de control y desencadene un conflicto militar entre Estados Unidos y China, dos potencias nucleares. Conforme empeora la crisis económica mundial del capitalismo, la humanidad está siendo sumergida cada vez más en el peligro de otra guerra mundial a causa del sistema de lucro capitalista y su división anticuada en estados nación rivales.

La única fuerza social capaz de detener esta campaña de guerra es la clase trabajadora internacional sobre la base de una lucha unificada para abolir el capitalismo y reestructurar fundamentalmente la sociedad sobre un programa socialista –encaminado a satisfacer las urgentes necesidades sociales de la mayoría, y no el lucro y demandas de una minoría riquísima. Instamos a todos nuestros lectores a apoyar al Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones, los únicos luchando por construir un movimiento antibélico internacional de los trabajadores sobre una perspectiva socialista e internacionalista.

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