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Perspectiva

El FBI interviene en las elecciones presidenciales del 2016

En una acción extraordinaria y sin precedente, la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, Federal Bureau of Investigation) intervino en la campaña electoral del 2016 a tan sólo días del balotaje. El organismo le envió una carta al Congreso estadounidense anunciando posibles nuevos “pasos en la investigación” relacionada al uso de Hillary Clinton de su correo electrónico privado.

La carta de tres párrafos escrita por el director del FBI, James Comey y enviada a ocho distintos comités del Congreso el viernes 28 de octubre es sumamente ambigua. Indica que “con respecto a un caso no relacionado, el FBI se ha enterado de la existencia de correos electrónicos de la cuenta electrónica personal de Clinton que parecen pertinentes a la investigación”, que él mismo, comenta Comey, había declarado “concluida” ante el Congreso.

Además, escribe que va a “permitir que los investigadores revisen los correos para determinar si contienen información clasificada, así como para evaluar su importancia para nuestra investigación”. Reconoce que el FBI “aún no puede determinar si esta información es importante”.

Si el FBI no tiene idea de qué tan importantes sean estos correos electrónicos en relación con el caso de Clinton, ¿por qué es que la agencia los volvió un asunto de interés público a tan pocos días de las elecciones? Varios comentaristas de la prensa señalaron que la carta es una violación al protocolo informal del FBI de evitar hacer anuncios de cuestiones políticas delicadas a menos de 60 días de alguna elección en Estados Unidos.

Los medios de comunicación indicaron que, según agentes federales sin nombrar, los correos en cuestión fueron encontrados en una computadora que compartían Huma Abedin, asistente de Hillary Clinton, y su esposo, el ex congresista Anthony Weiner.

Weiner está bajo investigación por el FBI por presuntamente haberle enviado mensajes de texto lascivos a una menor de edad. Abedin anunció su separación de Weiner a principios de este año después de que este último episodio salió a la luz.

Por su parte, los portavoces del Partido Republicano y Donald Trump aplaudieron la carta de Comey y la interpretaron como un anuncio oficial de la reapertura de la investigación del FBI y de la anulación de la decisión de Comey en julio de no presentar acusaciones en contra de la candidata presidencial del Partido Demócrata.

En una conferencia de prensa el mismo viernes por la noche, Clinton le exigió al FBI que proporcionara más información sobre el material siendo examinado y que indicara si existe alguna conexión con su correo electrónico privado. Señaló que ya habían votado más de 15 millones de personas y que muchos millones más iban a hacerlo la semana siguiente. Además, contesto a una pregunta que el FBI no la ha contactado y que se enteró de la carta a través de los informes de la prensa.

Por ahora, es imposible determinar con precisión cuáles son los motivos y las fuerzas políticas detrás de la carta. Sin embargo, el intento de Comey de hacerla parecer como una respuesta apolítica al descubrimiento de nueva información carece de toda credibilidad.

Una intervención directa en las elecciones por parte de la agencia más importante del aparato policial y de inteligencia es sin duda la expresión de una crisis severa dentro de la clase gobernante norteamericana y del Estado. A pesar de que esta campaña electoral ha estado dominada por ira social contra la clase política, los dos candidatos son representantes políticos de derecha del 1 por ciento más acaudalado y son odiados ampliamente por el electorado.

Por una parte, Trump es un multimillonario de tendencias fascistas que está intentando canalizar el malestar social en un programa político de la extrema derecha, machista y racista. Por otra parte, Clinton, otra multimillonaria, se ha aferrado a escándalos sexuales y aseveraciones de que Trump es un agente del presidente ruso, Vladimir Putin, con los propósitos de eludir las recientes revelaciones incriminatorias de corrupción y de deshonestidad y para voltear la opinión pública a que favorezca una escalada militar y una eventual confrontación contra Rusia.

Todo el proceso electoral se ha visto sumido en una atmósfera de violencia y de rechazo hacia el sistema político. El contexto ha sido una crisis económica, crecientes tensiones internacionales y el empeoramiento de la crisis del imperialismo estadounidense alrededor del mundo, principalmente en relación con la guerra estadounidense de cambio de régimen en Siria, el “pivote a Asia” dirigido contra China, y los conflictos con sus “aliados” en Europa, en especial Alemania.

La convergencia de estas crisis ha generado distintos choques dentro de la clase gobernante estadounidense sobre cuestiones políticas, intensificados por los temores de una oleada de oposición social en el país.

Sea cual fuere la intención de la carta de Comey —destruir la candidatura de Clinton, darles un impulso a los candidatos del Partido Republicano para el Senado y la Cámara de Representantes, o intimidar a una presidenta entrante Clinton— queda claro que el gobierno venidero se verá envuelto en crisis desde un inicio.

Un ex funcionario del Departamento de Justicia mencionó que Comey estaba bajo mucha presión por su declaración que ningún fiscal competente acusaría a Clinton por su uso de la cuenta privada de correo electrónico. Esto indica que la agencia federal o grupos dentro de esta están en rebelión contra la candidata, quien podría convertirse en su “comandante en jefe”.

Esta intervención del FBI es parte de una tendencia que ya se venía dando en la política estadounidense. Comenzado por las investigaciones desde el Partido Republicano sobre el gobierno de Bill Clinton, que culminaron con su impeachment en 1998, después vino la elección robada del 2000, cuando la Corte Suprema intervino con un voto de 5 a 4 para detener el recuento de votos en Florida con el fin de otorgarle la Casa Blanca a George W. Bush, quien había perdido el voto popular.

El sistema bipartidista en Estados Unidos siempre ha sido un instrumento de dominio de clase para las corporaciones. Durante las últimas cuatro décadas, el crecimiento de la desigualdad social ha expandido la brecha entre el sistema política y la mayoría de la población, con una vida política oficial que revuelve cada vez más alrededor de las intrigas palaciegas de la prensa y del aparato militar y de inteligencia.

Una cosa está clara: ninguno de estos ataques y contraataques entre rivales dentro de la clase gobernante tiene que ver con la defensa de los derechos democráticos e intereses sociales de los trabajadores. En lo que concierne al sistema capitalista y a sus dos partidos políticos, el pueblo estadounidense es un objeto de manipulación mediante demagogias y escándalos.

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