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Perspectiva

¿Qué supone para Europa la elección de Trump?

En 1928, un año antes del colapso de las bolsas de valores que marcaron el comienzo de la Gran Depresión y 11 años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, el gran revolucionario marxista, León Trotsky, escribía:

“Durante la época de crisis, la hegemonía de los Estados Unidos funcionará con más complejidad, más claridad, más crueldad que en los tiempos de prosperidad. Estados Unidos vencerá y se saldrá de sus aprietos perturbaciones ante todo en detrimento de Europa; nada importa que estás ocurran en Asia, en Canadá, en América del Sur, en Australia, o en la misma Europa, hágase con medidas ‘pacíficos’ o militares”.

Es de suma importancia tomar en cuenta estas palabras al considerar el significado político de la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y la reacción de los gobernantes europeos. Ya ha quedado en claro que el presidente electo estadounidense tiene toda la intención de avanzar un programa nacionalista a costillas de Europa.

El presidente Barack Obama estuvo de gira en Europa la semana pasada para reafirmar que el estado de democracia en ambos lados del Atlántico se mantiene en buenas condiciones y para asegurarles a los funcionarios europeos que el daño a las relaciones transatlánticas tras la elección de Trump es manejable. Sin embargo, los acontecimientos siguen su propia lógica.

Obama se reunió en Atenas y Berlín con varios líderes políticos de la burguesía, que han reaccionaron con temor a la elección de Trump. Éster sacude los cimientos de la política europea; y abre las posibilidades reales de quebrar la alianza firmada entre EEUU y Europa Occidental en 1949, utilizar armas nucleares en Europa y apoyar el uso de la tortura.

El diario francés Le Monde escribe que el ascenso de Trump significa, “el fin de la era del rol ‘hegemónico benevolente’ que Estados Unidos hereda en Segunda Guerra Mundial". Washington se coloca a la cabeza de ‘Occidente’, inicialmente, en la guerra fría contra la URSS, después durante desmoronamiento del comunismo y la disolución la Unión Soviética en 1991”.

Con un tono preocupado, la revista británica Economist escribe que la victoria electoral de Trump barre con los pronunciamientos del fin de la historia y de la victoria de la “democracia liberal”, que habían resultado de la caída del muro de Berlín, “ha hecho añicos de esa ilusión. La historia está de vuelta —y con venganza”, dice ese artículo. Esa opinión también afirma que el resultado del balotaje es “un martillazo contra las normas de la política estadounidense y contra el papel de Estados Unidos como la potencia más preeminente del mundo”.

En su viaje, Obama intentó reasegurarles a las clases gobernantes europeas que, aun con los importantes conflictos dentro de la OTAN, es posible continuar con el orden político postsoviético dirigido hegemónicamente por EEUU en alianza con la Unión Europea (UE).

En Atenas Obama no solo elogió a la misma UE como un logro histórico, en momentos en que en el centro de esa ciudad unos 5.000 policías antimotines reprimían una manifestación contra las medidas de austeridad impuestas de la UE. Es más, el presidente americano aplaudió la implementación de recortes sociales por parte del gobierno de Syriza (Coalición de la Izquierda Radical, siglas en griego) y del apoyo logístico de éste a las guerras de Washington del Oriente Medio., Obama prometió que, tras haber conversado con Trump, “Uno de los mensajes que puedo compartir es el compromiso de éste con la OTAN y la alianza transatlántica”.

En Berlín, ciudad que también estaba ocupada por la policía, Obama dio declaraciones con la canciller alemana, Ángela Merkel, a su lado. Alabó los estrechos lazos entre Estados Unidos y Alemania que para él son el “núcleo” de la alianza entre EEUU y la UE. Ambos prometieron que esta cooperación continuaría “enraizada en nuestro compromiso mutuo a la libertad personal y la dignidad, que sólo pueden ser garantizadas por una democracia vibrante bajo el estado de derecho”.

Son meras ilusiones los reclamos de Obama de que Trump va a preservar las relaciones cordiales con Europa. El programa del presidente electo propone un nacionalismo explícitamente agresivo, bajo la consigna “EEUU ante todo”.

Con el mundo alborotado en una crisis económica causada por desplome financiero del 2008, resurgirán los intentos de reordenar la política mundial en beneficio de la élite financiera estadounidense y, como lo señaló Trotsky, a costillas de su “aliados” en Europa.

El ascenso de Donald Trump, definitivamente un punto de inflexión, resulta de la evolución histórica y de tendencias históricas. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo estadounidense funciona como una fuerza hegemónica en Europa; remedia entuertos y estabiliza antagonismos que dos veces en el siglo XX detonaron guerras mundiales dentro del continente. Durante la Guerra Fría y en función de su rivalidad con la Unión Soviética, Estados Unidos financió y respaldó el proceso europeo de integración, creando la imagen de un capitalismo europeo “democrático”. La llegada a la Casa Blanca de Trump marca el inicio de una nueva etapa en la desintegración de ese arreglo político de la posguerra que comenzó con la disolución de la URSS.

De hecho, la disolución de la URSS, lejos de haber marcado el “fin de la historia”, fue tan sólo la primera expresión de otra crisis histórica del sistema del capitalista de estados nacionales. Crisis que gira alrededor del colapso prolongado del capitalismo estadounidense. Éste tiene la intención de proteger su posición hegemónica mediante la utilización de su bárbaro poderío militar.

Para Europa, el giro de Estados Unidos hacia un nacionalismo de “EEUU ante todo” significa la destrucción de todas las instituciones de posguerra asentadas en el poder estadounidense. Incluso antes de la elección de Trump, las potencias europeas, especialmente Alemania, habían comenzado a reafirmar intereses geopolíticos propios anticipando estos cambios.

El espectro de un conflicto con Washington acentúa las divisiones que existen dentro de la UE y las varias instituciones internacionales utilizadas por las fuerzas imperialistas europeas para lograr sus propósitos. Tras la primera crisis del euro en el 2010, el entonces presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, señala que Europa está tan tensa como en las vísperas de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Este junio, Gran Bretaña vota a favor de abandonar la UE, tan sólo dos años después de que Berlín anunciara el inicio de una campaña de militarización, con la justificación de que Alemania debe de ser capaz de realizar operaciones militares de envergadura independientemente de Washington.

La crisis de la democracia estadounidense tiene su paralelo en Europa; sus corrientes políticas derechistas, nacionalistas y fascistas –como el Frente Nacional en Francia (Front national pour l'unité française) y Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland)— se han fortalecido con el ascenso del régimen ultraderechista de Trump. Crece enormemente la probabilidad de que la extrema derecha llegue al poder en Europa.

Las clases obreras de Estados Unidos, Europa y del mundo tienen que ver en la elección de Trump una gran amenaza. Las clases gobernantes están desempolvando el cuaderno del fascismo del siglo XX para prepararse para una nueva época de militarismo, guerra mundial y represión policial en contra de la clase obrera y la juventud.

Ciertamente la crisis del sistema capitalista mundial da impulso a las corrientes peligrosas que actualizan el nacionalismo y la guerra; pero, tal como en el siglo XX, también impulsa tendencias la revolución socialista. Ante las luchas que se avecinan, la tarea principal para la clase obrera es movilizarse políticamente y armarse con una perspectiva independiente, revolucionaria y socialista.

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