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Perspectiva

El Congreso se postra ante la CIA e intensifica la histeria sobre los “ciberataques rusos”

La tormenta política por las acusaciones de ciberataques rusos en la campaña electoral presidencial en Estados Unidos alcanzó un nuevo auge el 5 de enero con una audiencia ante el Comité de Servicios Armados del Senado, donde tres altos funcionarios de inteligencia testificaron por varias horas. Los tres funcionarios se negaron a proporcionar cualquier evidencia para apoyar las denuncias de que el gobierno ruso dirigió la filtración de los correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata y el director de la campaña de Clinton, John Podesta.

Tal evidencia tampoco se encuentra en el reporte de 50 páginas que le entregaron las agencias de inteligencia al presidente Obama ese mismo día, seguido por informes para los líderes del Congreso y el presidente electo Donald Trump el 6 de enero. Según el Washington Post, “los funcionarios estadounidenses dijeron que incluso en el informe clasificado no hay más revelaciones significativas,” y mucho menos en la versión desclasificada que se hará pública el 9 de enero.

Esto no impidió que el presidente del Comité de Servicios Armados, el senador John McCain, describiera los presuntos ciberataques como "un acto de guerra" e incitara repetidamente a los funcionarios de inteligencia a adoptar esa terminología—vocabulario con consecuencias ominosas, ya que los EE.UU y Rusia controlan más del 95 por ciento de las armas nucleares del mundo.

Los comentarios belicosos de McCain fueron repetidos por los demócratas del comité, quienes atacaron a Trump por sus comentarios en Twitter. Trump ha notado la falta de evidencia que indique participación rusa y ha mencionado que el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, negó públicamente que Rusia fue la fuente de los correos electrónicos del Partido Demócrata que se hicieron públicos.

Dada la incesante campaña para utilizar la presunta filtración como un pretexto para ir a una guerra nuclear con Rusia, veamos lo que sabemos en realidad. ¿Qué fue realmente revelado por la filtración del DNC y la campaña de Clinton?

El material publicado por WikiLeaks expuso dos aspectos importantes de la campaña presidencial del 2016: el sabotaje deliberado de la campaña de Bernie Sanders por el liderazgo del DNC, el cual favoreció a Clinton; y la subordinación abyecta de Clinton a la aristocracia financiera, documentada en las transcripciones de sus discursos a Goldman Sachs y otros bancos de Wall Street.

El término “piratear las elecciones” ha sido empleado libremente, aunque las agencias de inteligencia estadounidenses han dicho que no hay ningún indicio de que un solo voto fue malacreditado o contado erróneamente como resultado de interferencia electrónica. La única consecuencia del presunto ciberataque fue la publicación de información verídica sobre las acciones de funcionarios del Partido Demócrata y la propia Clinton que desacreditaron su campaña. Esto es lo que los demócratas y sus partidarios en los medios quieren suprimir.

Los informes de prensa el 5 de enero admitieron abiertamente que el "crimen" en cuestión no es la filtración del material del DNC y Podesta, sino su entrega a WikiLeaks para hacerlos públicos. El New York Times escribió que el presunto grupo ruso "es culpado no sólo por recibir correos del DNC, del Comité de Campaña para el Congreso del Partido Demócrata y del Sr. Podesta, sino también hacerlos públicos,” una acción que equivale a "convertir una operación de espionaje tradicional en un intento de influir la elección ... .“

Un columnista del Washington Post reconoció que "Vamos a estipular que los gobiernos se espían mutuamente, y que Estados Unidos también recopila información sobre gobiernos como Rusia, China e India. La diferencia aquí es que las operaciones de inteligencia presuntamente divulgaron esta información al público a través de WikiLeaks y cobertura por parte de los medios de comunicación."

Para decirlo claramente, la elite gobernante estadounidense cree que el verdadero “crimen” es que alguien—la identidad del pirata o difusor es irrelevante—le dio al pueblo estadounidense acceso a material que documentaba el complot del liderazgo de los demócratas contra los derechos democráticos de los miembros que apoyaban a Sanders, y también demostró los intereses de clase de Hillary Clinton, la favorita del partido.

Es notable que en la furia extensa de los medios sobre los presuntos ciberataques rusos, casi no haya referencia al contenido del material revelado. La actitud de la prensa corporativa, como el New York Times y el Washington Post, sugiere que si uno de sus reporteros hubiese recibido los correos electrónicos del DNC por una fuente desconocida—como un reportero del Times supuestamente recibió la declaración de impuestos de Donald Trump—los editores hubieran suprimido esta información.

De hecho, es probable que esto fuera precisamente lo que sucedió. Nadie le ha preguntado al Times o al Post cuando se enteraron por primera vez de la campaña de DNC contra Sanders o cuando recibieron transcripciones de los discursos de Clinton a Wall Street. Es dudoso que WikiLeaks fuera el primer medio de comunicación en recibirlos. Sin embargo, WikiLeaks actuó como un periodista genuino, no como un estenógrafo para la CIA y el Pentágono. Cuando hizo públicos los documentos secretos, dañó a la candidata abrumadoramente favorecida por el liderazgo del aparato militar y de inteligencia. Por eso y por otras revelaciones, Julian Assange ha ganado el odio eterno del imperialismo estadounidense y sus servidores—y el agradecimiento de la clase obrera internacional.

¿Y qué respecto al senador Sanders y a su aliada liberal, la senadora Elizabeth Warren? Mientras que la campaña por los presuntos ciberataques rusos ha sido fomentada en los medios de comunicación, estos cobardes políticos se han postrado ante las agencias de inteligencia. Este hecho expone una vez más la sinrazón de su pretensión de constituir una oposición. Los dos comparten la perspectiva de clase fundamental de todo el sistema político, tanto de los demócratas como de los republicanos, que considera al aparato de inteligencia y militar como su última línea de defensa contra la clase obrera en el país y en el extranjero.

En la audiencia el 5 de enero, los republicanos y los demócratas tomaron turnos para animar a los jefes de espionaje para denunciar a Assange y WikiLeaks por publicar comunicaciones militares y diplomáticas estadounidenses que documentan sus crímenes de guerra en Irak y Afganistán, así como conspiraciones contra gobiernos por todo el mundo—actividades que hacen que las filtraciones de correos electrónicos del DNC palidezcan en comparación.

El New York Times escribió: "La reunión fue extraordinaria tanto por su contexto como por su contenido, una exhibición pública y bipartidista del apoyo a la comunidad de inteligencia que a veces parecía dirigida a una sola audiencia” (es decir, hacia Trump).

Los senadores de ambos partidos—la mayoría de los cuales respaldaron la guerra en Irak basada en mentiras sobre "armas de destrucción en masa“—demostraron una lealtad despreciable hacia las agencias de inteligencia. Todos presentaron puntos de discusión aportados por las agencias de inteligencia y el Pentágono. El senador Joseph Donnelly, un demócrata de Indiana, fue el más hipócrita, diciéndole a los jefes de espionaje que entre las verdades de Assange y WikiLeaks, "estaremos siempre de su lado.”

Este tema fue elaborado explícitamente en un editorial del Washington Post el 5 de enero que sermoneó a Trump por menospreciar las denuncias de ciberataques rusos de los demócratas, describiendo sus acciones como un esfuerzo para "negar la realidad.” Declarando que dentro de poco Trump tendría que confiar en los "profesionales de inteligencia" para ayudarle a conducir la política exterior estadounidense, el editorial preguntó: "¿Por qué le da el Sr. Trump más peso al Sr. Assange que a las agencias de inteligencia estadounidenses?”

Trump retrocedió frente al ataque de los medios de comunicación y proclamó en Twitter su desaprobación de Assange y su devoción a las agencias de inteligencia. Pero la pregunta del Post debe ser devuelta al propio periódico. ¿Por qué se debería creer a Assange? Es debido a que WikiLeaks ha llevado a cabo una investigación periodística genuina al descubrir evidencia de crímenes del gobierno de EE.UU. y haciéndolas públicas.

En contraste, ha sido comprobado que las agencias de inteligencia dicen falsedades. Ningún senador cuestionó la veracidad del panel de testigos, encabezado por el general jubilado y director de inteligencia nacional, James Clapper. Clapper debería haber sido encarcelado por perjurio después de su testimonio jurado ante el Congreso en marzo del 2013. Cuando se le preguntó directamente, “¿Recopila la NSA cualquier tipo de datos de millones o cientos de millones de estadounidenses?" Clapper respondió claramente “No, señor.” Tres meses más tarde, Edward Snowden reveló que la NSA tiene cientos de programas para recopilar las telecomunicaciones y las actividades de Internet no sólo de cada estadounidense, sino de cada ser humano en el planeta.

La muestra de apoyo pública y bipartidista hacia la "comunidad de inteligencia" tiene como objetivo deslegitimar cualquier oposición a los innumerables crímenes cometidos cada día por el aparato de inteligencia militar estadounidense contra la población mundial, incluido el pueblo estadounidense.

La CIA es una organización que gotea sangre, detestada por cientos de millones por todo el mundo, incluyendo en Estados Unidos, como instigador de innumerables golpes, masacres, asesinatos y guerras. Desde Irán en 1953 y Guatemala en 1954, Indonesia en 1965 y Chile en 1973, hasta los baños de sangre en América Central en los años ochenta, la represión masiva contemporánea en Egipto y la guerra de drones en docenas de países, la CIA es un sinónimo de criminalidad.

El 5 de enero, docenas de senadores estadounidenses se postraron ante las agencias de inteligencia. Unos 40 años antes, en una sala de comité similar, senadores tomaron testimonio jurado de cómo la CIA dirigía una operación de “Asesinato Incorporado” en América Latina, África y Asia.

Esa investigación fue un subproducto de la crisis de Watergate que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon. En aquel entonces, fue revelado que ex empleados de la CIA fueron contratados por el Comité para la Reelección del Presidente Nixon (CREEP, por sus siglas en inglés) y fueron parte del esfuerzo para infiltrar el hotel Watergate. La investigación del Congreso develó el espionaje ilegal del pueblo estadounidense y la infiltración de agentes del gobierno en organizaciones socialistas, contra la guerra, y para los derechos civiles y laborales.

Hace cuatro décadas, la élite gobernante de los Estados Unidos podía llevar a cabo una "reforma" limitada de la CIA, que consistía en quitar a unos cuantos funcionarios desacreditados y establecer algunos límites en las operaciones de la agencia, los cuales fueron rápidamente infringidos en práctica. Hoy en día, incluso tal ejercicio en gran medida cosmético es imposible. En su lugar, las agencias de inteligencia exigen una lealtad incondicional, y los demócratas y los medios de comunicación pagan su homenaje.

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