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Perspectiva

La primera semana de Trump: un gobierno de guerra y reacción social

La primera semana de Donald Trump como presidente de Estados Unidos le deja en claro a la clase trabajadora qué esperar de los próximos cuatro años de este gobierno.

La agenda de “EE.UU. ante todo” de la nueva administración tiene como un objetivo central iniciar una gran escalada militar. En la juramentación del nuevo secretario de Defensa, James Mattis, el viernes pasado, Trump firmó una orden ejecutiva para iniciar la “reconstrucción” de las fuerzas armadas, solicitándole a Mattis preparar mejoras en el arsenal nuclear estadounidense y alistar a las fuerzas armadas para una guerra con “competidores cercanos a aliados” (near-peer competitors), una referencia usual a China y Rusia.

Estas medidas vienen después de que el corresponsal de la Casa Blanca, Sean Spicer, confirmara la declaración del nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson, el ex-CEO de ExxonMobil, de que EE.UU. buscará impedirle a China el acceso a los islotes que reclama en el mar de China Meridional, lo cual implicaría acciones militares equivalentes a una declaración de guerra.

Trump también se ha comprometido a establecer “zonas seguras” en Siria, junto con una prohibición temporal de toda inmigración a EE.UU. de un número de países con mayorías musulmanas. Mientras que los demócratas han denunciado a Trump por ser “demasiado suave” con Rusia, la campaña electoral de la demócrata Hillary Clinton también exigió “zonas seguras” de exclusión aérea vigiladas por aviones estadounidenses, como parte de los esfuerzos para contrarrestar el apoyo ruso al gobierno sirio de Bashar al-Assad. En un discurso en la sede central de la CIA, Trump declaró que EE.UU. “debió haber tomado el petróleo” de Irak y prometió que la CIA tendrá más oportunidades en el futuro para lograrlo.

En política doméstica, Trump firmó una serie de órdenes ejecutivas que congelan la contratación de nuevos trabajadores federales, otras que suspenden regulaciones ambientales, además de abrirle paso a completar la construcción de los oleoductos Keystone y Dakota Access. A principios de la semana pasada, sostuvo reuniones con los directores ejecutivos de las corporaciones manufactureras más grandes del país, incluyendo de la industria automotriz, prometiendo “reducir las regulaciones en un 75 por ciento” y cambiar el clima de negocios “de inhóspito a muy hospitalario”.

El miércoles pasado, Trump anunció la construcción de “el muro” fronterizo con México, al mismo tiempo que iniciará una campaña de represión para detener y deportar a millones de trabajadores inmigrantes. La Casa Blanca también investigará un presunto “fraude electoral” basado en aseveraciones infundadas de que millones de votos ilegales causaron que él perdiera el voto popular ante su rival Clinton. Estos esfuerzos buscan justificar una serie de ataques contra el derecho a votar.

Como parte de su política comercial nacionalista, a principios de la semana pasada, Trump firmó una orden ejecutiva prohibiendo la participación de EE.UU. en el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés) y solicitando la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

En una entrevista en la noche del miércoles con el presentador de ABC News, David Muir, Trump entremezcló de forma casual mentiras sobre su popularidad y la concurrencia al evento de investidura con amenazas de guerra, tortura y represión. Su entrevista plasmó la imagen de un gánster a la cabeza del gobierno estadounidense, quien representa lo más corrupto y degradado de la sociedad capitalista estadounidense.

Refiriéndose a la técnica de tortura de ahogamientos simulados, Trump declaró que si Mattis y el director entrante de la CIA, Mike Pompeo, “desean utilizarlos, está bien. Si quieren hacerlo, entonces voy a trabajar hacia ese fin”. Actualmente, se está discutiendo otra orden ejecutiva para reabrir las prisiones secretas de la CIA y los centros de tortura en el extranjero.

En resumidas cuentas, esta fue tan sólo la primera semana de Trump. Con el apoyo de los demócratas en el Congreso, el gabinete nominado por Trump está siendo aprobado rápidamente. Entre los multimillonarios, exgenerales militares y ejecutivos corporativos nominados, han aprobado a Mattis, Pompeo y al secretario de Seguridad Nacional, el exgeneral de la Marina, John Kelly. El resto de ellos se ha comprometido entre otras cosas a destruir la educación pública, eliminar servicios sociales básicos y recortar Medicare, Medicaid y el Seguro Social.

No hay duda de que la llegada al poder de Trump marca un punto crítico en la política estadounidense. Sin embargo, los historiadores del futuro que estudien este periodo examinarán lo que le precedió: los factores políticos, sociales, económicos y culturales que le dieron paso a una presidencia de Donald Trump. Algunos de estos factores incluyen la importante degradación de la cultura política en EE.UU., las consecuencias domésticas de las interminables guerras y violencia perpetrada en el exterior, el crecimiento extremo de la desigualdad social y el surgimiento de una oligarquía financiera parasitaria.

En lugar de una ruptura con el pasado, la presidencia de Trump representa una transformación de cambios cuantitativos a uno cualitativo. De manera conclusiva, él es el producto de la crisis del capitalismo estadounidense y mundial.

Por cuatro décadas, la clase gobernante estadounidense ha avanzado una campaña de contrarrevolución social, eliminando sistemáticamente todos los beneficios ganados por los trabajadores tras décadas de arduas luchas. El gobierno de Obama aceleró este proceso. Expandió los rescates bancarios iniciados por Bush; le transfirió billones de dólares a Wall Street a través de los programas de “expansión cuantitativa” de la Reserva Federal; y participó en la reestructuración de la industria automotriz en el 2009 para recortar salarios.

El resultado se ha visto reflejado en el increíble incremento en la desigualdad social. Según un informe reciente de la Universidad de California en Berkeley, de los economistas Thomas Piketty. Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, entre 1980 y el 2014, el porcentaje del ingreso nacional antes de impuestos yendo al 50 por ciento de la población más pobre bajó de 20 por ciento a 12 por ciento, mientras que dicha participación del 1 por ciento más rico aumentó de 12 por ciento a 20 por ciento. La acumulación de ingresos en el 0,1 y el 0,01 por ciento más ricos de la población es inclusive más extrema.

La política exterior del nuevo gobierno tampoco surge de la nada. El último cuarto de siglo ha sido marcado por los esfuerzos de la burguesía estadounidense para revertir el declive de su posición económica a través del uso de la fuerza militar, de los Balcanes y el norte de África a Oriente Medio y Asia Central. Los quince años de la llamada “guerra contra el terrorismo” han propiciado de forma cada vez más directa un conflicto entre potencias mundiales. De hecho, el enfoque de Trump de arremeter contra China da continuidad al “pivote hacia Asia” del gobierno de Obama, el cual ha visto un despliegue enorme de recursos militares a lo largo del este de Asia y el Pacífico Sur.

Lo que Donald Trump le añade a esta agenda es el olor distintivo del fascismo, el ultranacionalismo y la amenaza de la represión violenta. En su discurso de investidura, la declaración de que la “piedra angular de nuestra política será la lealtad total a los Estados Unidos de América” es una amenaza de que toda oposición social será criminalizada y asociada con traición.

Sin embargo, en este aspecto también, Trump expresa explícitamente la decadencia de las formas democráticas de gobierno que se ha venido dando a largo plazo. Obama es el que pasará a la historia como el presidente que instituyó el poder asesinar a ciudadanos estadounidenses sin el proceso legal debido. La mezcla tóxica de la cual emerge este desprecio hacia normas constitucionales incluye instituciones como las prisiones en Guantánamo y Abu Ghraib, los asesinatos selectivos con drones, el espionaje indiscriminado de la Agencia de Seguridad Nacional, entre otras.

En julio, al quedar nominado Trump como candidato presidencial en la Convención Nacional Republicana, el WSWS indicó que, “La personalidad de tendencias fascistas particular de Trump no se forjó en las cervecerías de Múnich ni en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, sino en el mercado de bienes raíces de Nueva York. Sus casinos, sus universidades ficticias y sus innumerables empresas fallidas no podrían ser una mejor representación del estado actual del capitalismo estadounidense.”

Existen serias divisiones dentro de la clase gobernante estadounidense, pero estas son por diferencias tácticas y no sobre el curso general de su política de clase. Por ende, no le tomará mucho tiempo a Trump convencer e incorporar a muchos de aquellos que actualmente lo critican de la clase política y la prensa, incluyendo a secciones privilegiadas de la clase media alta.

Solamente la clase trabadora en Estados Unidos y alrededor del mundo podrá hacerle frente al nuevo gobierno. La absurda campaña de Trump de retratarse como el defensor de “los hombres olvidados” dará lugar a conflictos de clase cada vez más explosivos conforme se profundice el impacto de sus políticas reaccionarias. La vanguardia socialista deberá orientarse a las masas obreras con un programa sistemático de educación y organización para forjar un liderazgo político que prepare al resto de obreros para las luchas prontas.

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