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Perspectiva

Las protestas contra el veto a musulmanes de Trump y el conflicto dentro del Estado

Decenas de miles de personas han salido a las calles y aeropuertos en Estados Unidos y otros países para denunciar las brutales e ilegales medidas contra musulmanes impuestas el fin de semana pasado por el gobierno de Trump. El lunes, miles marcharon en decenas de puntos en Gran Bretaña para protestar contra Trump y la primera ministra británica, Theresa May. Las protestas también se expandieron a México y Canadá.

Los que se están manifestando en oposición a Trump lo hacen por indignación y con una simpatía auténtica hacia los hombres, mujeres y niños que están siendo atrapados por la red antiinmigrante de Washington.

Al mismo tiempo, el veto a refugiados de todo el mundo y a viajeros provenientes de siete países de mayoría musulmana ha desencadenado un importante conflicto dentro del gobierno estadounidense. Los roces escalaron el domingo cuando Trump despidió a la fiscal general, Sally Yates, una funcionaria del gobierno de Obama, después de que ella anunciara que no defendería el veto a inmigrantes musulmanes en las cortes.

La oposición dentro del Estado se incendió aun más tras el reordenamiento sin precedentes del Consejo de Seguridad Nacional (NSC; National Security Council) por parte de Trump. El sábado pasado, Trump firmó una orden ejecutiva que incorpora en el comité directivo del NSC a Stephen K. Bannon, el estratega en jefe de Trump y el exdirector fascista del sitio web de “nacionalismo blanco”, Breitbart News. Al mismo tiempo, Trump degradó el papel dentro del SNC del director de inteligencia nacional y de la Junta de Jefes del Estado Mayor.

Decenas de diplomáticos están circulando una declaración que denuncia el veto a inmigrantes de Trump. En una rueda de prensa el lunes, al ser preguntado al respecto, el secretario de Prensa de Trump, Sean Spicer, subrayó la negativa del gobierno a dar marcha atrás, declarando, “Tienen que adscribirse al programa o pueden irse”.

Lo que motiva a la élite política y la prensa—al establishment en EE.UU. y en los países aliados imperialistas—a oponerse al veto es muy diferente a los profundos sentimientos democráticos que motivan a los manifestantes en EE.UU. e internacionalmente.

Los políticos demócratas como el líder de la minoría demócrata en el Senado, Charles Schumer, el expresidente Barack Obama, y sus colegas republicanos, los senadores John McCain y Lindsey Graham, han denunciado las acciones de Trump, pero no debido a ninguna preocupación por los derechos democráticos de los inmigrantes ni cualquier otra persona. Todos ellos son cómplices de las políticas que han producido la crisis más grande de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial y que abrieron paso para que llegara al poder la camarilla de Trump

Sus hipócritas críticas son motivadas por el temor de que este decreto abiertamente racista de Trump pueda socavar la cruzada imperialista por hegemonía mundial y obstaculizar sus operaciones militares en Oriente Medio, el norte de África y Asia Central, tanto como sus preparativos para irse a la guerra contra Rusia y China.

El gobierno británico, el alemán y el francés comparten estas o similares preocupaciones. Los tres se han mostrado sorprendidos y denunciado las medidas de Trump, al mismo tiempo que ellos mismos continúan prohibiéndole la entrada a refugiados procedentes de los mismos países que han bombardeado. A los que sí permiten entrar, los tratan con cruel desdén. Sus manos están ensangrentadas por los miles de refugiados de los siete países que lista el veto de Trump que se ahogado intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a las costas de “Fortaleza Europa”.

El lunes pasado, el diario alineado con los demócratas, el New York Times, y el de los republicanos, el Wall Street Journal, publicaron editoriales sobre la orden ejecutiva de Trump. El comentario del Journal, escrito por Rupert Murdoch, declaró que “el calvario ahora encima de la orden ejecutiva sobre refugiados demuestra que el gobierno, al perturbarlo deliberadamente, puede estallar de maneras perjudiciales... Las perturbaciones políticas tienen sus usos, pero este no es el caso si consumen a la presidencia en el proceso”.

El Journal delinea sin rodeos la posición de los críticos dentro del establishment: “Estados Unidos irá a luchar guerras en el extranjero en un futuro y necesitamos aliados locales que estarán pendientes de cómo estamos tratando a los iraquíes, a los kurdos y a otros camaradas de guerra”.

Barack Obama, después de una semana fuera de la Casa Blanca, expresó el mayor cinismo de todos al declarar el lunes pasado que le “conmueve el nivel de compromiso que se está llevando a cabo en las comunidades de todo el país”, una referencia a la avalancha de protesta contra las medidas antiinmigrantes de Trump.

Esto lo dice después de que se dedicó a legitimar a Trump durante las diez semanas enteras entre el triunfo electoral y su inauguración, a pesar de que este último perdiera el balotaje popular por casi tres millones de votos. Obama buscó restarle importancia al carácter ultraderechista y antidemocrático del gobierno entrante. En su última rueda de prensa, dos días antes de la inauguración de Trump, Obama manifestó: “Como ustedes ya saben, mi hipótesis de trabajo es que, al haber ganado las elecciones, …es apropiado que él avance con su visión y sus valores...”

Las políticas de tendencia fascista del gobierno de Trump no pueden considerarse por sí solas, sino que van en línea con las políticas de los principales partidos capitalistas en EE.UU. y los otros países imperialistas. Por más de un cuarto de siglo, desde la disolución de la Unión Soviética, el imperialismo estadounidense ha intentado contrarrestar el deterioro de su posición económica global mediante el uso de su poderío militar inigualable. Ha bombardeado, invadido y ocupado una serie de países prácticamente indefensos, especialmente en las regiones ricas en petróleo de Oriente Medio, el norte de África y Asia Central.

Millones han sido asesinados y millones más convertidos en refugiados a causa de las brutales guerras neocoloniales encabezadas por Washington, comenzando con la Primera Guerra del Golfo contra Irak en 1991. Tanto los demócratas como los republicanos han arrasado con países enteros, cuyos líderes terminan siendo derrocados o asesinados. La lista incluye a Iraq, Afganistán, Serbia, Libia, Siria y Yemen. Obama continuó o inició guerras en todos estos países excepto Serbia.

Los años de Obama fueron una transición a un gobierno directamente administrado por oligarcas multimillonarios. No solo expandió y lanzó nuevas guerras aparte de las iniciadas por Bush en Oriente Medio, sino que deportó a un número récord de inmigrantes indocumentados y, como el mismo Trump lo ha señalado, inició el veto de visas a inmigrantes de los siete países de mayoría musulmana, a quienes ahora se les prohíbe entrar a Estados Unidos.

Las políticas de Trump son el resultado de este proceso histórico. Su gobierno ultranacionalista, militarista y autoritario es la verdadera cara del capitalismo estadounidense.

Sus ataques contra inmigrantes, realizados por decreto y con un desprecio explícito hacia el Congreso y los tribunales, son sólo el principio. Este gobierno gánster no se detendrá ante nada para atacar los derechos democráticos fundamentales de los ciudadanos estadounidenses y los extranjeros.

Trump expresó su desdén hacia sus críticos de la élite política el lunes pasado, comentando sobre la rueda de prensa del senador Schumer: “Me di cuenta que ayer Chuck Schumer tenía lágrimas falsas. Voy a preguntarle por su entrenador de actuación”.

La ventaja de Trump es que sabe muy bien que sus adversarios dentro del Estado están más asustados de un movimiento social anticapitalista que de él.

Para que el incipiente movimiento contra el gobierno de Trump se desarrolle, tiene que entender la conexión entre Trump y el sistema capitalista que ahora preside. Al final, él no es sólo un individuo. Él es el representante de una clase.

Un movimiento en defensa de los derechos de los inmigrantes y de la población en general tiene que convertirse en un movimiento de masas de la clase obrera y armarse con un programa socialista e internacionalista. Es necesario que rompa con ambos partidos del imperialismo estadounidense y que adopte una estrategia para reemplazar al gobierno de oligarcas multimillonarios con un gobierno obrero.

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