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Perspectiva

La renuncia de Flynn y la crisis de Trump: una pugna sobre política imperialista

El gobierno de Trump se está enfrentando a una crisis política cada vez más profunda tras la renuncia de su asesor en Seguridad Nacional, Michael Flynn, el lunes pasado. La prensa y ciertos sectores de la élite política han exigido al Congreso investigar los contactos de Flynn con Rusia previo a la inauguración de Trump y el posible conocimiento y autorización por parte de Trump.

El martes por la tarde, se informó que el FBI había entrevistado a Flynn poco tiempo después de la inauguración sobre su conversación telefónica con el embajador ruso en Washington, Serguei Kislyak, del 29 de diciembre del 2016. La llamada fue monitoreada y grabada secretamente por la Agencia de Seguridad Nacional.

El Washington Post reveló que algunos funcionarios del Departamento de Justicia le habían informado a la Casa Blanca que Flynn habló sobre las sanciones estadounidenses a Rusia con el embajador, a pesar de haberlo negado varias veces. Según informes, se está circulando una transcripción de la conversación entre Flynn y Kislyak en los más altos niveles de Washington.

Una serie de comentaristas en los medios corporativos, quienes funcionan como canales para el material suministrado por la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad (NSA; National Security Agency ), han comenzado a evocar el espectro de un proceso de destitución como la dimisión forzada de Nixon.

Una pugna dentro de la clase gobernante estadounidense ha emergido a la superficie de la vida política en el país, involucrando a las principales instituciones del Estado capitalista—la Casa Blanca, la CIA, la NSA, el FBI y el Pentágono, así como las cúpulas de los demócratas y republicanos. El epicentro del conflicto consiste en divisiones sobre política exterior y preocupaciones por parte de los mandos militares y de inteligencia de que el gobierno de Trump no esté tomando una línea lo suficientemente agresiva contra Rusia.

La campaña contra Trump es al menos tan reaccionaria y militarista como el nuevo gobierno. Su lógica está bien definida: continuar la escalada de confrontaciones políticas y militares contra Rusia, cuyas consecuencias son potencialmente catastróficas para todo el mundo.

Esta campaña es lo que más le importa al Partido Demócrata. En los últimos meses de la carrera electoral del 2016, Hillary Clinton atacó reiteradamente a Trump por ser un supuesto títere del presidente ruso, Vladimir Putin, mientras que se presentaba a sí misma como la defensora más fiable del imperialismo norteamericano.

La cuestión fue planteada nuevamente tras la votación, con la acusación de que varios “ciberataques rusos” le dieron la sorprendente victoria a Trump. Ahora, después de la inauguración, el tema ha vuelto una vez más, con los congresistas demócratas y algunos senadores republicanos sirviendo de punta de lanza para la CIA y el Pentágono.

Los congresistas demócratas se aprovecharon de la renuncia de Flynn para cuestionar al presidente. “¿Qué sabía el presidente y cuándo lo sabía?”, han planteado al estilo de Watergate.

Su argumento es que cuando Flynn llamó a Kislyak el 29 de diciembre, el mismo día en que el entonces presidente Obama impuso nuevas sanciones contra Rusia, Flynn le garantizó al embajador ruso que las sanciones serían relajadas o incluso desechadas cuando Trump llegase al poder.

La retórica más estridente provino de Eric Swalwell, un congresista de California y miembro del Comité Selecto sobre Inteligencia de la Cámara de Representantes. Declaró que los asesores de Trump mantienen “relaciones inadecuadas con Rusia” y que el mismo Trump estaba implicado. “Los republicanos pueden tener las mayorías en el Congreso y su candidato pudo haber ganado la Casa Blanca, pero [los demócratas] no estamos indefensos”, dijo. “Tenemos al pueblo estadounidense, y el pueblo estadounidense no estará satisfecho hasta saber si el presidente está con nosotros o con Rusia”.

Swalwell habría sido más sincero al decir que los demócratas “no están indefensos” porque cuentan con la CIA, la NSA y gran parte del Pentágono para respaldarlos. Estas secciones del aparato estatal han hecho una enorme inversión estratégica en la preparación de una guerra con Rusia.

Por una parte, el Partido Demócrata se ha mostrado pasivo y complaciente ante los nombramientos ultraderechistas del gabinete de Trump y sus decretos inconstitucionales y antidemocráticos. A pesar de sus diferencias tácticas con Trump en estos aspectos, estas políticas corresponden a los intereses de la aristocracia financiera y corporativa que ambos partidos representan. Por otra parte, cuando se les da la oportunidad de emprender una campaña macartista acusando a Trump de ser un títere ruso, lo hacen con espuma en la boca.

Cabe notar la importancia de que algunas secciones de los republicanos se hayan distanciado de Trump sobre este tema. No han sido sólo belicistas como John McCain y Lindsey Graham. Sino, los líderes republicanos del Senado también acordaron investigar la presunta interferencia rusa en las elecciones e incluir los contactos de Flynn con Rusia en la investigación.

El imperialismo estadounidense busca contrarrestar el declive de su posición económica haciendo uso de su indisputable superioridad militar a nivel mundial. Considera que los principales obstáculos para su agenda hegemónica son el auge económico y militar de China y la aún considerable fuerza de Rusia, que posee el segundo arsenal nuclear más grande del mundo, las mayores reservas de petróleo y gas y una posición geoestratégica clave que ocupa el centro de Eurasia.

Los opositores de Trump dentro de la clase gobernante insisten en que EE.UU. debería dirigir su política exterior contra Rusia para socavar al régimen de Putin o derrocarlo. Ven esto como una condición previa para asumir el reto que supone China.

Numerosos centros de pensamiento de Washington han escrito sobre escenarios de conflictos con Rusia en Oriente Medio, Ucrania, los Estados bálticos y hasta en el ciberespacio. Los mandos de seguridad nacional no están dispuestos a cambiar de orientación a lo largo de lo propuesto por Trump, quien busca disminuir las tensiones con Rusia para enfocarse en China primero.

Mientras se libra una pugna dentro del Estado capitalista, los ataques del gobierno contra los derechos democráticos están generando una oposición popular sin precedentes. Millones de trabajadores y jóvenes, nativos e inmigrantes, han participado en las protestas contra el gobierno de Trump, pero sin un programa político que articule claramente los intereses independientes de la clase obrera, ni una dirección socialista revolucionaria.

Esta situación plantea peligros graves. Las agencias de inteligencia, actuando principalmente a través del Partido Demócrata, están tratando de cooptar la oposición de masas contra Trump y redirigirla hacia sus planes de guerra, sean contra Rusia o China, canalizando el descontento social en contra de supuestos enemigos en el exterior.

Los trabajadores y los jóvenes no deben alinearse detrás de ninguna facción de la élite en el poder, cuyo objetivo es preparar nuevos conflictos militares para defender las ganancias de las corporaciones norteamericanas. Su disputa es sobre cómo secuenciar sus enfrentamientos, no sobre enviar o no a jóvenes estadounidenses a matar o morir en guerras imperialistas.

La lucha contra el gobierno de Trump plantea la necesidad de una ruptura total con los demócratas y los republicanos, los partidos de las grandes empresas, y de la construcción de un movimiento político independiente de las masas obreras basado en un programa socialista e internacionalista.

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