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Perspectiva

Partido Demócrata busca canalizar oposición a Trump detrás de ofensiva antirrusa

Han surgido dos procesos distintos en el mes desde la llegada al poder de Donald Trump. Millones de personas en Estados Unidos y en el plano internacional han participado en protestas contra las políticas de tendencia fascista del nuevo gobierno. Un auténtico enojo motiva a los manifestantes, quienes rechazan los ataques contra inmigrantes y la formación de un gobierno lleno de multimillonarios y agitadores ultrareaccionarios.

Al mismo tiempo, una gran parte de los medios de comunicación y de la élite política se ha dedicado a una campaña cada vez más intensa contra Trump pero de un carácter muy diferente. En estrecha coordinación con las agencias de inteligencia estadounidenses, los críticos de Trump en la élite política buscan contener la oposición obrera y de los jóvenes a Trump y canalizarla detrás de su agenda de guerra imperialista.

Un editorial del Washington Post publicado el miércoles destacó las principales preocupaciones en política exterior de la clase gobernante tras la dimisión del asesor de Seguridad Nacional de Trump, Michael Flynn. El artículo indica que Trump podría “comenzar a reparar el daño” de su primer mes en su nombramiento de “un nuevo asesor de seguridad nacional”. A pesar de que “las últimas dos semanas han visto algunas correcciones positivas por parte del señor Trump en cuanto a lo que parecían ser desviaciones precipitadas de las políticas establecidas”, Trump todavía tiene “algunos reparos por delante”, escribe el Post. Esto se refiere más que todo a mejorar las relaciones con las potencias europeas y cambiar “su postura peligrosamente complaciente hacia el señor Putin”.

Innumerables editoriales, funcionarios demócratas y republicanos, noticieros y debates televisivos reiteran básicamente la misma línea.

El senador republicano Lindsey Graham, uno de los más belicosos hacia Rusia, declaró el miércoles pasado que las recientes afirmaciones infundadas del New York Times sobre supuestos intercambios entre el equipo de campaña de Trump y la inteligencia rusa justifican una investigación bipartidista independiente al respecto.

Por su parte, la senadora Elizabeth Warren, quien supuestamente representa el ala izquierda del Partido Demócrata, publicó una declaración donde insiste en que Trump, “le debe al pueblo estadounidense un informe completo sobre las relaciones de su gobierno con Rusia... El Congreso debería sacar su cabeza de la arena y realizar una investigación real, bipartidista y transparente sobre Rusia. Nuestra seguridad nacional está en juego”.

Bernie Sanders, quien es nominalmente independiente, pero fue elevado al liderazgo de los demócratas en el Senado, le demandó a la Comisión de Inteligencia del Senado “investigar exhaustivamente si Rusia coordinó con Trump y su campaña”.

El documentalista Michael Moore, que hizo campaña para Hillary Clinton y siempre termina siéndole fiel al Partido Demócrata, tuiteó, “¿Qué parte de ‘resigne traidor ruso’ [Trump] no entiendes?”.

Los demócratas tienen la esperanza de poder matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, quieren contener las tensiones sociales para prevenir que surja un movimiento político independiente de la clase obrera. Por otro, quieren obligar al gobierno de Trump a “corregir” su política exterior, poniéndolo en línea con la campaña económica, política y militar contra Rusia, iniciada por la CIA durante el mandato de Obama.

Cabe notar la importancia de la respuesta de Sanders, cuyo papel central durante el último año fue desviar los sentimientos de ira contra la desigualdad social detrás de la campaña de Clinton, la candidata de Wall Street, quien enfocó sus críticas de Trump en sus supuestos vínculos con Rusia.

El martes pasado, en una reunión de senadores demócratas, los dirigentes del partido le habrían pedido a Sanders aplacar el enojo popular que ha surgido en las reuniones de distrito de los congresistas. Según el senador Joe Manchin, el líder de la minoría en el Senado, Charles Schumer, y otros le dijeron a Sanders que él era la única persona que podía cerciorarse de que este enojo fuese “dirigido en todos los canales adecuados”, es decir, exclusivamente en contra de los republicanos.

Después de que la campaña derechista de Clinton le allanara el camino de la victoria a Trump, el Partido Demócrata hizo todo lo posible para desalentar la oposición popular y garantizar una “transición pacífica”, con llamados a cooperar y llegar a un nuevo acuerdo.

Obama declaró que las elecciones eran “un juego interno” en el que todos los lados estaban “en el mismo equipo”. Tanto él como Clinton le desearon a Trump “éxito”, mientras que Sanders anunció que él “y otros progresistas estamos preparados para trabajar con él”. Encubrieron el carácter ultraderechista de la nueva administración y le restaron importancia al hecho que Trump perdió el voto popular.

La inauguración de Trump, sin embargo, fue seguida inmediatamente por protestas que atrajeron a millones de personas —las manifestaciones más significativas y generalizadas a nivel internacional desde la invasión estadounidense de Irak en el 2003. Una semana luego, estas fueron en sí seguidas por las protestas en aeropuertos en oposición a los decretos ejecutivos del nuevo gobierno contra musulmanes e inmigrantes. Estas demonstraciones, de carácter esencialmente progresista y de izquierda, han continuado en todo el país.

Sin embargo, el World Socialist Web Site ha advertido que las protestas carecen de un programa independiente y que están siendo dominadas políticamente por organizaciones orientadas al Partido Demócrata. Por ende, podrían ser suprimidas o incluso canalizadas detrás de la agenda belicista de la CIA y el Pentágono, transformando la “narrativa” en una dirección proguerra.

Esto es precisamente lo que el Partido demócrata está intentado hacer. El furor mediático sobre las llamadas de Flynn con Rusia y los lazos de Trump con Putin han servido para sofocar la discusión pública sobre el veto a viajantes musulmanes, los ataques contra los refugiados e inmigrantes, el carácter fascista del nuevo gobierno y la camarilla de directores ejecutivos, banqueros y exgenerales militares en el gabinete de Trump.

¿Qué pasaría si la campaña antirrusa es exitosa? El Partido Demócrata y las organizaciones que lo orbitan están comprometidos con una política que tiene consecuencias catastróficas. Probablemente, considerarían un gran triunfo que se termine por declarar una guerra contra la potencia nuclear de Rusia.

Esta no sería la primera vez que un movimiento popular, carente de un carácter claramente definido de clase obrera y un programa socialista, fuera empleado por la clase gobernante para avanzar sus propios intereses. En Egipto, las manifestaciones de masas del 2013 contra el gobierno derechista de la Hermandad Musulmana fueron cooptadas por los militares y sus agentes políticos para restablecer una dictadura militar, dos años después de la caída del dictador Hosni Mubarak, quien era apoyado por Washington.

La situación política plantea inmensos peligros. El carácter brutal del gobierno de Trump no hace a sus opositores en las agencias de inteligencia menos reaccionarios. Estas fuerzas están conspirando para librar guerras de mayor magnitud en el extranjero y contra la clase obrera dentro del país. Los mismos centros de pensamiento que han estado demandando que se ha hagan preparativos de guerra contra Rusia con el fin de salvaguardar la hegemonía del imperialismo estadounidense en Eurasia han estado insistiendo en que los trabajadores dentro de EE.UU. deben ser obligados a “sacrificarse” para ello, a través de enormes recortes a los programas sociales y pensiones para aumentar drásticamente el gasto militar.

La clase obrera no quiere guerra. No existe prácticamente ningún apoyo popular para un conflicto con Rusia o China ni para una escalada de agresión militar en Oriente Medio. Existe una oposición generalizada contra la desigualdad social y los ataques contra los derechos democráticos.

La radicalización de la clase obrera debe ser imbuida con una forma política consciente y organizada. Tiene que ser guiada con un programa socialista. La cuestión esencial planteada por la creciente crisis política y la expansión de la protesta social es la de un liderazgo revolucionario.

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