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Perspectiva

La prensa aclama al general McMaster, mientras los militares consolidan su control sobre el gobierno

La prensa y la élite política en Estados Unidos han aclamado casi universalmente la elección del teniente general H. R. McMaster como reemplazo para el exgeneral Michael Flynn en el puesto de asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump.

A partir de la efusiva reacción de los demócratas, republicanos, y los medios corporativos, se podría sospechar que la CIA les envió un memo sobre cómo referirse a McMaster. Lo han llamado “erudito”, un “comandante experimentado”, un “iconoclasta” e incluso un “intelectual”. Su esperanza es que esta mezcla de Tucídides con Clausewitz provea un “razonado y sensato juicio” para guiar la política exterior del gobierno de Trump.

El senador demócrata, Sheldon Whitehouse, comentó que McMaster es un “adulto con identificación”, mientras que el diputado demócrata de Nueva York, Steve Israel, lo proclamó un “brillante y razonante líder”. Además, Jared Cohen, exfuncionario del gobierno de Obama y asesor de Clinton, lo llamó un “brillante estratega y pensador”.

En cuanto a la prensa, el New York Times, un órgano de facto del Partido Demócrata, marcó la pauta con su editorial el miércoles pasado. La respuesta del diario fue particularmente notable por su protagonismo en la campaña contra Rusia que ha sido impulsada por las agencias de inteligencia.

El título del editorial fue explícitamente dirigido hacia la Casa Blanca: “Ahora, deja que el general McMaster haga su trabajo” El artículo describió la decisión de Trump de nombrar a McMaster como “una elección iluminada” y aconsejó, “Si el señor Trump faculta y recurre a su criterio, el general McMaster podría ser una importante fuerza de moderación en un gobierno lleno de radicales y novatos”.

El editorial elogió a McMaster como un “estudiante de la historia”, “uno de los estrategas y eruditos más dotados del ejército”, y “uno de los mejores comandantes estadounidenses” en la Guerra de Irak. Según el Times, el libro de McMaster sobre la toma de decisiones de EE.UU. en Vietnam, Negligencia en el deber (Dereliction of Duty), “describe las consecuencias de sugerirles políticas mal planteadas a presidentes desorientados”.

Con aun más halagos, el Times publicó una columna de opinión de Jonathan Stevenson, un asesor de Seguridad Nacional bajo Obama, quien describe a McMaster como “una elección convincente: un erudito guerrero hecho del mismo molde del secretario de Defensa, Jim Mattis, con la ventaja de que da la talla en cada aspecto”. Añade que es “un curtido oficial de caballería y un intelectual formidable de defensa”, quien demostró en Irak una “implementación ejemplar de la doctrina de contrainsurgencia”.

Toda esta adulación surge a partir de la esperanza de que la política exterior de McMaster, quien apoya el consenso antirruso dentro del aparato militar y de inteligencia, logre imponerse dentro del gobierno de Trump, especialmente con el apoyo del general Mattis al mando del Pentágono y del general Kelly en el Departamento de Seguridad Nacional.

Más aún, la deificación colectiva de McMaster es una expresión del colapso de la democracia estadounidense y del extraordinario poder que poseen los militares en todas las instituciones oficiales del país.

El aumento en la influencia de generales activos y retirados, quienes ocupan los cuatro puestos más altos en Seguridad Nacional —el secretario de Defensa, el secretario de Seguridad Nacional, el asesor de Seguridad Nacional y el jefe del Consejo de Seguridad Nacional— no es motivo de preocupación para los analistas ni columnistas de la prensa, quienes parecen haberse olvidado del principio democrático fundamental del control civil del ejército.

Cabe destacar la referencia al libro de McMaster, quien seguirá activo en su servicio militar mientras es asesor de Seguridad Nacional. Una de sus críticas sobre la Guerra en Vietnam es que el jefe del Consejo de Seguridad Nacional no le exigió al presidente Lyndon Johnson dedicar los recursos necesarios para “ganar” la guerra desde un inicio: unos 700.000 soldados, libertad de acción en las operaciones terrestres en Vietnam del Sur y bombardeos irrestrictos en Vietnam del Norte, incluso de bases de aviones soviéticos y puertos donde hubiesen muerto militares soviéticos y chinos.

Su tesis es una variante de la consigna “Ir con todo o irse a casa” que ha sido utilizada para criticar la “guerra limitada” en Irak y Afganistán.

El hecho de que estos métodos hubiesen constituido un enorme crimen de guerra en Vietnam —incluso mayor al perpetrado con las tácticas graduales que dejaron a millones de vietnamitas y más de 50.000 soldados estadounidenses muertos y a un Vietnam, Laos y Camboya en ruinas— no es objeto de particular atención para el club de fanes de McMaster.

Sin embargo, su argumento de que el problema principal en Vietnam fue que los generales no pudieron imponerse ante la dirección civil del gobierno es incluso más reaccionario. Lo que constituyó la “negligencia en el deber” fue haberse dejado regir por el presidente, quien, según McMaster, estaba más interesado en ganar la guerra contra la pobreza en EE.UU. que la guerra en el sudeste de Asia.

Más recientemente, McMaster ha participado en un proyecto militar para estudiar el conflicto en Ucrania y extraer lecciones para una guerra en Europa del Este contra la fuerza aérea y el ejército rusos.

La reacción ante el nombramiento subraya además la gran distancia entre la disputa que se ha estado librando dentro de la élite política desde la inauguración de Trump y las preocupaciones que motivan realmente a los millones que se oponen a las políticas derechistas y autoritarias del mandatario. En cuanto se refiere a los críticos de Trump dentro de esta élite, ellos consideran que entre más poder ejerzan los militares y las agencias de inteligencia, mejor.

Si se cumplieran los deseos de los que aclaman a McMaster, habría una gran escalada militar de EE.UU. contra la potencia nuclear de Rusia. Entre los otros generales del gobierno de Trump, a los que la prensa llama “moderados”, John Kelly está supervisando los ataques contra los trabajadores inmigrantes. Por su parte, el secretario de Defensa Mattis, un criminal de guerra responsable de la destrucción de Faluya, está impulsando una expansión masiva de las fuerzas armadas en preparación para una guerra mundial.

Todo esto demuestra, como lo ha destacado el World Socialist Web Site, que Trump no es ninguna excepción dentro de una sociedad por lo general democrática y sana. Su administración es el resultado de veinticinco años de guerras interminables y décadas de contrarrevolución social. La aristocracia financiera estadounidense, a la cabeza de un orden social profundamente enfermo, recurre cada vez más a instrumentos de represión estatal y de guerra para mantener su dominio.

No existe ningún apoyo popular para más aventuras militares en Oriente Medio, y mucho menos en relación con la catastrófica posibilidad de una guerra contra potencias nucleares como China o Rusia. Los esfuerzos del imperialismo norteamericano para defender su posición dominante en el mundo a través de guerras cada vez más sangrientas en el extranjero están intrínsecamente vinculados con los ataques directos contra las condiciones sociales y derechos democráticos de la clase obrera en el país.

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