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Perspectiva

Chelsea Manning sale de la cárcel mientras se recrudecen los ataques contra los derechos democráticos en EE.UU.

En las primeras horas del miércoles, Chelsea Manning salió de la prisión militar de máxima seguridad de Fort Leavenworth, Kansas, tras cumplir una condena de más de siete años en la que fue tratada tan brutalmente que se puede describir como tortura.

El supuesto “crimen” de Manning fue enseñarle al mundo las atrocidades criminales perpetradas por Washington en sus guerras en Irak y Afganistán, así como sus conspiraciones alrededor del planeta.

Es irónico que la puesta en libertad de la soldado estadounidense, encarcelada por filtrar documentos clasificados, recibió una cobertura mínima en los medios corporativos, al mismo tiempo que están dominados por historias interminables sobre la supuesta revelación de información secreta por parte del presidente estadounidense, Donald Trump, a funcionarios rusos.

La crisis política en Washington es el producto de una agresiva lucha interna entre facciones rivales de la clase gobernante y el Estado. Ambos bandos son igualmente hostiles hacia los principios democráticos y sentimientos antibélicos por los que Chelsea Manning sacrificó su libertad y casi perdió su vida.

Días después de que fue fallada su sentencia en agosto del 2013, Manning anunció que es una mujer transgénero, pero el ejército igualmente la llevó a una prisión de hombres, sometiéndola a humillación sexual y negándole su tratamiento para su diagnosticada disforia de género. Pasó gran parte de su encarcelamiento en castigos de confinamiento solitario. El resultado predecible fue de angustia extrema, depresión e intentos de suicidio.

El total de siete años de encarcelamiento y tormento a manos de los militares representan el castigo más draconiano jamás impuesto por filtrar documentos clasificados en Estados Unidos. Originalmente, un tribunal militar marcial la había condenado a 35 años en prisión, mientras que la fiscalía pedía una condena de “traición”, un cargo que implica la pena de muerte.

¿A quién traicionó Manning? Desde luego, no al pueblo norteamericano, al que le expuso los crímenes que se estaban llevando a cabo a sus espaldas. En cambio, sus acciones terminaron afectando los intereses de la clase capitalista que gobierna EE.UU. y que está librando interminables guerras predatorias y desarrollando el aparato de un Estado policial para reprimir cualquier disturbio social y resistencia popular en el país.

Trabajando como analista de inteligencia militar en Irak a los 22 años de edad, Manning se opuso cada vez más a la guerra y ocupación de Estados Unidos en ese país. A principios del 2010, le pasó a WikiLeaks cientos de miles de documentos clasificados que revelaron múltiples crímenes de Washington.

Uno de los primeros archivos filtrados que capturó la atención del público fue el escalofriante video llamado “Asesinato colateral”. El video, visto por millones y captado desde la mira de un arma sobre un helicóptero Apache estadounidense, ofrece una desgarradora muestra no sólo de una masacre deliberada de más de una docena de civiles desarmados, incluyendo dos reporteros iraquíes que trabajan para la agencia de noticias Reuters, sino del carácter criminal de la guerra estadounidense en su conjunto.

Otros documentos proporcionados por Manning demostraron que EE.UU. llevaba un gran subregistro de víctimas civiles en Afganistán. También le dio a WikiLeaks 250.000 cables diplomáticos de embajadas estadounidenses de alrededor del mundo, que expusieron las mentiras de oficiales estadounidenses, esfuerzos para subvertir gobiernos extranjeros y una amplia documentación sobre los presos en Guantánamo que demostraba que la mayoría de ellos nunca tuvo ningún papel significativo en operaciones terroristas.

La revelación de estos crímenes provocó una reacción vengativa desde la Casa Blanca bajo Obama y el Departamento de Estado, entonces encabezado por Hillary Clinton. La persecución de Manning fue parte de una ofensiva más amplia contra otros denunciantes. El gobierno de Obama procesó penalmente a más personas bajo la Ley de Espionaje de 1917 que todas las administraciones anteriores juntas. Esta campaña fue realizada junto a la expansión del aparato represivo estatal, incluyendo las capacidades de espionaje masivo de la población mundial y el poder recientemente otorgado a la Presidencia de asesinar con misiles teledirigidos a cualquier persona en cualquier parte del mundo.

Obama conmutó la condena de Manning en el último día de su mandato (añadiéndole 120 días más), pero no fue por ninguna clase de simpatía de último minuto ni por convicciones democráticas. Fue parte de un cálculo político para maquillar el despreciable registro que dejó su administración y para favorecer al Partido Demócrata. La convicción y la sentencia draconiana aún son parte de su historial y representan una brutal advertencia para cualquiera que piense seguir los pasos de la hostigada soldado.

Durante los siete años que Manning pasó encerrada tras bloques de cemento y barras de hierro, la cacería de brujas del gobierno contra aquellos que se han atrevido a exponer sus crímenes sólo ha continuado intensificándose.

Julian Assange ha estado atrapado en la embajada de Ecuador en Londres desde el 2012, bajo la amenaza de un gran jurado federal estadounidense. El fiscal general de EE.UU., Jeff Sessions, declaró el mes pasado que capturar a Assange era una “prioridad” y que “intensificaremos nuestros esfuerzos en relación con todas las filtraciones... siempre que se pueda perseguir un caso, buscaremos poner a algunas personas en la cárcel”. Estas declaraciones fueron seguidas por un discurso extraordinario del director de la CIA, Mike Pompeo, donde llama a WikiLeaks “un servicio de inteligencia hostil y no estatal apoyado frecuentemente por entes estatales como Rusia”. Sentenció que Assange “no tiene ningún derecho de la Primera Enmienda” y que aquel que revele secretos del gobierno estadounidense es un “enemigo” culpable de “traición”.

Edward Snowden, quien expuso las operaciones ilegales de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU., se ha convertido en alguien sin un país, viviendo en un exilio forzado en Moscú. Trump y Pompeo han pedido públicamente su ejecución.

Manning, Assange y Snowden corren el peligro de ser capturados e incluso asesinados tras destapar los secretos sucios de Washington, y esto es en gran parte porque la misma prensa estadounidense es cómplice de los crímenes develados, funcionado de forma cada vez más explícita como un brazo de propaganda del gobierno estadounidense.

En una respuesta reveladoramente hostil a la salida de la cárcel de Manning, el diario New York Times reportó el acontecimiento con un artículo bien escondido en su edición impresa del miércoles, bajo el título “Manning será puesta en libertad 28 años antes de lo previsto”. Se puede entrever que el periódico de referencia de EE.UU. hubiese preferido que cumpliese toda la sentencia.

El ex redactor ejecutivo del Times, Bill Keller, expresó su actitud hacia las revelaciones de WikiLeaks en el 2010, cuando brutalizaban a Manning en un centro de detención de marines en Quantico, Virginia. Dijo sentirse “incómodo” sobre la idea de que el Times “puede decidir hacer pública información que el gobierno quiere mantener en secreto”, una práctica que en otros periodos se consideraba la función más importante del periodismo, llamado el cuarto poder. Luego, hizo la declaración orwelliana que “la transparencia no es un absoluto bueno” y que “la libertad de la prensa incluye la libertad para no publicar y esa es una libertad que ejercemos con cierta regularidad”.

Actualmente, las páginas editoriales del Times están bajo la dirección de James Bennet, una figura con vínculos estrechos al aparato estatal y a las esferas más altas del Partido Demócrata. (Su padre es un exdirector de USAID, un frente de la CIA, mientras que su hermano es el principal senador de Colorado). El diario reproduce propaganda de guerra mientras que somete su cobertura de noticias a la aprobación de las agencias de inteligencia de EE.UU. Estas prácticas además marcan la pauta para el resto de los medios corporativos.

La supresión de las libertades de prensa y expresión en el país —cuyo máximo ejemplo es la persecución implacable de Manning, Assange y Snowden— está siendo impulsada por la necesidad de la oligarquía gobernante estadounidense de buscar una salida a las crisis económicas y políticas con actos cada vez más imprudentes de agresión militar en el extranjero, algo que va mano a mano con enfrentar el aumento en la hostilidad e ira de las masas obreras en Estados Unidos y alrededor del mundo.

La defensa de estos derechos y contra la represión estatal sólo es posible mediante la lucha por una movilización política independiente de la clase obrera contra el sistema capitalista.

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